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Año 10 • No. 469 • Enero 30 de 2012 Xalapa • Veracruz • México Publicación Semanal

Artistas e investigadores inician su recuperación

Alfarería de Chiltoyac, arte que prevalece por sus mujeres

"Es ‘increíble’ que la actividad persista hasta la fecha con la misma tecnología, que es muy sencilla pero a la vez eficaz”: Cristina Núñez Madrazo

Karina de la Paz Reyes

“A los nueve años molía barrito, hincada en un pedacito de costal. Mi papá, Lorenzo Villa Hernández, nos decía que teníamos que trabajar y aprender algo de él”, narró Amancia Villa Quiroz de 70 años de edad, descendiente de una familia de alfareros de Chiltoyac, congregación de Xalapa.

En esta población, la alfarería ha sido el medio que permite a cientos de familias tener dinero para sostenerse y así enfrentar “a comalazos” la hipermodernidad que ya se llevó ollas, tinajas, incensarios, candeleros y anafres.

Para impulsar y resguardar el oficio de “La Comalera de Chiltoyac”, que es como se le conoce a doña Amancia, la Universidad Veracruzana (UV), a través de los investigadores del Centro de EcoAlfabetización y Diálogo de Saberes (EcoDiálogo), ha comenzado un trabajo de reconocimiento de este oficio que, si bien se mantiene desde la época prehispánica, es menguando por la pérdida de importancia que enfrentan las tradiciones culturales.

Al respecto, Cristina Núñez Madrazo, coordinadora del Centro, explicó que desde tiempos precolombinos en la comunidad elaboraban ollas y comales, los cuales vendían por toda la región: “La alfarería es una actividad que le da una identidad fundamental a Chiltoyac; es increíble que persista hasta la fecha con la misma tecnología que es muy sencilla pero a la vez eficaz”, aseguró.

Núñez Madrazo agregó que la alfarería “empieza a declinar en términos del valor reconocido, con toda esta ola de los
medios de comunicación, la migración y la pérdida de importancia de las actividades tradicionales y de la agricultura en la subsistencia de las poblaciones.”

Las alfareras y sus historias
“Ser alfarera ha significado bastante, es mi orgullo y no me avergüenzo de que me digan “comalera”, porque de eso comí y sigo comiendo, porque cuando no tengo de qué echar mano y tengo mis rollitos de comal, mando a la hija que vaya a venderlos y me trae 100 ó 200 pesos, que ya me sirven para mi maíz, fríjol, azúcar”, expresó Amancia Villa Quiroz.

Durante su plática, recordó que desde muy pequeña caminó por las madrugadas de ida y por las noches de regreso hasta Xalapa, Coatepec u otro lugar que su padre dispusiera, pues tocaba vender las piezas de barro que días antes habían elaborado en casa.

“Yo tenía mis tías –rememoró-, una se nombró Pascuala, otra Nicolasa y pues iba con ellas a traer el barro al barrial porque decían que eran costumbres de hacer por Todos Santos unos incensarios, candeleritos, anafritos chiquitos que hacía y todo eso a mí me gustó.

”Lo único que no pude hacer fueron ollas, no pude porque yo creo que no nací para eso. Luego fui creciendo y empecé haciendo comalitos chiquitos para estufa”, agregó.

Incluso, contó emocionada, que los partos de sus hijos: Victoria, Sotero, Silvia y Graciano los pagó con las ganancias que le dejaba el hacer y vender comales. Es más, con la vendimia de comales, Amancia le pagó la carrera de médico a uno de sus hijos.

A pesar de momentos tortuosos que ha tenido que enfrentar en el transcurso de su vida, como purgar una condena por haber pretendido criar a uno de sus nietos sin las autorizaciones legales correspondientes, doña Amancia permanece consagrada al barro.

“Puedo tardar dos o tres años en no hacer comales, por alguna enfermedad, pero cuando me pongo hacerlos a mí no se me olvida el manejo del barro”, enfatizó.

