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Países caficultores como Colombia y Brasil
observan un consumo anual per capita de 3.5 kilos
de café; en México, es de solo 700 gramos, cantidad
que representa un 16 por ciento de la producción
nacional. Ello obliga a depender del fluctuante
mercado internacional. Gustavo Guerra Galindo,
docente de la Facultad de Economía de la UV,
analiza la situación de este sector en Veracruz.
Los
cafetaleros mexicanos viven una devastadora crisis. Más de
280 000 productores no alcanzan a sostener una actividad que desde
1989 ha ido en picada. En 2001, como en años anteriores,
muchos dejaron caer el café, y cientos de toneladas se perdieron
entre la hojarasca, mientras los más afectados buscan en
la balsa de la migración una alternativa de supervivencia
en medio de un mar de pobreza progresiva.
Por desgracia, esta es una de las principales actividades agrícolas
de nuestro país, sobre todo en el sureste. De ella dependen
miles de personas, casi la mitad indígenas. Así, se
entiende que los ingresos que genera la venta del café se
hayan convertido en vitales para el sostenimiento de más
de 4 500 comunidades.
Hay que recordar que en 1989 la cafeticultura enfrentó la
peor crisis de su historia. La caída de los precios internacionales
de este grano, el retiro de los apoyos gubernamentales y la sobrevaluación
del peso ocasionaron que el ingreso por quintal se redujera hasta
70 por ciento en términos reales. Esta caída brutal
en las percepciones tuvo efectos devastadores en las comunidades,
que no encuentran el camino de vuelta a la antigua estabilidad.
En 1994, los precios internos mejoraron notablemente por el alza
registrada en el mercado internacional, además de que a fines
de ese año se registró una fuerte devaluación
de nuestra moneda. Pero sobrevivir a la crisis y sostener los índices
de producción ha sido un mérito campesino de resistencia.
En 1995, con la entrada de Vietnam al mercado internacional del
café, hubo un nuevo reajuste que por desgracia afectó
nuevamente los esfuerzos de recuperación.
Las fuerzas del mercado marcan también a este sector. Basta
mencionar que más de 80 por ciento de la producción
se exporta y nos sujeta a los vaivenes de los precios mundiales.
Los resultados son una política internacional totalmente
contraria a los esfuerzos empeñados por la asociación
de países productores de café por mejorar los precios,
disminución del consumo interno, recursos mínimos
para el fomento de la producción, escasa asistencia técnica
y reducido apoyo a las organizaciones de productores.
Y si efectivamente el gobierno reconoce la situación de pobreza
existente en el campo, resulta urgente establecer nuevas políticas
que correspondan al papel estratégico que tiene la cafeticultura
campesina e indígena, porque cualquier avance que se logre
en esta rama significará empezar a revertir las condiciones
de pobreza, atraso e, incluso, violencia, que imperan en la gran
mayoría de las zonas cafetaleras.
Desde luego que el cambio requerido no puede ni debe hacerse al
vapor, sino basarse
en el análisis minucioso y multidimensional que la importancia
del problema requiere. Una de esas perspectivas, la económica,
es la que el especialista en finanzas agrícolas Gustavo Guerra
Galindo ha abordado durante años, y que ha dado lugar a su
más reciente proyecto de investigación, perspectiva
que comparte con los lectores de Gaceta.
Después
de poco más de una década, el sector cafetalero no
logra recuperarse de la crisis que lo abatió a finales de
los ochenta. ¿Qué razones impiden su repunte según
el análisis de los economistas?
Son varias, pero básicamente la crisis se vio agudizada desde
la entrada de Vietnam al mercado, hace más o menos cinco
años, porque desde entonces la oferta mundial se ha incrementado
en una tasa aproximada de 3.4 por ciento. La historia es simple.
A mediados de los noventa hubo países de Occidente, entre
ellos Alemania, que dieron financiamiento a los vietnamitas para
que produjeran un café de especie robusta, no de muy buena
calidad, pero que incrementó la oferta mundial en un porcentaje
importante. Así, de tener 110 millones de sacos, pasamos
a 115, cuando apenas 95 eran demandados. A partir de entonces, el
crecimiento de la oferta se vio incrementado en un porcentaje mucho
mayor a la demanda, resultando un verdadero problema.
En cuanto a México, la crisis se ve agudizada por varios
factores. Uno de ellos relativo al consumo interno: los principales
países productores, como Colombia y Brasil, tienen un consumo
per capita de entre 3.4 y 4 kilos de café, pero en
México, el consumo se reduce a 0.7 kilos, lo que representa
16 por ciento de la producción nacional.
Evidentemente tenemos una fuerte dependencia respecto al mercado
internacional, lo cual resulta más complicado aún
porque el café se cotiza en el mercado internacional a la
mitad del precio que sería necesario para que, por lo menos,
fuera una actividad rentable. Lo peor es que con la oferta existente,
es muy difícil retornar y retomar el precio que antes tenía.
