Año 15 No. 617 Noviembre 3 de 2015 • Publicación Semanal

Xalapa • Veracruz • México

Fiesta de muertos reafirma que estamos vivos

Contenido [part not set] de 42 del número 617

En la Huasteca, la celebración inicia desde septiembre

En días de muertos, nahuas del sur rememoran su genealogía

Karina de la Paz Reyes

Las culturas ancestrales establecidas en lo que hoy es México concebían a la muerte sólo como un paso para otra forma de vida, tenían la idea de que con la muerte no se termina nada sino que continúa otro ciclo, explicó Román Güemes Jiménez, investigador del Instituto de Antropología de la Universidad Veracruzana (UV).

En la Huasteca, dijo Güemes Jiménez, la fiesta de muertos está muy arraigada y en algunas de sus comunidades o pueblos, «para sobrevivir, la cultura se agarra de lo que puede».

Comentó que para los antiguos mexicanos, de acuerdo con la forma de morir era el panteón; por ejemplo, quienes morían ahogados o ahorcados tenían uno específico, así también las personas guerreras o que morían en el parto. Después llegaban a un lugar que reunía a todos: el Miktlan (lugar de los muertos).

Esto mismo se repite en todas las culturas ancestrales establecidas en lo que es hoy México, porque los mexicas tomaron de ellas muchos elementos rituales y culturales. Entre los tenek, por ejemplo, el Miktlan se llamaba Tanchemlab (lugar de los muertos), precisó el también poeta.

Obviamente, con el paso del tiempo todas esas maneras de homenajear y recordar a los ancestros tuvieron continuidad. Con el impacto de la Conquista española hubo un mestizaje biológico, cultural y social. «Desde luego, las culturas ancestrales aportaron elementos muy finos y concretos para la conformación de lo que ahora conocemos como la cultura nacional; y ahí está la relacionada con la muerte y su fusión con el cristianismo».

De Mihkailwitl a Todos Santos
El entrevistado mencionó a Luis Reyes García, investigador en el campo de la etnohistoria, quien afirma que había muchas semejanzas entre el cristianismo y el pensamiento religioso-espiritual de las culturas antiguas de este país.

«Mientras Cristo fue perseguido por los judíos, acá a Huitzilopochtli –la principal deidad de los mexicas y quien nació de Coatlicue– lo persiguieron sus hermanos pretendiendo sacrificarlo. Y a Coatlicue éstos la destruyeron cuando nació aquél».

Con el impacto de la Conquista y la Colonia española, estos «paralelismos religiosos» se fusionaron y dieron como resultado el fortalecimiento de tradiciones como Todos Santos.

«Hoy, celebrar el Día de Muertos, Xantolo, Mihkailwitl o como se llame en las diferentes culturas ancestrales, es la conjunción de todo esto que se ha venido recogiendo y asimilando a través del tiempo y tenemos una de las fiestas más celebradas en el país».

Destacó que en la región de Chicontepec o Huasteca Meridional, la fiesta de muertos (Mihkailwitl) y su interpretación mestiza Xantolo o Todos Santos es una celebración muy arraigada.

«En el Mihkailwitl comunitario se retiran los santos del altar y se ponen los retratos de los familiares más cercanos; son ellos quienes ocuparán el ara, el sitio más importante del hogar; a diferencia del Xantolo en que santos y fotografías de familiares difuntos se entremezclan para el fantástico disfrute de los aromas de la ofrenda. Ambas maneras de convivir con los difuntos son ahora indistintas.»

El calendario huasteco del Mihkailwitl o Xantolo
En la Huasteca esta celebración no es sólo el 31 de octubre, 1 y 2 de noviembre. Los preparativos se tienen presentes todo el año, aunque el ceremonial en sí inicia el 29 de septiembre, día de San Miguel. «Él es quien se encarga de notificarle a las ánimas que serán festejadas acá, en la tierra».

De acuerdo con investigaciones realizadas en aquella región, Güemes detalló que el 29 de septiembre se realiza una pequeña ofrenda y algunos rezos. No obstante, es el 18 de octubre, día de San Lucas, cuando la tradición tiene mayor presencia, pues además de ofrendar tamales, se visita el panteón.

«San Lucas tiene mucho que ver con las fiestas prehispánicas a los muertos. Él es a quien los vivos entregan la lista de los difuntos que quieren que vengan y también de aquellos familiares que ya no conocieron, pero que igualmente tendrán un lugar en el altar», por ende, es quien los liberará el 31 de octubre.

De acuerdo con el antropólogo, el 29 de octubre es el día de desgranar el maíz para las diversas «paradas» de tamales: «Desgranar, ahora, ya no es aquella rutina de frotar la mazorca contra la olotera; la cual es todo un ceremonial en torno al maíz-padre-madre (chicomexochitl) que recientemente ha llegado a casa, producto de la milpa de temporal.

