Enero 2002, Nueva época No. 49 Xalapa • Veracruz • México
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Necesario, construir modelos identitarios que respeten particularidades y establezcan espacios de interacción de múltiples culturas
Gina Sotelo

 

En los últimos años hemos presenciado un espectacular incremento de los temas relacionados con el carácter multicultural de las sociedades. Con ésta y otras expresiones equivalentes se han empezado a producir reflexiones e investigaciones por parte de profesionales de diversos campos, especialmente de las ciencias sociales.
Algunos sostienen que este nuevo ámbito de estudio está estrechamente relacionado con los nuevos flujos migratorios del Sur hacia el Norte y que han obligado al replanteamiento de no pocos aspectos que configuran nuestra vida social y cultural desde ámbitos disciplinarios muy diversos: el derecho, la historia, la sociología, la genética o la antropología que, de una u otra manera, están contribuyendo al debate acerca del multiculturalismo.
Aprovechando su estancia en Xalapa, donde participó en uno de los cursos del doctorado en Estudios Interculturales que ofrece la Universidad de Granada (España) en el Instituto de Investigaciones en Educación de la UV, Francisco Javier García Castaño, coordinador del doctorado similar que se ofrece en España, nos habla de los discursos y debates del multiculturalismo.
El programa del doctorado pretende ampliar el ámbito de la formación e investigación, estableciendo las comparaciones necesarias entre las distintas situaciones de diversidad que se viven en México, sociedad multicultural en que coexisten grupos diferenciados por múltiples relaciones –como las oposiciones entre cultura indígena y mestiza, formas de vida rural y urbana, presencia de grupos migrantes en entornos distintos, construcción de identidades urbanas, etc.–, y el discurso que estos grupos generan para identificar y promover modelos de interculturalidad.

¿Es lo mismo multiculturalidad que interculturalidad?
En el debate académico, los universitarios se han puesto a hacer una distinción entre estos temas, una distinción que contiene un cierto grado de pertinencia. La distinción es que el multiculturalismo describe las situaciones sociales de sociedades en cuyo interior viven y conviven diversas culturas, en tanto que el interculturalismo trata de establecer una relación entre esas múltiples culturas para el reconocimiento
y la promoción de la diversidad cultural.
De manera que el multiculturalismo sería una cosa dada y el interculturalismo, la intervención sobre esa cosa dada. Pero hay que reconocer que esa distinción –que puede ser interesante y pertinente– no contempla una cuestión clave que son ejes con distinta expresión. En el caso anglosajón, por ejemplo, los académicos no utilizan nunca el término interculturalismo; en Estados Unidos no encontrarás discursos en lo referente al interculturalismo sino al multiculturalismo. En el caso francófono, parte de Canadá o Francia, no hallamos el término multiculturalista sino interculturalista. Una parte de esta distinción entre los dos términos es de carácter lingüístico, lo cual no es una distinción muy importante, aunque los académicos se acostumbran a distinguirlos.

¿Qué es el multiculturalismo?
Desde mi punto de vista, el multiculturalismo tiene que ver con la descripción de una nueva situación de las sociedades, resultado de la modernidad; tiene que ver con cómo están vertebrándose estas sociedades en términos tanto descriptivos como políticos, y cómo se están constituyendo en torno a la convivencia de múltiples o diversas culturas. La prioridad es definir la situación de esas sociedades y el tipo de políticas que se implantan para eliminar los conflictos que generan estas convivencias tan variadas.
Aquí hago una advertencia importante y es que el surgimiento de estas sociedades multiculturales producto de la modernidad no
tienen cifra en el tiempo reciente entendiendo que todas las sociedades han sido –en algún momento, en alguna medida– multiculturales. Lo que muestra la historia es que siempre han convivido en todas las épocas diversas culturas lo que ocurre es que en los últimos 200 años, con la construcción del Estado-nación, se redujo, se eliminó, se evitó que esa heterogeneidad de la que estaban constituidas las sociedades pudiera aflorar, porque la constitución del Estado-nación era fundamental para la supervivencia de la modernidad y eso significaba que había que desaparecer en pos de una sola lengua, una sola cultura, una sola bandera, una sola nación, en un solo territorio, el Estado. Yo defiendo que todas las sociedades son multiculturales y que ahora, casi al final de la modernidad, volvemos a observar este multiculturalismo fruto sobre todo de los movimientos migratorios.
Ahora que los estados están constituidos fuertemente, ha aparecido el otro en forma de extranjero y ese extranjero ha venido a cuestionar lo que son las constituciones en términos de igualdad. Las instancias democráticas establecen que todos somos iguales, esto se traduce, en muchos casos, en que se establezca que no todos tienen los mismos derechos. Eso es un principio de xenofobia institucional, como han llamado algunos puristas. Ha sido la aparición del extranjero la que ha llamado la atención sobre que debemos repensar el Estado moderno en términos de una nueva ciudadanía.

