“La acumulación de capital guía
los comportamientos de toda la sociedad, y el delito que ha ido avanzado
es una criminalidad extremadamente racional. Esas viejas categorías
de perversiones, psicopatologías, etcétera, no existían
ni existirán, fueron una justificación y un pretexto
para quitarnos nuestras culpas; como no entendemos por qué
la gente roba y por qué mata, decimos: está loca, pero
no es así”, afirmó.
Tenorio Tagle, profesor e investigador en Ciencias Penales y Criminológicas
en la Universidad Autónoma Metropolitana, dijo que todos los
especialistas han visto que la delincuencia ha crecido de los años
60 para acá, justo cuando el capitalismo avanzado comenzó
a consolidarse.
“Aunado a esto, la sociedad es muy ambivalente; no tiene sentido
robar automóviles si no hay quien los compre. Las personas
se roban los carros no para usarlos sino para venderlos y tiene sentido
porque hay compradores. Entonces, si la sociedad no comprara los bienes
de procedencia ilícita no habría delitos. Nos quejamos
de la inseguridad que experimentamos porque somos asaltados, pero
compramos bienes de procedencia ilícita y estamos contentos
por ello”, señaló. La
seguridad privada fomenta el crimen
Tenorio Tagle, que también es el director científico
del proyecto internacional Ciudades Seguras, afirmó que la
pena, la impunidad y la persecución del delito están
muy mercantilizadas, y prueba de ello es que la tendencia de las
políticas económicas del capitalismo se orienta a
fomentar un mayor disenso de las sociedades frente a las instituciones
estatales de seguridad pública.
“Si hoy le preguntamos a la gente común si tiene confianza
en la policía y en los jueces, todo mundo dirá que
no; esto ha provocado que algunos miembros de la sociedad civil
apuesten por que la iniciativa privada se haga cargo de la seguridad
de la sociedad”, manifestó.
Esto –continúa Tenorio Tagle–, se ve reflejado
en la proliferación de las policías privadas, que
en México ya es un proceso avanzado. En la ciudad de México
el 82 por ciento de la policía es privada. Hay cerca de 100
mil policías privados y sólo 21 mil de la Secretaría
de Seguridad Pública.
“Se tiende a la idea de que el Estado reduciría sus
gastos si le da las cárceles a la iniciativa privada –que
además pagaría impuestos–, y resultaría
un negocio redondo; muchos creen que así se resolvería
el problema, pero no es así, porque estas empresas privadas
viven de este negocio y año con año exigen mayor acumulación
de capital. Las empresas de seguridad privada tendrán un
mayor número de contratos si el miedo continúa difundiéndose:
su negocio es el crimen, y si se alcanza prevenir el delito tienen
que cerrar sus empresas. De esta forma, las cárceles privadas
necesitarían tener más espacios carcelarios para incrementar
sus utilidades. Entonces necesitan más delincuentes y fomentar
el crimen, además de que en nada contribuirían a la
readaptación social de los infractores”, afirmó
Tenorio Tagle.
Etnocentrismo
y criminología
A todo esto hay que sumarle, según Tenorio Tagle, las prácticas
etnocentristas de los sistemas judiciales. En Estados Unidos hay
dos y medio millones de personas en las cárceles y 90 por
ciento son negros y latinoamericanos. Y en el caso de México
y en toda América Latina, se tiene el mismo perfil: la mayoría
de los encarcelados son indígenas, y en Europa comienza a
crecer la población carcelaria de extracomunitarios.
“En el escenario global, el receptor de las violaciones de
los derechos humanos es el mismo: el otro, los extraños a
la comunidad. Hay una sola posibilidad. Y es la construcción
de un nuevo pacto político que parta de la dignidad, que
pueda reconocerse la existencia de diversas identidades y afirmarse
que los otros tienen los mismos derechos, lo cual es impensable
porque nadie estaría dispuesto a impulsarlo”, dijo.
Tenorio Tagle aclaró que este nuevo pacto sería compatible
con el capitalismo avanzado, “sólo que habría
que preguntarle a los nuevos promotores del orden –en el caso
mexicano a Carlos Slim y en el escenario global a los dueños
de las firmas transnacionales–, si consideran que los obreros
de sus fábricas tienen la misma dignidad que ellos, de no
ser así, ésta sería –si no es que ya
lo es– la nueva expresión del etnocentrismo.
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