Abril-Mayo 2003, Nueva época No. 64-65 Xalapa • Veracruz • México
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Las tendencias del arte actual mexicano quizá no existirían sin mi influencia: Cuevas
Claudia Díaz Rivera

 

“El violín fue para Ingres lo que la escritura es para mí”, afirma José Luis Cuevas, quien no sólo ha utilizado las artes plásticas para expresarse, sino que también ha adoptado la escritura como medio para reconstruir y mostrar su mundo interior. Acerca de esta tendencia y de otros temas que emergen de su bitácora de vida y obra
–como la muerte, la nada, la religión, la felicidad, el amor, la infancia y, por supuesto, el proceso creativo- habla el pintor, cuya calidad artística y tendencia protagónica lo han convertido en uno de los creadores más importantes y controvertidos de nuestro país.

Sobre sí mismo, José Luis Cuevas ha tejido innumerables historias, cuyas madejas se entrelazan con los lienzos del arte, la creación, las raíces, las creencias, la mujer, el amor… de manera que, como la mítica Pandora, ha dejado escapar de su caja personal las pasiones, el egocentrismo, las obsesiones, la demencia, el sufrimiento y la muerte; pero, a diferencia de aquel personaje mitológico, Cuevas ha dejado que también salga lo que de benévolo tiene la vida.
Ciertamente, el pintor no necesita las voces de los críticos porque con su propio eco ha podido dar cuenta de su vida y su obra. Las autobiografías Cuevas por Cuevas (1965), Cuevario (1973) y Gato macho (1994), además de otros libros como Confesiones de José Luis Cuevas (1975) y Cartas a Bertha. Historia de un amor loco (1999), constatan la necesidad del artista de descorrer el velo que lo cubre, o quizá de alimentar su tendencia narcisista.
Adolfo Castañón lo afirmó: “José Luis Cuevas no es, desde luego, el único pintor mexicano que escribe, Siqueiros, Orozco y Rivera han sabido también ser grandes elocuentes. Pero es sin duda el más fecundo y prolífico comentarista e historiador de sí mismo. No sólo eso, a estas alturas ya se puede sostener que lo que (lo) lleva a la escritura es una vocación al menos tan poderosa como la vocación artística y plástica… La pulsión de la autobiografía y del autorretrato recorre tanto la obra escrita como la obra dibujada, grabada, cincelada, esculpida o fraguada por Cuevas, y en ambos terrenos se da una teatralización del narcisismo”.
No obstante, el crédito no sólo es del artista, pues a su obsesión de hablar sobre sí mismo, debemos sumar la tendencia de otros autores de escribir acerca del universo personal y plástico de Cuevas, tendencia que surgió casi simultáneamente con la aparición de los primeros trazos y desplantes del dibujante mexicano. Numerosos ensayos, textos, críticas, artículos, relatos y poemas –creados por escritores mexicanos, latinoamericanos, europeos, estadounidenses y más– forman parte también del inmenso rompecabezas que desde hace décadas José Luis empezó a armar, por lo que es lógico suponer que a esta estructura le faltan ya muy pocas piezas.
Según el autor de La Giganta, prácticamente se le ha cuestionado todo, al tiempo que ha confesado y escrito todo; sin embargo, admite que para hablar de sí mismo y de su trabajo artístico es insaciable, además de que reconoce que en su caja negra aún hay historias grabadas que no han sido expuestas a la luz pública. Por otra parte, sabe que el tiempo mucho de lo que somos y de lo que vemos transforma, por lo que quizá aquello que repudió en el pasado es ahora una necesidad, aquello que adoptó hoy forma parte del olvido o aquello que amó y admiró es actualmente un recuerdo… Son pues estos nuevos juicios, sentimientos, condiciones y percepciones sobre temas vitales, además de algunos vestigios de la memoria, lo que nos revela en la siguiente conversación José Luis Cuevas, quien visitó la ciudad de Xalapa para inaugurar en la Galería Universitaria Ramón Alva de la Canal su exposición Obra Gráfica (1962-2002), la cual fue exhibida durante abril y mayo.
A lo largo de los años innumerables críticos, literatos y periodistas, entre otros, han escrito y opinado acerca de su vida y obra. ¿Se ha dicho lo suficiente? ¿Existen preguntas no formuladas, cuyas respuestas quieren salir de José Luis Cuevas?
Me imagino que resulta difícil hacerme una entrevista y formularme preguntas nuevas, porque prácticamente se me ha cuestionado todo. Incluso, hay libros de entrevistas extensas; el más conocido es Confesiones de José Luis Cuevas, de Alaíde Foppa, quien
ya murió.
No obstante, soy insaciable en eso de hablar de mí y de reunir opiniones y textos que traten sobre mi vida o mi trabajo. Hace poco tiempo Conaculta editó dos tomos que incluyen una compilación de lo que han escrito acerca de mí los escritores, no los críticos de arte, y de éstos aparecen prácticamente todos los mexicanos –como Carlos Fuentes, Octavio Paz y Carlos Monsiváis, entre otros–, excepto Juan Rulfo, pues además de que realizó sólo dos libros, nunca escribió sobre artes plásticas.
También están contenidos textos de otros autores latinoamericanos y europeos, entre ellos Mario Vargas Llosa, Alejo Carpentier y André Pieyre de Mandiargues. La lista de nombres es larga, son aproximadamente 90 escritores y 120 textos reunidos por Luis Eduardo Cabrera, quien en la Biblioteca del Museo José Luis Cuevas se dedicó a revisar libros, revistas y otras publicaciones. El resultado de toda esta labor se tituló José Luis Cuevas visto por los escritores.
Hay otro libro integrado por poemas que me han dedicado autores como Octavio Paz, José Emilio Pacheco, Marco Antonio Montes de Oca, Homero Aridjis… en fin, casi todos los poetas mexicanos, con excepción de Sabines. De tal suerte que esta publicación es la suma de las creaciones poéticas realizadas bajo el influjo de mi trabajo plástico: las artes plásticas nutren a la literatura y viceversa.

