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Prácticas
de lectura de universitarios:
una investigación en curso
Olivia
Jarvio |
Introducción
Difícilmente, alguien puede estar en desacuerdo con la
importancia de leer. Más allá de la función
social y educativa, que permite satisfacer necesidades concretas
durante el transcurso de la vida, la lectura se puede asumir como
una actividad placentera que realizamos para ser más plenos
y felices. Gregorio Hernández1 establece que la experiencia
literaria acerca a nuevas aspiraciones y emociones, y nos hace
más sensibles para captar el significado de leyes o teorías
políticas y sociales abstractas. En este sentido, Felipe
Garrido2 dice que: “…los textos literarios actúan
no sólo en el intelecto, la memoria y la imaginación
[...] sino también sobre estratos más profundos,
como los instintos, afectos y la intuición [...] los lectores
así formados comprenderán no sólo mejor los
poemas, teatro, ensayos y narrativa [...] sino también
textos técnicos, científicos, legales y de cualquier
otra clase”. Por ello, no es casual que la lectura esté
siendo considerada en la planeación de las políticas
sociales y educativas, y que en muchos países se busquen
referentes, tanto conceptuales como prácticos, para la
formulación, ejecución y evaluación de proyectos
de formación de lectores.
Sin embargo, la lectura, sobre todo en el ámbito universitario,
tiene características especiales: se da en una población
naturalmente abocada al consumo de documentos y especialmente
receptiva al uso de nuevas tecnologías de la información,
por lo que, hoy en día, es una exigencia de los nuevos
modelos educativos y es una competencia imprescindible para la
formación integral. En efecto, el desarrollo tecnológico
y económico impone nuevas maneras de interpretación
de significados, lo que ha generado, a su vez, nuevas formas de
lectura, sobre todo entre los jóvenes. A todo esto se agrega
que la lectura no es una actividad de destreza individual, sino
que está culturalmente contextualizada y sin duda determinada,
la mayoría de las veces, por condicionamientos socioeconómicos
y culturales. Se habla también de que se lee sólo
para estudiar o estar informado, situación que puede ser
bastante generalizada cuando se trata de universitarios.
Por todo lo anterior, en el seno de la Universidad Veracruzana
(UV), se ha emprendido una investigación que será
el primer trabajo de este tipo en la institución y cuyo
objetivo es conocer y analizar las prácticas de lectura
entre los universitarios de nuestra casa de estudios.
Marco
conceptual y teórico
Las circunstancias de la revolución en la que vivimos no
tienen equivalente en la historia de la humanidad. Este periodo
se constituirá en una época de transición
hacia una sociedad con relaciones distintas en todos los sentidos
y características, gracias al desarrollo tecnológico
y al acceso a la información. Basta señalar que,
según Escobar,3 en los últimos 30 años se
ha producido una mayor cantidad de información que la generada
en los 500 anteriores. Además, el volumen total de información
científico-técnica se duplica cada 5 años,
aunque Gutiérrez4 estima que para el 2020 se duplicará
cada 73 días. A ello hay que sumar que el 90 por ciento
de los científicos que han existido a lo largo de la historia
viven en la actualidad y que el 75 por ciento de la información
disponible hoy en día se ha generado en los últimos
20 años. Todo esto nos ubica en la llamada sociedad de
la información y del conocimiento, cuya llave de acceso
es la lectura.
Ante tal escenario, en México se está impulsando,
desde algunos sectores del Gobierno, la edificación y abastecimiento
a bibliotecas y salas de lectura, la dotación de títulos
para las aulas de escuelas públicas, la repartición
de millones de libros de texto gratuitos, la promoción
y respaldo a ferias de libro, a premios de literatura y a diversas
actividades relacionadas con este quehacer, como el apoyo a ediciones
especiales, a estudios sobre el tema, a eventos académicos,
etcétera. No obstante, en nuestro país el rezago
en cuanto a prácticas de lectura, sobre todo de libros,
es enorme.
