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Año 9 / No. 345 / Febrero 16 de 2009 Xalapa • Veracruz • México Publicación Semanal

Secuestros y asesinatos son consecuencia de la guerra sucia: F. Glockner

México está pagando por los
monstruos que creó el Estado

En 2006, tres nombres causaron la derrota de López Obrador: el propio Andrés Manuel, el subcomandante Marcos y Cuauhtémoc Cárdenas, añadió

Alma Espinosa

Las cifras diarias sobre el número de personas secuestradas, torturadas o asesinadas es el cobro de la factura de los errores que cometió el gobierno de México en las décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado, al actuar en la ilegalidad para acallar a los luchadores sociales agrupados en guerrillas que perseguían un ideal.

El historiador Fritz Glockner Corte sostiene la tesis anterior al afirmar que 40 por ciento de los detenidos pertenecieron o estuvieron relacionados con la Dirección Federal de Seguridad o el Departamento de Investigación Política y Social, las dos corporaciones policíacas que persiguieron guerrilleros durante las décadas de los sesenta y setenta del siglo XX, y quienes tuvieron la capacidad y libertad para extorsionar, torturar, asesinar o desaparecer a personas.

¿Qué pasó cuando estas personas se quedaron sin trabajo? Se pregunta el escritor. Si fueron capaces de torturar a un bebé de un año y tres meses en 1978, ¿por qué no pueden ser capaces de ejecutar a Fernando Martí? “Esto quiere decir que México está pagando la factura de los propios monstruos que creó hace varias décadas para actuar en la ilegalidad. No justifico el asesinato del joven Martí, pero estoy siendo consciente de una realidad, un desgaste social y de un tejido que se ha desmoronado por completo”, expresó.

De igual forma, el atentado del 15 de septiembre de 2008 en la plaza Melchor Ocampo de Morelia, Michoacán, donde hubo ocho muertos y un centenar de heridos muestra el delirio y el desgaste del tejido social. “La violencia que vivimos en este país no tiene que ver con movimientos sociales y políticos, sino con el propio Estado mexicano que siempre ha actuado dentro de la ilegalidad”, aseguró.

Los argumentos de Fritz Glockner se basan en más de dos décadas de intensa búsqueda y análisis de la historia de los movimientos armados en México. Quizás a esto es preciso agregar que el catedrático vivió dentro de una familia que sufrió la guerrilla.

Su padre, Napoleón Glockner Carreto, dejó su hogar y familia para integrarse el 20 de julio de 1971 a las Fuerzas de Liberación Nacional; tres años después reapareció golpeado y con el rostro desfigurado en la lúgubre cárcel de Lecumberri. Fue en ese momento donde inició una nueva perspectiva del mundo para el entonces adolescente Fritz Glockner.

El estudio de la historia y la escritura le han dado herramientas para entender las razones por las cuales los mexicanos sufrimos una violencia creciente. Entre los libros que ha escrito (Un pueblo en campaña, Coleccionista de estrellas, El barco de la ilusión, Cementerio de papel) destaca su primera novela Veinte de cobre, en la que relata cómo él y su familia se enteraron por medio de un noticiario sobre la captura de su padre.

En 2007, Fritz Glockner escribió Memoria roja. Historia de la guerrilla en México (1934-1968), en el que lleva su interés por la historia de la lucha armada más allá de lo personal. A través de una intensa búsqueda hemerográfica llena un vacío y reúne información del movimiento en todo el país, dándose la oportunidad de vincularlo con el contexto actual.

El libro, publicado por Ediciones B, abre sus páginas con “Año cero”, un prólogo en que el autor habla sin tapujos de los impulsos que lo llevaron a escribirlo. “En mi caso los motivos son obvios. Luego de que la historia irrumpiera dentro de mi familia, comencé a buscar alguna referencia que me permitiera conocer las razones, los hechos, la historia de los movimientos armados en nuestro país; y el escenario era desconsolador”. Para conocer más sobre su vida y su libro
Memoria roja, realizamos la siguiente entrevista.

Para escribir sobre la guerrilla debiste entrevistar a sus militantes, ¿cómo fue esa experiencia?
De pronto no era muy difícil porque mi padre era un guerrillero y hablar con guerrilleros era como hablar con mi papá. Nunca lo entrevisté porque era su hijo y no le iba a preguntar: “¿Qué sentiste cuando te torturaron”. Aunque sí le hice una serie de preguntas obvias y luego me arrepentí, después de que lo asesinaron, porque me hubiera encantado tener su testimonio grabado, como lo tengo de 70 ex guerrilleros aproximadamente.

Entrevistar a guerrilleros era como reencontrarme con mi historia, con una parte de mi familia. Rosario Ibarra de Piedra es mi madre, lo hemos dicho públicamente, Marco Rascón es mi carnal, y todos los ex guerrilleros que he entrevistado son mis carnales.

