Año 6 • No. 219 • abril 24 de 2006

Xalapa • Veracruz • México
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Texto y fotos: Edith Escalón

A “Dominga”, una cría de manatí;
“la cuidamos y no dejamos
que la mataran”
Alvarado, Ver.- Domingo 30 de junio de 2002. Dieciséis pequeños de entre dos y 12 años de edad vieron por primera vez un manatí cuando los pescadores llegaron en una chalupa a Santa Catarina, tres hectáreas de isla tropical rodeada de manglares y humedales en medio de la laguna de Alvarado.

Aunque algunos de ellos apenas habían empezado a hablar, todos sabían una cosa: “Es un manatí, hay que cuidarlo”, gritaban con acento costeño, mientras esperaban en la orilla de la isla a que la barca hiciera contacto. En ese momento, el trabajo de educación ambiental que durante siete años había realizado la Universidad Veracruzana (UV) en la zona tomó otro sentido.

“Dominga”, como le llamaron por consenso, vivió tres meses bajo los cuidados de las seis familias que ahí habitan, la supervisión de los expertos de la UV y la compañía permanente de todos los niños. La encontraron a los 15 días de nacida, sola, arrinconada entre los mangles de una laguna cercana. La madre seguramente fue cazada y vendida, y sin ella la pequeña de apenas 47 kilos no tenía ninguna esperanza de sobrevivir.

Hoy, “Dominga” es uno de los siete manatíes que viven en el Acuario de Veracruz –el más grande de Latinoamérica–, en un manatinario que abrieron ex profeso desde la llegada de “Pablo” y “Silvia”, los dos primeros manatíes que también fueron rescatados por pescadores en Alvarado, en el ya lejano 2001.

Los niños también son pescadores. Todos son primos o hermanos, y en el humedal más grande de México no les falta nada, son libres. Van a la escuela cuatro días a la semana en una isla vecina, donde cruzan “a remo” para llegar a un único salón que sirve para los seis grados de primaria. Ahí no sólo han aprendido a leer y escribir, sino también a conocer y respetar sus recursos naturales a partir de las actividades que han dirigido estudiantes e investigadores de la UV.

“Nosotros somos humedales”, como dice Víctor, uno de los más pequeños. Y lo son. Ahí han pasado toda su vida, excepto una o dos veces al año, cuando la isla se inunda con las lluvias y tienen que dejarla para refugiarse con sus familiares en Alvarado. Son ellos, los niños, quienes ahora ponen el ejemplo.

Han sido la tierra más fértil para sembrar la conciencia ecológica y la educación ambiental que, además, ya dio frutos.

A salvar al manatí
Los primeros días fueron complicados. “Dominga” era casi recién nacida y no sabía comer nada. Alejandro Palacio, “Tío Lino”, quien es el abuelo de todos, y Amada, una de las pescadoras, pasaron muchas horas tratando de alimentarla con una leche especial que les fue proporcionada por los universitarios. Una pequeña tina fue la casa de la cría manatí durante tres meses y los niños –chicos y grandes– vivían “literalmente” pegados al borde, jugando con ella y viéndola crecer.

“Los más chiquitos que no llegaban se traían palos o cubetas para alcanzar a ver”, recuerda la abuela de todos. “A veces tiraba el agua”, “y nos salpicaba”, “y movía las aletas”, “y se tomaba la leche”, “y jalaba la mamila como bebé”, “y no comía zacate ni lirio, porque estaba chiquita”, “y muchas personas dicen que cuando lloran los manatíes se les salen las lágrimas”, recuerdan los niños, tres años después de que la tuvieron en la isla.

“Nosotros la cuidamos y no dejamos que la mataran, pero luego, para que no se muriera se la tuvieron que llevar”, dijo Irving, quien tenía entonces siete años. De hecho, esa era una decisión que tuvieron que tomar tanto los universitarios como el personal del Acuario de Veracruz, que supervisó sus cuidados cuando “Dominga” empezó a adelgazar, por la dieta y por falta de espacio.
Herederos del humedal
“Los niños siempre quisieron que se les tomara en cuenta”, explicó Blanca Cortina Julio, bióloga egresada de la UV, quien desde 1999 se sumó al proyecto de gestión ambiental en Alvarado que coordina Enrique Portilla, integrante del Instituto de Investigaciones Biológicas de esta casa de estudios. Este proyecto buscaba trabajar con las cooperativas de pescadores de Santa Catarina y Nacaste para apoyarlos con la organización de prácticas de pesca sustentables y educación ambiental.

