Octubre-Diciembre 2006, Nueva época Núm.100
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Un libro para motivar la reflexión*
En torno a Inundaciones 2005 en el estado
de Veracruz


Adalberto Tejeda Martínez **

El libro Inundaciones 2005 en el estado de Veracruz proporciona información para motivar la reflexión. Conformado por una veintena de capítulos, su tema central es la serie de inundaciones ocurridas en el estado de Veracruz en 2005, principalmente las provocadas por el huracán Stan. Asimismo, presenta un diagnóstico que alude a la historia y aventura escenarios futuros.

Aquí conviene recordar las similitudes y las diferencias entre las inundaciones en territorio veracruzano provocadas en 1999 por la depresión tropical número 11 y las de 2005 causadas por Stan. Ambas ocurrieron en los primeros días de octubre, cuando la temporada de lluvias estaba concluyendo con los cuerpos de agua rebosantes y el suelo, saturado de humedad, al grado de que la lluvia no pudo ser absorbida más por el terreno.

Ambas contingencias se presentaron en el primer año del gobierno estatal, mientras el gobierno federal iba feneciendo. Las inundaciones de 1999 se presentaron en el norte del estado; las de 2005 abarcaron casi toda la planicie costera y varios puntos serranos de la entidad. En 1999, la depresión tropical número 11 era poco amenazante, pero, empujada hacia el flanco norte de la Sierra de Misantla por un frente frío, dejó caer 217 litros por metro cuadrado en 24 horas en Martínez de la Torre, similares a los 223 que descendieron en el puerto de Veracruz el 4 de octubre de 2005. En 1999, los desbordamientos –incluso la formación de ríos en lo que durante años fueron cañadas secas– ocurrieron de noche y sorprendieron a la población, lo que ocasionó más de 200 muertos oficialmente, y casi 100 desaparecidos.

Por su parte, la llegada del huracán Stan estaba prevista para entrar por Antón Lizardo; unas horas antes empezó a cambiar su trayectoria y entró a tierra 100 kilómetros al sur. A pesar de las cuantiosas pérdidas materiales y el número de damnificados, no hubo una sola muerte provocada directamente por el meteoro. La prevención y la alerta jugaron un papel importante.
Las cifras de damnificados son contrastantes: menos de 100 mil en 1999, contra casi millón y medio en 2005. En 1999 se desbordaron cinco cuerpos de agua, contra 31 en 2005. Se afectaron 12 mil viviendas en 1999 y Stan se metió a 135 mil casas. Los albergues cobijaron a 18 mil personas en aquel entonces, y en 2005 fueron 200 mil. Veinte tramos carreteros y puentes se fracturaron en 1999 y 170 en 2005. Es decir, aproximadamente la relación de daños es de uno a diez. Los municipios afectados por la depresión tropical de 1999 fueron 83 y Stan alcanzó a 170.

La cuenca del Papaloapan, por su topografía e hidrografía, siempre ha estado expuesta a inundaciones. En sus aportaciones al libro, José Velasco-Toro y Gustavo Ramos dicen:

“…Durante el periodo prehispánico y la etapa colonial, el agua que se desborda se asoció simbólicamente a la dualidad vida-muerte […] A partir de la segunda mitad del siglo XIX, la sociedad industrial […] empezó a representar las avenidas y consecuentes inundaciones, como signo de muerte y destrucción, razón por la cual se inició una lucha, primero, por reducir el impacto de las inundaciones en los espacios urbanos; después, por controlar y almacenar los afluentes del Papaloapan a fin de evitar las súbitas y cíclicas crecientes […]” Fue conveniente, entonces, abrir este libro con referencias a ese pasado, ya sea sobre el Papaloapan o sobre otras regiones y culturas –quiché, maya, totonaca– a las que aluden, en un segundo capítulo, Héctor Cuevas y Mario Navarrete para discurrir sobre el dios Huracán.

