Octubre-Diciembre 2006, Nueva época Núm.100
Xalapa • Veracruz • México
Publicación Trimestral


 

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Prácticas de lectura de universitarios:
una investigación en curso


Olivia Jarvio

Introducción
Difícilmente, alguien puede estar en desacuerdo con la importancia de leer. Más allá de la función social y educativa, que permite satisfacer necesidades concretas durante el transcurso de la vida, la lectura se puede asumir como una actividad placentera que realizamos para ser más plenos y felices. Gregorio Hernández1 establece que la experiencia literaria acerca a nuevas aspiraciones y emociones, y nos hace más sensibles para captar el significado de leyes o teorías políticas y sociales abstractas. En este sentido, Felipe Garrido2 dice que: “…los textos literarios actúan no sólo en el intelecto, la memoria y la imaginación [...] sino también sobre estratos más profundos, como los instintos, afectos y la intuición [...] los lectores así formados comprenderán no sólo mejor los poemas, teatro, ensayos y narrativa [...] sino también textos técnicos, científicos, legales y de cualquier otra clase”. Por ello, no es casual que la lectura esté siendo considerada en la planeación de las políticas sociales y educativas, y que en muchos países se busquen referentes, tanto conceptuales como prácticos, para la formulación, ejecución y evaluación de proyectos de formación de lectores.

Sin embargo, la lectura, sobre todo en el ámbito universitario, tiene características especiales: se da en una población naturalmente abocada al consumo de documentos y especialmente receptiva al uso de nuevas tecnologías de la información, por lo que, hoy en día, es una exigencia de los nuevos modelos educativos y es una competencia imprescindible para la formación integral. En efecto, el desarrollo tecnológico y económico impone nuevas maneras de interpretación de significados, lo que ha generado, a su vez, nuevas formas de lectura, sobre todo entre los jóvenes. A todo esto se agrega que la lectura no es una actividad de destreza individual, sino que está culturalmente contextualizada y sin duda determinada, la mayoría de las veces, por condicionamientos socioeconómicos y culturales. Se habla también de que se lee sólo para estudiar o estar informado, situación que puede ser bastante generalizada cuando se trata de universitarios.

Por todo lo anterior, en el seno de la Universidad Veracruzana (UV), se ha emprendido una investigación que será el primer trabajo de este tipo en la institución y cuyo objetivo es conocer y analizar las prácticas de lectura entre los universitarios de nuestra casa de estudios.

Marco conceptual y teórico
Las circunstancias de la revolución en la que vivimos no tienen equivalente en la historia de la humanidad. Este periodo se constituirá en una época de transición hacia una sociedad con relaciones distintas en todos los sentidos y características, gracias al desarrollo tecnológico y al acceso a la información. Basta señalar que, según Escobar,3 en los últimos 30 años se ha producido una mayor cantidad de información que la generada en los 500 anteriores. Además, el volumen total de información científico-técnica se duplica cada 5 años, aunque Gutiérrez4 estima que para el 2020 se duplicará cada 73 días. A ello hay que sumar que el 90 por ciento de los científicos que han existido a lo largo de la historia viven en la actualidad y que el 75 por ciento de la información disponible hoy en día se ha generado en los últimos 20 años. Todo esto nos ubica en la llamada sociedad de la información y del conocimiento, cuya llave de acceso es la lectura.

Ante tal escenario, en México se está impulsando, desde algunos sectores del Gobierno, la edificación y abastecimiento a bibliotecas y salas de lectura, la dotación de títulos para las aulas de escuelas públicas, la repartición de millones de libros de texto gratuitos, la promoción y respaldo a ferias de libro, a premios de literatura y a diversas actividades relacionadas con este quehacer, como el apoyo a ediciones especiales, a estudios sobre el tema, a eventos académicos, etcétera. No obstante, en nuestro país el rezago en cuanto a prácticas de lectura, sobre todo de libros, es enorme.

La Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) ubica a México en el penúltimo lugar en hábitos de lectura de una lista de 108 países. En el Programa Internacional de Evaluación de Estudiantes (PISA, por sus siglas en inglés), donde participan jóvenes de 15 años de 40 naciones, México quedó, entre 2000 y 2003, en el sitio 37 en Matemáticas y Ciencia, y en el lugar 38 en Lenguaje. Entre los países de la OCDE, los alumnos mexicanos fueron los que se colocaron en la última posición.5 Por si fuera poco, según los datos de la Encuesta Nacional de Lectura dados a conocer a finales de 2006, el número de libros que se lee en promedio en la República Mexicana es de 2.9 al año, cifra muy por debajo de los 25 volúmenes que recomienda la UNESCO.