Antes de morir, su padre le heredó su banco y metate, herramientas indispensables para la elaboración de la cerámica, además le pidió perdón: “él decía que nosotras las mujeres no valíamos, porque éramos mujeres, pero cuando sintió que no contaba con los hijos varones, me pidió perdón, porque lo mantuve durante 12 años del puro barro”.

Y pareciera que esta familia de alfareros, que dejó don Lorenzo Villa, va a concluir porque de todos los hijos que tuvo, sólo Amancia sigue practicando este oficio: “De mis hijos ninguno trabaja el barro y tampoco quieren aprender”.

A manera de justificación, agregó: “Para qué les voy a enseñar si no pueden, eso me da sentimiento, a veces me da muina porque (les dice): ‘ustedes tienen estudio, es para que hubieran aprendido más fácil, yo no tengo estudio de ninguna clase’. A mis papaces no los culpo porque fueron muy pobres, y no tuve estudio, yo no sé nada”.

María del Pilar
“Los comales seño, comales, comales vengan a ver“, entonaba María del Pilar Carrillo Martínez en sus años mozos, cuando desde Chiltoyac caminaba junto con su esposo Olegario a Xalapa, para vender una carga de comales (tres docenas).

Pilar de 81 años de edad, muy joven se casó con Olegario Rosas y procrearon cinco hijos: Evorio, Onofre, Gloria, Víctor y Luis, éste último falleció muy pequeño.

“La enorme necesidad” la orilló a aprender alfarería. La tía de Olegario, Agustina Rosas, le enseñó a trabajar el barro: darle forma, quemarlo y venderlo.

“Molía el barro en el metate, empecé con tapaderitas y tapaderas grandes y ella me ayudaba a quemar la loza y venderla en Xalapa. Entonces vi que me era mucho trabajo hacer tapaderas porque tenía que esperar a que se enjutara tantito el barro pa’ ponerle la oreja; para mí era más costoso y que empiezo sola a aprender a hacer el comal de todos los tamaños”, rememoró.

Por ahí de los años cincuenta, cuando los comales costaban cinco, 10, 15 y 20 centavos –según el tamaño–, gracias a la vendimia de Xalapa, Pilar y su esposo lograban llegar a casa “ya muy noche” con los alimentos indispensables, azúcar, frijol, jabón, manteca, chiles, tomates, carne, pan y fruta: “Traíamos de todo y aparte ‘suelto’, pa’ las molidas y otros recaudos”, añadió.

“Había un señor viejecito, que se llamó Manuel Tejeda y me platicaba que toda la vida sus papás y abuelitos se dedicaban a la loza. Nos decía que en aquel entonces les costaba más que a mí, porque yo nada más llegaba a Xalapa con mi esposo, pero ellos tenían que ir a Coatepec, Xico, Los Linderos, Naolinco caminando y cargando”, relató.

Pilar vive en el Barrio de la Luz, donde se recuerdan varios alfareros y alfareras, pero el oficio día a día, irónicamente, se va enterrando. Por ejemplo, ahí se tiene memoria de Luisa, Agustina, Cándido, Epifania y Felipe. A la fecha, sólo Pilar es la evidencia viva de este oficio y por su edad ya no lo ejerce.

“Para mí, trabajar el barro fue una cosa hermosa, le doy gracias a Dios que me dio fuerza, porque para moler el barro a puro metate me amarraba el rebozo. A mí me da mucho gusto, porque antes no había trabajo para la mujer como ahorita”, dijo.

Doña Pilar ha sido alfarera la mayor parte de sus 81 años de vida, y recordó que en su tiempo no había trabajo para las mujeres: “Para mí, trabajar el barro fue una cosa hermosa, le doy gracias a Dios que me dio fuerza, porque para moler el barro a puro metate me amarraba el rebozo. A mí me da mucho gusto, porque antes no había trabajo para la mujer como ahorita”

Sara Gómez Romero
Otra mujer, otra heredera del barro que hoy tiene 72 años, y que al igual que a Amancia, este material del suelo le ha dado el sustento diario: “Para mí significó mucho, porque del barro nos mantuvimos, levantamos a nuestros hijos, y cómo no vamos a apreciar la tierra. Si es cierto, se empuerca uno, pero es un trabajo y yo tengo la satisfacción que de ahí levanté a mis hijos”.

