Todas
esas visiones, conceptos e ideas que rodean e incitan las mentes
infantiles en los países desarrollados están al alcance
de la mano, y este bagaje cultural de origen hace mucho más
viable el cimiento de sociedades con capacidad de construir instituciones
sólidas y a establecerse y consolidarse bajo formas de convivencia
que franquean el paso a una vida social más civilizada y
tolerable.
No son esas raíces profundas del pensamiento lo único
que permite a las sociedades un alto desarrollo material y espiritual,
como lo demuestran el surgimiento potente de naciones con menos
historia y menos raigambre indígena; pero no hay duda de
que la sabiduría, la inteligencia y la razón acercan
a las comunidades a los frutos del progreso y a una vida más
plena. Naciones desprovistas de esos recursos, por razones de historia
e inserción geográfica en el globo, tienen que ir
en su búsqueda al lugar en que se encuentran, disponer de
ellos, hacerlos nuestros, fundirlos con nuestra naturaleza y nuestra
sabiduría autóctona. Y si ya sabemos que el conducto
son los libros y su lectura, y si la fuente de nuestros deseos se
encuentra en los clásicos de la literatura universal, no
tenemos por qué errar el camino si queremos construir una
sociedad que permita que surjan un Einstein o un Darwin, o muchos
seres superiores como Octavio Paz o Mario Molina.
Siempre he creído en la lectura como el acto de conciencia
más revelador y extraordinario. En un texto se encuentra
la vida como es, pero también como se imagina y algunas veces
como se desea. Estoy seguro que no estoy diciendo algo que no hayan
dicho muchos otros sobre la lectura.
Alguna vez Carlos Miguel Prieto, el gran músico mexicano
que nació y creció entre las melodías de Mozart
y Beethoven, me habló sobre la reacción de los niños
cuando escuchan música clásica. Esos infantes que
adquieren el hábito de oírla no se convierten en aficionados
exclusivos de la música clásica, sino que escuchan
también la música popular mexicana o a raperos con
la misma atención y placer que a los genios mencionados.
Pero lo que Prieto descubre en ellos es que son mejores como seres
humanos, y esto quiere decir que son ciudadanos con actitud crítica
y, al mismo tiempo, es muy seguro que sean personas solidarias.
Por el contrario, Bloom se lamentaba, en 1987 –un fecha no
muy lejana–, de los estudiantes estadounidenses: “Es
aterradora –decía– la escasa agudeza psicológica
de nuestros estudiantes, porque para decirles cómo son las
personas y cuáles son sus motivos, sólo cuentan con
la psicología popular". Por su parte, los políticos
mexicanos –no sólo los estudiantes o los profesores–
a falta de educación recurren a la psicología televisiva.
Es frecuente que nuestros flamantes legisladores recurran a expresiones
como “ciérrale”, “estás nominado”,
“parodiado” o “ventaneado”, consecuencia,
precisamente, de esa incapacidad de discernir lo sublime y profundo
de la basura seudocultural que ha barrenado hasta lo más
hondo los espacios de nuestra vida pública.
La omisión de la lectura –y de la música misma–
nos imposibilita conocer los inconmensurables territorios de la
literatura de los que habla Sergio Pitol. Cervantino al fin, lo
escuché decir que el Quijote encerraba todas las disciplinas
del saber: filosofía, derecho, psicología, historia,
política, es decir, la vida misma. Esos andares de don Alonso
Quijano y Sancho Panza, su fiel escudero, esas lecciones de vida,
son desplazados en buena medida –y no únicamente–
por esta preeminencia de los medios electrónicos con los
cuales los personajes públicos establecen una dependencia
ciega, ignorando que esos medios se obstinan en crear una realidad
a conveniencia de sus intereses mercantiles.
Una de las manifestaciones de que no somos un país instruido
bajo la preeminencia de la lectura se nota claramente en el hecho
de que nos hemos dejado atrapar por las prescripciones de un grupo
de afinados y agudos comunicadores (mujeres y hombres) que son los
encargados de maniobrar la temperatura política nacional.
No exagero si digo que en muchos sentidos, y de manera reiterada
la televisión, se convierte “en el árbitro del
acceso a la existencia social y política”.2 Es evidente,
en este entorno, que la problemática educativa del país
se ha agravado y se refleja en cuotas educativas y de calidad alarmantes,
particularmente en la educación superior, a la que acceden
apenas el 22.5 de 100 jóvenes en edad universitaria. Y no
es una casualidad que estos problemas se hayan agudizado en estas
décadas en las que la televisión y la radio han alcanzado
cifras de influencia (y de ganancia) que no se conocían.
