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Necesario,
promover la lectura en niños y adolescentes
Jorge
Vaca Uribe, Martha de Jesús Portilla León y Denise
Hernández y Hernández1 |
En
México, el tema de la lectura se ha convertido en una cuestión
de Estado. Por eso, asumir el reto que representa decir algo original
y significativo resulta un poco difícil, ya que en los
últimos lustros se han producido muchos y diversos discursos
provenientes de sectores oficiales o no, escolares o no, mediáticos
o no sobre el tema. Por supuesto que compartimos muchas de las
respuestas que ya se han dado al respecto: es importante promover
la lectura porque “abre mundos posibles”, “forma
ciudadanos críticos”, “es buena”, “es
mejor que la televisión”, “ejercita la imaginación”,
“forma personas cultas”, “educa”, “es
necesaria para escribir (bien)”, “inflama el espíritu”,
etcétera. De todas, hoy preferimos la siguiente:
Viví,
miré, leí, sentí, Qué hace ahí
el leer, Leyendo se acaba sabiendo casi todo, Yo también
leo, Por tanto algo sabrás, Ahora ya no estoy tan segura,
Entonces tendrás que leer de otra manera, Cómo,
No sirve la misma forma para todos, cada uno inventa la suya,
la suya propia, hay quien se pasa la vida entera leyendo sin conseguir
ir más allá de la lectura, se quedan pegados a la
página, no entienden que las palabras son sólo piedras
puestas atravesando la corriente de un río, si están
ahí es para que podamos llegar a la otra margen, la otra
margen es lo que importa, A no ser, A no ser, qué, A no
ser que esos tales ríos no tengan dos orillas sino muchas,
que cada persona que lea sea, ella, su propia orilla y que sea
suya y sólo suya la orilla a la que tendrá que llegar,
Bien observado, dijo Cipriano Algor, una vez más queda
demostrado que no les conviene a los viejos discutir con las generaciones
nuevas, siempre acaban perdiendo, en fin, hay que reconocer que
también aprenden algo,2
Nuestra
respuesta personal es simple. Partiremos y trataremos de llegar
a ella después de analizar algunos rasgos subyacentes,
relativamente ocultos o poco reflexionados acerca del tema, cuya
consideración me parece importante siempre que queremos
contribuir a promover la lectura de niños y adolescentes:
es importante porque se trata de una actividad cognitiva y culturalmente
contextualizada que les permite a los niños, y les permitirá
a los ciudadanos en quienes se convertirán, satisfacer
algunas de sus necesidades durante el resto de su vida. Apenas
alcanza el espacio gráfico para justificarla. En el camino
propondremos algunas reflexiones a quienes se dedican a promover
la lectura de, entre o con niños y jóvenes.
En primer lugar, quisiéramos justificar por qué
preferimos caracterizar la lectura como una actividad y no como
una habilidad, competencia o capacidad, tal como lo prefiere la
mayoría de los especialistas (y quienes no lo son tanto).
Resulta que la lectura es un mito:
De
la misma manera que, como Wittgenstein lo mostró, jugar
(con los errores) no es jugar (fútbol), se puede decir
que leer no es leer o que escribir no es escribir.
“La lectura” o “la escritura” son mitos.
Existen diferentes formas de lectura que dependen de la naturaleza
de los géneros discursivos leídos, de las funciones
sociales de esas prácticas (leer para aprenderse algo de
memoria, para recordar algo, para informarse, para soñar,
etc., son prácticas muy diferentes), lo mismo que de las
maneras de leer (lectura continua o discontinua, rápida
o lenta, con o sin tomar notas, lectura como actividad principal
o secundaria) [...] Nunca podríamos decir “en cualquier
circunstancia” en lo que concierne a las prácticas
de lectura y escritura de hoy. Creo que existen muy pocas competencias
transversales al conjunto de prácticas de lectura y de
escritura, porque estas prácticas son co-extensivas al
conjunto de las prácticas sociales. 1
Así,
pues, visto desde este ángulo, el problema de la promoción
de "la lectura" se convierte en el problema de la promoción
de cierto tipo de prácticas culturales que persiguen fines
concretos y que no están atravesadas transversalmente por
una competencia fácilmente definible (habilidad, capacidad,
destreza), encapsulada en el individuo. Por cierto, esta práctica
es análoga de otras prácticas culturales igualmente
valiosas que hay que respetar y promover: la de ver cine, la de
ir a museos, la de ver televisión, la de escuchar música
y, por qué no, la de reunirse con los amigos.4 Alguien,
seguramente, sentirá la tentación de agregar el
adjetivo “buen(a)” a esos objetos culturales (es decir,
que desearía que se hubiese escrito “buen cine”,
“buen teatro”, etcétera), pero sabrá
que lo bueno y lo malo son siempre relativos.
