Núm. 4 Tercera Época
 
   
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ENTRE LIBROS

• Pierre Gascar, El reino vegetal, Universidad Veracruzana,
Xalapa, 2007, 143 pp. Traducción de Diana Luz Sánchez.

José Luis Rivas

 

   
 

G.S. Bolivia 3. Lago titicaca

 
     

Tras ocuparse de las sociedades humanas y de algunas sociedades de insectos, el escritor francés Roger Caillois, autor de Pierres (Piedras), uno de los libros más bellos y fascinantes de la literatura del siglo XX, consagró varias de sus obras al estudio de esas sustancias duras y compactas que nos rodean en todas partes. Quiso el tantas veces fecundo azar que Roger se topara cierto día en su camino con una labradorita –piedra de espléndidas mezclas de colores a causa de la interferencia de la luz sobre las inclusiones laminares de feldespato potásico de que está compuesta– para que su prodigiosa curiosidad empezara a abismarse en las profundidades del reino mineral. “Como los antiguos chinos –escribió Caillois–, me he visto inducido a considerar cada piedra como un mundo propio”. Paradójicamente, las piedras, lejos de petrifi carle el pensamiento, brindaron al espíritu y al pensamiento de un hombre de la estirpe de Caillois la oportunidad de ejercer su lucidez y de inventar, o de descubrir, nuevas analogías. Obligándole a genuinos ejercicios de ascesis espiritual –bien podríamos llamarla, ¿por qué no?, mística–, las piedras lograrán silenciar los gustos propios y los sentimientos del autor de De la incertidumbre que dejan los sueños.

Tocadas por la pluma de Caillois, las piedras se revelan como objetos de mito, de poesía y de descripciones cuasi científi cas. En las piedras convergen las diferentes facetas de las preocupaciones del autor, inspirándole además una escritura, densa, de color mate, seca, pero provista muchas veces de un lirismo singular.

Los siete relatos reunidos en El reino vegetal de Pierre (Pedro en español, Pietro en italiano) Gascar, obra publicada originariamente en 1981, constituyen una muestra de lo que podría llamarse conocimiento vivaz: un saber que linda con eso que los antiguos denominaban sabiduría, porque en ese libro las plantas juegan el mismo papel que las piedras en la obra de Caillois. Por vía de una prosa sobria pero que suscita la complicidad del lector, cada relato pone en acción un narrador (otros tantos –siete– avatares del autor), quien descubre en la observación de aquello que le rodea una especie de orden superior que relativiza lo que vive para restituirle su sentido esencial. A partir de modestos elementos –un helecho, un hongo, el tocón de un sauce–, un prisionero de guerra se olvida de la muerte, un niño experimenta su irreductible pero fecunda diferencia, un hombre que envejece se fortifi ca con la idea de que “eso que parcialmente nos aparta del mundo exterior nos reimplanta en el lugar de nuestro arraigo, en nuestro elemento original, en la verdad esencial de nuestra existencia”.

Descubriendo las gelatinosas eflorescencias del más antiguo de los vegetales terrestres, el nostoc, al tiempo que medita en el hecho de que esa muestra pura de la materia original de la vida (la cual, por si fuera poco, habrá también de sobrevivirnos) es asimismo la más discreta, la más ignorada, el autor se pregunta además sobre nuestra aberrante jerarquía de valores. Pues bien, al genio de Gascar le basta con introducir unos cuantos haces de helechos en un campo de prisioneros de guerra, en donde no se veía desde hacía mucho una brizna de hierba, para provocar entre esos hombres un choque psicológico y complejos sentimientos que habrán de entenderse con mayor claridad cuando se sepa la extraña procedencia de esos vegetales.

Un hombre que envejece se siente cada vez más cerca del tocón de cierto árbol que ha cortado... Como en la mitología, el trigo y la amapola se ven aquí asociados, pero esta vez insertos en las contradicciones del mundo moderno, y nos trasladan de la lucha contra la producción del opio a la guerra de Afganistán, dejándonos entrever, con muchos años de anticipación, los oscuros motivos que pueden estar en la base del macabro episodio de las Torres Gemelas... en fin, tres prisioneros se fugan a través de un bosque cuyo término jamás aparece. Nadie, o casi nadie conoce al nostoc, la única alga terrestre: un paseante, durante un verano lluvioso, descubre nada menos que la explicación de la naturaleza...

El puesto que los vegetales a veces ocupan en nuestro destino –o en todo caso, en nuestra vida interior inconsciente–, nos es recordado en cada uno de los relatos que Pierre Gascar ha agrupado con el título de El reino vegetal. La palabra “reino” debe entenderse aquí en por lo menos dos de sus sentidos: designa tanto las grandes divisiones de la naturaleza como el ejercicio de un poder soberano. En estas páginas podrá advertirse que dicho poder reviste a veces el carácter de una auténtica dominación. Así, respecto de los árboles, Michel Tournier ha escrito: “hace veinticinco años planté dos abetos en mi jardín. Medían un metro cincuenta y los coloqué a diez metros de distancia el uno del otro. Ahora deben medir unos quince metros, y sus ramas inferiores pronto se tocarán.

 

 

 
 
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