Por otra parte, tenemos un grave problema de organización
entre productores y exportadores. De hecho, los cafetaleros se están
descapitalizando y cada vez tienen menor posibilidad de vender su
producto, tanto así que les resulta mucho más caro
cortarlo que venderlo, ya que en términos prácticos
por el corte del kilo de café el productor debe pagar más
de lo que él recibe por venderlo.
Esta transmisión de señales no existe a través
de los exportadores, y 94 por ciento de los productores en el estado
venden el café cereza que tiene el precio más bajo
y no existe ninguna organización para que al menos lo pudieran
vender en pergamino. El café cereza se está vendiendo
a los exportadores y eso es lo que hace que ellos sigan obteniendo
ganancias, pues cada vez se ven menos interesados en la actividad,
incluso de cortar su propio café.
Eso, a la larga, a los exportadores tampoco les conviene, porque
viene a ser una espiral hacia abajo. Los productores cada vez van
a ofrecer menos café y de menor calidad, y eso va a afectar
a muchas áreas que giran en torno a esta actividad.
¿Y
cuáles son las alternativas?
Una de ellas podría ser el incremento del consumo interno,
crear toda una estrategia de mercado para llegar a tener, en un
corto plazo, un consumo per capita de cuando menos tres kilos
de café, lo que representa cerca de dos millones de sacos.
Para eso necesitaríamos hacer un estudio analítico
que determine con exactitud, entre otros factores, los estratos
de población, sus ingresos y la calidad del café.
Si lográramos ese incremento, estaríamos hablando
de 40 por ciento de la producción para consumo interno que
nos permitiría estar menos supeditados al mercado internacional.
¿Qué
ha pasado con las organi-zaciones de apoyo?
El apoyo que las instituciones ofrecen a los productores realmente
es mínimo, si consideramos por ejemplo a los productores
colombianos o brasileños, que están trabajando de
una manera organizada, con instituciones que los respaldan y leyes
reglamentarias en cuanto a calidades y certificaciones. Todos esos
factores los fortalecen, y si bien tienen ahora el mismo problema
que todos los países productores de café, se están
manteniendo a flote gracias a su sistema de organización.
¿Por qué no hay políticas similares en
nuestro país? ¿Tiene que ver con la desorganización
de los productores?
De la actividad cafetalera, más bien, porque los productores
no son los únicos responsables. Se trata de toda la integración
del proceso productivo y de comercialización del café.
Lo que hace falta es más integración de instituciones
de enseñanza e investigación, en los aspectos tecnológicos,
instituciones que financien adecuadamente a los productores, así
como reglamentaciones que protejan esta actividad como son las organizaciones
de certificación del café. Todo debe estar preparado
para que se busquen mecanismos de apoyo y consolidación.
Un buen principio sería lograr que los cafeticultores no
sólo vendan el producto en cereza, sino que, cuando menos,
procuren colocar el café en pergamino (café ya despulpado
y seco), que se cotiza un poco mejor.
¿Pueden comercializarlo en el extranjero?
Así es, y tratar de superar la desconfianza. Entiendo que
tal vez las experiencias que han tenido con las instituciones no
han sido muy alentadoras, pero si queremos superar la crisis cafetalera,
nuestra mejor arma es la organización. De hecho, lo ideal
sería formar empresas integradoras para que los productores
intervengan en la producción, distribución y comercialización,
sin necesidad de una larga cadena que los excluye del proceso. Actualmente,
existen muy pocas empresas torrefactoras, y son ellas las que realmente
tienen la sartén por el mango y obtienen el mayor beneficio.
¿Hasta qué grado llega la desproporción entre
las ganancias de los productores y las de los comercializadores?
Bueno... hay una diferencia abismal. El precio del café cereza
se cotiza por mucho en dos pesos con 50 centavos el kilo, a diferencia
del molido, cuyo precio varía según la calidad, pero
no baja de 60 pesos; si consideramos que un kilo de café
molido es suficiente para 100 tazas, estaríamos hablando
de 60 centavos por taza, como costo real, cuando en Estados Unidos,
Londres o París, una sola taza de café se vende hasta
en 50 o 60 pesos. Definitivamente es una diferencia abismal. Desde
luego que en ese margen de ganancias se encuentran todos los intermediarios,
para quienes es verdaderamente un negocio.
¿Qué
se puede hacer, además de un plan de organización?
Hay que recordar que nuestro poder no está en las cantidades
que podamos ofrecer al mercado; eso lo manejan países como
Colombia, Brasil, Indonesia y Vietnam.
Pero México tiene una gran ventaja, porque nuestro café
de calidad se cotiza en un precio muy alto. Nosotros podemos retomar
esa cultura de diferenciación de precios por calidades. También
necesitamos cambiar la reglamentación vigente para comercializar
café cien por ciento puro, leyes que prohíban la importación,
crear una empresa certificadora, en fin, una serie de estrategias
que permitan, en todo caso, mejorar los estándares de calidad
y posicionar al producto mexicano en el mercado. Si no hacemos algo
pronto, sucederá lo que ha venido ocurriendo todos estos
años, que cada vez los precios del café mexicano se
vean más castigados.