A pesar de la cantidad de datos incluidos en esa bitácora de vida y obra, quizá haya algo aún no revelado, porque cada ser humano tiene una caja negra. ¿Qué existe en la caja negra de Cuevas?
Tal vez haya algo de información no expuesta a la luz pública, pero es poca, ya que, además de lo que han dicho sobre mí narradores, poetas, críticos, etcétera, yo he escrito una gran cantidad de notas periodísticas, llamadas también Cuevarios, que son autobiográficas. Soy un obsesivo de las autobiografías; por lo tanto, el que más ha hablado de Cuevas soy yo. Prácticamente no han quedado cosas guardadas o censuradas… casi todo lo he dicho con una actitud a veces descarada.

¿Dejó de escribir después de la muerte de su esposa?
No, seguí escribiendo los Cuevarios, pero puse a descansar la novela que tengo en proceso. Lo que dejé de hacer en forma definitiva fue retratarme todos los días, pues era un proyecto que llevé a cabo siempre contando con la complicidad de Bertha, y el cual –imaginé– culminaría con mi muerte, pero ella falleció primero.

Entonces, siguió publicando…
Así es, seguí haciéndolo semanalmente. Entonces, cambié de casa, dejé el Excélsior y me fui a El Universal. En ese momento le di un giro distinto a mis textos, ya que durante el primer periodo los Cuevarios no tenían un orden cronológico, sino que los escribía conforme la memoria me lo permitía y conforme los recuerdos me llegaban. Desde el inicio de la segunda etapa escribo una especie de diario en el que incluyo todo lo que me sucede durante la semana, y todo es todo, no hay una selección, todo tiene importancia, desde un encuentro con alguna persona hasta una conversación telefónica. Tengo la costumbre de anotar el tema de la conversación mientras hablo por teléfono, pero en esos momentos también tengo el hábito de hacer dibujos en mi cuerpo, como si fueran tatuajes efímeros.
El tatuaje es una forma de expresión que también me ha interesado, aunque nunca me he tatuado. Cuando dejé México (en 1976) y me fui a vivir a París con toda la familia tuve la ocurrencia de tatuar mujeres con dibujos míos; por supuesto yo no las tatué sino que lo hizo un tatuador profesional. Para ello, en una galería de Polanco, se expuso una serie de autorretratos míos, con el fin de que las mujeres escogieran uno solamente, nadie repitió el diseño porque eran
piezas únicas.
Todo esto se realizó con la idea de ver cómo mi imagen se envejecía conforme envejecían las modelos, pero no las he vuelto a ver; ya han pasado más de 25 años y lógicamente han envejecido junto conmigo. También lo hice para despedirme de México y como un acto de amor hacia las mujeres; por eso sólo tatuamos mujeres mexicanas. De hecho, el día del evento apareció una persona que quería ser tatuada, pero por su acento reconocí que era francesa, por lo que le recomendé que viajara a Francia para dibujarla allá.

