Octubre-Diciembre 2006, Nueva época Núm.100
Xalapa • Veracruz • México
Publicación Trimestral


 

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Biblioteca del Universitario

Sergio Pitol

Prólogo a la colección Biblioteca del Universitario, editada
por la Universidad Veracruzana y dirigida por el Premio Cervantes 2005

I
En México, la primera gran batalla por el libro y su defensa la sostuvieron los liberales del siglo XIX; fue ardua y constante. En especial se debe citar a Ignacio Manuel Altamirano y a Justo Sierra. Pero el apóstol del libro de más altos alcances que ha conocido nuestro país ha sido José Vasconcelos, quien en el siglo pasado, de 1921 a 1924, casi inmediatamente después de la Revolución mexicana, durante su cargo como Secretario de Educación en el periodo presidencial de Álvaro Obregón, transformó todos los espacios culturales de la nación. José Vasconcelos era un hombre de ideas intensamente viscerales. Sin embargo, de ninguna manera le estorbaron para realizar el programa de cultura que delineó cuando fue designado Secretario de Educación. Un programa que, sin eufemismos, puede uno considerar como titánico. Por sólo ese periodo de prodigios podría su nombre pasar a la historia. La notable reforma educativa y el renacimiento cultural que emprendió estuvieron siempre, en su momento y aun durante muchos años después, cercados por la incomprensión, minados por la suspicacia, la envidia y el recelo de los mediocres. Sin embargo, su energía se impuso. Para lograrlo, se rodeó de todos los escritores de talento del país, igual los comprometidos con sus ideales educativos que los empeñados en el culto de formas que él no admiraba, así como de músicos, pintores y arquitectos de todas las edades y tendencias, aun de aquellas que admitía no comprender, o que abiertamente no compartía. En ese sentido fue absolutamente ecuménico. Con él se iniciaron casi todos los escritores que conformaron nuestra vanguardia literaria, y se pintaron, ante el pasmo horrorizado de la gente de orden y razón, los primeros murales. Llamó a todos los artistas a colaborar con él y no los convirtió en burócratas. Y ya en sí eso es un milagro.

Se ha escrito ampliamente sobre la Cruzada educativa y cultural de Vasconcelos. Me conformo con citar unas líneas de Daniel Cosío Villegas, un intelectual a quien caracterizaba el escepticismo, y aun cierta frialdad hacia sus pares:

Entonces sí que hubo ambiente evangélico para enseñar a leer y escribir al prójimo; entonces sí se sentía en el pecho y en el corazón de cada mexicano que la acción educadora era tan apremiante como saciar la sed o matar el hambre. Entonces comenzaron las grandes pinturas murales, monumentos que aspiraban a fijar por siglos las angustias del país, sus problemas y sus esperanzas. Entonces se sentía fe en el libro, y en el libro de calidad perenne…

 

II

En una obra de Mijaíl Bajtín leí una aseveración en que pocos han reparado. Dice este excepcional teórico ruso que el más grande don que el mundo nos ofrece al nacer es una lengua acuñada, desarrollada y perfeccionada por millares de generaciones anteriores. Hemos, los humanos, recibido la palabra como una herencia mágica. Uno sabe quién es solamente por la palabra. Y nuestra actitud ante el mundo se manifiesta también por la palabra. La palabra, tanto oral como la escrita, es el conducto que nos comunica con los demás. Le permite salir a uno de sí mismo y participar en el convivio social.

Y el escritor español Pedro Salinas en uno de sus ensayos sobre lingüística declara: "El hombre hizo el lenguaje. Pero luego, el lenguaje con su monumental complejidad de símbolos, contribuyó a hacer al hombre; se le impone desde que nace". La filosofía, la historia, todas las disciplinas del saber, son productos del lenguaje. Pero hay una que establece con él una relación especial, y ésa es la literatura; es, desde luego, hija del lenguaje, pero también es su mayor sostén; sin su existencia el lenguaje sería gris, plano, reiterativo. Es la literatura la que lo alimenta, lo transforma, lo castiga a veces, pero le otorga una luminosidad que sólo ella es capaz de crear.

La literatura, como toda rama de la cultura, no conoce límites; su territorio es inconmensurable, y a pesar de todos los esfuerzos que se haga no podrá conocer más que una porción minúscula de aquel inmenso espacio.

