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Psicoanálisis
y Vida cotidiana
Cuerpo tatuado, cuerpo cifrado:
Dime qué te tatuaste y te diré…
Alejandra Márquez Ramírez |
Todos
los seres humanos llevamos una marca de por vida, incluso antes de
nacer somos marcados por el deseo de nuestros padres, después
por el nombre que eligen para nosotros, más tarde por las experiencias
vividas de amor, dolor, muerte. Los recuerdos y el pasado dejan huella
tal vez para no olvidar de dónde venimos, a dónde pertenecemos,
de qué somos producto. Muy a nuestro pesar, estas marcas nos
constituyen como sujetos.
Muchas de estas marcas son invisibles para otros, incluso nos esforzamos
porque permanezcan ocultas, entre menos se revele algo de lo que somos
más seguros o protegidos nos sentimos.
Pero hay otra clase de marcas, aquéllas que voluntariamente
hacemos grabar en nuestro cuerpo, en nuestra piel; aquellas que hacen
visible cierta cualidad invisible, aquéllas que queremos mostrar
a los otros. Me refiero a los tatuajes.
El tatuaje es una escritura en el cuerpo que cifra un texto a veces
conocido y otras no.
Aunque la costumbre de tatuarse estuvo muy difundida entre los pueblos
primitivos, lo que le confiere un valor etnológico insoslayable,
no ha desparecido de los “pueblos civilizados”. Y particularmente
se ha convertido en una práctica frecuente en los adolescentes
de nuestra época. Por eso cabe preguntarse: ¿cuáles
son los motivos que llevan al adolescente a grabar en su piel un dibujo
de por vida?
Si pensamos que la adolescencia es un tiempo de la vida donde la identidad
está un poco desdibujada, que la pubertad introduce una metamorfosis
corporal difícil de simbolizar, lo que inevitablemente lleva
a una crisis de identidad y sentimiento de pérdida y desamparo,
el tatuaje puede constituir una eficaz herramienta, un operador psíquico
que ayude a atravesar esos momentos de angustia e incertidumbre.
Si, como dijo Freud, no hay peor angustia que la de no ser mirado
en medio de una multitud, atraer la mirada del otro, hacerse ver el
cuerpo tatuado es un medio por el cual el adolescente puede salir
del anonimato, del aislamiento, haciéndose reconocer y agrupándose
en torno a estos aspectos visibles. Uniformándose en tanto
moda y diferenciándose por la particularidad de la marca.
Sin embargo, para entender al joven de hoy y sus procesos de identidad
es indispensable indagar el lugar que la sociedad le da. Cuando no
existe un patrón de identificación dentro del grupo
familiar, el adolescente tiende a buscarlo en los modelos que la sociedad
y los medios de comunicación le ofrecen.
Estamos en la opulencia del consumismo, vivimos en función
de éste y por ende de la imagen.
Esta cultura de la imagen ha dado lugar a una estética diferente,
donde lo importante es lo llamativo. El paradigma es mantenerse joven,
lo importante es destacar el cuerpo, acompañado de una exaltación
de los sentidos, de un hedonismo que inclusive conspira contra la
salud.
En la actualidad, el modelo del joven se ha construido en la retórica
de la mercancía. La manera en que adornan, visten y exhiben
su cuerpo conforman un patrón estético ligado a los
significantes del consumo.
En cuanto a su significación, el dibujo elegido alude siempre
a algo con lo que se desea mantener una dependencia o un nexo permanente,
puede ser una señal de identificación personal, un recuerdo
o el nombre del ser amado que desea perpetuarse, un talismán
para alejar a los malos espíritus, un estímulo de atracción
sexual, etc. El tatuaje marca pertenencia y compromiso.
Se dice que un ancla tatuada en el brazo de un marinero impide que
quede a la deriva si cae por la borda. El ancla se convierte en garantía
contra todo abatimiento, por la presencia no sólo de la figura
permanente e invariable, sino también por el ojo que lo testimonia.
El ojo, propio y ajeno, asegura la no disolución del sujeto,
porque concretiza y representa. Si la figura representada opera simbólicamente
como garantía, cualquier amenaza se puede mantener a distancia.
¿Será que el adolescente busca asirse a un icono corporal
para no ir a la deriva? |
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