Octubre-Diciembre 2006, Nueva época Núm.100
Xalapa • Veracruz • México
Publicación Trimestral


 

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Nuestro artista invitado
El paisaje: apariencia, figuración y configuración


Carlos Lamothe

 

Desde mis inicios en la fotografía tuve cierta preferencia por la naturaleza. Esta predilección la adquirí en casa a partir del jardín que existía en ella y al cuidado que siempre le dieron mis padres. A partir de mi niñez aprendí de ellos que un árbol no ensucia el piso cuando sus hojas caen al suelo vencidas por el paso del tiempo, sino que lo embellece. También gracias a ellos existieron esos paseos dominicales al campo y al mar. Eso me enseñó a ver la naturaleza con un valor moral.

Desde entonces, veo la naturaleza con ojos de mirón, de huésped o veraneante. Estando en ella, siento su transformación continua, de día y de noche, en el gran ir y venir de las estaciones. La pesadez de la montaña y la dureza de la roca primitiva, el contenido crecer de los árboles, el murmullo del arroyo en la noche, la sencillez de sus llanos… todo se apiña, agolpa y vibra a través de la existencia diaria.

Dado que el hombre no está preso en sus paisajes, en su relación con ellos se establece una expresión de libertad y, con ésta, se adquiere responsabilidad, por lo que en nuestro diálogo con el mundo, con el paisaje, hay una cuestión moral. Todos nos enriquecemos con el espectáculo de la naturaleza, los grandes paisajes y la vida animal.

Hasta hace unas cuantas décadas, la tradición filosófica occidental negaba cualquier valor moral a todo aquello que no fuera humano, y en ningún caso estaba dispuesta a aceptar que un bosque, un glaciar, un río o una pradera tuviera valor por sí mismo, no por estar al servicio o disposición del ser humano, sino por su mera existencia, y por lo tanto, que tuviera una justificación ética en su protección.

García Cabrera, pintor español, dice: "Estudiemos al hombre en función del paisaje. Y un arte en función de este hombre." Es por eso que por medio de mis imágenes he intentado generar un respeto hacia la naturaleza.

Sin duda, es deseable un incremento de la conciencia paisajista que lleve a una demanda social de derecho al paisaje; un aumento de la cultura paisajista que reclame una relación con paisajes cuidados, atendidos, conservados como un derecho. La estima de los paisajes es un modo de manifestar la autoestima. Es posible, incluso, que una parte del movimiento conservacionista no haya aún incluido suficientemente el concepto de paisaje, pero siempre que se establece una protección se ubica en un lugar y pertenece a un paisaje. La valoración de los paisajes radicada en sus caracteres formales, en su papel de escenarios vitales, enriquece la concepción de ecosistema o la de conjunto monumental.

No hay paisaje sin hombre porque la ubicuidad humana ha llevado nuestra huella hasta casi todos los lugares y porque únicamente la mirada del hombre cualifica como "paisaje", vuelve paisaje lo que naturalmente era sólo territorio. Y no hay hombre sin paisaje, porque estamos hechos de él, en reciprocidad vital. Por todo ello, los paisajes poseen capacidad civilizadora de retorno, en la que intervienen los efectos de la contemplación y la vivencia directa de sus componentes valiosos.
También participan en este papel civilizador las imágenes de los paisajes construidas por sus representaciones culturales, las que lo traducen y cualifican, las que nos hacen ver, las educadoras de las miradas, las que dotan de nuevos sentidos a los lugares, las tramas y las formas geográficas.

El paisaje no es, pues, sólo la apariencia del territorio, no es sólo una figuración, sino una configuración. Tiene cuerpo, volumen, peso: es una forma. Los paisajes son, efectivamente, los rostros de la tierra, la faz de los hechos geográficos. Por ello, el paisaje debería ser entendido en la relación entre norma, forma y espacialidad. Pero tampoco es sólo una configuración, sino su figuración.

Siempre he fotografiado la naturaleza con una preferencia instintiva hacia el agua, con respeto y misticismo, debido a que es en buena parte nuestra creadora y nuestro todo. El agua está en muchos lugares: en las nubes, en los ríos, en la nieve y en el mar. También está donde no la podemos ver, como en el aire mismo y bajo la tierra; además, cambia de un lugar a otro.  El agua, al mismo tiempo que constituye el líquido más abundante en la Tierra, representa un recurso natural muy importante y la base de toda forma de vida. El agua es necesaria para la vida del hombre, los animales y las plantas; es parte importante de la riqueza de un país, por lo que debemos aprender a cuidarla.

Después del aire, el agua es el elemento más indispensable para la existencia del hombre. Por eso es preocupante que su obtención y conservación se esté convirtiendo en un problema crucial; por ello, debemos seguir actuando. Dada la importancia de este elemento para la vida de todos los seres vivos, y debido al aumento de las necesidades del mismo, el hombre está en la obligación de proteger este recurso y evitar toda influencia nociva sobre las fuentes del preciado líquido.

El agua ha sido importante en nuestro planeta desde que se inició la vida, lo cual se refleja en la historia. En nuestro país, antes de que llegaran los españoles, los indígenas adoraban a Tlaloc y a Chac, dioses viejos, dioses de la lluvia, indispensables para que el agua no escaseara. Los nahuas creían que los niños eran un regalo de los dioses y que, antes de ser niños, nadaban en el agua en forma de pececitos de jade. Por su parte, los antiguos griegos consideraban que el agua era uno de los cuatro elementos básicos del universo. Esta creencia viajó por todo el mundo durante siglos sin perder fuerza. Hoy, los científicos afirman que el agua existió desde la formación de la Tierra y que en los océanos se originó la vida.

El agua siempre ha estado presente en mitos o leyendas, en una cascada, en la cotidianidad, y ha servido para calmar la sed o para ayudar a trasladar de un lugar a otro al hombre. Pero, más que ser famosa, el agua es una "estrella" de actualidad, porque ahora se saben más detalles sobre ella que son vitales para que nuestro planeta siga funcionando.

Y cuenta la leyenda que: "La Madre Tierra sufría, pues sus hermanas las estrellas la maltrataban, así como la Luna, la más cruel y perversa. La Tierra lloraba en silencio y sus lágrimas dolorosas, la recorrían bravías formando mares y cascadas. Pero un buen día, el Padre Sol encontró a la Tierra y se enamoró de ella, la colmó de dones y la llenó de dulzura, y desde entonces, la envuelve con su calor y la ilumina. Ahora, la Madre Tierra vive tranquila, llora pero lo hace de dicha, y sus lágrimas son dulces, suaves, lágrimas de felicidad que se deslizan por la montaña y corren por los valles".

Y cuenta la vieja leyenda olmeca que: "El calor amoroso de nuestro Padre Sol germina en las entrañas de nuestra Madre Tierra, dando a sus lágrimas el milagroso don de convertirse en árboles frutales, granos, semillas y delicadas y perfumadas flores, llevando salud y felicidad a sus amados, a los hijos de esta mítica Tierra, a los hombres". Y termina con esto la leyenda: "Se han unido las lágrimas que ha vertido la tierra, viniendo tumultuosas desde elevadas sierras, con sus encajes de espuma, suavizando con su roce hasta las más duras piedras, hasta llegar a la dulce placidez de sus lagos y festejar el final de su camino, convertidas en niebla, bailando delicadas danzas en medio de los bosques. Es el más maravilloso regalo que el Padre Sol y la Madre Tierra nos han dado: el agua."