¿Una vez tatuadas expusieron a las mujeres, es decir las exhibieron como si fueran obras de arte? Lo pregunto porque con las ideas excéntricas que usted tiene lo
creo factible.
Eso hubiera sido espléndido, pero esa idea, que me parece estupenda, no se me ocurrió. Existe la posibilidad de hacerlo en este momento si pudiera reunirlas, si investigara dónde están, si pusiera un anuncio y las convocara.

A propósito del paso del tiempo, ya han transcurrido cerca de 30 años desde que Alaíde Foppa lo cuestionó acerca de la muerte, la vejez, la enfermedad, el tiempo, Dios, la nada y la gloria póstuma, además de la familia, el amor, la mujer, el arte y México. ¿Los sentimientos y los juicios que usted externó en ese entonces sobre dichos temas han sufrido modificaciones?
Yo debería releer el libro de Alaíde, pues obviamente no lo recuerdo todo. Sin embargo, creo que mi percepción sobre esos temas vitales ha cambiado debido a que el transcurrir de los años provoca transformaciones no sólo físicas, sino también de otro tipo, aunque por ser tan obsesivo quizá haya cosas que prevalezcan y que tengan que ver con mi presente.
En ese entonces, la muerte era una obsesión no sólo por el hecho de que siempre me ha seguido sino porque en ese periodo estaba muy enfermo y pensaba que iba a morir ese año, en 1973, cuando falleció Picasso. Incluso, en una entrevista, no en la que Alaide me hizo, afirmé: “1973 será el año de la muerte de Picasso y el de mi muerte”, pero ocurrió la primera mas no la segunda. De tal manera que cuando eso sucedió, me asusté muchísimo y pensé que así como había acertado en la primera predicción acertaría en la segunda; no obstante, sigo vivo.

Ha afirmado que desde la niñez la muerte ha sido una presencia constante, incluso anticipó la suya en varias ocasiones. ¿Qué piensa acerca de ella hoy que ha vivido durante 69 años y que ha
padecido el deceso de quienes ha admirado y ha querido?
Hoy, mi idea sobre este final inevitable es otra, puesto que ya no siento la muerte próxima; además se me ha dicho que soy longevo y que voy a vivir muchos años más. No obstante, el temor de que mi corazón esté dañado me ha acompañado desde que era niño. Cuando tenía 10 años permanecí en cama mucho tiempo, pues de acuerdo con el diagnóstico del cardiólogo padecía de fiebre reumática, enfermedad que, según un aforismo médico, “lame las articulaciones y muerde el corazón”. De ahí que viva con la preocupación –mas no con la obsesión– de que muera en cualquier momento. Lo que sí me angustia es fallecer de una muerte repentina, ya que quien muere de una enfermedad prolongada, de alguna manera se va desarraigando poco a poco de la vida. En cambio, es aterrador pensar que de un golpe te arranquen la vida y, con ello, tus proyectos.

Nadie tiene la certeza, pero muchos opinan, incluso usted lo ha hecho, que después de la muerte está la nada. ¿Ésta sigue siendo una idea que lo aterroriza?
Sí, eso todavía me sigue angustiando, aunque últimamente he tratado de aferrarme a ciertas ideas religiosas que me sirven de apoyo para pensar en que la vida tiene una prolongación más allá de la muerte y en que la nada angustia y tortura a los que son ateos, a los no creyentes.