¿Por qué seguimos discriminando al otro cuando vivimos en una sociedad que ha entrado de lleno en la globalización?
Una de las razones, creo que la fundamental, está escrita en la propia organización jurídica de los estados, en las propias leyes. Las constituciones de los estados establecen que el otro, el extranjero, tendrá una legislación aparte y que varía según los países. En España, que es donde yo vivo, la Constitución establece que los extranjeros tendrán una ley de derechos y libertades. ¿Por qué necesitan los extranjeros una ley de derechos y libertades cuando viven en España, y no tienen los mismos derechos y libertades que tienen los españoles en España? El origen de esta distinción es un principio democrático que dice que todos somos iguales, pero el “todos somos iguales” se refiere únicamente a los ciudadanos y los “ciudadanos” –en la constitución del Estado moderno– se integran a la condición de ciudadanía vinculada a la nacionalidad. Entonces, sólo son ciudadanos los nacionales. ¿Por qué no podemos cambiar esta situación? La respuesta tendría varios matices, pero al menos para empezar a cambiarla tendríamos que avanzar en lo que algunos han llamado la ciudadanía multicultural. Básicamente esto se resumiría diciendo que podríamos tener estados en los que los individuos que en él habitan tuvieran la misma ciudadanía, aunque no la misma nacionalidad; podríamos compartir la ciudadanía, sin compartir la nacionalidad en los estados que nos fueran permitidos, pero habría que pensar si eso sería viable.
Como ejemplo de que es posible –porque yo entiendo que es posible– está el caso de la construcción de un moderno Estado, la Unión Europea, que no es un estado todavía, pero que se quiere que sea algo parecido a un Estado; aquí yo veo que hay un avance muy significativo. Los ciudadanos europeos que residen en cualquier país europeo han logrado lo que llamamos el sufragio en las municipales; cualquier ciudadano europeo, viva en el país que viva de la Unión Europea, puede votar a sus representantes municipales. ¿Qué hubo que hacer para que eso sucediera? Cambiar la Constitución.
Frente a los agoreros que decían que, en el caso de España, un cambio en las constituciones podría ser terrible, aunque otros países como Alemania y Gran Bretaña han cambiado las constituciones sin ningún problema, comprobamos que estos hechos de cambio no han representado ningún problema; al contrario, la gente no ha sido consciente de ese cambio. De hecho, es un cambio importantísimo permitir que el extranjero pueda elegir a sus representantes municipales y además votar en las elecciones europeas en el país en el que reside y no en el país al que pertenece originariamente. Y como ése, yo creo que podríamos hacer otros cambios que permitieran avanzar en la constitución de la ciudadanía actual. Creo que uno de ellos tiene que ver con el sufragio; si un extranjero reside habitualmente en un país que no es el originario, del que no es nacional, pero en cuya vida social participa activamente –sus hijos están participando en las escuelas y él contribuye con los impuestos que hay en cada país– con su trabajo al crecimiento de la sociedad de ese país, ¿cómo es que no va a poder elegir a sus representantes? Esto va en contra de los principios democráticos sobre los que construimos el Estado Ilustrado y no podemos seguir manteniéndolo. Yo auguro que esta situación terminará por cambiar.

Las migraciones siempre han existido, siempre ha habido grupos sociales que por lograr mejores condiciones de vida dejan sus lugares de origen y se establecen en otras partes. ¿Cómo influyen estas migraciones en la constitución de las sociedades?
Como bien dices, las migraciones tienen una trayectoria histórica muy larga, pero yo añadiría algo más: es una condición de la especie humana. Es difícil concebir una especie que quiera mantener su proceso de supervivencia y que no practique la migración. En términos biológicos cualquier especie, cuando agota los recursos en un nicho ecológico, cambia. Para mí esa es una parte del principio de la movilidad en la especie humana: si en un lugar se agota el recurso, la gente se desplaza a otro lado. Aquí no es exactamente el que se agoten los recursos, sino que la gente va a donde se reparten los recursos de manera más equilibrada.
No debemos pensar que las personas que emigran son los pobres, lo cual es un gravísimo error, sino que los hacemos pobres cuando llegan
a los lugares de destino. Muy al contrario: a veces los migrantes son los más capaces de sus países de origen, los pobres para su desgracia no pueden migrar, ya querrían muchos de ellos dejar su lugar de origen porque ello significaría un cambio. Pero lo que me parece importante es destacar esa condición de la especie humana que va unida a la migración. Lo hemos hecho todos y lo hacemos en todos los momentos. La cuestión es entender por qué especialmente la mayoría de los seres humanos hemos pensado en los migrantes de una manera tan perversa, por qué hemos penalizado la migración y por qué no es bueno migrar en los términos que lo hemos construido. Los turistas jamás han tenido problemas y practican la migración turística, ¿por qué con recursos ya no hay problema? Fundamentalmente esto tiene que ver con las desigualdades; nadie quiere al pobre y nadie quiere construir al pobre entre ellos.
Aunque las migraciones actuales representan en buena medida una relación de dependencia producto de la globalización, son necesarias en tanto es necesaria la mano de obra que demandan los países de destino. Frente a la idea que la gente se marcha porque no tiene nada, hay que pensar que a la gente la llaman porque la necesitan, y eso debería de despertarnos una conciencia diferente en cuanto a cómo vemos las migraciones. La gente termina migrando a unos lugares en los que cumple efectivamente y tiene un lugar importante que es, por ejemplo, mantener los mercados laborales especializados que tienen grandes beneficios, en los cuales de lo que se trata es de reducir al máximo los costos de producción, y eso se consigue mediante la tenencia de mano de obra muy barata. Dentro de un diseño de globalización y de modernidad es mano de obra que se va a encontrar en los países en los que los mercados laborales estén siempre en condiciones peores. Por eso es muy bueno reflexionar, en términos de migración, por qué la globalización puede seguir manteniendo fronteras.
La globalización, que aparentemente es un modelo de desaparición de fronteras, va a seguir manteniendo algunos límites porque los que se globalizan no son todos los mercados sino parte de ellos. Los mercados laborales no se van a globalizar en tanto que necesitamos países con condiciones laborales diferentes que sean competitivos. Por ejemplo, si mi país necesita mano de obra y puede solicitarla al país vecino, podrá encontrarla siempre y cuando las condiciones que ofrezcan, aun no siendo las más óptimas, sean mejores que las del país de origen.

