Octubre-Diciembre 2006, Nueva época Núm.100
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Confronto al mundo y ahora, más sereno, soy más peligroso: Vila-Matas

Edgar Onofre

"Una pareja de novios se casó, según ellos mismos me dijeron, a causa de un libro mío. Y no quiero ser responsable si ha sido para bien o para mal”, dijo el escritor catalán Enrique Vila-Matas cuando se le preguntó si está enterado de que hay lectores suyos que no sólo le leen, sino que, además, por esa extraña magia de la literatura, lo quieren.

El catalán es un narrador que ha derrumbado en torno suyo las vanidades editoriales de España (y de otras partes del mundo) y uno de los más finos orfebres del vacío existencial. El propio escritor veracruzano Sergio Pitol, Premio Cervantes 2005, ha afirmado que la obra de aquel se trata de un viaje sin retorno, un viaje al fin de la noche, una crítica radical de la realidad.

A través de una estética narrativa que ha sido calificada por la crítica como personalísima, Vila-Matas ha sido guía de lectores de todo el mundo en innumerables visitas al abismo. En la siguiente entrevista, sin embargo, el autor de París no se acaba nunca evidencia que la continua desconstrucción de la realidad que ha sido su obra no tiene otro propósito que el de la salvación: “Escribir siempre es corregir la vida –aunque sólo corrijamos una sola coma al día–, es lo único que nos protege de las heridas insensatas y golpes absurdos que nos da la horrenda vida auténtica”, comenta.

Si, como el escritor checoslovaco Franz Kafka quería, la escritura es un ejercicio de la libertad, Vila-Matas ha sido consecuente con estos postulados. Según asegura en las entrevistas que escasamente accede a conceder, “me hice escritor porque, uno, quería ser libre, no deseaba ir a una oficina cada mañana, y, dos, porque vi a (Marcelo) Mastroianni en La noche de Antonioni. En esa película –que se estrenó en Barcelona cuando tenía yo 16 años–, Mastroianni era escritor y tenía una mujer (nada menos que Jeanne Moreau) estupenda: las dos cosas que yo más anhelaba”.
Empecé a escribir para huir de los veranos aburridos con mi familia; me separaba de ella y simulaba que leía, o leía algo, y escribía cosas a los 12 o 14 años. Creo que lo que buscaba era que me dejaran solo y que no tenía mucho interés en formar parte del engranaje familiar y del social. Así, empecé a escribir para quedarme solo y poder reflexionar, leer y, de vez en cuando, escribir.
En el camino, el catalán enfrentó al mundo literario español, a cuyos miembros ha acusado continuamente de escritores burócratas, y ha salido siempre vencedor. También ha encarado los mitos del mundo contemporáneo y confrontado sus mentiras y verdades: si la vara con que ha de ser medido es la frenética lectura de su obra en todo el mundo, en numerosos idiomas, también se puede considerar que va ganando la pelea.

En esta trayectoria, Vila-Matas ha encontrado que su anhelo de independencia lo llevó a “un oscuro túnel sin final, porque jamás se llega a la satisfacción plena, nunca se llega a escribir la obra perfecta o genial, y eso produce la más grande de las desazones. Antes se aprende a morir que a escribir”.

No obstante el tortuoso camino que refiere el escritor, su obra lo ha llevado, tardíamente, dicen algunos, a la cúspide de la narrativa española contemporánea. Entre los galardones a que se ha hecho acreedor se encuentran: Premio Ciudad de Barcelona (2001), Premio Rómulo Gallegos (2001), Prix du Meilleur Livre Etranger (2002), Prix Fernando Aguirre-Libralire (2002), Premio Herralde (2003), Premio Nacional de la Crítica (2003), Prix Medicis-Etranger (2003), Premio José Manuel Lara Hernández a la mejor novela escrita en España en el año 2005 por Doctor Pasavento (2006), Premio Internacional Flaiano de Narrativa por El mal de
Montano (2006).