¿Esa creencia de un Dios
realmente es genuina o es una necesidad de asirse de algo para no enfrentar la nada? Es decir, ¿cree en Dios por amor o por conveniencia?
El interés o la conveniencia nos arrastran más que el amor genuino. No a todos, pero sí a la mayoría, y lo digo porque yo tengo una hermana monja para quien la vida no es más que un tránsito para llegar al encuentro con Dios. Su fe elimina la angustia que muchos padecemos ante la idea de morir.
Recuerdo que cuando Bertha murió se reunieron varios amigos en mi casa, quienes se mostraron realmente compungidos; incluso, yo llegué a llorar a pesar de que nunca lo hago…

¿Porque se reprime o porque verdaderamente le cuesta mucho trabajo?
Por el hecho de haber tenido un padre machista que decía que los hombres no lloraban, lo cual es absurdo debido a que los hombres, igual que las mujeres, también sentimos y sufrimos… En fin, aquel día vi a mi hermana muy serena y le pregunté que por qué no lloraba; ella me contestó que no había razón pues tenía la seguridad de que Bertha estaba ya con Dios.
En ese entonces empecé a ser visitado por muchas tanatólogas, pero lejos de tranquilizarme me dejaban más angustiado, y en las noches no podía dormir por todas las cosas que me decían; además, sentía una terrible soledad, de esas soledades que te deja el hecho de saber que aquella persona amada se ha ausentado definitivamente. Sin embargo, después del tiempo transcurrido, volví a descubrir el amor y, con ello, estoy iniciando una nueva etapa.

Eso es importante para su vida y también para su trabajo, porque el amor motiva a crear.
Definitivamente, es uno de los impulsos más importantes para los artistas.

¿Algún consuelo le deja saber que, a través de su obra, Cuevas estará presente aun después de su muerte?
No, eso realmente me tiene sin cuidado. Lo importante es lo que vemos, hacemos y creamos en esta vida.

Apoyados por los retratos de José Luis Cuevas podemos indagar en su rostro parte de su personalidad y suponer algunas de sus obsesiones, pero cuando Cuevas se posa frente a un espejo qué descubre, qué le sorprende, qué le conmueve de él mismo.
Definitivamente sigo observándome de manera obsesiva. En el estudio hay varios espejos en los que me observo todas las mañanas, y me dibujo porque soy el modelo que tengo más a mi alcance. Así inicio las labores del día, dibujándome… Pero cuando me enfrento al espejo lo hago con la intención de detectar mi estado de ánimo, ya que éste puede cambiar. No se puede estar feliz todos los días, ni triste ni depresivo, pues tales estados aparecen y desaparecen fácilmente por diversas razones. Lo que sí creo es que los estados depresivos son más frecuentes que los sentimientos de felicidad.

¿Recuerda algún momento de felicidad intensa?
Sí, acababa de exponer en Nueva York y caminaba por la Quinta Avenida. Era un día agradable pues empezaba el invierno pero aún no caía la nieve; de pronto fui descubriendo que en cada puesto de periódicos había un diario o una revista en los que hablaban de mí. Los comentarios eran elogiosos; por tanto, conforme daba un paso me decía “aquí estoy, aquí se habla de mí, aquí estoy fotografiado…”, y eso me llevó a un estado de exaltación y de enorme alegría. Ese día siempre lo recuerdo como uno de los más alegres, aparte de los días de mi infancia, cuando jugaba o iba a la playa.
Considero que los momentos de felicidad pueden aparecer también cuando surge una idea que consideras brillante para una obra que vas a realizar, pero más que de felicidad son instantes de plenitud, los cuales pueden presentarse en el proceso de creación. Creo que al escribir un poema o realizar una obra de arte, el artista, inmerso en un estado de plenitud, establece una comunicación con algo o con alguien; no me refiero a los espectadores ni a los compradores de obra ni a los críticos, sino al diálogo fantástico que se mantiene con Dios: dibujar o crear es una forma de dirigir una oración al ser supremo.