Si hablamos de la construcción de las sociedades multiculturales, ¿podríamos pensar que éstas son las grandes urbes, los países altamente industrializados?
Hemos observado que en ellas vive pero no siempre convive una pluralidad de sociedades. A veces una pluralidad cultural va interpretada por quienes representan la cultura en términos de color de piel o de diversidad lingüística, pero la cultura es mucho más que todo eso. Todas las sociedades tienen diferentes versiones de la cultura, al menos de la cultura como la entendemos los antropólogos, como organización de la diversidad. No se puede observar en términos culturales la diversidad de género y no representa eso un modelo de diversidad que necesita
–como ya hemos comprobado– de un nuevo orden, no basado en el discurso androcéntrico que ha construido el mundo sobre la base de la dependencia de las mujeres respecto de los hombres en algunas partes del mundo, con visiones de dominación y extorsión, y en otras partes con relaciones de dependencia mucho más sutiles. Eso no representa un modelo de diversidad; es que eso no está siendo ejecutado en términos de igualdad.
Una parte del discurso multicultural debe contemplar la idea de la igualdad y otra parte debe plantear la idea del reconocimiento y el derecho a discrepar culturalmente. La posibilidad –remota por ahora– de que los grupos tengan derechos a algo que es impensable para muchas sociedades occidentales que organizan el derecho en términos individuales, no sólo es cuestión de Estados Unidos de Norteamérica o Canadá o Australia. Lo que sí tenemos son diferentes formas de enfrentar el multiculturalismo. México tiene una que es la del tratamiento exclusivo y excluyente de los indígenas; Francia tiene otra que es la del republicanismo de la integración, que ofrece todo lo que tienen a condición de la integración, si pasa uno a formar parte de su modelo cultural, de su versión del mundo. Está también el caso de Estados Unidos, que es el de la fusión que supone en último término la generación de una especie de comunitarismo. Cada persona y cada lugar tiene su versión cultural y lo que hacemos es respetar ese tipo de hettos en un modelo supuestamente de convivencia. Insisto en que hemos dado respuestas a la diversidad cultural, lo que ocurre es que no creo que sean respuestas adecuadas, porque no favorecen la igualdad, concretamente existe el caso de México que, por un lado, ensalza el pasado indígena y, por otro, aquí no lo reconoce en términos de igualdad, de respeto a su lengua y su cultura y no les da acceso a las posiciones de poder que el resto de los individuos mestizos tienen.

¿Qué nos dicen las actuales teorías del multiculturalismo?
Básicamente vienen a plantear un modelo más liberal, más comunitarista que se orienta hacia el respeto de cada uno en su lugar, el respeto por sus diferencias. Pero en ellas no se plantea la construcción de un nuevo modelo sobre la base del intercambio y el reconocimiento a la igualdad de todos; luego está el otro modelo teórico que justamente trataría de superar este comunitarismo y es aquel que dice que la sociedad multicultural se construye sobre la interacción, no sólo sobre la tolerancia. Se trata de tolerar al otro respetando que sí está, de construir nuevos modelos identitarios incluidos que, respetando las particularidades, establezcan espacios de convivencia de múltiples culturas, o sea, espacios de interacción. No se trata de que respetemos que en otro barrio vivan negros y en este vivan los latinos; se trata de que se establezcan relaciones de dependencia entre unos y otros, porque construyen comunidad en la interacción. Esto es lo que las teorías están planteando, y digo las teorías, porque en la práctica no podemos hablar de que se estén ejecutando modelos de relación.