Clima, economía y sociedad
Las inundaciones han sido recurrentes en el estado, pero su estudio sistemático no se ha arraigado, por lo que el libro referido intenta contribuir en ese sentido, continuando un trabajo de una década atrás cuando apareció la primera compilación de análisis sobre riesgos por fenómenos naturales en el estado.1
Desde luego, el paso cercano de tormentas o ciclones tropicales pueden ser causa de inundaciones en Veracruz, mucho más si tocan el territorio estatal, pero también lo pueden ser depresiones menores e, incluso, nortes, como lo señalan en este libro Federico Acevedo y Antonio Luna, por una parte, y Carolina Ochoa y colaboradores, por otra, cuando hacen el recuento de los fenómenos meteorológicos y las precipitaciones intensas que cruzaron por la entidad en 2005. Por su parte, Domitilo Pereyra y Agustín Pérez-Sesma analizan la hidrografía estatal y su comportamiento durante ese año. En tanto, Jáuregui2 muestra que en la costa atlántica de México, Quintana Roo y Tamaulipas son estados que superan a Veracruz en el número de los huracanes que los impactan (7 y 13 contra 5, respectivamente, durante la segunda mitad del siglo XX).

De 1950 a la fecha, han sido varias las depresiones y tormentas tropicales que han azotado al estado, pero sólo han sido huracanes: Jannet (septiembre de 1955), Abby (julio de 1960), Edith (septiembre de 1971), Diana (agosto de 1990), Roxana (octubre de 1995) y Stan (octubre de 2005). De éstos, pocos han tocado tierra veracruzana por debajo de los 20ºN: Abby, Edith y Stan. Entonces, las tormentas tropicales han estado ahí, históricamente. Antes, interactuaban más con la naturaleza que con el hombre, incluso es posible que sean benéficas para la biodiversidad (se desprende del capítulo de Enrique Portilla et al.), o como dicen varios expertos: los fenómenos pueden ser naturales, pero los riesgos y los desastres no. El riesgo hay que calcularlo como el producto del peligro, por la vulnerabilidad del sector afectado, y por el valor de los bienes de ese sector.3 Estos autores, al igual que Smith,4 dan cifras para América Latina, Europa y Estados Unidos, y califican, invariablemente, a los ciclones tropicales y a las inundaciones como los responsables de más del 50 por ciento de los daños materiales, las personas damnificadas y la pérdida de vidas humanas.

La planeación del uso del suelo, el manejo de bases de datos digitales y a escala apropiada, así como el uso de modelos calibrados según la zona de interés deben ser elementos indispensables en los sistemas de alerta temprana, aseguran los autores citados, pero los aspectos sociales involucrados, particularmente la urbanización bárbara5 de buena parte del mundo, alejan a la realidad de ese ideal.

En contraparte, la tecnología disponible, utilizada con mayor intensidad, podría duplicar el periodo de pronóstico, incrementar su certidumbre en un 35 por ciento y reducir a la mitad su escala espacial.6 Un ejemplo de desarrollos disponibles pero que no se usan en la realidad son sendos estudios sobre las inundaciones en el río Tecolutla. Pereyra7 empleó métodos hidro-estadísticos para diseño en prevención de inundaciones, y una versión afinada es la de Garnica-Peña y Alcántara-Ayala.8 Estos últimos evalúan los gastos máximos en el río Tecolutla asociados a precipitaciones intensas a partir de datos históricos; combinan esos datos con tipificaciones del lecho del río, cartografía digital e imágenes satelitales, y establecen el potencial de inundaciones para distintas comunidades al margen del río. La vulnerabilidad resultante es baja para la Villa de Tecolutla, no obstante, fuertemente afectada en 2005 en menor grado que otras poblaciones con menor infraestructura.

Es decir, Veracruz como estado debe hacer un esfuerzo por mitigar los efectos de los fenómenos naturales. La inversión en mejoramientos de los sistemas de prevención podrá cotejarse con los impactos de las inundaciones de 2005 en algunos sectores de la economía estatal que se discuten ampliamente en este libro: en las pequeñas empresas (Cruz-Hernández y colaboradores), en la agricultura (Angélica Gutiérrez y otros) y en la ganadería (Antonio Hernández-Beltrán y coautores). Pero también deberá pensarse en las consecuencias sobre el desarrollo humano (capítulo a cargo de Hipólito Rodríguez), la demografía (Beatriz Rodríguez, por un lado; por otro, Rafael Palma), la salud (Hernández-Guerson y Edith Rodríguez) y, desde luego, en la infraestructura necesaria para el desarrollo de la sociedad: vivienda (Ricardo Pérez y Carmen Batista), escuelas y carreteras (Irving Méndez y Luis Rodríguez-Viqueira), así como el tiempo escolar no aprovechado debido a las inundaciones (Mario Miguel Ojeda y otros), por ejemplo.