La necesidad subyace a la finalidad de la actividad cuya satisfacción
busca. En el terreno de la promoción de “la lectura”
es muy recurrente el argumento relativo al placer: hay que leer
por placer. Bueno, de acuerdo. Y... ¿qué nos proporciona
placer?: entender, compartir, imaginar, soñar, comunicarnos,
informarnos, resolver problemas prácticos, “cruzar
ríos”, mirarnos a nosotros mismos, etcétera.
La necesidad es abierta e individual, aunque culturalmente contextualizada.
Por eso no hay un texto necesario para todos ni en cada uno de
los momentos de la vida. En ciertas circunstancias, podremos ser
receptivos a unas obras y no a otras, por eso en ciertos momentos
leeremos y en otros no. La lectura puede sufrir intermitencias
o fluctuaciones como la práctica del deporte, los viajes,
la asistencia al teatro, al cine... Promover prácticas
de lectura es, entonces, promover cierto tipo de necesidades,
que lo podrán ser sólo en la medida que otras mucho
más básicas estén satisfechas: contar con
un trabajo estable justamente remunerado, alimentación,
educación, salud.
Lo anterior apunta ya a justificar por qué decidimos escribir
que “la lectura” es una actividad cognitiva y culturalmente
contextualizada: porque lo son también las necesidades,
y eso es muy importante. La sociedad crea necesidades, que serán
más o menos simples, más o menos utilitarias, más
o menos sublimes en relación con la evolución misma
de la sociedad y de los niveles de bienestar que procure a sus
miembros.
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Por
otro lado, las necesidades y la autenticidad de las prácticas
tienen mucho que ver con los desempeños. Uno de los máximos
abusos (al menos discursivos) cometido por los especialistas sobre
los jóvenes y los niños es afirmar sin más que
“no comprenden lo que leen”. ¿Qué leen?
¿Qué se les puso a leer, en qué contexto y con
qué tiempo, con cuál andamiaje conceptual? ¿Qué
necesidad, de los jóvenes, resuelve la actividad de leer y
responder a los cuestionarios de evaluación? ¿Leen igual,
con la misma intensidad y gusto, cuando chatean con sus amigos o amigas,
cuando buscan información en Internet que es importante para
ellos o cuando, incluso, leen (un clásico de la) literatura
porque un amigo se los recomendó o porque se encuentran insertos
en una misma “comunidad de interpretación”? |
Afirmar
que los niños y jóvenes no entienden lo que leen es
asegurar que ellos no piensan, que no razonan. Si no comprendieran
lo que leen, ¡tampoco podrían entender el mundo en
el que viven ni desarrollar todas las prácticas correlativas
que la vida supone! Emprender la promoción de prácticas
de lectura bajo una mirada u otra puede llevar a desarrollar acciones
muy diferentes, con actitudes y énfasis igualmente diferentes.
Rara vez nos detenemos a pensar y analizar con claridad las exigencias
subyacentes de los textos, derivadas de sus momentos de producción:
¿Quién escribió? ¿Para qué lo
escribió? ¿Con qué palabras lo escribió?
Ha sido mil veces demostrado que “la comprensión”
(un mito también, en el sentido antes especificado), condición
del gozo de un texto, depende mucho más de los “conocimientos
previos” que se tengan sobre su contenido que de la nebulosa
“habilidad de lectura” que se haya desarrollado. Y los
conocimientos que se tienen sobre los infinitos temas potenciales
de los textos dependen, en gran medida, de la historia individual
que se ha desarrollado en el seno de un ambiente culturalmente pobre,
rico o en cualquier punto intermedio (que en Veracruz, desafortunadamente,
está siempre más cerca del primer polo).