Por otra parte, la industria editorial en nuestro país se encuentra en un estado deplorable, en cierta medida por el poco apoyo que el Estado le ha otorgado, empezando por la fuerte tendencia a no considerar la especificidad y el valor del libro al momento de tratarlo como objeto de valor en el mercado. Además, las librerías lejos de multiplicarse, cada año cierran sus puertas por incosteabilidad. Y aunque datos oficiales señalan que en estos momentos existen 1100 librerías, las asociaciones de libreros consideran que sólo existe la mitad. De hecho, el 94 por cierto de los municipios de nuestro país no tienen ni una librería, y el 40 por ciento de las existentes se concentran en la Ciudad de México.

Como bien lo establece Christine Détrez, el verbo leer tiene multiplicidad de sentidos. Muchas veces se entiende como su único soporte el libro y no el periódico, el cómic o las lecturas fragmentadas, cotidianas y concretas, como la lectura de un cartel. También importan el género del libro, la manera de leerlo, incluso el marco en que se produce la lectura; o esa lectura a la que se refiere Chartier, cuando habla de las fuentes de información disponibles en bancos de datos que se actualizan constantemente y que permiten practicar la lectura sin los libros, o las lecturas que los jóvenes realizan de manera fraccionada y lo que escriben cuando utilizan el Chat. De ahí que hoy, más que nunca, tenga que replantearse el sentido de qué es leer, sin menoscabo, por supuesto, de lo que muchos estudiosos han denominado la “lectura legítima”.6

Así, la práctica lectora se constituye en una necesidad abierta y a la vez individual que está culturalmente contextualizada. Por eso es que nunca un texto puede servir para el mismo tipo de persona ni en cualquier momento de la vida, tampoco en cualquier contexto. Aún más, cuando se habla de que los mexicanos no leen, se tiende a realizar un reduccionismo, ya que, como dice Gregorio Hernández,7 “leer y escribir no son conductas de individuos aislados, sino prácticas sociales inseparables del acceso de los individuos y grupos sociales a la escolarización y a la participación social y económica. Son, por lo tanto, prácticas desigualmente distribuidas entre grupos sociales situados en diferentes segmentos de la división global actual del trabajo, el poder y el conocimiento”.

Antecedentes
Diversos estudios han reconocido el valor de la familia y la escuela en las prácticas de la lectura. El proceso de alfabetizar es permanente y se inicia en la familia, la que ha sido determinante en que alguien se haga lector o no. Pero aún hay más: diferentes estudios sociológicos plantean la necesidad de no circunscribir la práctica de la lectura a una herencia cultural automática ni a una acumulación en capital escolar: lo importante es también rescatar su variabilidad en el tiempo de las historias individuales, especialmente en los tiempos cortos de la adolescencia.8 En este sentido, Jorge Vaca9 afirma: “La Universidad debe replantear su papel en la progresión de la alfabetización, al matizar la suposición de que los estudiantes 'ya deben saber' tal o cual cosa. Enseñar los registros lingüísticos propios de nuestras disciplinas, así como todos los aspectos pragmáticos implicados en la producción e interpretación de los textos académicos es nuestra responsabilidad como profesores universitarios y es parte de una alfabetización en un sentido amplio”.
Asimismo, necesitamos considerar la lectura en un sentido práctico, de utilización como herramienta para el desarrollo profesional, laboral, social, económico, político, etcétera, pero no podemos caer en el reduccionismo de que el triunfo estará garantizado para los que leen y, por lo tanto, el fracaso para los que no lo hacen.
De hecho, a esta perspectiva se contraponen algunos puntos de vista: “…pensar que la lectura transforma a las personas y las convierte en seres más sociables y con mayores capacidades para […] contribuir a un esquema colectivo de progreso, es también ingenuo […] entre quienes leen hay muchos antisociales, inconformes, indisciplinados, opositores al establishment, gente conflictiva precisamente porque lee”.10