Siempre he creído, además, que buena parte de la ausencia
de civilidad política, la falta de respeto a las normas de
convivencia, el histórico desapego a la legalidad de muchos
ciudadanos, así como los comportamientos abominables de nuestras
élites, obedecen a la falta de educación y de lectura.
Si nuestros políticos –legisladores– desconocen
la Constitución y las leyes, es muy probable que haya en
ellos un vacío histórico, político y moral
de gran tamaño. Habrá, entonces, que pensar en la
gravedad de ello, puesto que quien dedicado a esta responsabilidad
pública no haya leído un libro de este calado e importancia
para el cumplimiento de ella, tal vez algo sabrá de oídas
de Maquiavelo, pero es difícil que haya leído a Montesquieu,
a Montaigne, a Chateaubriand… mucho menos a Proust. Nunca
entenderán el mundo, y eso es un hecho, porque se quedarán
en ascuas cuando se les diga que Macbeth, Falstaff, Susana Sanjuán
o Anacleto Morones son personajes de la literatura universal que
tienen un enorme significado moral.
Ya nos dice Pitol lo que es leer y adonde nos lleva. Leer, dice
Pitol en la presentación de la Biblioteca del Universitario,
es “uno de los mayores placeres, uno de los grandes dones
que nos ha permitido el mundo, no sólo como una distracción,
sino también como una permanente construcción y rectificación
de nosotros mismos”.
La devoción por el libro y por la lectura tiene relación
con los deseos de realización espiritual y moral. A través
del libro y de los buenos libros, de los clásicos, accedemos
a la naturaleza y la esencia inteligible de las cosas. La lectura
nos marca la diferencia. “Es la lectura lo que acaba de hacer
al hombre”, afirma Ben Jonson, y si bien hay que reconocer
que no lo es todo para el ser humano, que de seguro no nos volverá
sabios ni ricos, que tal vez nada se materialice porque buscamos
a través de ella la verdad, no hay duda de que nos ayudará
a “comprender mejor la realidad más allá del
presente” y, es un hecho, nos hará personas más
tolerantes, respetuosas y comprensivas de los demás.
Soy un confeso lector tardío de Sergio Pitol, pero en el
último año he empezado a recuperarme y tengo sus libros
a mi lado. Dicen que es un autor complejo; no me lo ha parecido
hasta ahora. Lo que sí puedo decir es que la lectura de sus
textos no sólo me ha hecho crecer y fortalecer mi relación
con el libro y con la literatura, sino que también he reencontrado
esa individualidad que nunca permanece, sino que por momentos a
algunos nos resulta inasible. Dice el propio Pitol que “una
sociedad que no lee es una sociedad sorda, ciega y muda”.
Una juventud alejada de la lectura y del libro producirá
irremediablemente una entropía espiritual o una evaporación
de la sangre hirviente del alma –si no es que ya estamos en
ella–, de la que hablaba Nietzsche.
Vuelvo a repetirlo en palabras llanas: es preferible una juventud
y una sociedad que vean la vida a través de Cervantes, de
Balzac o de Pitol, que una juventud y una sociedad que la interpreten
bajo la influencia de la vulgaridad de los "héroes"
de la televisión, que es lo mismo que estar ciegos, sordos
y mudos. En esa zona primitiva y desventajosa se encuentra la lucha
del libro en nuestro país. Una lucha desventajosa, sin duda,
pues es el dinero lo que puede determinar el destino del libro y
es evidente que el espíritu de quienes lo poseen expresa
otros intereses y lleva a otros destinos. Por ello, su implantación
desde las universidades tiene una connotación especial. La
Biblioteca del Universitario de la Universidad Veracruzana, así
lo entiendo, es una apuesta a evitar ambas cosas: por una parte,
la regresión a un pasado ominoso de la sociedad y, por la
otra, a impedir que nos convirtamos en una sociedad inope, en una
sociedad enmudecida por la ignorancia, la cual es el soporte ideológico
de la injusticia.
Con un alto sentido de la política, la Universidad Veracruzana
busca pavimentar de libros el camino académico de sus estudiantes
y de sus profesores. Por ello, al publicar la Biblioteca del Universitario,
libera al libro: es un acto de libertad. Y si libro es una palabra
vinculada a libre, como lo infiere Pitol, los estudiantes de esta
institución tendrán 52 llaves maestras con las cuales
podrán abrir las puertas para llegar al sitio donde se encuentran
las revelaciones y las filosofías que les dirán el
significado de la vida.
*Asesor
del Rector de la Universidad Veracruzana
NOTAS
1. Allan Bloom, El cierre de la mente moderna, Plaza & Janés,
Barcelona, 1989.
2. Pierre Bourdieu.
|