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La
Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico
(OCDE) ubica a México en el penúltimo lugar en hábitos
de lectura de una lista de 108 países. En el Programa Internacional
de Evaluación de Estudiantes (PISA, por sus siglas en inglés),
donde participan jóvenes de 15 años de 40 naciones,
México quedó, entre 2000 y 2003, en el sitio 37 en Matemáticas
y Ciencia, y en el lugar 38 en Lenguaje. Entre los países de
la OCDE, los alumnos mexicanos fueron los que se colocaron en la última
posición.5 Por si fuera poco, según los datos de la
Encuesta Nacional de Lectura dados a conocer a finales de 2006, el
número de libros que se lee en promedio en la República
Mexicana es de 2.9 al año, cifra muy por debajo de los 25 volúmenes
que recomienda la UNESCO. |
Por
otra parte, la industria editorial en nuestro país se encuentra
en un estado deplorable, en cierta medida por el poco apoyo que
el Estado le ha otorgado, empezando por la fuerte tendencia a no
considerar la especificidad y el valor del libro al momento de tratarlo
como objeto de valor en el mercado. Además, las librerías
lejos de multiplicarse, cada año cierran sus puertas por
incosteabilidad. Y aunque datos oficiales señalan que en
estos momentos existen 1100 librerías, las asociaciones de
libreros consideran que sólo existe la mitad. De hecho, el
94 por cierto de los municipios de nuestro país no tienen
ni una librería, y el 40 por ciento de las existentes se
concentran en la Ciudad de México.
Como bien lo establece Christine Détrez, el verbo leer tiene
multiplicidad de sentidos. Muchas veces se entiende como su único
soporte el libro y no el periódico, el cómic o las
lecturas fragmentadas, cotidianas y concretas, como la lectura de
un cartel. También importan el género del libro, la
manera de leerlo, incluso el marco en que se produce la lectura;
o esa lectura a la que se refiere Chartier, cuando habla de las
fuentes de información disponibles en bancos de datos que
se actualizan constantemente y que permiten practicar la lectura
sin los libros, o las lecturas que los jóvenes realizan de
manera fraccionada y lo que escriben cuando utilizan el Chat. De
ahí que hoy, más que nunca, tenga que replantearse
el sentido de qué es leer, sin menoscabo, por supuesto, de
lo que muchos estudiosos han denominado la “lectura legítima”.6
Así, la práctica lectora se constituye en una necesidad
abierta y a la vez individual que está culturalmente contextualizada.
Por eso es que nunca un texto puede servir para el mismo tipo de
persona ni en cualquier momento de la vida, tampoco en cualquier
contexto. Aún más, cuando se habla de que los mexicanos
no leen, se tiende a realizar un reduccionismo, ya que, como dice
Gregorio Hernández,7 “leer y escribir no son conductas
de individuos aislados, sino prácticas sociales inseparables
del acceso de los individuos y grupos sociales a la escolarización
y a la participación social y económica. Son, por
lo tanto, prácticas desigualmente distribuidas entre grupos
sociales situados en diferentes segmentos de la división
global actual del trabajo, el poder y el conocimiento”.
Antecedentes
Diversos estudios han reconocido el valor de la familia y la escuela
en las prácticas de la lectura. El proceso de alfabetizar
es permanente y se inicia en la familia, la que ha sido determinante
en que alguien se haga lector o no. Pero aún hay más:
diferentes estudios sociológicos plantean la necesidad de
no circunscribir la práctica de la lectura a una herencia
cultural automática ni a una acumulación en capital
escolar: lo importante es también rescatar su variabilidad
en el tiempo de las historias individuales, especialmente en los
tiempos cortos de la adolescencia.8 En este sentido, Jorge Vaca9
afirma: “La Universidad debe replantear su papel en la progresión
de la alfabetización, al matizar la suposición de
que los estudiantes 'ya deben saber' tal o cual cosa. Enseñar
los registros lingüísticos propios de nuestras disciplinas,
así como todos los aspectos pragmáticos implicados
en la producción e interpretación de los textos académicos
es nuestra responsabilidad como profesores universitarios y es parte
de una alfabetización en un sentido amplio”.
Asimismo, necesitamos considerar la lectura en un sentido práctico,
de utilización como herramienta para el desarrollo profesional,
laboral, social, económico, político, etcétera,
pero no podemos caer en el reduccionismo de que el triunfo estará
garantizado para los que leen y, por lo tanto, el fracaso para los
que no lo hacen.
De hecho, a esta perspectiva se contraponen algunos puntos de vista:
“…pensar que la lectura transforma a las personas y
las convierte en seres más sociables y con mayores capacidades
para […] contribuir a un esquema colectivo de progreso, es
también ingenuo […] entre quienes leen hay muchos antisociales,
inconformes, indisciplinados, opositores al establishment, gente
conflictiva precisamente porque lee”.10
Los trabajos que se han realizado en países con altos índices
de lectura –y que se han elaborado bajo diversos puntos de
vista y han producido muchos hallazgos e interpretaciones novedosas–
dan cuenta de que hay una disminución de lectores. En este
marco se han definido nuevos conceptos que van desde la descripción
de lo culto y lo popular –analizados por Hoggart, Passeron
o Bordieu–, o la teoría sobre la no decadencia de hábitos
lectores, donde también se han planteado nuevos escenarios,
producto de nuevas categorías sociales que se traducen en
una desestimación de los valores denominados “legítimos”,
como lo señala Bahloul.
