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Juan Carlos Plata
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Nuestros
pueblos indígenas han mantenido por siglos, resguardándolos
en sus usos y costumbres y en sincretismo con la cultura occidental,
rituales y ceremonias que los españoles consideraban paganos
y que tienen que ver con adorar a sus deidades, entre ellas, la Muerte,
una estación dolorosa que, al contrario de cómo la percibimos
nosotros, constituye un alto en el camino para el surgimiento de la
vida.
En Veracruz, los totonacas tienen en la Muerte uno de sus principales
temas de riqueza cultural. Crescencio García Ramos, investigador
del Instituto de Antropología de la Universidad Veracruzana,
ha vivido y estudiado a profundidad el pensamiento, los rituales y
las ceremonias que este extraordinario pueblo, que habita en el norte
de Veracruz y en una amplia región del estado de Puebla, realiza
durante 42 días –desde el 18 de octubre hasta el 30 de
noviembre– para honrar y recibir la visita de las almas de los
difuntos.
Investigador acucioso y comprometido con su propia cultura, García
Ramos hace un repaso sobre esta tradición que, cuando se haya
completado, iniciará entre nosotros, los días de Muertos.
Se alimenta el presente reportaje con el texto que el propio científico
social ha escrito, editado por el Instituto de Antropología,
llamado La festividad de los muertos entre los totonacas. Creencias
y costumbres funerarias totonacas. |
La
idea en las culturas mesoamericanas de vida-muerte-vida se entendía
como un ciclo constante, tal como se apreciaba en la naturaleza. A
la temporada de lluvias y de vida seguía la de secas y su consecuencia,
la muerte, de la que, en su momento, iba a surgir nuevamente la vida.
El hombre prehispánico tenía una diferente concepción
del tiempo, del transcurrir, del devenir en que los dioses jugaban
un papel determinante. Había que mantener el equilibrio universal
y de allí los rituales y tratar por diferentes medios de mantener
el orden del universo.
De allí la explicación del sacrificio humano: de la
muerte surge la vida. De esta manera el hombre muere para que a la
vez vuelva a surgir la vida.
La cultura totonaca no es ajena a este tipo de rituales y tradiciones
mitológicas sobre la muerte, con sus particularidades y sincretismos,
y durante 42 días, desde el 18 de octubre y hasta el 30 de
noviembre, según la tradición totonaca, se recibe la
visita de las almas de los difuntos.
Ninín (que puede ser traducido al castellano como
“los muertos”) es la celebración mortuoria de los
totonacas, tradición que viene de épocas prehispánicas,
que no desapareció con la llegada de los españoles sino
que incorporó elementos de la cultura católica, creando
un sincretismo de culturas, tradiciones, lenguas, culturas y religiones
que enriquecieron la festividad.
Para el totonaca Linín, la muerte, es el inicio de
otro ciclo de vida, un periodo renovado, se concibe a la muerte como
un proceso dinámico expresado en sus mitos y leyendas sobre
la creencia de la inmortalidad y la reencarnación, asegura
Crescencio García Ramos, investigador del Instituto de Antropología
de la Universidad Veracruzana y reconocido experto en estudios sobre
la cultura totonaca.
El totonaca se prepara toda su vida para la muerte y las ceremonias
dedicadas a la muerte son comunes entre los habitantes del Totonacapan.
Por ejemplo, luego de que fallece una persona se sigue colocando su
comida, tres veces al día, hasta el octavo día. A partir
de ese momento, poco a poco se le despide de manera definitiva y el
alma, o lístakni, retorna al cabo de año y
en la festividad de Día de Muertos.
En la tradición totonaca se hace una clara diferencia entre
los muertos acaecidos de manera natural y los que tuvieron una muerte
violenta.
Los muertos de manera violenta tienen que pasar por un proceso de
purificación. En lugar de ir hacia el Oriente, como lo hacen
las almas de los muertos de manera natural, tienen que ir hacia el
Norte, a los dominios del señor del trueno, Qoló
Aktsin (Trueno viejo), que se adueña de las almas y las
usa para cavar arroyos y causes de ríos, porque también
es el encargado del agua.
Una vez que las almas cumplen su cometido, son enviadas al Poniente,
a los dominios de Linin o Dios de la Muerte, que las retiene
ahí cuatro años, luego de los cuales los deja ir al
Oriente, atrás del sol o chichiní, a donde
se dirigen las almas purificadas.
Las estrellas que vemos en el cielo, según la tradición
totonaca, son esas almas purificadas cuya labor es apoyar al sol para
que no sea vencido por la muerte. Luego del medio día (tastunut,
para los totonacas), cuando el sol empieza a declinar, comienza la
lucha contra la muerte y el sol es ayudado por todas esas estrellas.