Y con todo, según Vila-Matas, escribe continuamente “para no dejar a la humanidad en manos de la muerte. Porque, digan lo que digan, la escritura puede salvar al hombre, hasta en lo imposible”.
Usted ha mencionado que empezó a escribir un poco para huir, ¿de qué?
Empecé a escribir para huir de los veranos aburridos con mi familia, cuando íbamos a la playa. Yo me separaba de la familia y simulaba que leía, o leía algo, y escribía cosas a los 12 o 14 años. Después recapacité sobre esto y creo que lo que buscaba era que me dejaran solo y que no tenía mucho interés en formar parte del engranaje familiar y del social. De esta manera, empecé a escribir para quedarme solo y poder reflexionar, leer y, de vez en cuando, escribir. Soy un lector que escribe, creo. Empecé a leer y de ahí tuve ganas de comentar cosas que había leído, así que me considero parte de la estirpe de Borges, o casi, como un lector que escribe.
Así que los inicios son de búsqueda de soledad, de apartarse, y después es que me empezaron a llegar, con la publicación de los libros, invitaciones para hablar en público, dar conferencias, hacer intervenciones públicas, y eso, para mí, tenía poca relación con el hecho de escribir en soledad –en tu casa, donde uno elige–, con el acto solitario de la escritura.

¿Ha sido más placentero confrontarse a sí mismo que hacerlo con el entorno, con la sociedad?

Yo empecé con un libro que se llama La Asesina Ilustrada, donde lo que pretendía era asesinar al lector que compraba el libro. Todo esto lo hice siendo muy joven y después me han preguntado cómo es que empecé queriendo matar al lector y, tal vez, quería asesinar al lector para que no se enterara de que yo escribía mal, por eso hago una especie de intento de liquidar al lector.
Con el tiempo, naturalmente, uno comprende que en realidad ha de comunicarse, buscar al lector, porque la lectura es comunicación y creo que eso se ha ido notando en mis obras, cuya difusión ha avanzado entre los lectores. Así que comprendí que al lector debía tenerlo en cuenta.
El lenguaje literario es un lenguaje de libertad, porque a través de la literatura se puede decir todo y, por lo tanto, creo que es un lenguaje mucho más interesante, que se acerca más a la verdad (…) Un terreno que tardé un poco en descubrir fue el terreno máximo de la libertad, como tardé en entender que si no hacía un ejercicio de libertad total cuando escribía, no tenía sentido.
En el trayecto de su obra narrativa, ¿existe un ánimo vengador o reivindicador?
De reivindicar no, pero sí de tratar de utilizar un lenguaje distinto al habitual, es decir, el lenguaje de la televisión, el lenguaje político, el lenguaje familiar, el lenguaje del trabajo al que tantas personas están acostumbradas y que son lenguajes opresores. En cambio, el lenguaje literario es un lenguaje de libertad, porque a través de la literatura se puede decir todo y, por lo tanto, creo que es un lenguaje mucho más interesante, que se acerca más a la verdad. Así que, más que reivindicar, sería el intento de utilizar un lenguaje diferente a los habituales, a los que estamos acostumbrados.

Este tipo de lenguaje al que se refiere, ¿qué le dice acerca de la sociedad en la que vivimos?
Es opresor. Yo lo veo como un opresor, tanto en México como en España, porque las televisiones no son iguales pero muy parecidas, son como lavados de cerebro para los que ven las noticias, por ejemplo, en las que nunca se cuenta lo que ocurre realmente –sólo en los periódicos uno puede refugiarse, en los artículos de opinión que quizá puedan orientarnos algo–, pero en definitiva son lenguajes que lavan el cerebro cada vez más. Por ejemplo, en España, de los 30 minutos de la televisión oficial, de forma en que casi nadie se ha dado cuenta, se ocupan diez minutos con temas que antes ibas (a leer) a la sección de sucesos: asesinatos, por ejemplo. Sé que también son noticias los asesinatos domésticos, pero cada vez hay menos información en torno a todo.

Por ejemplo, la situación política mexicana actual –sobre la que no voy a opinar porque soy un extranjero y no tengo que inmiscuirme– a España ha llegado de forma muy limitada, porque no acaba de ser noticia: no hay muertos, no hay asesinatos, no hay bombas como en Bagdad. Si, por el contrario, el conflicto aumentara en nivel de espectáculo, pasaría a primer plano. Pero a un ciudadano español le preguntas hoy en día por lo que ocurre en México, que es muy serio, casi nadie tiene información suficiente. En el propio periódico El País, donde yo escribo, se le dedica media página diaria, que me parece poco para el interés que tiene lo que ocurre aquí. No es noticia porque no ha habido nada espectacular; cuando hay dos trenes que chocan y dejan 40 muertos, inmediatamente es noticia de primera plana, pero el análisis de las noticias no se da. En cambio, la literatura realmente va por otro camino; trata, como en el caso de Kafka, de conocer la verdad.

