Año 6 • No. 206 • mayo 15 de 2006 Xalapa • Veracruz • México
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Válidas pero insuficientes, las apreciaciones de Aristóteles y San Agustín
Repensar las categorías de tiempo
y espacio, reto prioritario del historiador
Dunia Salas Rivera
Para entender las tareas que implica el oficio del historiador se debe, en primer lugar, comprender las condiciones del tiempo y el espacio en que vivimos: un país muy pobre y a la vez muy rico y complejo como es México. Si no partimos de este contexto de crisis económica, social, política, cultural, no entenderíamos por qué en los últimos 15 ó 20 años ha cobrado actualidad el replanteamiento de todas las formas que hemos desarrollado para percibir el mundo.

Lo anterior fue expresado por el académico de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Carlos Antonio Aguirre Rojas, durante su participación en el VII Encuentro de Estudiantes de Historia del Altiplano Central. Ahí, Aguirre añadió que, puesto que el tiempo es la materia prima con la que trabaja el historiador, es imperante enfrentar el problema del tiempo y el espacio porque todos los sucesos sociales ocurren en un lugar geográfico, con coordenadas específicas que son fundamentalmente espaciales.


Carlos Antonio Aguirre Rojas, académico de la UNAM, durante su participación en el VII Encuentro de Estudiantes de Historia del Altiplano Central.

“¿Cómo en 2006 podemos pensar de manera inteligente el problema de los historiadores, es decir, el problema del tiempo? Las categorías de tiempo y espacio son, quizás, los dos pilares de toda cosmovisión posible en el mundo, porque la idea del mundo se organiza a partir de la concepción que tengamos del tiempo y del espacio”, planteó el especialista.

Ante la fragilidad de nuestras propias concepciones actuales sobre el tiempo –los criterios para discriminar el presente, pasado y futuro dependen del observador–, el historiador tiene el reto, enfatizó, de empezar a elaborar otro modo de percibir el tiempo y otra forma de conceptuar el espacio que nos permita entender estas complejas realidades de una manera mucho más sutil y más adecuada y, quizá, más aproximada a la totalidad de estas mismas relaciones.

Para explicar este argumento, Aguirre se refirió a la paradoja entre la definición aristotélica del tiempo y la de San Agustín: “Aristóteles dijo que el tiempo no es otra cosa que una condición del ser, pero si es una de las tantas propiedades que tiene el ser, tenemos que preguntarnos qué es el pasado; éste es un tiempo que ya fue pero que no es más y, por lo tanto, no existe. En tanto, el futuro es algo que todavía no sucede, pero que más adelante sucederá, entonces no posee el estatuto del ser y como el tiempo está definido como propiedad del ser, en consecuencia, el futuro todavía no existe. Así, el pasado existe dentro del presente sólo como una rememoración y el futuro como una anticipación. La conclusión a la que llega Aristóteles es que el único tiempo que existe es el presente”. En cambio, San Agustín, en sus Confesiones, establece que el presente se desvanece en el momento mismo en que se enuncia. La conclusión de San Agustín es que lo único que existe es el pasado y el futuro y lo que no existe realmente es el presente.
“Esto demuestra la fragilidad de nuestras propias concepciones actuales sobre el tiempo, por lo que debemos elaborar otras categorías para definir éste y el espacio. Las concepciones que el hombre ha tenido han ido cambiando conforme la historia humana se ha ido desarrollando, pero también conforme tomamos en cuenta diversas civilizaciones y diversas estrategias civilizatorias”, dijo el ponente.