Clima y civilización: variabilidad y cambio
Una razón más para preparar la infraestructura de prevención es el papel que el clima ha jugado en el desarrollo de las sociedades y la certeza de que ese clima es variable de año en año, además de que se va transformando por efectos de la acción humana mucho más rápido de como lo hizo en el pasado cuando sobre él actuaba sólo la naturaleza y no el hombre.

El binomio clima-civilización ha sido analizado por varios autores ante el desprecio de los científicos sociales, en un extremo, y de los climatólogos puros, en el otro. Huntington9 –en un libro publicado dos años antes de su muerte– revisó la distribución geográfica de las civilizaciones y concluyó que las zonas de contrastes meteorológicos fuertes entre verano e invierno –es decir, las latitudes subtropicales y medias– son las más propicias para el florecimiento de las grandes civilizaciones.
Además, entre otras propuestas, relaciona las frecuencias de homicidios en Estados Unidos y las regiones de más altas temperaturas; ubica geográficamente zonas de mayores decesos por enfermedades degenerativas y las de mayor eficiencia en las fábricas, y las relaciona con el clima (desde luego, eran los tiempos en que todavía no se popularizaban los sistemas de aire acondicionado). De las conclusiones de Huntington al hecho de que sus seguidores y detractores profesaran con fe o negaran –también con fe– la simplificación del determinismo geográfico sólo medió un paso. El resultado fue el rompimiento de relaciones entre climatólogos y sociólogos, restauradas en los ochenta cuando, principalmente en la International Journal of Biometeorology, se recupera el tema a la luz de la renaciente paleoclimatología y la preocupación por el cambio climático global.

Recientemente, Fagan10 propone una correlación entre las condiciones climáticas y la historia de la humanidad durante los últimos 15 mil años. Sin tecnología es claro que la vida del hombre dependía marcadamente de las condiciones atmosféricas. La pregunta obligada es si la tecnología actual podrá contrarrestar las modificaciones del clima que el hombre mismo ha propiciado de manera intensiva desde la Revolución Industrial.

Lo que queda claro de la lectura del libro Inundaciones 2005… es que, de manera puntual, las historias de una ciudad como la de Veracruz, o de una región como la cuenca del Papaloapan, quedan marcadas por fenómenos atmosféricos, por la variabilidad propiamente dicha –una de cuyas señales es la corriente de El Niño– y con más intensidad si se llega a presentar un cambio drástico que posiblemente impacte en todo el planeta, es decir, que constituye un cambio climático global.

Un trabajo anterior del propio Fagan11 asoció para la Era presente inundaciones, hambrunas y florecimientos de imperios con la corriente de El Niño. Magaña-Rueda12 ha encontrado que para México, en inviernos de años con Niño, aumenta la frecuencia de frentes fríos –que se traducen en los Nortes en la vertiente veracruzana–, pero que en el verano, en general, disminuyen los huracanes del Atlántico y con ello las lluvias; mientras que en los años de Niña, las lluvias se incrementan al igual que los ciclones del Atlántico, pero no se ha podido precisar una región específica. En cambio, Pereyra et al.13 afirman que durante El Niño la sequía relativa –o canícula– en el estado de Veracruz se abate. Aquí cabe señalar que las inundaciones de 2005 en Veracruz ocurrieron en una fase casi de neutralidad, es decir, sin Niño ni Niña claramente establecidos14.

Por otra parte, el cambio climático global muy probablemente ya empezó a detectarse y se traducirá en un aumento de la temperatura media del planeta de unos 2 a 5° C a finales de este siglo. El siglo XX significó apenas una elevación de medio grado en la temperatura promedio del aire de la biosfera. Desde 1988, científicos y dirigentes del mundo han constituido, en el seno de la ONU, el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, un reconocimiento científico y oficial de que los gases que se han emitido desde la Era Industrial por la combustión de hidrocarburos, leña, etcétera, se han acumulado en la atmósfera y son los principales responsables de eso que se llama el “calentamiento global”: los 2 a 5 ° C mencionados. Este incremento de temperatura puede ocasionar que el nivel del mar en el mundo aumente unos centímetros, menos de medio metro entre hoy y finales del siglo, lo que significaría la desaparición de la mitad de Bangladesh. En la costa mexicana del Golfo de México,15 quedaría bajo las aguas un cuarto de millón de hectáreas de pastizales, otro cuarto de millón de hectáreas agrícolas y ocho mil hectáreas de poblados actuales, por ejemplo.16 Además, los asentamientos humanos y la infraestructura turística de las costas veracruzanas serán altamente vulnerables.17