En ese caso, ¿usted confronta desde el discurso literario las verdades que impone el aparato hegemónico de la cultura?
Sí, pero es un terreno que tardé un poco en descubrir, el terreno máximo de la libertad; como tardé en entender que si no hacía un ejercicio de libertad total cuando escribía, no tenía sentido.

Recuerdo que hace unos años tenía muchos encargos periodísticos de todo tipo, me sometía a las leyes del encargo, y que cuando terminaba con ellos, y volvía a la nave en la que estaba escribiendo, me di cuenta –precisamente porque estaba un poco oprimido por el resto del trabajo– de que en la nave, como era mía, podía hacer lo que quisiera. Era una cosa tan simple como esto, pero necesité estar un poco cargado de otros encargos –que eran cosas que me sometían a otras leyes– para ver que cuando estaba en mi terreno gozaba de la libertad máxima. Es así como entré a la literatura.
Se ha perdido mucho en humanismo y quizá haya sido sustituido por algo más inteligente o más nuevo. Vamos hacia un mundo frío que carecerá de sentimientos y de ideas, que estará falto de ideologías salvo la del dinero. Sin embargo, en mis viajes por el mundo me voy dando cuenta de que hay una resistencia notable que no tiene el poder, ni siquiera el de publicar, pero está ahí.
Ha dicho que las opiniones de los escritores ya no tienen mayor importancia, cuando estábamos creídos que eran de mucho peso. ¿Cómo es que se devaluaron de esta forma?
No sé si en México sea así. En Europa es evidente que un escritor no influye ya en la opinión pública. Desgraciadamente es así. Aunque aquí en México las discusiones de los escritores sobre política se han tenido en cuenta un poco, pero no sirven para nada, porque el político hace lo que quiere. Creo que es así, que es la realidad, que es evidente que no importa.

No obstante, hay una manera de incidir, como la de Franz Kafka, quien hablaba sólo de problemas familiares, de su padre, de su entorno; sin embargo, la suya se convirtió en una escritura que en realidad reflexionaba sobre el poder, sin una forma abstracta, sin nombres propios, subrepticia a la hora de atacar, pero que fue peligrosísima para el régimen comunista checoslovaco que la prohibió. A pesar de ello, aparentemente, la literatura de Kafka es inocente en términos políticos, pero fue un discurso literario peligroso para el régimen comunista del momento.

Y eso significa que, de alguna manera, la literatura puede incidir en la realidad, pero quizá sólo si desarrolla al máximo sus mejores posibilidades, que son las estrictamente literarias, y desde ahí hace un discurso sobre el
mundo que pueda ser peligroso para el poder.
Soy un confrontador de la realidad, aunque mediante la realidad paralela que significa la literatura. No tengo vergüenza de decir que considero la experiencia literaria mucho más intensa que la vida misma, y no estoy hablando de mi existencia, sino de lo que llamamos vida, la cual no tiene la calidad que pudo tener en otra época; en cambio, la literatura ofrece una intensidad superior.
También ha comentado que hay escritores burócratas, pero también ciudadanos cortesanos y empresarios cortesanos. ¿Cómo le hace cuando por azares del destino tiene que convivir con esta fauna?
Han sido generalmente encuentros conflictivos. Pero he llegado a la conclusión de que lo mejor es que no pierda el tiempo con ellos, ni atacándoles, porque es desperdiciar el tiempo. Es cierto que están en todas partes. Por escritor burócrata me refiero al que es conservador en literatura, el que repite lo que ya se ha hecho, el que escribe lo que sabe que va a tener lectores pero que no es más que la imitación de algo que ya ha funcionado. Y, bueno, son escritores conformistas y son la mayoría.
En España se da mucho más, precisamente porque hay bastante facilidad para publicar: hay más dinero de editoriales y eso hace que los escritores se conviertan en realizadores de un libro anual, que procuran tener una producción rápida para venderla, que no repasan bien los libros, que no los corrigen lo suficiente, que les importa poco todo esto y que lo hacen como un trabajo más para ellos, para ganar dinero.

