Abril-Junio 2006, Nueva época Núm.98
Xalapa • Veracruz • México
Publicación Trimestral


 

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Nikolai Gogol
 


Nikolai Gogol.
(Transgrafía: Carlos Torralba)


  Dimitri Mirski, ese excepcional historiador de la literatura rusa, afirma que la obra narrativa de Gogol constituye uno de los mundos más maravillosos, inesperados y originales que hayan sido creados por un artista de la palabra en cualquier lengua. Todos estamos de acuerdo; pero también es cierto que bajo su sorprendente lenguaje penetramos en uno de los reductos más sofocantes y vacíos que sea posible concebir.

Gogol es el mayor escritor satírico de Rusia. A lo largo de toda su obra se desprende la constante sugestión de un desorden cósmico, de un caos insuperable. Su humor corroe todo lo que toca, aun, y sobre todo, aquello que hasta ese momento había sido considerado como intocable. En ese sentido, es uno de los más grandes destructores de tabúes, el flagelo de lo que hasta ese momento nadie se había atrevido a poner en duda.

Donde la crónica oficial quería hacernos creer que imperaba lo bello, lo noble y lo sublime, él rasgó los velos de esa ficción y nos mostró que lo que allí abundaba era la vulgaridad, la codicia y la estupidez; donde los tratadistas imperiales insistían en hablar de armonía, este escritor mostraba el desorden, la incesante multiplicación del caos; cuando se hablaba de un reino que instituía el amor al hombre, él mostraba el implacable desprecio del superior sobre sus subordinados, el encarnizamiento de lobo del hombre contra el hombre. Gogol, con un caudal inagotable de bromas en apariencia triviales, con su afán de centrarse en lo nimio y lo irrisorio, desnudó, como nadie, el aparato administrativo, le hizo perder su grandeza aparente, y en vez de mantos imperiales presentó al mundo los harapos, las cenizas, el estiércol de un sistema adocenado y envilecedor. Ese acoso a todo aparente prestigio, a las pompas y circunstancias del idioma oficial al que un estricto respeto había enmohecido y anquilosado hasta hacerlo parecer una lengua muerta, es, históricamente, uno de los aspectos más importantes de su creación. De pronto fue posible advertir que sus monstruosas caricaturas no eran producto de una imaginación desbocada y enfermiza sino el retrato fidedigno que ofrecía la realidad circundante.

En la tragedia clásica se produce siempre una alteración del orden universal. Hamlet, por ejemplo, descubre que su madre es amante y cómplice de su tío en el asesinato del rey, su padre. Se ha violado un orden moral que afecta la armonía del universo entero.

Después de una cadena de violentas convulsiones se logra corregir aquel desarreglo de la naturaleza. El rey y la reina terminarán por pagar sus culpas con la muerte. Pero en el proceso, Hamlet y toda una serie de nobles personajes también sucumbirán; es el alto precio que exige la expiación de la culpa. Otro orden, con nuevos personajes, va a instaurarse. La tierra y las estrellas volverán a recobrar la armonía. En Gogol, el caos se introduce, pero, en cambio, la expiación final, esa renovación de la armonía universal nunca llega a producirse; sólo vislumbramos su parodia entre risas burlonas y muecas de escarnio.