| El
acreedor al premio a la mejor reseña periodística
en el campo de la historia y la cultura del periodo prehispánico,
que entrega el Comité Mexicano de Ciencias Históricas,
por el libro Los disfraces del diablo, de Báez Jorge, explicó
que el interés por el trabajo del antropólogo se dio
porque desde hace algunos años ha investigado sobre la literatura
fantástica, que se conecta mucho con el mundo de la superstición,
de lo religioso y con el inconsciente colectivo:
“El diablo es un personaje que va cambiando a través
del tiempo, de las épocas, de los siglos, de acuerdo con
las culturas y no siempre tiene la misma configuración, por
ejemplo, la que la tradición cristiana ha manejado”.
De acuerdo con Mario Muñoz, el gran poder que el diablo tiene
es el de ser una figura proteica, que se va metamorfoseando y acomodando
a las diferentes necesidades del imaginario social y por eso su
vigencia se sostiene hasta nuestro días, no obstante que
en el presente hay una fuerte carga de incredulidad hacia lo religioso.
Lo que sostiene Mario Muñoz es que mientras la imagen de
la divinidad –de Dios, en la tradición católica–
ha mermado considerablemente dentro de la sociedad, la imagen del
diablo, por el contrario, sigue manteniendo una gran vigencia, “lo
cual se aprecia en el hecho de que recientemente han estado apareciendo
libros, tanto en México como en España, que estudian
la evolución que tiene el diablo a través del tiempo”.
También está presente en otras manifestaciones estéticas,
como el cine: “La figura del diablo como la del vampiro –al
cual está asociada– son arquetipos que, por estar ligados
a la idea del mal, tanto en su concepción abstracta como
en la muy precisa, concreta y material, no tienden a desaparecer
sino que se sigue proyectando de una manera muy convincente en la
actualidad, independientemente de la sociedad de que se trate.
“Hay cultivadores del diablo no sólo en las sociedades
arcaicas o subdesarrolladas, también hay sectas satánicas
y cultos vampíricos en las civilizaciones industriales, entonces
cabe la pregunta: ¿cómo explicar este fenómeno
en países muy desarrollados?, porque una lógica elemental
nos diría que ese pensamiento ya está superado en
esos países y resulta que es todo lo contrario”, añadió
el catedrático de literatura. De ahí que la vigencia
de Satanás sea, para Muñoz, una cuestión de
tipo social, más que una reminiscencia puramente religiosa.
¿Por
qué nos atrae el diablo?
La naturaleza humana está inclinada al mal, dijo Muñoz,
quien recibirá el galardón por parte del Comité
Mexicano de Ciencias Históricas este 3 de mayo en el Centro
de Estudios Históricos de México: “En la actualidad,
como se ha manejado la civilización contemporánea,
la sociedades están más inclinadas hacia el cultivo
del mal. El reino del diablo es el que impera en este momento, el
reino de las sombras y no el de la luz”.
Esto está asociado a los símbolos de la religión,
de la Biblia por ejemplo, a los conocimientos esotéricos
y a todo lo que tiene que ver con esos aspectos de la naturaleza
humana sombría. De ahí que su importancia sea capital
para entender lo que está sucediendo en la civilización
presente, que es de desgaste y deterioro: “Estamos llegando
en este momento a un callejón sin salida, por eso esa imagen
apocalíptica que constantemente se está manejando”.
El académico mencionó que el imaginario popular ha
estado asociando, a través de la caricatura, de la sátira,
mediante montajes en collage o mediante el uso del graffiti, esas
relaciones que se dan entre el poder y la sociedad: “Se maneja
como figuras diabólicas a la gente que se dedica al poder
para destruir, en lugar de que lo utilicen para crear. En buena
medida, los hombres de poder, ya sea a través de la droga,
la política o los medios masivos de comunicación utilizan
esta idea del diablo, también, como una forma de subyugar,
fascinar o someter a grandes sectores de la población”.
Esa gente poderosa también incurre en ritos de satanismo
como una forma de reforzar el concepto que ellos mismos tienen de
la fuerza, explicó Mario Muñoz, “por eso creo
que hay mucha relación entre la imagen del diablo y la imagen
del poder, como se maneja actualmente, independiente del poder al
que nos estemos refiriendo”.
Un aspecto importante es que la fuerza del diablo no se perderá,
porque es una representación gráfica del mal: “La
literatura insiste mucho en que el mal es inherente a la naturaleza
humana. Si bien en la religión se manifiesta a menudo que
la bondad es antídoto del mal, la poesía, la novela,
las artes plásticas y el cine siempre nos están mostrando
que el lenguaje en el que se maneja el ser humano es el de la maldad.
Por consiguiente, mientras exista el ser humano siempre habrá
esa constante polaridad entre el bien y el mal, predominando siempre
el aspecto de la maldad”.
El bien sobre el mal
“Toda la civilización ha estado encaminada a domesticar
esa parte violenta, brutal, consustancial a los hombres, sin embargo,
la parte negativa de la civilización, como pudieron advertir
los románticos, los surrealistas y en general los artistas
que miran siempre más allá de lo cotidiano, se manifiesta
con mayor intensidad”, expresó el académico.
La civilización ha coartado nuestra propia libertad. Una
de las grandes catástrofes de los seres humanos es que no
se pueden expresar con naturalidad. Estos son terrenos bastante
problemáticos porque si hablamos de naturalidad podemos decir
también que los instintos forman parte de esa naturaleza
reprimida por la civilización. De ahí que venga constantemente
este choque entre lo racional y lo irracional, y por lo tanto de
que se nos manifiesten en determinados momentos seres que actúan
de manera absolutamente violenta rompiendo precisamente con esa
delgada capa que es la civilización y que nos mantiene dentro
de ciertos márgenes de coherencia y comunicación,
pero esto es sumamente endeble.
En la actualidad estamos atravesando por una civilización
basada absolutamente en la violencia: la física, verbal,
gráfica, social, política, etcétera. Este lenguaje
llevado a un extremo tal nos hace preguntarnos qué es lo
que realmente ha aportado la civilización, si seguimos siendo
individuos altamente agresivos”.
Sin embargo, ante un panorama tan abrumador, el ser humano cuenta
con un afortunado catalizador: la literatura, instrumento a través
del cual la sociedad está reflejando sus pulsiones: “Así
funciona también el cine, que lo hace de manera más
clara puesto que está encaminado a un público amplio
y de culturas heterogéneas; la literatura lo hace de una
forma menos evidente, toda vez que el círculo de lectores
es mucho menor que el del cine”.
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