Al igual que Pilar, a Sara, “por la necesidad de tener pa’ comer”, los ascendientes de su esposo la involucraron en el oficio de la alfarería.

Sin embargo, Sara lamenta que la gente de Chiltoyac hoy se rehúse a trabajar el barro, “a muchos no les gusta, no quieren”, comentó.

“Antes creo que eran más alfareros, porque conocí señores grandes de edad que hacían comales y ollas pa’ tamales. Como no había vaporeras y era pura olla, las señoras de por ahí venían a traerlas, porque las querían para la fiesta de Todos Santos o aunque no fuera pa’ eso”.

Sara platicó que hace algunos años dejó la alfarería por un problema en la espalda, pero “extrañaba, porque ya me había acostumbrado a trabajar, por eso volví”.

Sara, fue una de las alfareras que participó en la elaboración de un mural hecho con comales, obra impulsada por el Centro EcoDiálogo de la UV: “Yo le dije a doña Cristina que estamos agradecidas, porque hasta ahorita se han acordado de nosotros otra vez”.

“Del barro nos mantuvimos, levantamos a nuestros hijos y cómo no vamos a apreciar la tierra. Sí, es cierto que se empuerca uno, pero es un trabajo y yo tengo la satisfacción que de ahí levanté a mis hijos”: Sara Gómez Romero

Doña Amancia, de 70 años, contó que antes de morir su padre le heredó un banco y un metate, herramientas indispensables para la elaboración de la cerámica; además, le pidió perdón: “él decía que nosotras las mujeres no valíamos, porque éramos mujeres, pero cuando sintió que no contaba con los hijos varones, me pidió perdón, porque lo mantuve durante 12 años del puro barro”

 

El arte de los comales
En el Centro EcoDiálogo, mencionó Cristina Núñez Madrazo, hay una línea de investigación y aplicación del conocimiento que se llama Creatividad y Comunidad, desde una perspectiva transdisciplinaria, que fomenta la emergencia de los procesos creativos como formas que permitan generar alternativas sociales sostenibles en las comunidades.

En ese contexto, el 23 de octubre se montó un mural de comales en una de las paredes del salón ejidal de Chiltoyac, con recursos de la UV y la presencia y colaboración de los lugareños.

En la obra titulada Homenaje a la alfarería de Chiltoyac, participaron artistas como Lucía Prudencia Núñez, María José Ramírez Freytes, Daniel Berman Loya, Isabel Castillo y Juan Pablo Romero, pero sobretodo 16 alfareras del lugar, quienes previamente elaboraron las piezas.

“Es un reconocimiento al lugar que ha tenido históricamente y tiene actualmente la alfarería en Chiltoyac; particularmente la elaboración de comales”, justificó Núñez Madrazo.

La maestra explicó que se parte de la idea de que “el arte es un mecanismo, una herramienta fundamental para propiciar que las comunidades se repiensen de maneras diferentes”.

El mural, reiteró, viene a reconocer esa tradición, que además es uno de los grandes bastiones de la localidad.

Centro comunitario
El mural Homenaje a la alfarería de Chiltoyac, es la base y antecedente para un proyecto que se está gestando en EcoDiálogo, se trata de la creación de un centro de tradiciones y saberes en Chiltoyac.

El objetivo es que la comunidad se apropie del proyecto y se haga cargo de él, indicó Núñez Madrazo. Desde ahí se fomentarían actividades tradicionales de la comunidad, como la alfarería.

El 19 de diciembre de 2011, el Centro EcoDiálogo expuso el proyecto ante la asamblea ejidal de Chiltoyac y fue recibido con “mucho interés por parte de los ejidatarios”. Actualmente se analiza la posibilidad de ubicar el centro comunitario en la parcela escolar y es necesario consultar a otras autoridades, como la sociedad de padres de familia.