Las temperaturas de la superficie del Atlántico tropical estaban en junio pasado a 2° C arriba del promedio de los últimos 30 años, y en septiembre se incrementaron al menos un grado más. ¿Ese calentamiento oceánico anómalo es indicativo del calentamiento global? Es cierto que desde que se tienen registros sistemáticos –hace poco más de un siglo– la temporada 2005 fue la más larga en tormentas tropicales en el Atlántico (27 con vientos superiores a 62 km/h), la más extensa en huracanes (14 con vientos mayores a 119 km/h) y la única con tres huracanes categoría 5 (vientos mayores a 240 km/h). El huracán Wilma, antes de abatirse sobre Cancún, desarrolló la menor presión atmosférica medida hasta ahora al nivel del mar (882 hPa) a causa de la alta temperatura del océano y de la circulación centrífuga de sus vientos. Por su parte, Katrina causó pérdidas económicas de 200 mil millones de dólares en Nueva Orleáns y alrededores.

Las cifras del párrafo anterior son de Anthes et al.,18 quienes consideran que los incrementos térmicos aumentan a su vez la evaporación con la consecuente liberación de energía y la generación de más huracanes, pero que por el momento atribuir la intensa temporada de 2005 al cambio climático global es incorrecto, como también lo es negar tajantemente esa relación. En tanto, Pielke Jr. et al.19 no creen que haya evidencias de conexión entre los incrementos de gases de efecto invernadero y los huracanes categorías 3, 4 y 5 que se han vuelto más frecuentes recientemente, pero señalan que si se diera esa conexión entre cambio climático y tormentas tropicales, los niveles de riesgo aumentarían ligeramente. Por crecimiento poblacional y de asentamientos humanos ese incremento sería de 40 veces durante la segunda mitad de este siglo.

También en el volumen que nos ocupa, Cecilia Conde y Beatriz Palma identifican las zonas más expuestas a amenazas climáticas, como el paso de sistemas ciclónicos, por lo que plantean la necesidad de contar con sistemas de alerta temprana, y analizan el riesgo que corre el litoral veracruzano bajo condiciones de un aumento del nivel del mar.

Consideraciones finales
Si bien es cierto que se deben revisar las políticas públicas ante los desastres (Ranero-Castro), en el caso particular de los fenómenos atmosféricos hay que considerar las lagunas teóricas y de información que todavía prevalecen. A pesar de que se fundamenta en la física, la meteorología no es una ciencia exacta porque es una ciencia experimental. Tiene sus porciones jugosas de teoría, pero los trozos de experimentación son mayores, una experimentación que no se compara con la de la física, química o la botánica. En meteorología hay que concentrarse en observar midiendo tantas veces como la naturaleza lo permita, pero midiendo de la mejor manera posible. Además, hace medio siglo se empezaron a incorporar los modelos computacionales (con bases físicas y matemáticas), y en el cuarto de la centuria más reciente son una verdadera alternativa para experimentar.

Modelar o simular en computadora y observar con precisión son, entonces, los caminos modernos. De ambos está escaso Veracruz. Más lejos todavía está de prever el riesgo de propagación de sustancias peligrosas debido a las inundaciones. Humberto Bravo y coautores enfatizan en este libro que deben considerarse los riesgos químicos, producto de la actividad municipal (plantas de potabilización de agua, plantas de tratamiento de aguas residuales), industrial y petrolera (exploración, explotación, refinación, petroquímica), entre otras, que pueden ocasionar daños a la población y a los ecosistemas.

Las redes de observación meteorológica e hidrométrica se han ido debilitando en los últimos tiempos. Durante el sexenio estatal anterior, desapareció el Servicio Climatológico y Meteorológico del Gobierno del Estado, dependiente de la entonces Subsecretaría del Medio Ambiente. Además, la modelación llega a los salones de clases pero como ejercicio escolar, no como herramienta rutinaria para el pronóstico, y los modelos mundiales que circulan libremente en Internet no están enfocados –escalados– al territorio veracruzano. Dotar a Veracruz de una red hidrometeorológica suficiente y habilitar modelos de escala estatal (mesoescala) es, pues, más que urgente. Al mismo tiempo, hay que recabar toda la información existente –de datos geofísicos, pero también sociales y económicos– para tener una radiografía de estas catástrofes. La tarea es laboriosa, pero se volverá sencilla si se entiende que esos datos son un bien público y no un bien privado para la especulación política. Un primer paso es este libro.