¿Cómo empezabas el diálogo, era difícil?
Siempre tuve conciencia de que yo los obligaba a traer al presente historias, memorias de torturas, sacrificio, dolor. No creas que para mí no era difícil levantar el teléfono, hacer una cita y decirle: “Quiero reunirme contigo para que me platiques muchas historias que sé de antemano que son muy dolorosas”. Eso lo reconozco en el libro: despellejar la memoria y regresar a los años de cárcel o de tortura. Les agradezco muchísimo a aquellos que han tenido o tuvieron la gentileza de volver a ser torturados con la memoria a partir de una conversación conmigo.

¿Qué sensación te quedaba al finalizar las entrevistas?
Las entrevistas significaban retomar parte de mi historia, volver a sentir casi en carne propia los recuerdos de cómo un sistema político puede entrar en la ilegalidad y generar una guerra de baja intensidad contra aquellos que también trabajaban en la ilegalidad. Evidentemente la guerrilla no estaba proponiendo la toma del poder vía las elecciones, sino a través de la violencia.

Cuando el Estado o la legalidad entraban en la ilegalidad para combatir a esos ilegales se le denominaba “guerra de baja intensidad” o “guerra sucia”, porque no podían desaparecer gente sin una orden judicial, sino generar las herramientas legales que permitieran la causalidad de la justicia.

¿Cómo fue conocer Lecumberri a los 13 años?
Fue como conocer Disneylandia. Curiosamente seis meses antes de que mi padre se fuera a la clandestinidad yo estaba en Disneylandia. Y tres años después ya estábamos en Lecumberri.

Después de esos tres años fue hermoso saber dónde estaba mi padre porque pensábamos que se había ido con otra mujer. De pronto nos enteramos, el martes 23 de febrero de 1974, que estaba en Lecumberri. Recuerdo esta anécdota muy bien, incluso está en mi primera novela: Mi hermano Napoleón y yo nos quedamos dormidos con la televisión prendida, mientras que mi madre y mis hermanas estaban cenando.

Mi madre le pide a mi hermana mayor que apague la televisión y justo cuando la va a apagar escucha que Jacobo Zabludovsky en su noticiario 24 Horas da la noticia: detuvieron a 19 guerrilleros, entre ellos un tal Napoleón Glockner. Ligia grita a mi madre y a mi otra hermana para escuchar la nota completa. No pueden dormir en toda la noche.

Miércoles 24 de febrero. Recuerdo muy bien cómo mi madre me despierta a las seis de la mañana para decirme: “Mijo, es necesario que te diga esto, que sepas de mi boca esto, tu padre ha sido detenido, está en la cárcel”.
En principio hay una emoción hermosa de saber de mi padre.

“He recuperado a mi padre. Voy a verlo”, decía. Nosotros siempre habíamos pensado que se había ido con otra mujer, que tenía otra familia.

Siempre he dicho que como niño Fritz Glockner le dice a Napoleón Glockner: “¡Chinga a tu madre!”, porque como niño yo quería a mi papá, me valían los niños pobres. Como adulto digo: “¡Qué huevos y mi reconocimiento por haber ido detrás de tu utopía!”.

Recuerdo muy bien que ese día mi madre me manda a las ocho de la mañana a comprar todos los periódicos. Llego a la casa, vemos la prensa y el Excélsior trae las fotografías de todos los detenidos, 19 en total. Mi hermana Ligia y yo repasamos las fotografías y no lo encontramos, aunque ahí estaba mi papá, lo que pasó es que estaba tan golpeado que su cara deforme era irreconocible para sus hijos. Cuando vemos el pie de foto, vemos uno, dos, tres, 17: “¡Es éste!”, y estallamos en llanto.

Al entrar a Lecumberri no existía terror a pesar de lo que estaba viendo: el enorme pasillo llamado Crujía G donde estaba mi padre, estas tenebrosas celdas de cuatro por cuatro donde estaban hacinados 30 presos políticos, todo me valía porque iba a encontrarme con mi papá.

Cuando llega mi abuelo a encontrarse con su hijo y veo a mis dos ídolos desmoronarse también me desmoroné yo, porque no entendía cómo era posible que mis dos héroes estuvieran chillando al mismo tiempo. Una imagen que todavía tengo es cuando los veo darse un abrazo con los ojos llenos de lágrimas. Yo pensé: “No chillen enfrente de mí –con una mueca que precede al llanto–, los hombres no lloran”. Y no porque existiera esta máxima en la casa, sino porque era como ver a Batman y Robin derrotados.

Ahí es cuando empiezo un poco a entender el calvario y el infierno que estábamos viviendo los Glockner al tener a un familiar detenido en Lecumberri.