Se encienden las velas, se inciensan las mazorcas y se evoca con palabras tristes, pues se recuerda a los antepasados que ya han muerto y que se nutrieron de la poderosa semilla. Se echan cohetes para que los demás vecinos sepan que acá se desgrana también».

El 30 de octubre es considerado el día para el ornado. Es cuando se construyen los arcos con base en estructuras de otate y bejuco, embellecidos con las siguientes flores –que anteriormente, como acto religioso, fueron sembradas el 24 de junio–: senpoalxochitl (cempazúchil), oloxochil (sempiterna), chiaxochitl y kwapelechxochitl. «La combinación del amarillo y el morado le proporcionan al altar la gracia de la fiesta y es cuando más luce». Al concluirlo también se detonan cohetes.

En sus palabras, «el altar simboliza el mundo real y el mundo espiritual; es la representación del cosmos y sus distintos lugares sagrados». Cabe citar que está conformado por dos mesas, una de ellas contiene las velas, frutos y demás comida no perecedera; la otra, es donde se ofrendará a los difuntos. Esto se hace en cazuelas, ollas, jarros, tazas y demás utensilios que se requieren nuevos.

En la Huasteca, el 31 de octubre es llamado patskali, «día de los angelitos», de los niños o de los pequeños, indicó. Como la concepción de la fiesta es que se espera a los difuntos con lo que comieron y lo que más les gustaba en vida, ese día se come un solo platillo elaborado a base de chichimekaetl (cierta variedad de frijol), ajonjolí (tostado y molido), hierbabuena, xonacate (cebolla regional cuyo tamaño es pequeño) y huevos hervidos. Es más, hay quienes preparan tamales con estos ingredientes.

Del 1 al 3 de noviembre, indicó, son llamados «días de los grandes». En el transcurso de ellos se preparan tamales denominados chihchikili, que «contienen carne de gallina o cerdo y se les coloca una variedad de helecho llamado chichchikiliswatl (hoja de osamenta torácica) que le imprime un color verdoso a la masa, le da un sabor único y, lo más interesante, deja su impronta en forma de columna vertebral a lo largo del gran bulto comestible, es decir, estamos realmente frente a un tamal de muerto».

Otro de los tamales que se preparan es el tlapepecholi, añadió, cuyo contenido es la cabeza del cerdo. «Es uno de los tamales más grandes de la fiesta y se come de manera ceremonial y colectiva», enfatizó.

En estos tres días, ceremonialistas y músicos recorren la comunidad mientras invocan, rezan y tocan sones y huapangos tradicionales alusivos a los muertos, e igualmente frente al altar.

La despedida, llamada tlamakawali, se celebra el 3 de noviembre y «consiste en asistir al panteón con muchísimas flores, copal, velas y música ritual». A los ocho días, se realiza un tlachikontilistli (ochavario), «para sacar el arco a una esquina del solar».

No obstante, aclaró Güemes Jiménez, en ocasiones el arco es sacado hasta después del 30 de noviembre. «El ritual señala que a finales de noviembre (día de San Andrés) es cuando se despiden los muertos. En la comunidad es tiempo de estrenar todo lo nuevo que fue ofrendado a los difuntos: un morral, sombreros, cestos, ropa o calzado, con la convicción de que con esas mismas cosas los muertos retornarán a sus sitios, llevándose la esencia solamente».

Economía afecta a la celebración
A manera de concluir el tema, el investigador de la UV comentó que actualmente ha disminuido el «ímpetu y fogosidad» de la celebración, porque ahora se tiene que comprar todo, incluso el copal, resina que anteriormente se recolectaba en la montaña.

«Ahora han cambiado las cosas, muchos arcos tienen series navideñas y para sobrevivir la cultura se agarra de lo que puede. Ya no se usan muchas velas porque salen caras, ahora se prefiere la veladora, ya no se ve igual, pero las ánimas se han ido acomodando a estos cambios y han permitido a los fieles conservar su fe.

«No sabemos qué va pasar cuando nuestros mayores se mueran, porque como ya estamos haciendo las cosas a ‘medias’, no sabemos si vamos a heredar esas ‘medias’.»

El antropólogo insistió en defender nuestras tradiciones, aquellas que «a pesar de los intentos por destruirlas» siguen vigentes. «Con ellas nos vamos a identificar ante la universalidad, qué feo que todos seamos iguales culturalmente».

Para él, esa identidad es la riqueza de los pueblos y se debe luchar por su continuidad: «la diversidad cultural nos hace más humanos, más grandes».

Es más, sentenció: «Yo creo que es eso (el ritual a los muertos): una reafirmación de que estamos vivos, y si lo estamos es que algo le debemos a esa fe, a ese culto a nuestros ancestros que no olvidamos. Nos parece hasta medicinal el hecho de que si los recibimos en un altar, vamos a estar bien todo el año porque es un compromiso y se tiene que hacer año con año.

