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Año 13 • 566 • Junio 16 de 2014 Xalapa • Veracruz • México Publicación Semanal

Chiconquiaco, a 472 años de su fundación

Algunos datos referidos por fray Juan de Torquemada se corresponden con las pictografías de los Códices

 

Jesús Javier Bonilla Palmeros

En 2014 las comunidades de la sierra de Chiconquiaco celebran 472 de años de la congregación y fundación de los pueblos que integraban uno de los importantes señoríos serranos como lo fue San Pedro Chiconquiaco, San José y San Juan Miahuatlán, San Andrés Acatlán, San Antonio Tepetlán, Santa María Yecoatla y Santiago Xihuitlán.

Los asentamientos totonacos del periodo posclásico (900-1521 d.C.) se encontraban distribuidos en una amplia área que abarca actualmente el centro de Veracruz y la sierra norte de Puebla. Con base en dos fuentes históricas que se corroboran entre sí, junto con los datos recuperados en estudios arqueológicos, hoy se considera que los totonacos llegaron hacia el siglo IX a la costa del Golfo de México. El fraile Juan de Torquemada registró en su obra datos sobre el origen de este grupo indígena, y especifica que los totonacos salieron de Chicomoztoc (Lugar de siete cuevas), construyeron las pirámides del sol y la luna en Teotihuacan, y posteriormente se desplazaron hacia la sierra de Puebla para descender a la costa del Golfo de México.

No se puede corroborar si efectivamente participaron los totonacos en la construcción de las pirámides de Teotihuacan, pero sí se cuenta con datos arqueológicos sobre la presencia de gente procedente de la costa del Golfo en el llamado “Barrio de los Comerciantes” en Teotihuacan.

Los datos referidos por fray Juan de Torquemada sobre el origen del grupo, se corresponden en parte con la información registrada por medio de pictografías en los Códices de Chiconquiaco. Específicamente en la parte posterior del códice del siglo XVI se registró la escena de la salida de un lugar denominado Chicomoztoc representado por medio de un cerro y una cueva hacia la parte baja, la cual se encuentra enmarcada por colmillos de serpiente.

El hecho de representar la cueva como si fueran fauces de serpiente, corresponde a una tradición plástica muy temprana y es compartida por varios grupos mesoamericanos. Simbólicamente la cueva se concibe en sentido metafórico como la boca de la serpiente, representación zoomorfa de carácter terrestre, aparte de remitir a los conductos que marcan la interacción con el plano bajo o inframundo. En el caso del cerro cuyo desplante se encuentra en el plano medio y se levanta hacia el espacio celeste, marca la interacción con el nivel superior. De tal forma que la combinación cerro-cueva remite a una representación de carácter cosmológico (Axis Mundi) en la cual se articulan los tres niveles cósmicos (supramundo, plano terrenal e inframundo), junto con los rumbos extremos oriente y poniente.

Al marcar como punto de partida el sitio mítico de Chicomoztoc, los totonacos justificaban un origen divino, al mismo tiempo que legitimaban el estatus de sus gobernantes como intermediarios entre el espacio ordenado (las poblaciones) y el espacio simbólico a nivel cósmico, registrado por la forma arquetípica del cerro-cueva, de cuyo interior sale una serie de huellas de pies, con el fin de indicar la salida y desplazamiento de los grupos representados por sus señores principales. El peregrinar culmina con la llegada de los grupos a la zona serrana, y la fundación de Chiconquiaco como Huey Altepetl (Gran Señorío) y sus altepeme Tepetlán, Miahuatlán, Ocelotlán, Acatlán, Xihuitlán y Yecoatla. La fundación de todos estos asentamientos debió de darse en algún momento del periodo posclásico (900-1521 d. C.), como sugieren diversos materiales arqueológicos hallados en el territorio.

En lo referente a las implicaciones del vocablo en lengua náhuatl, Altepetl (cerro, agua) es un término que corresponde a la configuración político-territorial manejada por las sociedades indígenas, y en el caso particular del Códice Chiconquiaco, se integraba por varios sitios jerarquizados, a cuya cabeza se encontraba Chiconquiaco, seguido de otros seis asentamientos distribuidos en un amplio territorio que abarcaba parte de la zona serrana y se extendía hacia las tierras bajas más cálidas. Situación que beneficiaba en buena medida el intercambio y distribución de una diversidad de productos tanto de tierra caliente como de la parte serrana.