Asimismo, hay quienes abordan la lectura, como Lafarge, desde el
punto de vista del lector “letrado”, donde existe un
estatus social de géneros que proporcionan beneficios sociales
de legitimidad, o como bien plantea Chartier, quien dice que es
necesario abordar el estudio de la lectura pasando del libro al
acto de leer, analizando este acto como lugar y ejercicio, como
disciplina e invención.11
Ha sido muy recurrente, sobre todo a partir de la segunda mitad
del siglo pasado, utilizar las encuestas como método de acceso
al conocimiento de fenómenos colectivos. En el ámbito
de los estudios sobre lectura, se han usado, sobre todo, para cuantificar
las prácticas de lectura: cuántos libros se leen,
cuántos se producen, cuántos se venden, cómo
se leen, qué se lee, cuáles son los perfiles socioeconómicos
de los lectores, etcétera, aunque los datos per se tienen
limitaciones inevitables, producto de la metodología utilizada
y del mismo problema que implica la medición de eventos en
contextos complejos como la lectura, pero también debido
a la multiplicidad de factores que deben considerarse. Y, a pesar
de que los datos son absolutamente necesarios para cualquier tipo
de conocimiento, en problemas tan amplios y que abarcan realidades
tan personales e íntimas, la complejidad es aún mayor.
De ahí que el enfoque cualitativo sea tan importante y se
constituya en un medio idóneo para formular teorías.
La primera Encuesta Nacional de Prácticas y Consumo Culturales,
que el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA)
encarga a la Unidad de Estudios sobre la Opinión de la UNAM,
se realizó en 2004. Este sondeo incluyó una visión
rápida de hábitos de lectura y revisó el acceso
y preferencias de lectura de libros, revistas y periódicos.
Fue en 2006 cuando se llevó a cabo la primera Encuesta Nacional
de Lectura (ENL), que también el CONACULTA encargó
al área de Investigación Aplicada y Opinión
del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM. El
trabajo se hizo considerando diversos grupos sociodemográficos
mayores de 12 años, ubicados a lo largo y ancho del país.
El trabajo se reduce a cinco grandes secciones, de los múltiples
cruces de información que se realizaron en la interpretación
de la información: ¿Qué y cuánto se
lee en México? ¿Dónde y por qué se lee?
También se exploró sobre el acceso y la circulación
de la cultura escrita y sobre representaciones sociales de la lectura
y usos del tiempo libre, con el fin de identificar factores que
estimulan o inhiben la formación lectora.
Las características de prácticas lectoras en el país
se pueden sintetizar en las siguientes:
· Según la encuesta, los mexicanos
de 12 años o más leen en promedio 2.9 libros al año.
· Un 33.5 por ciento de la población
dice no leer libros, aunque de los que contestaron hacerlo, al preguntarles
cuál fue el último libro leído, la mitad dijo
no recordar.
· Apenas 4.2 por ciento lee más de
10 anualmente, siendo los jóvenes los que conforman el mayor
porcentaje, pero su participación disminuye a partir de los
23 años.
· Entre quienes dicen leer, el 58.7 por
ciento lo hace por lo atractivo del tema, el 30.2 por ciento por
recomendación de amigos y familiares, el 28.6 por ciento
para hacer tareas escolares y el 16.4 por ciento porque le gusta
leer.
· Las razones para no leer son: 69 por ciento
por falta de tiempo, seguido por un 30.4 por ciento que declara
que no les gusta leer.
· La población que usa Internet es
de 24.2 por ciento. De esta cifra, el 52.7 por ciento lo usa para
revisar el correo electrónico y el 2.5 por ciento para leer
periódicos y revistas.
· La proporción más alta de
los entrevistados que no compraron libros en el último año
se da en el nivel socioeconómico más bajo y decrece
conforme éste aumenta.
· La lectura en periódicos y revistas,
67.4 y 73 por ciento respectivamente, se da al igual en los niveles
socioeconómicos medio alto y alto, y mengua conforme disminuye
el nivel socioeconómico.
· La posesión de una biblioteca personal
se asocia con el grado de escolaridad y nivel socioeconómico.
· La asistencia a bibliotecas se encuentra
relacionada en un 85 por ciento con los entrevistados de educación
universitaria y decrece a un 12.5 por ciento con entrevistados sin
escolaridad. |
Cabe
señalar que sobresale la correlación del nivel de estudio
con la lectura: el porcentaje de los que declaran leer más
corresponde precisamente a los que se ubican en la etapa de niñez
y juventud, aunque a medida que avanza la edad, disminuye el porcentaje
de personas que dicen leer. Esto es, la capa donde se concentran las
prácticas de lectura tiene una relación directa con
la instrucción escolar; de ahí que este segmento de
la población revista características de importancia
al abordar el tema de la lectura.