«Cada vez que muere una forma cultural o una lengua, todos estamos perdiendo algo muy íntimo. Asimismo, no debemos dejar que este Xantolo, que este Mihkailwitl, que este culto, que este Día de los Fieles Difuntos decaiga, sino que vaya tomando su propio rumbo. Creo que esto nunca se va a perder, porque un tamal tiene mucha convocatoria. Muchas personas aunque sólo vayan a comer tamales, chocolate y pan bien elaborado, ya se ligan a la fiesta. Esto no va a acabar.»

Nahuas del sur evocan su origen
Cada región del país y de Veracruz tiene su forma particular de celebrar a los fieles difuntos. En la zona nahua del sur –donde le llaman Todosantoh– también se cree que el día 31 de octubre llegan los niños muertos; no obstante, allá éstos se regresan el día 1 de noviembre.

Para quienes murieron en la infancia, en el altar se ofrendan dulces elaborados a base de papaya, camote o calabaza; frutas y otros productos como plátano, cacahuate y caña, describió Crisanto Bautista Cruz, gestor de Vinculación de la Universidad Veracruzana Intercultural (UVI), sede Las Selvas.

Los adultos, continuó, llegan el 1 de noviembre y se van el día 2. Para ellos se ofrendan tamales, así como las comidas y bebidas que en vida fueron sus preferidas, como el mole de iguana, el aguardiente y refrescos.

Algo peculiar es que en el momento de elaborar los tamales, sobre todo cuando se colocan en la vaporera, paila u olla en la que se cocerán, se menciona para quién serán, lo cual permite hacer un recuento de los familiares fallecidos.

«Esto es interesante, ya que con ello se hace una genealogía y un recuento de quiénes son los familiares muertos que recuerdan las diferentes generaciones, principalmente se les preguntan a los más adultos de la familia.»

Asimismo, el 2 de noviembre los familiares acuden al panteón a dejar tamales a sus difuntos y a convivir con otras personas que también se dan cita ahí. Entre todos se comparten la comida y los demás alimentos que forman parte de su ofrenda. Es más, hay grupos de jaraneros que asisten a tocar sones con temática luctuosa.

«Se dice que a partir del mediodía los muertos comienzan a regresar y que es importante ofrendarles algo, porque a los que no se les ofrenda nada regresan tristes», dijo.

A propósito de esto, el entrevistado relató: «Cuenta una leyenda que un día una joven le preguntó a su papá ‘qué vamos a ofrendarle a mi madre muerta’; él respondió que nada, que no creía en eso, que todo era una mentira.

«Pero cuando llegó el 2 de noviembre, por curiosidad él se fue a esconder por el monte hacia el camino al campo santo y de repente observó que comenzaban a pasar los muertos con sus tamales, comidas, bebidas y velas, muy contentos porque los habían tratado bien.

«En eso vio pasar a su mujer con la cara triste, sólo con unos pedazos de calabaza y unos ocotes que alumbraban su camino –lo cual le había ofrendado su hija por no tener más que darle–. Por ello, dicen los abuelos que es muy importante ofrecer algo a nuestros muertos ya que es una forma de recordarlos.»

Precisamente, el abuelo de Crisanto Bautista Cruz, Tomás Bautista Ramírez –oriundo de Mirador Saltillo, Soteapan, y de 90 años de edad–, comentó que su abuela le decía que en el futuro estas prácticas irían desapareciendo, y el resultado será que no haya una memoria de los parientes fallecidos.

«Lo que a él –Tomás Bautista Ramírez– hoy en día le preocupa es que las religiones contribuyen a la desaparición de estas costumbres tan importantes para nosotros los indígenas, por ello estoy convencido de que hay que inculcar nuestras tradiciones en las nuevas generaciones».

Crisanto Bautista dijo que en la preservación de valores también debe influir la educación, que las instituciones pongan en práctica políticas culturales que retomen los saberes locales.

De paso, citó que con este clima de inseguridad que padece el país, en aquella región se notó que muy pocos sembraron flores para comercializar, y cada vez menos gente sale a realizar las compras necesarias para esta fiesta.

Román Güemes Jiménez es investigador del Instituto de Antropología; es antropólogo, historiador, poeta, cuentista y una referencia para quienes estudian la Huasteca. Autor de libros de aquella región, uno de los más recientes es Hoy le canto a mi sustento. Romance para el sabor de la mesa huasteca, editado por la Biblioteca Digital de Humanidades de la Dirección General del Área Académica de Humanidades de la UV). También es músico de son huasteco. Crisanto Bautista Cruz es antropólogo lingüista y a la fecha continúa sus estudios de doctorado en la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa. Trabaja políticas lingüísticas y además de profesor-investigador, es gestor de vinculación de la UVI Las Selvas.

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