¿Por
qué no se comercializa café 100 por ciento puro?
Bueno, hay una ley de torrefacción en el país que
permite hasta 30 por ciento de otros elementos en el café.
Este hecho no sólo demerita la calidad, también es
razón suficiente para que los compradores paguen un precio
muy por abajo del
precio real.
¿Cómo
dejar entonces la dependencia del mercado internacional?
El aumento del consumo interno me parece la mejor vía, además
de ciertas acciones para crear incluso una bolsa regional, estatal
o nacional que establezca un precio a la venta. No podemos esperar
a que bajen los precios internacionales, sino hacer toda una estrategia
interna, que incluya un cambio de reglamentación; en la que
participen las instituciones, los productores, los procesadores,
los comercializadores y los exportadores, para que tengamos el poder
de mercado en nuestras manos.
¿Es
necesario un rescate gubernamental de la actividad cafetalera en
el estado?
Todas las políticas agropecuarias en nuestro país
se han enfocado a dar soluciones rápidas a un conflicto,
pero en general tienen muchas deficiencias en el corto y largo plazos.
Lo ideal sería tener un esquema bien estructurado de participación
y compromiso social en el que instituciones como la Universidad
Veracruzana pusieran sus recursos disponibles al servicio de esta
actividad y que, en coordinación con otras instancias, elaboraran
propuestas de solución al problema del café, como
lo que he comentado antes.
Pero no propiamente de recursos económicos...
Se necesitarían algunos, por supuesto, pero no es lo único.
Lo que el problema requiere es un enfoque integral, un abordaje
definido en cada uno de sus aspectos, un abordaje que en un momento
dado puede resultar mucho más efectivo que los recursos gubernamentales,
casi siempre mal empleados.
Además de brindar un panorama informativo y de difusión,
la Universidad puede apoyar directamente con sus brigadas universitarias
en aspectos de organización y capacitación; ciertos
grupos de productores necesitarían también apoyos
para crear procesadoras ecológicas y los medios pueden promover
el consumo interno en campañas publicitarias. Hay un sin
fin de actividades en las que pueden intervenir las instituciones.
Las
estadísticas arrojan datos de 67 000 productores de café
en Veracruz, siendo un sector tan importante, ¿cómo
es que no ha podido recibir los beneficios de la producción?
Como dije antes, la falta de organización ha hecho estragos
en la economía agropecuaria; por ejemplo, 94 por ciento de
los cafetaleros venden su producto en cereza, y sólo seis
por ciento lo vende procesado, con un margen de ganancia, si no
óptimo, muy superior al que obtiene el restante 94 por ciento.
A esto me refiero: si dejamos que la crisis de los precios internacionales
nos arrastre, estamos a un paso de la quiebra; los primeros indicios
aparecieron hace años, cuando el fenómeno migratorio
se agudizó en zonas cafetaleras por excelencia, y eso se
nota ahora en regiones como Xico o Coatepec. Es claro que la actividad
económica se reactiva cuando el precio del café sube,
pero el caso contrario, de continuar, nos meterá en serios
problemas, pues tenderá no sólo a la desaparición
de la actividad sino a propiciar problemas económicos y sociales
como los que se han vivido en una zona de tan preocupante suerte
como es la de Chiapas, cafetalera por excelencia.
Yo no podría afirmar si se trató de una decisión
política, pero pareciera que hace diez años alguien
decidió que la cafeticultura no tenía futuro y desde
entonces la dejaron a su suerte.
Háblenos
de sus proyectos de investigación... ¿qué esperan
lograr?
Bueno, partimos de la suposición de que hay un potencial
de consumo interno de café; lo que buscamos es determinar
a cuánto asciende y qué tanto podría ayudar
para superar de alguna forma la dependencia al mercado internacional
que tanto nos afecta. También tenemos algunos proyectos para,
después de determinar las posibilidades, proponer estrategias
concretas de mercadotecnia, difusión y organización.
Éstos corresponden a siete tesistas que participan en el
proyecto general. Cada uno de ellos tiene un objetivo específico
respecto a la investigación, que enfocarán a un trabajo
recepcional con el que esperan titularse. Karla Garza se orientará
a realizar un estudio del mercado nacional del café, al igual
que Raymundo Marcos; Lidia Medina se dedicará a llevar a
cabo una evaluación financiera de una empresa integradora
de café; José Luis Cano analizará las fuerzas
del mercado y sus efectos sobre el nivel de ingresos de los pequeños
productores de café en Veracruz, mediante un método
denominado dominancia estocástica, además de Víctor
Fernández, quien se encargará del estudio del tianguis
de productores agropecuarios y agroindustriales.
Todas las investigaciones estarán concluidas a principios
del 2003, pero esperamos tener los primeros resultados en junio
o agosto de 2002 esa fecha sería
la base para la publicación y difusión de las preliminares.
Mientras tanto, el trabajo de investigación sigue su curso.
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