La escuela es, pues, el contexto donde se leen diversos materiales,
donde se accede a mucha información en varios formatos y, por
consecuencia, donde los actos comunicativos son diferentes. Sin embargo,
como bien dice Felipe Garrido,12 existe una grave deficiencia en nuestro
sistema educativo: |
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“…el
mayor problema de lectura no es el analfabetismo, sino el hecho
de que quienes asisten a la escuela no son lectores, quienes terminan
una carrera universitaria no son lectores, quienes logran hacer
un posgrado no son lectores, la mayoría de nuestros maestros
no son lectores”. O como lo plantea Zaid:13 “…el
problema del libro no está en millones de pobres que apenas
saben leer y escribir, sino en los millones de universitarios que
no quieren leer […] lo cual implica que nunca le han dado
el golpe a la lectura, que nunca han llegado a saber lo que es leer”.
Formar lectores es una meta social compleja que requiere de muchos
actores y del trabajo arduo de muchas instituciones, entre las que
las educativas deberían ser las primeras. Gregorio Hernández14
comenta: “…la producción intelectual de los países
industrializados es indisociable a sus amplios y poderosos sistemas
de investigación y educación superior, que es donde
se produce el conocimiento original”; además, añade
que es indispensable “acceder a la lectura, (y por lo tanto)
al conocimiento y al pensamiento conceptual y crítico […]
por eso necesitamos ir a la Universidad: los libros ahí están,
disponibles en bibliotecas y librerías, pero necesitamos
sentirnos parte de una comunidad de lectores, donde haya guías
intelectuales que nos enseñen qué libros es importante
leer, cómo interpretarlos, qué se necesita saber para
entenderlos, cómo utilizar el conocimiento que se deriva
de ellos y, algo más crucial, cómo producir ideas
y textos propios utilizando como modelo el lenguaje y las ideas
de los textos que otros han escrito antes”.
Ante el panorama anteriormente descrito, es necesario realizar un
trabajo que incluya la obtención de datos a través
de la aplicación de una encuesta sobre hábitos culturales
y especialmente sobre prácticas lectoras. Los resultados,
en un primer momento, nos darán cifras que permitirán
conocer cómo está conformada la comunidad universitaria
y cuáles son sus hábitos lectores. En un segundo momento,
será indispensable la valoración cualitativa de la
realidad universitaria. Después de conocer los primeros resultados,
se puede programar una continuidad del estudio sobre alguna problemática
o tema que destaque del primer análisis o, bien, para dar
seguimiento a los programas establecidos y valorar su impacto.
Nunca las cifras, por sí mismas, podrán darnos elementos
para formular teorías, pero debemos recalcar que son necesarias
para conocer la realidad en la que estamos ubicados y, a partir
de ellas y agregando análisis y tareas, podremos dar alguna
interpretación más cercana de la realidad y proponer
estrategias para cada programa que persiga el objetivo de formar
lectores. En este campo aún hay mucho por hacer.
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NOTAS
1. Encuesta Nacional de Lectura. Informes y evaluaciones
, ed. Daniel Goldin, CONACULTA, Mé
xico, 2006.
2. Felipe Garrido, El buen lector se hace, no nace, Ariel, México,
1999.
3. Sarah Escobar Carballal, Cotización de colecciones bibliotecarias,
Alfagrama, Argentina, 2006.
4. Ariel Gutiérrez Valencia, “La lectura: una capacidad
imprescindible de los ciudadanos del siglo XXI. El caso de México”,
en Anales de Documentación (Universidad de Murcia, 2005), vol.
8, pp. 91-99.
5. Educación. Visiones y revisiones, comp. Fernando Solana,
Siglo XXI, México, 2006.
6. Sociología de la lectura, comp. Bernard Lahire Gedisa, España,
2004.
7. Encuesta Nacional de Lectura…, p. 204.
8. Sociología de la lectura…, p. 96.
9. Jorge Vaca, documento interno, Universidad Veracruzana.
10. Juan Domingo Arguelles, ¿Qué leen los que no leen?
, Paidós, México, 2003.
11. Sociología de la lectura…, p. 106
12. Garrido, El buen lector…, p. 63.
13. Gabriel Zaid, Los demasiados libros, Océano, México,
1996.
14. Encuesta Nacional de Lectura…, p. 206. |
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