Esta situación ha llegado a tal punto en España que antes los jóvenes querían ser ingeniero, abogado o arquitecto porque se consideraban profesiones que daban dinero. El día de hoy, entre las profesiones interesantes para la juventud están la de futbolista y la de escritor, que también está bien considerada porque se sabe que puede dar buen dinero; es un dinero fácil y peligroso, por eso nos hemos llenado de escritores funcionarios, falsos.
Siguiendo con la idea de confrontar la realidad mediante la literatura, usted ha afirmado que le gusta negar que la humanidad está al borde del vacío, pero muchos filósofos dicen lo contrario. En lugar del vacío, ¿usted qué prefiere?
La lucha del individuo contra las injusticias del Estado, por ejemplo, la batalla individual que a veces parece que no es nada, pero si cada uno tiene su pequeña rebelión, llamémosla de bolsillo, y la lleva consigo y la usa cotidianamente, sería una fuerza considerable. No resignarse. Recordar siempre dónde estamos.
Creo que se ha perdido mucho en humanismo y quizá haya sido sustituido por algo más inteligente o más nuevo. Se han extraviado, me parece, algunas virtudes que tenían tanto el cristianismo como el marxismo, por poner dos ejemplos. Vamos hacia un mundo frío que carecerá de sentimientos y de ideas, que estará falto de ideologías salvo la del dinero. Por lo tanto, la perspectiva no es especialmente buena.

Sin embargo, en mis viajes por el mundo me voy dando cuenta de que lo que no sale jamás a la luz pública es la gran cantidad de personas resistentes, de que hay una resistencia bastante notable en todos los países que conozco, que no tiene el poder, ni siquiera el de publicar, pero está ahí.

¿Es exagerado pensar que usted es un confrontador de la realidad?
No. Lo soy, aunque mediante la realidad paralela que significa la literatura, y que es más intensa que la vida que nos venden actualmente. La vida tiene mucho prestigio, dicen, pero eso depende de qué clase de vida hablemos. En muchas ocasiones, la literatura ha sido más intensa que la propia vida, porque en ésta hay existencias muy poco estimulantes, mientras que en la literatura encuentro de todo.

No tengo vergüenza de decir que considero la experiencia literaria mucho más intensa que la vida misma, y no estoy hablando de mí mismo, de mi existencia, sino de lo que llamamos vida, la cual no tiene, actualmente, la calidad que pudo tener en otra época; en cambio, la literatura ofrece una intensidad superior.

Tras su convalecencia, ahora que busca más la serenidad, ¿será que se convierta en un confrontador más peligroso?
Sí. Lo he comentado con mi mujer en estos días. Quizá veremos que puede ser más peligroso, veremos si ahora que estoy más calmado me acerco más a decir lo que pienso realmente. Aunque éstos son sólo buenos deseos.

A manera de autoburla, una vez dijo que los poetas son flacos y espirituales, y que los novelistas son rollizos, pero ¿de qué están hechos?
Lo dije en broma porque había engordado mucho y decidí que eso me hacía ser novelista y que había perdido poesía. De hecho, sí me parece que el poeta es más espiritual y muy joven y delgado, como si la espiritualidad estuviera reñida con el volumen, pero es cierto que era una broma. El poeta es más metafísico, el novelista tiene que hablar de todo, estar más relleno de la vida cotidiana.

¿Conoce el miedo y la angustia?
Sí y aquí no hay dudas. Mi literatura, creo –lo digo a posteriori–, parte de una evidente angustia existencial que procuro apartar escribiendo. Y me ha ido muy bien: mientras reflexiono sobre la angustia, estoy al menos escribiendo; pensar en ella es de alguna manera estimulante.

Y en este proceso, ¿la angustia se convierte en algo más placentero?
Sí, como si la dominara mediante la escritura. Y el mismo hecho de pensar en ella es bueno, porque es como cuando alguien formula un problema públicamente ante otros, lo cual –dicen– es bueno. Y para mí ha sido bueno escribir sobre algo que me angustia. De hecho, en el próximo libro –que no creo que le cambie el título: Exploradores del vacío–, lo que hago es hablar de personas que merodean en torno al vacío existencial y tratan de encontrar algo en lo que se presenta como materia oscura de la vida, aquello sobre lo que no sabemos nada.

En México se usa el dicho: “A toda capillita, le llega su fiestecita”. ¿A qué fiesta está llamado a acudir usted?
Alguien me pasó un poema de un escritor sudamericano que habla de la fiesta del vacío. Dice que, aunque no lo sabemos, la hay también en el vacío. Y quizá toda mi obra sea una fiesta que van dando mis personajes, en diferentes libros, en mi ausencia, en espera de que me una a ellos en lo que sería una gran fiesta secreta en el centro mismo del vacío.

¿Y es una fiesta alegre?
Sí, yo la veo muy alegre. Sobre todo porque aún no he llegado allá.