¿Las experiencias vividas en la infancia, etapa en la que padeció la enfermedad, la muerte y la represión paterna, nutrieron parte de su mundo plástico?
Sí, definitivamente. Mi obra revela, de alguna manera, aquellas situaciones que viví cuando era niño, situaciones de enfermedad, de tristeza ante la pérdida de los seres amados, de soledad… Recuerdo que, siendo muy chico, mi abuelo murió y eso me provocó un sentimiento profundo de soledad, pues era un hombre muy bueno y nos llevábamos muy bien con él. Después de su fallecimiento, cuando regresamos a su casa y vi su cama como deshabitada, sentí por primera vez el vacío que deja la ausencia de alguien que amas, al tiempo que empecé a adquirir conciencia de lo que era la muerte. Pero también, por vez primera pensé que Dios no existía, cosa rara en un niño.
También la literatura ejerció una gran influencia en mí, ya que de niño y de adolescente fui buen lector. Cuando tenía 16 ó 17 años empecé a frecuentar hospitales y prostíbulos, en los que había personas que relacionaba inmediatamente con personajes literarios; por ejemplo, en los rostros de las prostitutas veía la cara de Sonia, de Crimen y castigo, o retomaba algunos elementos que Julián Sorel, de Rojo y negro, utiliza para abrirse camino de manera un tanto oportunista; claro, en mi caso no se ha dado el oportunismo pero sí la búsqueda de la notoriedad, del reconocimiento y del éxito.
En los manicomios dibujaba a los locos y en los hospitales a los enfermos. Una vez, en el Hospital General, me acerqué para observar y dibujar a un hombre que agonizaba, y cuando estaba trazando el retrato del enfermo vi el rictus de la muerte y supe inmediatamente que había fallecido. Ese momento fue muy especial porque pude captar la línea que divide la vida de la muerte; incluso hubo un cambio dentro del dibujo, ya que en él no sólo quedó expresada la agonía, sino también el deceso. Más tarde aparecieron el médico y las enfermeras, quienes le cerraron los ojos, lo cubrieron con una sábana y me informaron lo que yo ya sabía.

¿Algún día Cuevas se permitirá sustituir lo grotesco por lo bello, el claroscuro por el color, la miseria por el gozo, el infortunio por la ventura…?
Sin duda es difícil predecir eso. No es fácil saber qué es lo que voy a hacer en el futuro o qué cambios se van a dar en mi trabajo creativo. Hay quienes descubren el paraíso cuando envejecen, y ello les da la oportunidad –en el caso de los artistas– de darle un giro a su obra. Por ejemplo, Matisse, quien de alguna manera en su obra siempre reflejó lo que los franceses llaman joie de vivre “la alegría de vivir”, cuando envejeció desarrolló temas aun más alegres. Quizá esto ocurra debido a que el hombre, al sentir la muerte próxima, descubre un estado de plenitud muy cercano al paraíso.

El inconsciente nos tiene reservados muchos desconciertos, asombros y sobresaltos allá donde la conciencia no los espera. ¿Se ha sorprendido alguna o muchas veces por lo que ha creado sí con la línea, sí con la mano, pero no con la razón?
Creo que sí interviene la conciencia en el proceso creativo, aunque, ciertamente, a veces al artista lo asalta un automatismo y las cosas aparecen como si estuvieran dictadas por alguien, como si una fuerza externa dirigiera su mano, de tal manera que los resultados se van construyendo con extraordinaria facilidad. Eso es fantástico, porque a veces nada funciona, las cosas no salen, no se puede hacer nada, aun cuando el creador tiene habilidad y facultades ya demostradas. Pero cuando surge ese automatismo
–que practicaban mucho los surrealistas– la obra se realiza con suma destreza, sin concentración y el resultado siempre es bueno.
Ahora, te digo que sí hay conciencia debido a que yo casi siempre trabajo con temas predeterminados que voy desarrollando en diferentes obras; ése es mi método. Por tanto, sí es una labor hecha con el más absoluto conocimiento.

Pero, a veces, en los resultados ¿no descubre algo que le es extraño o desconocido?
Sí, ése es otro de los misterios de la creación. Efectivamente, muchas veces cuando quieres realizar algo, por ejemplo dibujar un personaje que viste en la calle al dar un paseo, por alguna razón no puedes hacerlo, pero sigues trabajando, y en ese lapso puede surgir, sin proponértelo, algo que viste hace años en algún sitio donde estuviste, o en los sueños, porque éstos también nutren la obra artística. Eso sí sucede, es decir, que una imagen se imponga sobre lo que quieres dibujar.