Los trabajos que se han realizado en países con altos índices de lectura –y que se han elaborado bajo diversos puntos de vista y han producido muchos hallazgos e interpretaciones novedosas– dan cuenta de que hay una disminución de lectores. En este marco se han definido nuevos conceptos que van desde la descripción de lo culto y lo popular –analizados por Hoggart, Passeron o Bordieu–, o la teoría sobre la no decadencia de hábitos lectores, donde también se han planteado nuevos escenarios, producto de nuevas categorías sociales que se traducen en una desestimación de los valores denominados “legítimos”, como lo señala Bahloul.
Asimismo, hay quienes abordan la lectura, como Lafarge, desde el punto de vista del lector “letrado”, donde existe un estatus social de géneros que proporcionan beneficios sociales de legitimidad, o como bien plantea Chartier, quien dice que es necesario abordar el estudio de la lectura pasando del libro al acto de leer, analizando este acto como lugar y ejercicio, como disciplina e invención.11

Ha sido muy recurrente, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo pasado, utilizar las encuestas como método de acceso al conocimiento de fenómenos colectivos. En el ámbito de los estudios sobre lectura, se han usado, sobre todo, para cuantificar las prácticas de lectura: cuántos libros se leen, cuántos se producen, cuántos se venden, cómo se leen, qué se lee, cuáles son los perfiles socioeconómicos de los lectores, etcétera, aunque los datos per se tienen limitaciones inevitables, producto de la metodología utilizada y del mismo problema que implica la medición de eventos en contextos complejos como la lectura, pero también debido a la multiplicidad de factores que deben considerarse. Y, a pesar de que los datos son absolutamente necesarios para cualquier tipo de conocimiento, en problemas tan amplios y que abarcan realidades tan personales e íntimas, la complejidad es aún mayor. De ahí que el enfoque cualitativo sea tan importante y se constituya en un medio idóneo para formular teorías.

La primera Encuesta Nacional de Prácticas y Consumo Culturales, que el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA) encarga a la Unidad de Estudios sobre la Opinión de la UNAM, se realizó en 2004. Este sondeo incluyó una visión rápida de hábitos de lectura y revisó el acceso y preferencias de lectura de libros, revistas y periódicos. Fue en 2006 cuando se llevó a cabo la primera Encuesta Nacional de Lectura (ENL), que también el CONACULTA encargó al área de Investigación Aplicada y Opinión del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM. El trabajo se hizo considerando diversos grupos sociodemográficos mayores de 12 años, ubicados a lo largo y ancho del país. El trabajo se reduce a cinco grandes secciones, de los múltiples cruces de información que se realizaron en la interpretación de la información: ¿Qué y cuánto se lee en México? ¿Dónde y por qué se lee? También se exploró sobre el acceso y la circulación de la cultura escrita y sobre representaciones sociales de la lectura y usos del tiempo libre, con el fin de identificar factores que estimulan o inhiben la formación lectora.

Las características de prácticas lectoras en el país se pueden sintetizar en las siguientes:
· Según la encuesta, los mexicanos de 12 años o más leen en promedio 2.9 libros al año.
· Un 33.5 por ciento de la población dice no leer libros, aunque de los que contestaron hacerlo, al preguntarles cuál fue el último libro leído, la mitad dijo no recordar.
· Apenas 4.2 por ciento lee más de 10 anualmente, siendo los jóvenes los que conforman el mayor porcentaje, pero su participación disminuye a partir de los 23 años.
· Entre quienes dicen leer, el 58.7 por ciento lo hace por lo atractivo del tema, el 30.2 por ciento por recomendación de amigos y familiares, el 28.6 por ciento para hacer tareas escolares y el 16.4 por ciento porque le gusta leer.
· Las razones para no leer son: 69 por ciento por falta de tiempo, seguido por un 30.4 por ciento que declara que no les gusta leer.
· La población que usa Internet es de 24.2 por ciento. De esta cifra, el 52.7 por ciento lo usa para revisar el correo electrónico y el 2.5 por ciento para leer periódicos y revistas.
· La proporción más alta de los entrevistados que no compraron libros en el último año se da en el nivel socioeconómico más bajo y decrece conforme éste aumenta.
· La lectura en periódicos y revistas, 67.4 y 73 por ciento respectivamente, se da al igual en los niveles socioeconómicos medio alto y alto, y mengua conforme disminuye el nivel socioeconómico.
· La posesión de una biblioteca personal se asocia con el grado de escolaridad y nivel socioeconómico.
· La asistencia a bibliotecas se encuentra relacionada en un 85 por ciento con los entrevistados de educación universitaria y decrece a un 12.5 por ciento con entrevistados sin escolaridad.

