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A
50 años de la fundación
del Instituto de Antropología Roberto
Williams García |
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Empezamos
esta remembranza sobre el Instituto de Antropología con una
semblanza de Alfonso Medellín Zenil.
El paisaje natal influye subrepticio en el ánimo individual.
Es mi hipótesis. El paisaje que circundaba al arqueólogo
Medellín transmite grandeza. En esa comarca llana destacan
tres cerros aislados, uno de ellos el Postectitla, cerro quebrado
por disposición divina para que no continuara visitando el
cielo un mortal juguetón. Cerro perceptible desde distintos
sitios a la redonda. En esa comarca, en 1925, en la ranchería
El Tecomate nació Alfonso, cuyo segundo nombre: Leocadio, provenía
del santoral del 9 de diciembre. Huérfano a temprana edad,
fue criado por su abuela materna.
La casa materna rodeada por jacales de gente de habla autóctona
le permitió el aprendizaje de la lengua náhuatl, auxiliar
valioso en su futura profesión. Con primos y niños nahuas
gozó los primeros juegos en su solar y luego fue a Chicontepec
para cursar la instrucción primaria.
Después residió en la ciudad de México y luego
pasó a la capital veracruzana.
Fuimos condiscípulos en la Escuela Normal Veracruzana, donde
se graduó en 1945. En ella amistó con José Luis
Melgarejo Vivanco, maestro en la cátedra de Oratoria y Declamación.
En 1943, el recinto del Colegio Preparatorio acogió un Congreso
Nacional de Historia en el cual participó el maestro Melgarejo
con el libro Totonacapan, prologado por el arqueólogo Enrique
Juan Palacios. Texto de 250 páginas sustentado en amplísima
bibliografía y apéndice de setenta láminas en
blanco y negro y color. Edición singular de los Talleres Gráficos
del Gobierno del Estado. Proeza intelectual lograda por el normalista
a los 28 años de edad. |
| Semblanza
de José Luis Melgarejo Vivanco |
Quiero
suponer que así como el paisaje natural pudo haber influido
en Alfonso, el pasaje cultural pudo haberlo hecho en Melgarejo Vivanco,
talento surgido en la ranchería de Palmas de Abajo en 1914.
El historiador en ciernes en el trayecto de su rancho a la capital
veracruzana transitaba por la antigua ciudad de Cempoala, hallada
en 1892 ante el acicate de la celebración del cuarto Centenario
del Descubrimiento de América. Talados los tupidos bosques
costeños, mostraron los vestigios de la ciudad que los españoles,
en 1519, creyeron de plata; urbe por donde pasaron los conquistadores
rumbo a Quiahuiztlan, pueblo en fortaleza con cementerio mirando el
mar, como en Tulum.
Frente ese poblado totonaco se estableció la Villa Rica de
la Vera Cruz, en donde Cortés sentenció la suerte de
Moctezuma. Dentro de ese ámbito histórico se centra
Palmas de Abajo, que visitamos dos discípulos de Melgarejo
invitados a pasar las vacaciones de semana santa en 1943. Feliz ocasión
en que el maestro nos llevó a la tumba grande de Quiahuiztlan,
cuya visita emocionó tanto a Medellín que puedo considerar
ese instante definitorio de su vocación: Anchíio sonípittore.
En 1946, el gobierno de Veracruz becó a tres egresados de la
Normal para estudiar Arqueología, Etnología y Lingüística
en la Escuela Nacional de Antropología e Historia.
Medellín, al concluir sus estudios de Arqueología, retornó
a Xalapa para trabajar en el Departamento de Antropología comandado
por el profesor Melgarejo Vivanco. El ilustre totonaquista renunció
a su cargo en 1952 para ocupar la Dirección General de Asuntos
Indígenas, sustituyéndole Medellín.
Década intensa de los 50, la de mayor ímpetu arqueológico
para Medellín al explorar diversas zonas, habiendo obtenido
piezas para el museo por venir.