Para canalizar esta inquietud, universitarios y pescadores decidieron integrar un club infantil en donde los pequeños no sólo pudieran jugar, sino aprender a trabajar en equipo en pro del medio ambiente, tomar conciencia sobre sus recursos naturales, pero sobre todo, solucionar en colectivo algunos de los problemas que ya enfrentan sus comunidades, pues a diferencia de la gente de las ciudades, allá no es posible hacer distinciones entre la vida cotidiana y la naturaleza.
El 30 de abril de 2003, ya como Herederos del humedal, los niños viajaron hasta el Acuario de Veracruz para volver a ver a Dominga. “Casi ni la reconocíamos, habían pasado unos meses pero estaba bien grande”, recordaron entre sonrisas. Ahí, en el manatinario, reconocieron también a “Costeña”, otro manatí que rescataron en la zona y que tiene una aleta lastimada, y a “Pablo” y “Silvia”, la primer pareja que llegó al lugar luego de que la encontraran unos pescadores con los mismos nombres en Alvarado, y a quienes se debe que el Acuario haya abierto una espacio especialmente dedicado a esta especie.
De ahí en adelante las actividades han sido permanentes. Charlas, teatro guiñol, manuales, libros para colorear, tareas prácticas, cuentos, diseño de acuarios, todo para que los pequeñas aprendan a conocer los ecosistemas, a diferenciarlos, a saber acerca de plantas y animales que viven en sus humedales, a entender qué hacer para cuidarlos, cómo separar la basura, cómo evitar la contaminación y la depredación, cuáles son la especies en peligro de extinción y cómo protegerlas. Al final, la lección es clara: “Nosotros somos los futuros herederos del humedal”, como dice la leyenda en la única playerita que, tres años después de fundado el club y de estrenada, todavía le queda al más pequeño de los niños.
Pesca sustentable
Si bien es cierto que hace más de 30 años que en Alvarado no se caza oficialmente el manatí, también lo es que la práctica sigue existiendo, aunque de manera clandestina. Ahora, con años de apoyo universitario, los pescadores han comprendido la importancia de cuidar de estos animales, así como de conservar el manglar, ecosistema que, al ser medio de subsistencia, era prácticamente depredado.

“Antes vivíamos de sacar varillas de los tallos de mangle porque los tomateros las pagaban bien; yo llegué a sacar dos mil diarias, y las pagaban a 1.50 cada una, de eso vivía mi familia”, dijo de camino a Santa Catarina Alberto Enríquez Arias “don Beto”, uno de los pescadores de “La Flota”, cooperativa con quien la UV estableció los primeros contactos hace casi 10 años.

Para ir a su escuela, los niños sólo deben cruzar la Laguna “a remo”.

Blanca, quien ganó en 2005 el Premio Estatal de Medio Ambiente por su trayectoria como educadora ambiental, recordó que en alguna ocasión, mientras hablaba con pescadores de las razones por las que los manatíes no deben ser cazados, uno de ellos comentó: “Es cierto todo lo que dice, pero qué hago si llevo varios días sin pescar nada, y de pronto encuentro un manatí, y con eso come toda mi familia una semana, ¿qué hago Blanquita?”

Por eso, las acciones del equipo universitario no han sido sólo para promover que se conserven los recursos, sino que se aprovechen de manera sustentable. Hoy, las dos cooperativas de pescadores –“La flota” y “Mujeres experimentando”– que agrupan en conjunto a 24 pescadores de Santa Catarina y Nacaste, han aprendido a “cultivar” colectivamente peces pargo cerezo, están organizados y tienen ingresos permanentes por la venta de éstos.
“Les damos alternativas y les ayudamos a ponerlas en marcha, ya después ellos se encargan solos de mantenerlas funcionando”, comentó Blanca, quien explicó que en Las Clavellinas, una laguna cercana, los pescadores tienen sus encierros desde hace ya seis años, mismo lugar donde “Dominga” pasó algunos días bajo el cuidado de las cooperativas de pescadores.

Con este trabajo, la UV ha demostrado que la educación ambiental es tan importante como la investigación y las acciones de conservación implicadas en proyectos ecológicos.

Responsables del proyecto Herederos del humedal:

· Enrique Portilla Ochoa
· Blanca Elizabeth Cortina Julio

Colaboradores:

· Alonso Irán Sánchez Hernández
· Abraham Juárez Eusebio
· Eva Dahana Pozos Morales
· Claudia Yliana Negrete Guzmán
· Carlos García Aguilar
· Blanca Estela Quintana M.