Para
entender las tareas que implica el oficio del historiador se debe,
en primer lugar, comprender las condiciones del tiempo y el espacio
en que vivimos: un país muy pobre y a la vez muy rico y complejo
como es México. Si no partimos de este contexto de crisis económica,
social, política, cultural, no entenderíamos por qué
en los últimos 15 ó 20 años ha cobrado actualidad
el replanteamiento de todas las formas que hemos desarrollado para
percibir el mundo.
Lo anterior fue expresado por el académico de la Universidad
Nacional Autónoma de México (UNAM), Carlos Antonio Aguirre
Rojas, durante su participación en el VII Encuentro de Estudiantes
de Historia del Altiplano Central. Ahí, Aguirre añadió
que, puesto que el tiempo es la materia prima con la que trabaja el
historiador, es imperante enfrentar el problema del tiempo y el espacio
porque todos los sucesos sociales ocurren en un lugar geográfico,
con coordenadas específicas que son fundamentalmente espaciales. |

Carlos
Antonio Aguirre Rojas, académico de la UNAM, durante su participación
en el VII Encuentro de Estudiantes de Historia del Altiplano Central.
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| “¿Cómo
en 2006 podemos pensar de manera inteligente el problema de los
historiadores, es decir, el problema del tiempo? Las categorías
de tiempo y espacio son, quizás, los dos pilares de toda
cosmovisión posible en el mundo, porque la idea del mundo
se organiza a partir de la concepción que tengamos del tiempo
y del espacio”, planteó el especialista.
Ante la fragilidad de nuestras propias concepciones actuales sobre
el tiempo –los criterios para discriminar el presente, pasado
y futuro dependen del observador–, el historiador tiene el
reto, enfatizó, de empezar a elaborar otro modo de percibir
el tiempo y otra forma de conceptuar el espacio que nos permita
entender estas complejas realidades de una manera mucho más
sutil y más adecuada y, quizá, más aproximada
a la totalidad de estas mismas relaciones.
Para explicar este argumento, Aguirre se refirió a la paradoja
entre la definición aristotélica del tiempo y la de
San Agustín: “Aristóteles dijo que el tiempo
no es otra cosa que una condición del ser, pero si es una
de las tantas propiedades que tiene el ser, tenemos que preguntarnos
qué es el pasado; éste es un tiempo que ya fue pero
que no es más y, por lo tanto, no existe. En tanto, el futuro
es algo que todavía no sucede, pero que más adelante
sucederá, entonces no posee el estatuto del ser y como el
tiempo está definido como propiedad del ser, en consecuencia,
el futuro todavía no existe. Así, el pasado existe
dentro del presente sólo como una rememoración y el
futuro como una anticipación. La conclusión a la que
llega Aristóteles es que el único tiempo que existe
es el presente”. En cambio, San Agustín, en sus Confesiones,
establece que el presente se desvanece en el momento mismo en que
se enuncia. La conclusión de San Agustín es que lo
único que existe es el pasado y el futuro y lo que no existe
realmente es el presente.
“Esto demuestra la fragilidad de nuestras propias concepciones
actuales sobre el tiempo, por lo que debemos elaborar otras categorías
para definir éste y el espacio. Las concepciones que el hombre
ha tenido han ido cambiando conforme la historia humana se ha ido
desarrollando, pero también conforme tomamos en cuenta diversas
civilizaciones y diversas estrategias civilizatorias”, dijo
el ponente.
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