Posteriormente, hacia la primera mitad del siglo XVI llegan los primeros religiosos de la orden de San Francisco, procedentes del convento de Xalapa, quienes se dan a la tarea de iniciar el proceso de evangelización entre los totonacos de la sierra de Chiconquiaco. Corresponde a fray Alonso de Santiago difundir la palabra de Cristo entre los indígenas del área, al mismo tiempo que inicia el proceso de congregación de pueblos de indios y culmina con la fundación de San Pedro Chiconquiaco en 1542 como cabecera de señorío y sus pueblos sujetos: San Andrés Acatlán, San José y San Juan Miahuatlán (hoy Landero y Coss), San Antonio Tepetlán, Santa María Yecoatla y Santiago Xihuitlán.

La fundación de todos estos pueblos fue pintada en el Códice de Chiconquiaco, mediante el registro de las fechas en el sistema calendárico tradicional mesoamericano y su correspondiente en el calendario europeo (año indígena 11 conejo, 1542). Aparte del registro de cada asentamiento por medio de su topónimo y/o una construcción religiosa, fueron dibujados sus señores principales a través de representaciones cefalomorfas o de cuerpo completo, como es el caso de don Diego Gabriel Tezcacohuatli tlatoani (señor) de San Pedro Chiconquiaco, quien aparece con túnica, báculo de poder y un rosario al cuello para indicar que es católico.

En lo concerniente a la difusión de la religión católica entre las sociedades totonacas del centro de Veracruz, encontramos en el Códice de Chiconquiaco el referente más temprano de una de las festividades importantes del calendario litúrgico de la Iglesia Católica, como lo es la representación de Corpus Christi. El registro de la imagen de fray Alonso de Santiago en el documento pictográfico, quien lleva en sus manos la representación del Cuerpo de Cristo, debió de quedar hondamente grabado en la memoria de los totonacos de San Pedro Chiconquiaco, quienes instituyeron una relación entre la festividad y la fundación del pueblo.

La celebración del cuerpo y sangre de Cristo fue propuesta por la religiosa Juliana de Rétine a las autoridades eclesiásticas, y en 1246 el obispo Roberto de Theorette celebró por primera vez el servicio religioso en reconocimiento a la Sagrada Eucaristía. Posteriormente, en 1311, el Papa Urbano IV incluye la celebración de Corpus Christi en el calendario litúrgico de la Iglesia Católica, y en 1317 el Papa Juan XXII instituyó la procesión con carácter de obligatorio.

En la Nueva España la festividad de Corpus Christi se difundió ampliamente entre la sociedad, al grado que se convirtió en la principal celebración religiosa novohispana. La festividad consistía en una procesión donde participaban autoridades eclesiásticas y civiles, los integrantes de los gremios y población en general. Se acompañaba con danzas, pendones y las imágenes de las entidades tutelares de los diversos barrios, prácticamente era una reproducción de la festividad, similar a la que se realizaba en el viejo continente, y a la cual se le integraron elementos locales.

Actualmente la festividad de Corpus Christi desapareció en las comunidades de la sierra de Chiconquiaco, pero todavía pervive en la memoria de las personas ancianas la realización del servicio religioso, después una pequeña procesión y la bendición con el Santísimo en los altares caseros que se levantaban con motivo de la festividad.

Con base en el registro de la figura de fray Alonso de Santiago en el Códice Chiconquiaco, quien porta en sus manos el ícono del cuerpo y sangre de Cristo, se deduce la instauración de Corpus Christi como parte del proceso de evangelización de las comunidades indígenas de la zona serrana. El registro de la principal festividad religiosa en el periodo colonial, en relación con la fundación de San Pedro Chiconquiaco y los pueblos que integraban el señorío en 1542, permiten suponer la gran importancia que le otorgaron las comunidades totonacas al evento y al sagrado ícono, motivo por el cual fue registrado en su antiguo documento que daba fe sobre sus propios orígenes mítico-religiosos.