Abril-Mayo 2003, Nueva época No. 64-65 Xalapa • Veracruz • México
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Los estudios históricos sólo los leen los historiadores
No hay liderazgo en centros de enseñanza e investigación histórica: Enrique Florescano

Alma Espinosa

Para el historiador Enrique Florescano Mayet, desde 1980 se advierte en el país un proceso creciente de deformación del cultivo de la historia en los centros académicos. Actualmente hay una caída de los niveles establecidos por la historiografía profesional, un deterioro alarmante de las instituciones y una pérdida del rigor intelectual que animó su estudio. “El primer indicador de esa debacle es la ausencia de un liderazgo en las instituciones dedicadas a conducir la enseñanza, investigación y difusión de los conocimientos históricos”.
En su conferencia “Perspectivas de la historia y el historiador y sus enfoques en el siglo xxi”, dictada durante el IV Encuentro de Estudiantes de Historia del Altiplano Central, realizado del 12 el 16 de mayo en la Facultad de Historia, el doctor Honoris causa por la uv dijo, ante un auditorio colmado por estudiosos de la disciplina, que tal caída contrasta con lo ocurrido en los años cincuenta o setenta, cuando las instituciones eran dirigidas por los grandes investigadores.
Enrique Florescano Mayet puso la voz de alarma sobre la crisis que vive la enseñanza e investigación histórica en nuestro país. (Foto: Luis Fernando Fernández)
 

En aquel entonces se tenía la idea de hacer grandes empresas de estudio, formar profesores y crear nuevos programas. “Hoy ese impulso se ha desvanecido. En la mayoría de nuestros centros, una idea equivocada del quehacer científico separó la investigación de la enseñanza, de modo que la primera no apoya más ni renueva a la segunda, mientras la investigación camina sin brújula, sin programa, sin metas… y se abandona a los impulsos individuales de cada investigador”.
En las décadas de los setenta y ochenta se perdieron los antiguos niveles de rigor y excelencia académica y, lamentablemente, fueron sustituidos por prácticas populistas, ideológicas, gremiales o burocráticas. Pero, hoy, lo más alarmante es la ausencia de crítica a las propuestas y la consiguiente imposición de sus contenidos ideológicos en los programas de estudio, en la investigación y en la docencia.
Sobre la producción de los textos de historia, Florescano Mayet señaló que hay un fenómeno que llama la atención: de 1940 a la fecha se han publicado más obras históricas que en todos los periodos anteriores como consecuencia de la multiplicación de las instituciones o las revistas; en una proporción semejante aumentaron las tesis de los historiadores y aún más las reuniones, los congresos y los simposios. “Pero ocurre que la mayor parte de tal producción está representada por estudios especializados que sólo leen los mismos profesionales de la historia y sus estudiantes. No se produce más historia para más lectores, como lo prueba el hecho de que la institución académica mexicana tiene el récord mundial de almacenamiento de libros, pues la mayoría no se vende”.
Al hacer un recuento de los principales sucesos de la investigación histórica, apuntó que en la década de los cuarenta, los fundadores de las instituciones quisieron encauzar las tareas educativas a través de seminarios con programas de corto y mediano plazo, idea que acabó pulverizada por los intereses particulares de los investigadores, y en los setenta y ochenta se impusieron distintos proyectos individuales como equivalentes al programa institucional. “Desde entonces, ya no hay un plan concertado por el conjunto de los estudiosos y ajustado a las necesidades de la investigación, de los alumnos, de la enseñanza y de la investigación histórica del país o de las demandas del futuro inmediato”.
Para Florescano, otro de los problemas que enfrentan estos estudios es la casi nula comunicación entre los investigadores y las diversas corrientes e instituciones que convergen en el campo de la historia mexicana, y como ejemplo mencionó que los expertos dedicados a la etnología casi nunca leen lo que se hace en la historiografía social, económica o política. “Quizá la mayor crisis intelectual que hoy vive la disciplina de la historia radica en su incapacidad para ofrecer a la nación una historia de la nación, dividida como está en tantas parcelas como hay historiadores o corrientes”.
Se mostró preocupado por la falta de responsabilidad colectiva para enfrentar los desafíos de la profesión, y reconoció que los investigadores y profesores sólo se unen para homologar salarios y prestaciones, no para fortalecer las instituciones o alentar la productividad, la investigación, la docencia y la calidad. Pero quizá el drama mayor que enfrenta la institución académica mexicana, dijo, es su envejecimiento y su obsolescencia, con una combinación siniestra de crisis económicas, crecimiento de la población y disminución de los ingresos a la enseñanza. “Nuestras instituciones científicas más importantes están amenazadas de muerte a corto plazo porque el mal que las corroe está volviendo obsolescente a su personal y sus conocimientos”.
Frente a tal panorama, qué van a hacer los historiadores, los estudiantes y, sobre todo, las instituciones nuevas que se están creando en los estados. “Ésta es la pregunta, la gran interrogante, la encrucijada que van a vivir ustedes, profesores y estudiantes de historia en los próximos años”, concluyó Enrique Florescano.
Al IV Encuentro de Estudiantes de Historia del Altiplano Central –en el que investigadores de diferentes instituciones desarrollaron temas como historia oral, prensa y revolución, arte e historia, teoría y filosofía de la historia, mentalidades y vida cotidiana, historia y antropología, economía y política, historia y educación, así como vida cotidiana en el México virreinal– asistieron cerca de 250 estudiantes de diversas universidades del país.