En la zona donde yo me muevo mejor, la novela, el lector tiene la posibilidad de viajar por el espacio y también por el tiempo y conocer el mundo y sus moradores por su presencia física tanto como en su interioridad espiritual y psicológica. Leer es conocer Troya a través de Homero, y el periodo napoleónico por Stendhal, el surgimiento triunfal del mundo burgués en la Francia de la primera mitad del siglo XIX, por Balzac, y todo ese mismo siglo en España, cargado de múltiples peripecias por Pérez Galdós, las condiciones sociales de la Inglaterra victoriana por Dickens, la épica escocesa por Walter Scott y el sofocado mundo colonial británico por Joseph Conrad. Sabemos lo que sucedía en el México de Santa Anna por Inclán y en el de la Revolución a través de Martín Luis Guzmán, José Vasconcelos y Mariano Azuela, y de esa manera, por la novela, podemos vislumbrar muchos, muchísimos fragmentos del mundo, los que queramos, no sólo las situaciones histórico-sociológicas en un país y una época determinados, sino además las modulaciones del lenguaje, y el acercamiento a las artes plásticas, a la arquitectura, a la música, a los usos y costumbres, al imaginario de ese espacio y ese tiempo que elegimos.

Leer es uno de los mayores placeres, uno de los grandes dones que nos ha permitido el mundo, no sólo como una distracción, sino también como una permanente construcción y rectificación de nosotros mismos. Reitero la invitación, casi la exhortación, de mantenerse en los libros, gozar del placer del texto, acumular enseñanzas, trazar una red combinatoria que dé unidad a sus emociones y conocimientos. En fin, el libro es un camino de salvación. Una sociedad que no lee es una sociedad sorda, ciega y muda.

III

Hace unos años, 15 tal vez, en un simposio literario una persona pasó a la tribuna y declaró rebosando de felicidad que el libro era ya un objeto obsoleto, que tenía sus días contados, que la sociedad actual podría evitar las molestias de su frecuentación, puesto que la Internet le resolvería cualquier necesidad de entretenimiento e información. La Internet, nos asestó en varias ocasiones, es el vehículo cultural del presente. Su aparición reviste la misma importancia que el descubrimiento de Gutenberg en su época. Las bibliotecas se transformarán en oficinas y viviendas. Los poetas no le son ya necesarios a nadie.

Por fortuna ese ignorante se equivocó. Las ferias del libro en México, en nuestro continente y en toda Europa han repuntado de una manera impresionante. Las librerías se multiplican en nuestro país. Sabemos que por largo tiempo el libro no decaerá, no por el uso de la Internet sino por lo contrario, ambos son susceptibles a potenciar los efectos de uno a los otros.

Parecería que el eco de Vasconcelos está volviendo a sus orígenes.

IV

La palabra libro está muy cercana a la palabra libre; sólo la letra final las distancia: la o de libro y la e de libre. No sé si ambos vocablos vienen del latín liber (libro), pero lo cierto es que se complementan perfectamente; el libro es uno de los instrumentos creados por el hombre para hacernos libres. Libres de la ignorancia y de la ignominia, libres también de los demonios, de los tiranos, de fiebres milenaristas y turbios legionarios, del oprobio, de la trivialidad, de la pequeñez. El libro afirma la libertad, muestra opciones y caminos distintos, establece la individualidad, al mismo tiempo fortalece a la sociedad y exalta la imaginación. Ha habido libros malditos en toda la historia, libros que encarcelan la inteligencia, la congelan y manchan a la humanidad, pero ellos quedan vencidos por otros, los generosos y celebratorios a la vida, como El Quijote, La guerra y la paz, de León Tolstoi, las novelas de Pérez Galdós, todo Dickens, todo Shakespeare, La montaña mágica de Thomas Mann, los poemas de Whitman, los ensayos de Alfonso Reyes y la poesía de Rubén Darío, López Velarde, Carlos Pellicer, Pablo Neruda, Octavio Paz, Antonio Machado, Luis Cernuda y tantísimos más que continúan derrotando a los demonios. Si el hombre no hubiese creado la escritura, no habríamos salido de las cavernas. A través del libro conocemos todo lo que está en nuestro pasado. Es la fotografía y también la radiografía de los usos y costumbres de todas las distintas civilizaciones y sus movimientos. Por los libros hemos conocido el pensamiento sánscrito, chino, griego, árabe, el de todos los siglos y todas las naciones.

La Biblioteca del Universitario creada por la Universidad Veracruzana le abre al estudiante las puertas del conocimiento del mundo y también a sí mismo.

La Biblioteca del Universitario es una colección de textos considerados como clásicos de la literatura universal, que pretende formar estudiantes más cultos y mejores seres humanos.