Con su inclinación por ser reconocido, causar polémica y estar en la escena pública, ¿ha respetado la autonomía de su obra, ha dejado que su producción plástica hable por sí misma?
Claro, lo más importante es lo que voy creando como artista, pero al mismo tiempo no desecho la publicidad o el hecho de convertirme en una figura pública, pues, definitivamente, eso forma parte de mi personalidad, además de que no afecta la obra.
Por otra parte, a lo largo de los años he sentido la necesidad de estar explicando lo que hago, es decir, si la imagen no es suficientemente elocuente considero imperioso hablar por ella: mi obra es el reflejo de las experiencias que he vivido; por tanto, debo hablar de ellas para facilitar la comprensión y la interpretación que se haga de mi trabajo. De ahí mi obsesión por los textos autobiográficos.

¿Qué impulso lo orilló a expresarse a través de la escritura, si ya tenía de su lado a las artes
plásticas?
Un creador puede expresarse a través de muchas formas. A eso los franceses lo llamaban el Violín de Ingres, ya que Ingres no sólo fue uno de los más grandes dibujantes del siglo xix, sino que también fue violinista: después de sus jornadas de trabajo como pintor tocaba su instrumento. De tal suerte que el violín fue para Ingres lo que la escritura es para mí.

Además del cine y de la literatura, ¿existe un nexo entre su obra con otras artes, como la arquitectura, la música, la danza y el teatro?
No. He hecho trabajos para teatro, pero no creo que eso haya obedecido a un interés profundo por esta disciplina. También he realizado escenografías para ballets en Nueva York; sin embargo, no dejan de ser trabajos por encargo. La música, de alguna manera, también es importante para mi proceso creativo, la escucho mientras trabajo. Pero, definitivamente, las mayores influencias en mi obra han sido la literatura y el cine.

“A corto plazo, es seguro que ha hecho más daño que bien al desarrollo de la plástica mexicana, sobre todo a la generación actual de jóvenes que ven en los desplantes públicos de Cuevas (…) un ejemplo a seguir”, afirmó Ida Rodríguez Prampolini. ¿Qué opinión le merecen estas líneas?
No estoy de acuerdo con Ida en lo más mínimo. Yo creo que he hecho más bien que mal, porque muchas de las tendencias del arte actual en México quizá no hubieran existido sin mi presencia. Incluso las expresiones que aparentemente pudieran estar más distantes de mi trabajo
–como las instalaciones y otros productos que surgen del arte conceptual–, y digo aparentemente porque eso yo lo hacía desde hace mucho tiempo, por ejemplo, el mural efímero, el tatuaje de mujeres, la muestra Signos de vida en la que expuse mi semen, el electrocardiograma tomado durante las relaciones sexuales… todo eso me acerca mucho a lo que hacen actualmente.

¿Cuál ha sido, entonces, la mayor aportación que José Luis Cuevas le ha dado al arte mexicano?
Más que nada una renovación del lenguaje figurativo y una visón distinta de la conducta de los seres humanos, ya que pude interpretar la conducta humana desde un enfoque distinto. Porque mi obra es expresionista, aunque no soy un seguidor fiel del expresionismo alemán o del expresionismo mexicano; menos aún de la pintura de contenido político o de contenido folclórico, como es el caso de Diego Rivera.

¿Está de acuerdo en que otros artistas retomen de la obra de Cuevas lo estrictamente necesario para crear un lenguaje propio?
Sí, todos los creadores salen de otros artistas, eso lo decía Picasso; lo importante es que eviten copiar lo que otros hacen. Por ejemplo, aunque Picasso haya hecho variaciones sobre la obra de Velázquez, de Ingres y de Delacroix, siempre reconoceremos su obra, porque es inconfundible, porque Picasso es Picasso. De hecho, él más que contemplar la realidad era un observador de la pintura de diferentes épocas, pues le apasionaba el arte, y no visitaba muchos museos, sino que veía reproducciones de obras de arte.
Yo tampoco soy muy afecto a ir a los museos, por lo que cada vez que Bertha me invitaba a ver una exposición me negaba y mejor le pedía que comprara el catálogo. Uno, a través de los libros, puede tener sus museos en casa y, con ello, evitas caminar entre
multitudes.

