Abril-Junio 2006, Nueva época Núm.98
Xalapa • Veracruz • México
Publicación Trimestral


 

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Ivy Compton-Burnett
 

   Ivy Compton-Burnett.
   (Transgrafía: Carlos Torralba)

  "El arte literario consiste en tomar un trozo de marfil de unas cuantas pulgadas, dos o tres a lo sumo, y empezar a pulirlo“, dijo cierta vez Jame Austen, y esa declaración nos permite entender con precisión el propósito y los alcances de su trabajo.

La comparación con Jane Austen era la única que parecía complacer a Ivy Compton-Burnett. En la obra de ambas, los personajes muestran la sutileza de sus registros y descubren sus repliegues más oscuros a través del diálogo. La manera de construir una frase, su respiración interna, la reiteración de ciertos adjetivos define la bondad o la perversidad de los protagonistas. Los límites fijados por Jane Austen parecen convenir de un modo ideal a las necesidades de Ivy Compton-Burnett. Un mundo bien acotado, una amplia casa solariega, unos cuantos personajes insertados en un rico tejido de relaciones familiares, episodios domésticos confinados en el estrecho marco de la propia experiencia. La comparación difícilmente puede llevarse más adelante. ¿El mismo trozo de marfil? Sí, tal vez, sólo que en manos de la escritora contemporánea se ha manchado, corrompido bajo el efecto de las más venenosas toxinas. El medio familiar de la burguesía rural constituía en tiempos de Jane Austen un cuerpo orgánico que tendía a proporcionar un sentimiento de plenitud a sus integrantes. La novela anterior a la revolución industrial, con la excepción notable de Cumbres borrascosas, tiende a demostrarlo. También la familia que aparece una y otra vez en los libros de la señorita Compton-Burnett lucha –¡Y de qué denodada manera!– por mantener su coherencia; pero el amedrentado rebaño que la integra, sometido a la voluntad de un tirano doméstico, si recuerda a algo es al universo concentracionario de nuestro siglo.

Una espaciosa casa de campo, decíamos. Un laberinto de corredores oscuros y escaleras. Un salón, una biblioteca y un gran comedor son el escenario de las escenas principales. La mesa del desayuno equivale al potro de tortura. Por lo general hay abundancia de medios materiales, aunque su uso se administra con evidente severidad.

La casa revelará ser un verdadero sepulcro blanqueado. Tras sus paredes, a pesar de los cultivados modales de sus moradores, alguien incurre en el pecado de parricidio, o asesina a un niño incapaz de defenderse, se altera un testamento, se cometen las mayores deslealtades, se miente, se fragua una relación incestuosa. Los personajes se observan, se espían, se ponen celadas, miran a través de las cerraduras, oyen detrás de las puertas. Alguien, el tirano, el común denominador de estas novelas sombrías y a la vez llenas de ingenio, hostiga sin cesar a los demás y a menudo, gracias a un acto de rebelión común o a una venganza individual, es también castigado. Todos, víctimas y verdugos, mantienen un silencio de piedra hacia el exterior, de manera que los secretos no escapen del recinto en que fueron concebidos. Puertas y ventanas se mantienen cerradas. Los criados se comportan con la misma reserva que sus amos. En los espacios imaginados por Ivy Compton-Burnett la ropa sucia siempre se lava en casa.