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Roberto
Ortiz Escobar
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Durante
agosto, el Cine Club de la UV programó el ciclo “A
la mexicana”, conformado por cuatro películas que
nos remiten a proyectos de gran éxito comercial (Como agua
para chocolate, 1992, de Alfonso Arau), devaneos catárticos
de perfil autobiográfico (1993, de José Luis
García Agraz), experiencias audiovisuales sugerentes (Bajo
California, 1999, de Carlos Bolado) y narraciones premiadas en
el extranjero (Japón, 2002, de Carlos Reygadas).
En buena medida, el ciclo se refiere a un cine mexicano que en diez
años y frente a una industria desmantelada, nos ofrece diferentes
intereses creativos y comerciales de cineastas, que, después
de Como agua para chocolate, difícilmente pueden asegurar
la recuperación en taquilla de sus productos en un entorno
de exhibición sumamente desfavorable.
A las seis de la tarde de hoy lunes se presenta Bajo California.
El límite del tiempo en el Aula Clavijero. Se trata de
una de las obras más interesantes y logradas del cine nacional
de los últimos años, dirigida por un cineasta nacido
en Veracruz.
Damián Ortega (Damián Alcazar) cruza la frontera norte
y se dirige a San Francisco de las Cruces recorriendo buena parte
de Baja California. Primero lo hace en su camioneta y a continuación
deambula decenas de kilómetros después de quemar el
vehículo al borde de la playa, en una suerte de ritual donde
el desprendimiento material da paso a la búsqueda interior
inmediata. Su propósito es visitar la tumba de la abuela, aunque
el periplo físico se convierta en reordenamiento de su destino.
En principio, arrastra situaciones que no ha enfrentado o asimilado
convenientemente. Después del atropellamiento carretero accidental
a una embarazada y del inminente parto de su mujer, Damián
parece huir de acontecimientos consumados y novedosos que lo sumen
en una honda crisis a propósito de la muerte, la vida y su
posible resarcimiento.
A manera de road movie, Carlos Bolado nos obsequia escenas
cobijadas por ingeniosas imágenes de incidencia dramática:
la cámara que se aleja de la camioneta sin gasolina evidenciando
un aislamiento total, las indicaciones de las curvas carreteras como
sinónimo de una peregrinación atormentada, las diferentes
texturas del suelo (arena de mar, terreno pedregoso, barrial cuarteado)
aludiendo el deambular solitario de Damián, las sombras de
éste y Arce reflejadas en paredes rocosas donde se habla de
desvanecimiento de pinturas rupestres y de la finitud de la vida humana...
Son muchas las imágenes de Claudio Rocha y Rafael Ortega, magníficamente
editadas por Carlos Bolado, responsable del montaje de algunas cintas,
entre las que podemos mencionar Como agua para chocolate, Novia que
te vea, La vida conyugal y Hasta morir. Imágenes que renuncian
a la belleza gratuita, la observación folklórica, el
simbolismo fácil o la complacencia en el relato esotérico
u onírico.
Cada paso que pronuncia Damián le confirma su inserción
en un viacrusis (el caminar y no montar yegua en su viaje a las pinturas,
la confesión del atropellamiento a Arce, la mordedura de una
víbora de cascabel) que al final de la jornada lo resucita
y lo instala en un presente de resoluciones inminentes (el regreso
a casa y la celebración del nacimiento de su hijo).
Cada paso que ejecuta Damián le depara el encuentro con hombres
providenciales o solidarios: el viejo Fernando Torre Laphan que lo
incita a visitar las pinturas rupestres, el caminante Gabriel Retes
que sugiere el recorrido circular, el guía Jesús Ochoa
que lo aterriza en la necesaria comunicación-expiación-liberación.
Su deambular entusiasta o meditabundo lo lleva a la ejecución
de instalaciones en medio del desierto, la playa, una poza de agua
o la montaña. El artista errabundo recibe la mano entrañable
del guía Arce, pero también se entrega a un entorno
natural donde el pasado biográfico, la historia de los ancestros
y un presente incierto, se funden para explorar y renacer en una existencia
que pereciera enmarcarse en círculos concéntricos: la
ubicación de Damián en la panza de una ballena armada
con los huesos de ésta, la alusión de Arce a las imágenes
rupestres (“a esta pintura le llaman la familia del hombre”).
Carlos Bolado es uno de esos directores cuya opera prima reveladora
nos urge a saber los resultados de su siguiente proyecto. |
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