“La muerte es un requisito para volver eternas y puras a las
almas, y que éstas, a su vez, puedan apoyar la vida de los
hombres, porque esas almas nos ven, nos oyen y nos sienten, es por
eso que desde los primeros días de los preparativos de las
festividades a los muertos los mayores aconsejan a los niños
que se porten bien porque ya vienen las almas de los difuntos”,
afirma García Ramos |
La
celebración del Ninín |
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De
acuerdo con el investigador, las festividades de los muertos entre
los totonacas inician el 18 de octubre, día de San Lucas, que
es la sustitución católica de la deidad totonaca del
Trueno. Según esta tradición, las primeras almas que
llegan son las de los ahogados, que vienen del norte trayendo consigo
los vientos y los fríos; a partir de esa fecha se acostumbra
prender cohetes de arranque o tocar las campañas tres veces
al día para guiar a las almas hacia sus pueblos.
Desde el 18 y hasta el 30 de octubre se vive un proceso de preparación,
las familias comienzan a hacer el altar o puchaw y preparan
los hornos en los que se cocinará la comida. |
Para
el 31 de octubre, ya con el altar armado, vestido y adornado, al medio
día llegan las almas de los niños difuntos y se retiran
el primero de noviembre al medio día, hora en la que llegan
las almas de los adultos, que se retiran al día siguiente pero
no de manera definitiva. |
Crescencio
García Ramos. |
Para
los días 8 y 9 de noviembre se celebra el aktumajat
u octava, en la que se despide a las almas de los difuntos acaecidos
de manera natural, en el mismo altar se colocan ofrendas y se despide
al difunto con un rosario.
Es hasta el 30 de noviembre, día de San Andrés, cuando
se despide a las almas de los muertos acaecidos de manera violenta.
Se encamina al campo santo a todas las almas y se les acompaña
con grandes ofrendas, música, cantos y bailes.
Después de haber cumplido estas festividades mortuorias, la
gente retorna a sus quehaceres normales y a preparara la tierra para
la siembra del maíz. |
El
altar o puchaw |
El
altar es cuadrangular. En la creencia totonaca la mesa es la representación
divina de la tierra y ahí se coloca la ofrenda alimenticia
(chaw), se decora un mantel blanco, a veces bordado con flores
y figuras de animales, y con papel de china de colores, picado con
figuras zoomorfas y antropomorfas.
Sobre el altar se coloca un arco, que representa el “comba celeste”
o lugar donde están los dioses, que se adorna con 13 estrellas
de palma de coyol, representando a las 12 madres abuelas y al hombre
(13 es el número masculino y 12 el número femenino;
sumados dan 25, que es el número de la divinidad). |
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En
el altar se ubican las tres dimensiones espaciales; la parte de abajo
de la mesa representa el inframundo, donde habitan los muertos o
k’alinin; el mundo terrenal o t’iyat y el
supramundo, o donde están los dioses o aqapún.
La festividad es muy importante, no sólo para los totonacos
sino para todo el mundo mesoamericano, porque en estas fechas convergen
en el mundo terrenal los dioses, los vivos y los muertos.
En el altar se colocan cinco veladoras (cuatro en las esquinas y una
en el centro), en el piso se prenden 13 velas amarillas, a un lado
se dispone un lavamanos, una toalla, una silla y un petate para el
aseo y descanso del difunto. |
La ofrenda alimenticia consiste de mole, arroz, tortillas, café,
pan, cacao, tamales, chicharrones, totopos y frutas, además
de cigarros, aguardiente, dulces o juguetes, de acuerdo al gusto y
la edad del difunto. |
Otras
creencias totonacas sobre la Muerte |
También
se pone un altar para el “ánima sola” o limaxqan
lístakni, todos aquellos difuntos que no tuvieron familia
o pariente alguno en la vida. El altar se coloca en la casa principal
k’antiyán y por lo regular la adornan los niños.
Todo el ritual de celebración mortuoria de los totonacas está
reforzado con leyendas y creencias. Se dice que las almas de los difuntos
vienen y si no se les atiende provocan lo que los totonacas llaman
atsamayan nin o enfermedad de la muerte, que se manifiesta con malestares
y desánimo y que puede provocar la muerte.
También existe la creencia de que Tlajaná o
el diablo, es el dueño del más allá y que se
confunde con el señor de la Muerte y con el señor del
Fuego; toma la forma de un hombre o una mujer con el rostro negro,
muy similar al dios del cielo nocturno náhuatl: Tezcatlipoca. |
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