Falta justificar por qué es importante promover las prácticas
de lectura precisamente entre niños y jóvenes. La
respuesta corta sería: porque lo que bien se aprende de niño,
nunca se olvida. Uno de los estudios más meticulosos que
conocemos sobre la adquisición del lenguaje, oral y escrito,
fue realizado por Gordon Wells y reportado principalmente en un
libro publicado en 1986, The meaning makers, traducido al español
con el desafortunado título de Aprender a leer y escribir.5
Se trató de un seguimiento longitudinal de 15 años
(que comenzó cuando los niños tenían 1.5 o
2 años, edad en la que se empieza a hablar), que utilizó
ingeniosísimas técnicas de muestreo de actividades
lingüísticas en los hogares y en la escuela de niños
de diferentes grupos socioeconómicos en Bristol, Inglaterra.
Dicho seguimeinto llega, entre muchas de sus interesantes conclusiones,
a una que es pertinente para responder a esta pregunta:
...
crecer en un entorno familiar culto, en el que la lectura y la escritura
aparezcan de un modo natural, insertas en las actividades cotidianas
de un modo natural, supone una especial ventaja de cara a la educación
formal. Y de todas las actividades que caracterizaban a tales hogares,
la más importante era, por lo que observamos, la lectura
en común de relatos. (p. 234).
Existe,
pues, un “círculo virtuoso” entre la familia
lectora, la escuela y las prácticas de lectura.6 Lo que es
confirmado también con una encuesta francesa que deja ver
que las condiciones de contexto son de gran peso en la formación
de lectores.7
La respuesta larga tiene que ver con una postura epistemológica
y didáctica constructivista: la alfabetización en
un sentido amplio es un proceso sin fin. Nunca acaba uno de alfabetizarse,
si por eso se entiende no sólo aprender a dibujar las letras,
comprender el principio alfabético básico de nuestro
sistema de escritura y comprender los diferentes subsistemas ortográficos:
el de la separación de palabras (cuyo uso se empieza a ver
alterado por las nuevas tecnologías de comunicación
escrita), el logográfico, (a / ha / ah; tubo y tuvo), el
morfográfico (tubular, tuberculosis, tubería, vs.
tuvo, tuvimos), el de la representación del acento (en franco
proceso de extinción), el de puntuación (la coma,
el punto, el punto y coma, los signos de interrogación),
cuyo dominio es dudoso, incluso, en profesores universitarios y
reporteros. Alfabetizarse también es aprender a ejercer una
gama de prácticas de lectura (y escritura, por cierto) que
sean necesarias para la vida de los individuos en su sociedad, así
como adquirir los conocimientos lingüísticos concomitantes,
como el de las estructuras textuales de diversos géneros,
el de los registros de cada uno, etcétera. Siempre habrá
prácticas nuevas que debamos enfrentar.
Esa perspectiva, por sí sola, replantea el papel de la universidad
en la progresión de la alfabetización, al matizar
la suposición de que los estudiantes “ya deben saber”
tal o cual cosa. Enseñar los registros lingüísticos
propios de nuestras disciplinas, así como todos los aspectos
pragmáticos implicados en la producción e interpretación
de los textos académicos es nuestra responsabilidad como
profesores universitarios y es parte de la alfabetización
en ese sentido amplio que hemos mencionado. Actualmente, hay muchos
estudios relacionados con el tema de enseñar a leer y escribir
en la universidad.8
Desde la perspectiva didáctica, se puede plantear que todos
esos conocimientos se adquieren solamente, o al menos se adquieren
mejor, en la medida que se los comprenda en el interior mismo de
las prácticas para las que son importantes, de la misma manera
que el lenguaje oral sólo se adquiere en el seno de prácticas
comunicativas en el núcleo familiar: la forma y la función
son dos caras de la misma moneda, y no hay monedas de una sola cara,
como lo muestra también “el estudio Bristol”.
Aquí hay otro nudo importante: ¿Cuáles son
esas prácticas necesarias? ¿Para quiénes son
necesarias? ¿En qué sociedad o comunidad? Las encuestas
nos dicen (y la prensa nos grita todo el tiempo) que los “grandes
lectores”, por cierto en cualquier país, lo son gracias
a sus familias, que son “grandes lectoras” y que tienen
medios económicos y culturales que transmiten más
o menos naturalmente.
Este nudo nos parece muy importante porque suele atribuirse a la
escuela (y sobre todo a los maestros) la responsabilidad casi total
de formar lectores, pero debemos considerar que “la lectura”,
o cualquiera de sus múltiples manifestaciones prácticas,
es sobre todo una herencia familiar y social, por hablar en términos
muy generales. Razonando en esta dirección, acabar con la
pobreza económica y cultural sería la acción
más sólida para promover las prácticas de lectura
entre niños y jóvenes. ¡Mientras eso sucede,
reforcemos a las escuelas y a los maestros!