Durante el gobierno de Antonio M. Quirasco, se nombró como
rector de la Universidad Veracruzana a Gonzalo Aguirre Beltrán,
antropólogo de valía nacional quien, de inmediato, incorporó
el supradicho Departamento a la Universidad con la categoría
de Instituto de Antropología, además de promover la
fundación de la Escuela correlativa, siendo Medellín
designado director tanto de la Escuela como del Instituto.
Se acariciaba desde hacía varios años el proyecto de
la creación de Museo como aparador donde se mostrase la potencia
escultórica del antiguo veracruzano. Melgarejo y Medellín
proyectaron los edificios destinados al albergue y exhibición
del patrimonio arqueológico de Veracruz. |
| Inauguración
del edificio del Instituto de Antropología |
Un
evento de resonancia internacional fue la celebración del Festival
Casals en Xalapa y la sede requería que se mostrasen testimonios
de su categoría cultural.
Medellín se mostró activo en el traslado de varias piezas
arqueológicas, entre ellas tres magníficas cabezas colosales
olmecas de San Lorenzo Tenochtitlan para adorno frontal del majestuoso
Instituto de Antropología, cuyo segundo piso ocuparon la administración
y los amplios cubículos de los investigadores, mientras la
planta baja exhibía muestras de la cultura milenaria.
Luego, en 1962, el presidente Adolfo López Mateos inauguró
la primera sala redonda a la que siguió una segunda estrenada
en 1964, mientras que el patio trasero se sembraba con más
esculturas en continuo enriquecimiento de acervo cultural de Veracruz.
La actividad de Medellín, aunada a la actividad política
y cultural de Melgarejo Vivanco, fructificaron en recintos orgullo
de las generaciones mexicanas. El paisaje creado con las edificaciones
se enmarcaba dentro del paisaje rotundo del Pico de Orizaba y el Cofre
de Perote.
El gobernador Agustín Acosta Lagunes decidió derrumbar
los edificios mancomunados del Instituto y del Museo de Antropología,
con el fin de ocupar el espacio para levantar un Museo de Antropología,
basado en proyecto estadounidense en forma de L, de sala larga y nichos
laterales, para guardar y mostrar el tesoro de las colecciones primarias
acrecentado con piezas compradas en el extranjero y entre coleccionistas
nacionales.
Institución soberbia inaugurada el 30 de octubre de 1986, en
cuyo frontispicio de la entrada de las exhibiciones luce un letrero
calzado con el texto redactado por Mauricio González de la
Garza: “¡Mexicano detente: Esta es la raíz de tu
historia, tu cuna y tu altar. Oirás la voz silenciosa de la
cultura más antigua de tal vez, la civilización madre
de nuestro continente. Los olmecas convirtieron la lluvia en cosechas,
el sol en calendario, la piedra en escultura, el algodón en
telas, las peregrinaciones en comercio, los montículos en tronos,
los jaguares en religión y los hombres en dioses!”
El acto inaugural del nuevo Museo de Antropología no lo presenció
el arqueólogo Medellín, fallecido un mes antes, el 26
de septiembre. A 20 años de su ausencia física, los
días 25 y 26 de septiembre de 2006, se realizó en el
auditorio que lleva su nombre la mesa redonda titulada “Alfonso
Medellín Zenil y la arqueología veracruzana”.
A Sara Ladrón de Guevara se le debe reconocer su admiración
por el arqueólogo demostrada en el año de 1995 cuando,
directora por primera vez, acogió, de inmediato, la petición
de mi generación normalista, a la que perteneció Alfonso
Medellín Zenil, en el sentido de que su nombre lo tuviese el
auditorio del Museo de Antropología.
Luego, el año pasado, cuando me entregaron la medalla Gonzalo
Aguirre Beltrán, solicité al gobernador del estado,
Fidel Herrera, que el arqueólogo epónimo fuese recordado
al cumplirse 20 años de su ausencia. Sara Ladrón de
Guevara dio seguimiento a lo solicitado.
Aguarda el homenaje al maestro Melgarejo en 2007, año en que
se cumple el cincuentenario de la fundación del Instituto y
de la Escuela de Antropología. |
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