Año 3 • No. 110 • julio 14 de 2003
Xalapa • Veracruz • México
Publicación Semanal


 Páginas Centrales

 Información General

 Estados Financieros
 
 Observatorio
 de la Ciencia

 
 Arte Universitario

 Halcones al Vuelo

 Contraportada


 Números Anteriores


 Créditos

 

Los negros sin “cimarronería”
Roberto Benítez
Genet avala su obra con su vida. Nacido en París en 1910, hijo de una prostituta, huérfano y criado por una familia de campesinos, sufre desde pequeño la soledad y el desamor. Desde los diez años es recluido en un reformatorio acusado de robo. Esta no será la primera vez que irá a la cárcel: en 1948 fue
condenado por décima vez, lo que lo habría conducido a purgar cadena perpetua de no ser por la intervención de los intelectuales de la época, que apelaron al Presidente de la República Francesa para que Genet obtuviese el perdón.
Sin embargo, el escritor nunca abdicó de su pasado, en sus obras y testimonios llegaba a relatar sin inhibiciones su vida de vagabundo, delincuente y homosexual, lo que a su vez era un correlato de sus convicciones como esteta y existencialista. De ahí que sus primeros intentos dramáticos revelen una fuerte influencia sartreana; aunque con Las criadas (1947) confirmó su sitio como una de las principales figuras del teatro del absurdo, al explorar los complejos problemas de la identidad que poco después preocuparían a los dramaturgos de vanguardia como Samuel Beckett y Eugene Ionesco.

Rebelde, anarquista, violento, errante del mundo, Genet encontró en el aislamiento una forma de canalizar su energía creativa, llega a considerar la humillación como una forma de misticismo, como el camino inverso hacia una depuración espiritual: algo que Sartre recuperó al escribir San Genet, actor y mártir. Sin embargo, Genet no busca la aceptación del público, ni se erige como la voz de la víctima, no intenta el chantaje moral, sino hacer evidente la relatividad de su posición, y nos cuestiona acerca de quién es el infractor, de quién es el marginal y dónde está la prisión si adentro o fuera de los barrotes de la cárcel.
Dentro del Festival Internacional Junio Musical, se presentó en la Sala Chica del Teatro del Estado la puesta en escena Los negros de Jean Genet, dirigida por José Luis Cruz, el público llenó la sala y al final de la función se podría decir que la puesta en escena fue un rotundo éxito, denotado de la reacción del público en su aplauso. Creo que desde luego lo fue, la audiencia se retiró en general agradecida con este trabajo escénico. Por otra parte diría que el gusto no se discute ni tiene por qué ser único y uniforme. El gusto es un placer personal, propio y desde luego respetable. Me refiero a cualquier tipo de gusto o preferencia.
Jean Genet (1910-1986), dramaturgo que da voz a los marginados por haber sido él mismo un habitante de los márgenes, por origen, por circunstancias y por decisión propia, convoca ya desde el título de una de sus obras, Los negros (1958) a poner nuestra
atención, sentido y juicio en una raza paradójica, oprimida y admirada a lo largo de la historia: la llamada raza negra.
Así pues, independientemente del gusto, he de señalar algunas consideraciones: en Los negros, se representa como ceremonia la violación de una mujer blanca a manos de un negro. Genet exalta esta situación al proponer que su obra sea representada por actores negros para un público blanco.

Sin embargo, este planteamiento se minimiza cuando en la puesta en escena dirigida por José Luis Cruz notamos claramente a hombres blancos pintados de negro, ¿cuál es el juego entonces? Si la mayoría de los actores son negros ¿cómo debemos interpretar que algunos sean blancos?, ¿es un símbolo más o simple escasez de reparto? A mi parecer desde aquí pierde fuerza y dirección el espectáculo.

La obra, al pertenecer a un contexto específico, obviamente requirió de una adaptación hacia nuestro contexto, pero ¿acaso el paralelismo se da porque los actores en un momento usen camisetas con la imagen del Che Guevara, de Marcos y después otro más aparezca con un pasamontañas? Esto, además de ser una obviedad y un oportunismo retórico reduce los alcances de la obra dramática. Evidentemente, Los negros es un texto universal con intenciones que, si bien tocan lo social no se quedan allí, tienen que ver con un sentido filosófico y existencial que rebasa a esta puesta en escena.

Por otra parte la puesta en escena contiene elementos que resultan atractivos para el público como la belleza de los cuerpos desnudos, el despliegue de energía de los actores, el tono fársico de algunos personajes, los bailes, la música, la peculiaridad de que los actores sean negros, etc. Estos elementos, entre otros, arman un espectáculo que entretiene al espectador pero no profundiza en el teatro que propone el dramaturgo. Por desgracia no sucede lo que Genet buscó: escandalizar e involucrar a un público que no tenga más remedio que reconocer su complicidad y su hipocresía.

Los negros de Jean Genet, dirección José Luis Cruz, con escenografía y vestuario de Gilberto Aceves Navarro, actúan Ernesto Yáñez, Sergio Acosta, entre otros. Se presentó en la Sala Chica del Teatro del Estado el pasado martes 17 de junio de 2003.