Puesto que la escuela no puede asumir sola la responsabilidad de
“formar lectores” o de alfabetizar en el sentido amplio
indicado más arriba, al menos en las pobres condiciones actuales
de la escuela pública mexicana (y en particular de la veracruzana),
es no sólo fundamental, sino estrictamente necesario colaborar
con ella a través del impulso de todas los formas posibles
(imaginadas o por imaginar), remediales y preventivas (de ahí
que sea importante que la universidad trabaje con los niños
y jóvenes que muy probablemente serán sus estudiantes),
de promoción de prácticas de lectura, pues es esa
escuela la única vía que algunos niños y jóvenes
tienen para relacionarse con la cultura escrita. Si ella les falla,
todos les fallamos. |
Ya
argumentada la respuesta, es imperioso extraer, a manera de reflexión
final, algunos corolarios acerca de la cuestión:
1. Es necesario promover prácticas de lectura
que satisfagan necesidades individuales o colectivas auténticas
(es decir, insertas naturalmente en actividades cotidianas de los
lectores potenciales), lo cual elimina toda autoridad y todo cliché:
sólo en un ambiente colaborativo, de libertad y respeto se
pueden promover prácticas de lectura.
2. Lo anterior supone no privilegiar algún
género textual respecto de ningún otro. Lo que prima
es el lector, sus necesidades y sus gustos, que evolucionarán
conforme evolucione la sociedad en la que se desarrolla. |
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3.
Se requiere, además, de muchas voluntades solidarias, contar
con recursos para fundar bibliotecas que estén vivas9 (que
es muy diferente a contar sólo con acervos en cajas o anaqueles),
accesibles por muchas vías (en bibliotecas, por correo, de
manera electrónica), para lectores, promotores y maestros,
y que puedan responder a la infinita gama de necesidades que surjan
en los grupos (círculos, talleres, escuelas, clubes) dedicados,
con una u otra organización, a esta tarea.
¡Hay mucho qué hacer, qué adquirir y qué
organizar! Sí. Aunque por ahora la SEV, responsable de la educación
básica, sea un “tigre de papel” (la expresión
se la debemos a nuestro colega Germán Álvarez M., pero
la atribución es de Jorge Vaca), esperemos que llegue a ser
“un tigre”, a secas. Mientras tanto, hay que apoyar a
los niños. Clamar porque la gente lea es también clamar
porque la gente, toda la gente, viva en una sociedad justa que le
permita tener y satisfacer necesidades cada vez más elevadas,
que le permita el tiempo para atender esas necesidades cuya satisfacción
requiere un “ocio creativo”.
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NOTAS
1. Miembros del Instituto de Investigaciones en Educación
de la Universidad Veracruzana.
2. J. Saramago, La carverna, Santillana de Ediciones Generales,
Madrid, 2002, p. 95.
3. B. Lahire, “Usages sociaux de l’écrit et ‘illettrisme’”,
en Illettrismes: quels chemins vers l´écrit (F. Andrieux,
J. Besse y B. Falaize, coords.), Tournai: Magnard, 1997. El texto
completo forma parte de una antología de textos traducidos,
coordinada por J. Vaca, que se publicará próximamente
en la colección Textos Universitarios, bajo el título El
campo de la lectura: caminos, brechas y senderos.
4. Véase, para un sondeo de las prácticas culturales
preferidas por los mexicanos, la Encuesta nacional de prácticas
y consumo culturales, CONACULTA, 2004.
5. G. Wells, Aprender a leer y escribir, Editorial Laia, Barcelona,
1988.
6. “El número de libros leídos en un año
es mayor entre la población más joven y decrece conforme
la edad aumenta”, dice la encuesta citada de CONACULTA, p.
89, ¡y nos la pasamos diciendo que los jóvenes no leen!
7. Ch. Baudelot et al., Et pourtant ils lisent... Editions du Seuil,
Paris, 1999.
8. P. Carlino, P., Leer y escribir en la universidad, colección
Textos en contexto, núm. 7, Lectura y Vida, Buenos Aires,
2004.
9. Véase al respecto: J. Vaca y B. Montiel, “Bibliotecas
vivas: experiencia en una escuela rural mexicana”, en Lectura
y vida: revista latinoamericana de lectura (septiembre, 2006), núm.
3, año 27, pp. 28-39.
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