* A. Tejeda-Martínez y C. Welsh-Rodríguez (compiladores), Inundaciones 2005 en el estado de Veracruz, Universidad Veracruzana y Consejo Veracruzano de Ciencia y Tecnología, 2006. Se puede consultar en formato electrónico en las direcciones electrónicas http://www.covecyt.gob.mx, http://www.csva.gob.mx, http://www.ine.gob.mx, http://ccaunam.atmosfcu.unam.mx/cca2006/
** Miembro del grupo de Climatología Aplicada de la licenciatura en Ciencias Atmosféricas de la Universidad Veracruzana, atejeda@uv.mx

 

Notas
1. A. Tejeda et al., La Ciencia y el Hombre (número monotemático sobre riesgos por fenómenos naturales en el estado de Veracruz, 1995), núm. 21.
2. E. Jáuregui, “Climatology of landalling hurricanes and tropical storms in Mexico”, en Atmósfera 2003), vol. 16-4, pp. 193-204.
3. J. Lugo-Hubp y M. Invar, Desastres naturales en América Latina, Fondo de Cultura Económica, México, 2002.
4. K. Smith, “Climatic extremes as a hazar to humans”, en Applied climatology, principles and practice (R.D. Thompson y A. Perry, editores), Routledge, Londres y Nueva York, 1997, pp. 304-316.
5. J. Delgadillo-Macías (coordinador), Desastres naturales: aspectos sociales para su prevención y tratamiento en México, Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM, México, 1996.
6. Smith, “Climatic extremes as a hazar to humans”, en Applied climatology, principles and practice (R.D. Thompson y A. Perry, editores), Routledge, Londres y Nueva York, 1997, pp. 304-316.
7. D. Pereyra, “Estimation of the design flood of Tecolutla River, Mexico, using the probable maximum rainfall”, en Geofísica Internacional (1993), vol. 32, pp. 35-39.
8. R. Garnica-Peña e I. Alcántara-Ayala, “Riesgos por inundaciones asociadas a eventos de precipitación extraordinaria en el curso bajo del río Tecolutla, Veracruz”, en Investigaciones Geográficas (Boletín del Instituto de Geografía de la UNAM, 2004), núm 55, pp. 23-45.
9. E. Huntington, Mainsprings of civilization, Mentor Books, Nueva York, 1945 (ver tercera parte).12 B. Fagan, The long summer. How climate changed civilization,
Basic Books, Nueva York, 2004.
10. B. Fagan, Floods, famines and emperors. El Niño and the fate civilization, Basic Books, Nueva York, 1999.
11. V. Magaña-Rueda, Los impactos de El Niño en México, UNAM y Dirección General de Protección Civil de la Secretaría de Gobernación, México, 1999 (ver capítulo 2).
12. D. Pereyra et al., “Effect of ENSO on the mid-summer drought in Veracruz State Mexico”, en Atmósfera (1994), vol. 32, pp. 211-219.16 NOAA-CIRES. Multivariate ENSO Index (MEI). Climate Diagnostics Center NOAA-CIRES, 2006, www.cdc.noaa.gov/ people/ klaus.wolter/ MEI/ anomalies (consultada el 9 de junio).
13. M. Ortiz-Pérez y A. Méndez-Linares, "Repercusiones del ascenso del nivel del mar en el litoral del Golfo de México", en México: una visión hacia el siglo XXI. El cambio climático en México (C. Gay, editor), INE, U.S. Country Studies Program, UNAM, México, 2001, pp. 73-85.
14. M. Ortiz-Pérez, “Repercusiones del ascenso del nivel del mar en el litoral del Golfo de México: un enfoque geográfico de los problemas del cambio global”, Primer Taller de Estudio de País: México. México ante el cambio climático. Memorias, INE, U.S. Country Studies Program, UNAM, México, 1994, pp. 191-197.
15. A. Gallegos-García, “Cambio del nivel del mar: un problema de vulnerabilidad”, Primer Taller de Estudio de País: México. México ante el cambio climático. Memorias, INE, U.S. Country Studies Program, UNAM, México, 1994, pp. 191-197.
26. R. Anthes et al., “Hurricane and global warming: Potencial likages and consequences”, en Bull. Am. Meteor. Soc.(2006), 88, 623-628.
17. R. Pielke Jr. et al., “Hurricane and global warming”, en Bull. Am. Meteor. Soc. (2005), 86, 1571-1575.

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