Núm. 4 Tercera Época
 
   
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ARTES

Gracias, Dago
Francisco Beverido

Francisco Beverido Duhalt. Actor, maestro e investigador
teatral. Ha sido director de la Compañía Titular de
Teatro de la UV y fundador del Centro de Investigación
Teatral Candilejas. Recibió en 2007 la Medalla Xavier
Villaurrutia al Mérito Teatral por parte del INBA.

Para Dagoberto Guillaumin, en mínimo homenaje

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El álbum de María Ignacia Foto: Alejandrina Peña. Archivo de Candileja

 
     

A lo largo de los años, desde que empecé a interesarme por el teatro y a participar en él, tuve la fortuna de trabajar con casi todos los directores que han estado en la Universidad Veracruzana. Me ha tocado estar presente en casi todas las épocas del teatro universitario, las buenas, las malas y las peores, y he abarcado todos sus niveles, desde el teatro estudiantil y de aficionados hasta el teatro profesional.

En este recorrer senderos hacia atrás y hacia adelante, el tiempo me brindó la oportunidad de borrar el “casi” que mencionaba al principio y que implica una carencia y de la cual, por serlo, no tenía una idea clara de su importancia y de su valor.

El único director de la Compañía de la Universidad con el que no había tenido la oportunidad de trabajar (repito, por razones estrictamente cronológicas) era el fundador de la misma. No es lo mismo, de ninguna manera, tener referencias, alusiones más o menos vagas que un conocimiento directo. Conocer el nombre y algunos rasgos de la fisonomía de una persona no nos dan una idea clara de ésta.

A pesar de ser coterráneos, y de una relación entre familias que se remontaba muchos años atrás (mi abuelo fue el médico de su familia), empecé a conocer realmente a Dagoberto Guillaumin cuando, siendo yo Director del Instituto de Teatro de la Universidad, la Compañía Titular se propuso la reposición, a treinta años de distancia, de una obra de Emilio Carballido: Felicidad. Era un homenaje ya entonces debido a los iniciadores de este teatro nuestro, tan grande y tan rico muchas veces.

Lo conocí mejor unos años más tarde, cuando volvió a la Universidad y se hizo cargo durante un corto periodo de la Dirección de la Facultad de Teatro y de la Compañía. A invitación suya me integré entonces a la planta docente de la Facultad y participé
en la reestructuración del Plan de Estudios.

Tuve así oportunidad de constatar la firmeza de sus convicciones y la flexibilidad de su carácter. En él la firmeza no era sinónimo de terquedad, y aunque en ocasiones no estuviera de acuerdo con nuestras propuestas, las aceptaba en virtud del consenso, aunque defendía sus convicciones. Las discusiones, los análisis, y las charlas me fueron develando al personaje.

Mi interés por la historia me llevó a un conocimiento más a fondo. Hay ahí todavía muchas lagunas todavía acerca de esa trayectoria personal tan larga como importante. Pero para el proceso de la Universidad descubrí cosas de mucha mayor importancia de lo que suponía.

Los frutos que ahora vemos, los que ha conocido mucha gente, tienen raíces más profundas y más grandes de lo que imaginamos. En aquel momento, a principios de los cincuenta, el terreno era fértil en más de un sentido, y pudo proporcionar
el alimento necesario para el desarrollo de un árbol muy sólido, gracias, claro, a que la semilla era también sólida y energética. Porque hacía falta eso, la mucha energía, mucho tesón y mucha fuerza para provocar el surgimiento de un bosque, entonces pequeño, pero que habría de extenderse con el paso del tiempo.

La Universidad iniciaba un despegue importante: se fundaban varias escuelas (Filosofía, Letras, Historia, etc.), se creaba el Departamento Editorial y se fundaba La Palabra y el Hombre.

Los conocimientos, las convicciones, el empeño de Dagoberto Guillaumin abrieron el terreno y se preocuparon en cuidarlo, abonarlo, regarlo. El teatro universitario veracruzano no surgió de la nada, pero en un lapso muy breve consiguió frutos grandes, importantes. Dagoberto jardinero y Dagoberto semilla consiguieron colocar, en apenas unos años, el nombre de la Universidad Veracruzana en el panorama del teatro mexicano.

El primer gran destello fue aquel memorable estreno de Moctezuma II de Magaña. Corría el riesgo de quedarse en un simple chispazo, en una casualidad, en un accidente. Los estrenos posteriores, desde Las cosas simples hasta La danza que sueña la tortuga fueron confirmando y consolidando la robustez del árbol, del tronco, y no sólo el colorido de las flores. Hubo tropiezos, es cierto, frutos que no fueron tan grandes ni hermosos como se deseaba, pero ya entonces las raíces se habían afi anzado sólidamente sobre el terreno.

 
 
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