Año 6 • No. 219 • abril 24 de 2006
Xalapa • Veracruz • México
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La muerte de los niños
en la obra de Gustav Mahler

Jorge Vázquez Pacheco

El compositor bohemiano Gustav Mahler (1860-1911) es uno de los pocos músicos que abordó un tema estremecedor: la muerte de los niños.

La voz humana en la obra de Mahler ocupa un lugar sumamente especial. Se ha escrito que, al contrario del alemán Richard Wagner (1813-1883), a quien se ha denominado el sinfonista que escribía óperas, Mahler es el operista que jamás escribió óperas y sí, en cambio, diez sinfonías, aunque se tiene el rastro de por lo menos cuatro más de juventud, hoy dadas por irremediablemente perdidas.

Con solistas, con coros o ambos, la voz forma parte integral de sus sinfonías Segunda, Tercera, Cuarta, Octava, en Das Lied von der Erde y varios ciclos de canciones (lieder, en alemán) como Das Klagende lied (La canción del lamento), Des Knaben Wunderhorn (El cuerno mágico del doncel), Lieder eines fahrenden Gesellen (Canciones de un camarada errante) y Kindertotenlieder, “Canciones para los niños muertos”.

Ésta última es una dolorosa serie de composiciones para voz y orquesta iniciada por Mahler en el año de 1901 y terminada hacia 1904. Resulta inevitable el sentido premonitorio en esta obra, basada en textos del poeta alemán Friedrich Rückert (1788-1866), si partimos de la anécdota que nos narra que el compositor trabajaba sobre ella pese a las advertencias de su esposa Alma. Su mujer estaba convencida que componer un ciclo con el tema de los niños difuntos era algo semejante como tentar al destino. Tres años más tarde, después de una serie de amargos acontecimientos en la vida profesional del músico, su hija María murió de difteria.

Kindertotenlieder fue concebido para gran orquesta y voz de barítono o mezzosoprano. El primer lied contiene el siguiente texto:

Y de nuevo el sol se levantará radiante,
como si la noche no hubiera traído la desgracia.
La desgracia me ha ocurrido sólo a mí,
mientras que el sol ilumina a todos los demás.
No debes guardar dentro de ti a la noche,
sino verterla en la luz eterna.
Una luz se extinguió en mi morada.
¡Que brille la luz de las alegrías del mundo!

El tema de la muerte de los infantes nunca fue prototipo en el Romanticismo musical. Mahler realiza, para el tratamiento de un tema nada común, un procedimiento novedoso sobre un claroscuro orquestal que resulta en la correspondencia a los textos en los momentos en que el poeta describe la luz y la oscuridad alternativamente. En el segundo canto de los Kindertotenlieder, la luz es representada por las llamas que parten de la mirada de unos ojos infantiles. Un tratamiento similar le merece la alusión a las estrellas, cuya brillantez la noche tomó de los ojos de los niños difuntos. El texto dice lo siguiente:

Ahora entiendo por qué las sombrías llamas
a veces se dirigían hacia mí.
Como si quisieran en un solo resplandor recoger
todo tu poderío con una simple mirada.
Pero no sospeché, pues la bruma me enceguecía
por el frustrante destino que me envuelve,
producido por el regreso a casa,
que era la fuente de todas las desgracias.
Querías decírmelo con tu fulgor.
Nos gustaría permanecer a tu lado, contigo,
pero eso nos fue negado por el destino.
¡Míranos, pues pronto estaremos lejos de ti!
Para ti, en estos momentos, no somos más que unos ojos,
Y en otras noches no serán más que estrellas.

El tercer lied de las “Canciones para los niños muertos” contiene una ternura difícil de describir. Es la remembranza de los días en que los niños jugaban y llenaban con sus gritos la atmósfera familiar. La noche es el tema recurrente, como en tantas otras creaciones del Romanticismo, cuya presencia se relaciona directamente con la muerte. Pero aquí no nos anticipa el desenlace fatal. Éste ya se ha dado.

Cuando tu amada madre penetra en el recinto
y vuelvo la cabeza para verla pasar,
no es en ella sobre quien mi mirada se posa;
es en ese rincón, sobre aquel lugar cerca del umbral,
allí donde se aparecía tu amado rostro
cuando tú, radiante de alegría,
entrabas como antes, mi pequeña hijita.
Cuando tu madre viene hacia la puerta con la luz de la vela,
me parece como si entraras fugazmente tras ella,
como solías hacer, a la habitación.
¡Oh tú, trocito de tu padre,
mi rayo de alegría, tan pronto extinguida!

La cuarta canción nos presenta el salto a la tonalidad de mayor a menor, como en el lied primero. Vuelve la luz, pero ahora en un poema musicalizado de forma estremecedora, acorde con la terrible angustia que se refleja en la letra y que finaliza con una afirmación, también en contraste con las frases que le preceden:

¡Con frecuencia pienso que no nos abandonaron,
que salieron y que pronto volverán a casa!
¡El día es tan bello, no teman nada!
Sólo han salido para una larga caminata.
Desde luego, se alejaron de nosotros,
pero regresarán ahora a casa.
¡Oh, nada temas, el día es tan bello!
Han ido a caminar por las elevadas colinas.

Han partido antes que nosotros y ya no se les espera en casa.Nos uniremos a ellos en esas alturas., bajo el claro brillo del sol.¡El día es tan bello allá, en las altas colinas! Viene ahora el lied final. El inicio parece indicarnos
que aquí, dado el entorno creado por el poeta y por el compositor, no habrá el contraste de luz y oscuridad, de tonalidades mayores y menores. Sólo la brutal injusticia que, como tormenta implacable, ha arrebatado a los niños de manera cruel y feroz. Pero Mahler alcanza aquí una mágica catarsis: tras la tormenta se hace presente una sorprendente calma sobre las últimas frases del poema, que apunta al descanso eterno de los niños, como en el seno de su madre y protegidos por la mano de Dios.

Es la confirmación de las propias palabras de Mahler para sus sinfonías anteriores: “La muerte como el único camino hacia la vida”:

Con este tiempo, con este tumulto,
no debería haber enviado afuera a los niños;
alguien se los ha llevado y no pude impedirlo.
Con este tiempo, con este tumulto,
no debería haber enviado afuera a los niños;
ellos podrían caer enfermos,
pero eso es ahora sólo un pensamiento vano.
Con este tiempo, con este horror,
he dejado salir a los niños,
y ellos podrían morir mañana,
pero ahora ya no tengo por qué temer aquello.
Con este tiempo, con este horror,
no debería haber enviado afuera a los niños;
alguien se los ha llevado
y no pude impedirlo;
no podría decir una palabra contra eso.

Con este tiempo, con esta tormenta,
con este tumulto,
descansan como en el seno de su madre,
no se asustarán por tempestad alguna,
protegidos por la mano de Dios.
Están esperando, están descansando como lo hacían
en el seno de su madre.