Cabe señalar que sobresale la correlación del nivel de estudio con la lectura: el porcentaje de los que declaran leer más corresponde precisamente a los que se ubican en la etapa de niñez y juventud, aunque a medida que avanza la edad, disminuye el porcentaje de personas que dicen leer. Esto es, la capa donde se concentran las prácticas de lectura tiene una relación directa con la instrucción escolar; de ahí que este segmento de la población revista características de importancia al abordar el tema de la lectura.

La escuela es, pues, el contexto donde se leen diversos materiales, donde se accede a mucha información en varios formatos y, por consecuencia, donde los actos comunicativos son diferentes. Sin embargo, como bien dice Felipe Garrido,12 existe una grave deficiencia en nuestro sistema educativo:

“…el mayor problema de lectura no es el analfabetismo, sino el hecho de que quienes asisten a la escuela no son lectores, quienes terminan una carrera universitaria no son lectores, quienes logran hacer un posgrado no son lectores, la mayoría de nuestros maestros no son lectores”. O como lo plantea Zaid:13 “…el problema del libro no está en millones de pobres que apenas saben leer y escribir, sino en los millones de universitarios que no quieren leer […] lo cual implica que nunca le han dado el golpe a la lectura, que nunca han llegado a saber lo que es leer”.

Formar lectores es una meta social compleja que requiere de muchos actores y del trabajo arduo de muchas instituciones, entre las que las educativas deberían ser las primeras. Gregorio Hernández14 comenta: “…la producción intelectual de los países industrializados es indisociable a sus amplios y poderosos sistemas de investigación y educación superior, que es donde se produce el conocimiento original”; además, añade que es indispensable “acceder a la lectura, (y por lo tanto) al conocimiento y al pensamiento conceptual y crítico […] por eso necesitamos ir a la Universidad: los libros ahí están, disponibles en bibliotecas y librerías, pero necesitamos sentirnos parte de una comunidad de lectores, donde haya guías intelectuales que nos enseñen qué libros es importante leer, cómo interpretarlos, qué se necesita saber para entenderlos, cómo utilizar el conocimiento que se deriva de ellos y, algo más crucial, cómo producir ideas y textos propios utilizando como modelo el lenguaje y las ideas de los textos que otros han escrito antes”.

Ante el panorama anteriormente descrito, es necesario realizar un trabajo que incluya la obtención de datos a través de la aplicación de una encuesta sobre hábitos culturales y especialmente sobre prácticas lectoras. Los resultados, en un primer momento, nos darán cifras que permitirán conocer cómo está conformada la comunidad universitaria y cuáles son sus hábitos lectores. En un segundo momento, será indispensable la valoración cualitativa de la realidad universitaria. Después de conocer los primeros resultados, se puede programar una continuidad del estudio sobre alguna problemática o tema que destaque del primer análisis o, bien, para dar seguimiento a los programas establecidos y valorar su impacto.

Nunca las cifras, por sí mismas, podrán darnos elementos para formular teorías, pero debemos recalcar que son necesarias para conocer la realidad en la que estamos ubicados y, a partir de ellas y agregando análisis y tareas, podremos dar alguna interpretación más cercana de la realidad y proponer estrategias para cada programa que persiga el objetivo de formar lectores. En este campo aún hay mucho por hacer.

 
NOTAS
1. Encuesta Nacional de Lectura. Informes y evaluaciones
, ed. Daniel Goldin, CONACULTA, Mé
xico, 2006.
2. Felipe Garrido, El buen lector se hace, no nace, Ariel, México, 1999.
3. Sarah Escobar Carballal, Cotización de colecciones bibliotecarias, Alfagrama, Argentina, 2006.
4. Ariel Gutiérrez Valencia, “La lectura: una capacidad imprescindible de los ciudadanos del siglo XXI. El caso de México”, en Anales de Documentación (Universidad de Murcia, 2005), vol. 8, pp. 91-99.
5. Educación. Visiones y revisiones, comp. Fernando Solana, Siglo XXI, México, 2006.
6. Sociología de la lectura, comp. Bernard Lahire Gedisa, España, 2004.
7. Encuesta Nacional de Lectura…, p. 204.
8. Sociología de la lectura…, p. 96.
9. Jorge Vaca, documento interno, Universidad Veracruzana.
10. Juan Domingo Arguelles, ¿Qué leen los que no leen? , Paidós, México, 2003.
11. Sociología de la lectura…, p. 106
12. Garrido, El buen lector…, p. 63.
13. Gabriel Zaid, Los demasiados libros, Océano, México, 1996.
14. Encuesta Nacional de Lectura…, p. 206.