En ese momento, en esa primera visita, ¿te enfrentaste a la tortura?
Claro, bastaba ver a mi papá salvajemente golpeado para saber que eso era tortura. Tal vez para mi hermano el menor, Enrique, que sólo tenía tres años, no fue así, porque él iba feliz a ver a su papá, aunque esto entre comillas porque sólo tenía un año cuando él se fue. El único comentario que hizo fue al salir: “Oye mamá, no me gustó la escuela de mi papá”. Para Quique, Lecumberri era una escuela y no una cárcel y decía: “Mamá, no me vuelvas a traer a visitar a mi papá a su escuela”.

Yo era un adolescente, ya entendía bien, leía bien la prensa a pesar de ir en sexto de primaria. No entendía qué era la guerrilla como tal, pero sí sabía que yo venía de una familia de izquierda. El padre de mi padre, mi abuelo, fue el primer rector comunista de la Universidad Autónoma de Puebla y en 1961 mi abuelo encabezó el movimiento de reforma universitaria.

El Che, Castro, Cuba, China, Mao, Lenin, eran imágenes y lecturas que formaban parte de mi educación sentimental, así como Viruta y Capulina o Campanita. No era que leyera El Capital a los 10 años, sino que formaba parte de mi educación iconográfica. Por todo esto sabía que había una consecuencia ideológica, política y utópica de mis mayores hacia la situación inmediata del país.

Por fortuna, junto con toda esta historia, tuve una madre que supo cohesionar el entorno familiar desde el propio abandono, aun cuando éramos clase media alta y se vio forzada a buscar trabajo. Al mismo tiempo, mi abuelo nos enseñó a burlarnos de la tragedia, sacar el dramatismo pero no quedarnos a lamernos las heridas. Tienes que reírte de las historias para que puedas aspirar a otros aspectos de tu vida intelectual, sexual, existencial.

Cuando tengo reuniones con otros hijos de ex guerrilleros soy el granito negro porque hago mucha broma de lo que nos ha tocado vivir y todos los demás siguen lamiéndose las heridas. También tiene mucho que ver que escogí la literatura para exorcizar fantasmas en lugar de ir con un psiquiatra.

¿Memoria roja fue escrito con la presencia constante de tu papá?
Veinte de cobre sería el único libro donde el fantasma de mi papá estuvo presente; en Memoria roja no porque es un ajuste de cuentas con la historia de este país y no con la historia de los Glockner. De pronto te percatas que este país no sabe un carajo de Rubén Jaramillo, de los inicios de Genaro Vázquez, de Lucio Cabañas, de lo que pasó en Chihuahua en 1963, 64 y 65.

Se trata de recuperar, traer al presente una memoria roja donde al mismo tiempo existen movimientos sindicales de los maestros en el 48, de los ferrocarrileros en el 58, de liberación nacional encabezado por Lázaro Cárdenas, todas las historias de izquierda mexicana armada o pacífica.

Hay que recuperar esa historia porque evidentemente nos hace falta, hay un gran hueco que no se había contado y va a derivar como asociación de energías en el famoso movimiento popular estudiantil del 68. Todos dicen que ese año es un parteaguas y yo he dicho: No, es un producto de un proceso histórico porque la historia no es un hecho aislado y espontáneo. Mi intención es contar de manera narrativa esa historia.

Sería difícil dejarte ir sin hablar del EZLN, ¿cuál es tu opinión acerca de este ejército y la transformación de sus ideas?
Al EZLN tengo que agradecerle por un lado y reclamarle por el otro.

A partir de 1994, los reflectores permiten hacer más ágil que se revise la década de los setenta. Antes del 94 era un gran problema encontrar a guerrilleros y que pudieran hablar; después de ese año era al revés: ya tenía que seleccionar porque tenía una gran fila diciendo que eran guerrilleros. Se hizo moda serlo, todos querían ser Marcos.

Evidentemente el zapatismo se convierte en la guerrilla original, no solamente del siglo XX y del XXI, sino en la historia de las guerrillas en América Latina y el mundo porque se convierte en un gran movimiento con causas primero de minoría indígena que aspira no al derrocamiento por el derrocamiento, ni la imposición del socialismo, como venían siendo las guerrillas latinoamericanas, sino en otro tinte de justicia social.

De pronto llegó un exceso a partir de 2005 y el zapatismo erró la brújula, aunque no me deslindo completamente. El EZLN sí mantuvo un momento muy original de la lucha armada y de pronto el propio desgaste de la clandestinidad lo ha llevado a cometer tonterías. Esperemos que en algún momento me vuelva a sorprender con otro tipo de actos.

Estoy de acuerdo en los señalamientos del PRD en Chiapas, y en los que dicen que Andrés Manuel López Obrador terminó ligándose a sectores horripilantes del priísmo, como Camacho Solís, Monreal, Núñez que es senador de ese partido. En la disyuntiva política de lo que estábamos viviendo en 2006 hubo tres nombres que causaron la derrota de López Obrador: el propio Andrés Manuel, el subcomandante Marcos y Cuauhtémoc Cárdenas, más allá del fraude electoral.