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Año 11 • No. 499 • Octubre 15 de 2012 Xalapa • Veracruz • México Publicación Semanal

Iris Aburto: lecciones de arte y ética

Toda mi obra la he dedicado a la naturaleza. Si no la
cuidamos, nos aproximamos a nuestro fin como especie

José Julián González Osorno

Lo que nos maravilla de los niños, decía el poeta y filósofo alemán Friedrich Schiller, es su apego ingenuo a la naturaleza. Los fenómenos más simples de ésta les asombran: se interesan por lo pequeño porque ahí ven lo maravilloso de la vida. Con el tiempo, conforme nos alejamos de la infancia, nos distanciamos también de la naturaleza.

Tal desapego, comentó la pintora Iris Aburto, es una característica del hombre moderno y, lamentó, ello nos aproxima “a nuestro fin como especie.”

Iris Aburto es una artista que entiende su oficio como un compromiso ético. Pinta porque ama la naturaleza, porque desea preservarla, para enseñar cuán bella es y para que el hombre moderno advierta que, sin ella, no puede existir. Su obra podría ser una forma de conciencia social.

Iris nació en La Joya, Veracruz. Su familia, como es tradición de los habitantes de ese lugar, hacía quesos para venderlos y poder así mantenerse. Tuvo 10 hermanos. De joven fue campeona universitaria en lanzamiento de bala y jabalina; además, daba batalla en los 100 metros planos.

De niña le gustaba crear: una rama, una vara le servían de pincel y la tierra como lienzo, una navaja era adecuada para hacer grabados en los troncos de los árboles. La pequeña Iris prefiguraba ya, sin saberlo, a la pintora Iris. Pero su principal gusto, rememoró, era cuidar de la naturaleza: “Lo que siempre me llamó la atención era preservar la naturaleza. Mi infancia se desarrolló en ella y yo realmente la amo; mi obra habla de sus sistemas, de sus tonos. Toda mi obra la he dedicado a la naturaleza”.

De La Joya a Xalapa
Iris Aburto relató que marcharse de La Joya a Xalapa fue muy difícil para ella y su familia. “Me trajeron como a los seis años; pero yo me regresé con mi abuela a Las Vigas porque no me gustaba Xalapa. No me gustaba donde vivía ni la comida, además no teníamos nada. Finalmente tuve que vivir aquí.

Cuando llegamos a vivir a esta casa, hace casi 50 años, no había luz ni agua. Mucho menos drenaje o teléfono. Comprábamos petróleo para alumbrarnos o conseguíamos la madera alrededor, ya que todo esto antes era un llano. Pero yo me las ingenié para no estar quemando madera o comprar petróleo, compramos una estufita de dos hornillas y ahí calentábamos.

“En ese entonces yo hacía papalotes para vender, siempre había que hacer algo para obtener dinero; hacía papalotes, aviones, águilas y palomitas, y las entregaba a las tiendas. Les gustaba comprármelos por las formas, pero también por el color. Yo no desperdiciaba ni un pedacito de papel china al hacerlos. Todos los pedacitos que sobraban los pegaba, hacía uno de parches y ésa era una pieza muy hermosa. Ahora sé que era muy hermosa, pero en ese entonces lo hacía para no desperdiciar papel.”

De este trabajo artesanal para sobrevivir, Aburto pasó a ser aprendiz de pintora y música. “Mi camino a la pintura fue que mi mamá y mi papá obtuvieron un trabajo modesto en el Teatro del Estado. Mi papá era ‘cita’ (técnico de foro) de la Orquesta Sinfónica y mi mamá era conserje. Yo iba a ayudarla; ahí me encontré con los pintores que hacían escenografías y siempre me gustó estar ahí, ayudando y aprendiendo.

Luego mi mamá conoció al profesor Alberto Beltrán y éste le dijo: ‘Mándame a esta niña a los Talleres Libres’ (cuando estaban en Allende). Ahí estaba Alberto Beltrán y la maestra Yolanda Savín, esposa de Rubén Savín Vázquez, director de la Sinfónica; ahí empecé, en los Talleres Libres”.

Los dos fueron fundamentales en su formación y la impulsaron. Gracias a ello tuvo la oportunidad de estudiar en el Conservatorio Nacional de Música.

Una obra versátil y comprometida
El arte de Iris Aburto se nutre de los sonidos, paisajes, olores y sabores de su pueblo natal y de Xalapa. De su abuela materna, Eustolia –introductora en Veracruz del teatro guiñol–, aprendió que un artista debe ser versátil. Y ésa es precisamente la búsqueda que se aprecia en su obra. Enraizada en la naturaleza, su obra abarca varios registros: fotografía, pintura, restauración de arte, música, diseño digital y serigrafía. Para ella, las artes tienen un diálogo fecundo entre sí mismas y se nutren constantemente.

En su caso, por ejemplo, ha relacionado armoniosamente la pintura y la música. “La música tiene colores, ritmos, y la pintura también tiene ritmos y colores. Ambas tienen alegrías y tristezas”. Citó un ejemplo de esta relación. Su instrumento musical preferido, el oboe, a veces le da la pauta para su obra pictórica: “Los tonos del oboe son muy puros y yo trabajo con tintas puras.

Parto de los colores básicos para poder hacer algo. El oboe es el instrumento de aliento que da la primera nota para que se afinen todos los instrumentos de la sinfónica. Es el instrumento más importante de la sinfónica y es el ‘papá’ de todos los instrumentos de aliento. Parte de la música de este instrumento está en mi obra”.

De los momentos idóneos para plasmar sus ideas e intuiciones, la artista comentó que a ella le gusta la noche para crear.

Iris Aburto se dice admiradora de Salvador Dalí, su pintor más querido. Al principio, reconoció, no lo entendía, pero cuando conoció su vida aprendió que “él hizo todo y todo lo hizo bien”.

El tema de la naturaleza y la infancia siempre está presente en su obra, aseguró, dado que le preocupa que cada vez “nos alejamos más y más de la naturaleza. Los niños son los más auténticos, son muy creativos, no te mienten. A mí me gusta trabajar con ellos”.

Una vez le dijo a un niño de seis años, hijo de un amigo suyo que vive en el DF: “Te llevaré al rancho para que veas cómo sale la leche de las vacas”; el niño contestó: “La leche no sale de las vacas, sale de una maquinita, me lo dijo mi maestra”.

Al respecto, la pintora reflexionó: “Que un niño de una ciudad tenga esa concepción es fatal”. Sin embargo, confió, tiene la esperanza de que la educación pueda cambiar el estado de las cosas, la destrucción de la naturaleza, la desinformación.

Sobre el ámbito de la docencia, la artista plástica comentó que le agrada enseñar a los jóvenes lo que ha aprendido y le gusta también que sus obras las vea el pueblo, las personas que muchas veces no pueden ir a una galería.

“Una vez expuse en un pueblo, en la calle, y me advirtieron que no lo hiciera porque se robarían los cuadros. ¡Que se los roben!, contesté, sería un elogio para mí. El arte debe ser para todos”, afirmó.

Por último, se le preguntó: si ardiera el museo de todas las pinturas de la humanidad, ¿qué cuadro salvaría? Iris Aburto sonrió y contestó: “Trataría de conservar la naturaleza, no tendría la capacidad de salvar un cuadro. Salvaría el cuadro que está alrededor de esas llamas. Un cuadro se podría hacer, pero si nosotros nos destruimos, ¿quién lo haría?”.