¿Qué opina de los movimientos vanguardistas en cuyas bases está ausente el dibujo?
El problema radica en que, en la actualidad, los jóvenes prácticamente han eliminado las materias tradicionales; ya no dibujan pues para ellos no es importante. Bueno, esta tendencia surgió con el dadaísmo en Europa, después de la Primera Guerra Mundial. En 1917, Marcel Duchamp expuso en el Salón de Artistas Independientes de Nueva York no una escultura, sino un urinario (su famosa “Fontana”), al cual llamó ready-made “el objeto ya hecho”. Esto no significaba que Duchamp no supiera dibujar o pintar, porque antes del dadaísmo lo hacía con verdadera maestría. Y así como él, todos los que formaron parte de ese movimiento artístico tuvieron ideas innovadoras, pero también talentos comprobados.
En México, para conmemorar un año más del museo José Luis Cuevas, presentamos una exposición –fue la última que organizó Bertha, por cierto– llamada Homenaje al lápiz, que fue como la muestra de que con un simple lápiz y un pedazo de papel se puede inventar un mundo y de que, con talento, no es necesario recurrir a la tecnología moderna y sofisticada (cabe señalar que yo soy incapaz de manejar una computadora). Con ello, no quiero decir que estoy en contra de la tecnología. Sé que tanto con un lápiz como con una computadora se puede inventar y crear algo. También sé que lo importante es el artista, no el instrumento.

¿No cree que muchos artistas o seudo artistas esconden su talento y su inhabilidad para dibujar detrás de esas tendencias vanguardistas?
Por supuesto que sí. Creo que muchos de estos artistas, sobre todo del ámbito mexicano, no están capacitados. Lo que pasa es que han descubierto el arte y les parece algo verdaderamente maravilloso, pero no tienen talento; además, la mayoría de los pintores de vanguardia y de los instalacionistas han transformado la imagen del artista; parecen más yuppies, hombres de negocios exitosos, que otra cosa. Claro, cuando tienen talento el atuendo no importa.

¿Cuál es su apreciación en torno a las nuevas tendencias que pueblan el arte de este siglo como la instalación, el arte objeto y el performance?
Esas formas de expresión tienen valor siempre y cuando quien las realice tenga talento. Por ejemplo, en México hay un grupo de artistas con propuestas interesantes, se llama Semefo –que es el acrónimo de Servicio Médico Forense– y suele trabajar con cadáveres. Definitivamente, sus integrantes tienen un talento excepcional.

¿Cree que actualmente exista un movimiento plástico importante en algún lugar de nuestro país, que logre trascender y sumarse a la historia del arte mexicano?
En México siempre ha habido una vocación extraordinaria para las artes plásticas y en la historia del arte mexicano están registrados muchos nombres, por lo que pienso que en cualquier momento puede surgir un gran artista que nos sorprenda, que haga grandes aportes. Por el momento siento que, salvo pocas excepciones, el panorama plástico mexicano es bastante pobre y bastante repetitivo, y lo digo porque muchos creadores se dedican a copiar las tendencias europeas o de Nueva York.

A muchos nos interesa saber si José Luis Cuevas valora, aprecia o bien critica el trabajo de algún o de algunos artistas jóvenes mexicanos o extranjeros que produzcan en nuestro país.
Considero que hay algunos importantes –como los que forman parte del grupo Semefo, con quienes quizá me sienta identificado debido a que también trabajé con cadáveres y con el tema de la muerte–, pero no quisiera mencionar sus nombres pues podría olvidar algunos. Sin embargo, sí te puedo decir que hay artistas talentosos y, sobre todo, grandes vocaciones.

Alguna vez afirmó que México era su enfermedad, que lo asfixiaba y que no pensaba volver. ¿Qué lo hizo regresar, qué lo motiva a vivir en este país?
Vivo en este país porque realmente no puedo prescindir de él, lo necesito, es como un estimulo para mi trabajo creativo. En París residí mucho tiempo y en ese periodo viajé por varias partes de Europa, pero de pronto surgió ese sentimiento de nostalgia, de necesidad de la tierra donde nací, porque aquí están las raíces, los afectos, lo propio… por eso vivo en México. Tengo necesidad de mi país.