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Desde
Inglaterra
Sobre el patrimonio edificado
Por Fernando N. Winfield Reyes |
Como
muchas prácticas culturales, la valoración de la arquitectura
moderna se ha ido transformando con el tiempo. Si bien en su momento
el espíritu de la arquitectura moderna favoreció en
sus idearios la sustitución de partes disfuncionales de la
ciudad antigua o incluso la destrucción de arquitecturas tradicionales
con soluciones de vanguardia, bajo la premisa de superar las condiciones
de insalubridad o de obsolescencia respecto a las dinámicas
de la sociedad moderna y los nuevos usos urbanos, sobre todo después
de la Segunda Guerra Mundial, en las décadas siguientes, especialmente
desde principios de los años setenta, se dio una reacción
basada en lo que se convirtió en una estigmatización
del fracaso y agotamiento del repertorio arquitectónico del
periodo de arquitectura internacional, emblematizado por la demolición
de conjuntos habitacionales en Norteamérica y Europa, “por
considerarse que habían sido soluciones socialmente inadecuadas”,
según lo expuesto por Ian Bentley (1999) en Urban Transformations.
Power, people and urban design.
Como resultado de este cambio en el paradigma cultural respecto al
patrimonio edificado, una actitud en ocasiones radical promovió
la conservación a ultranza, o la sustitución de edificios
modernos con propuestas de reciclaje que volvieron al uso los estilos
precedentes, como si se tratara de restituir el pasado o de incluso
construir una identidad que nunca había existido, situación
que en ocasiones se ha identificado como una tendencia al neo-conservadurismo.
No es sino hasta años recientes que el riesgo de destrucción
de edificios y monumentos producto de la modernidad comenzó
a recibir una atención por parte de colectivos profesionales,
entidades gubernamentales y medios de comunicación, generando
progresivamente una mayor conciencia de la necesidad de su conocimiento,
catalogación, protección y conservación. Cada
día es más amplio el reconocimiento de que la arquitectura
moderna, sin importar que haya sido generada en épocas más
cercanas a nuestro presente, es también parte de nuestro patrimonio.
En México, estas tareas corresponden al Instituto Nacional
de Bellas Artes (INBA). Se determina como edificio con valores artísticos
a todo aquel que, tras un estudio, puede recomendarse para su catalogación
y protección.
Progresivamente, a este esfuerzo se han ido integrando voluntades
e iniciativas de distintas entidades públicas, privadas y no
gubernamentales, tales como universidades, fondos de apoyo a la cultura
y las artes o fundaciones, buscando ampliar la cobertura en las distintas
regiones, e incluso organismos internacionales, reconociendo distintas
escalas y dimensiones de la problemática, como lo comenta en
un artículo Louise Noelle (2004): “La Casa de Luis Barragán
Patrimonio de la Humanidad” en DO.CO.MO.MO_México.
Verano. Boletín de Documentación y Conservación
del Movimiento Moderno. Ciudad de México. docomomo_mexico@yahoo.com.mx
Independientemente de que se ha logrado un avance significativo en
esta materia en nuestro país, resulta de interés conocer
las experiencias de otros ámbitos culturales, sus fracasos
y éxitos. En el contexto mundial, los ingleses han tenido un
papel muy destacado en esta problemática e incluso existe una
institución, English Heritage (Patrimonio Inglés), que
ha logrado catalogar un número extraordinario de inmuebles.
Las leyes de Planeación Urbana y Regional emitidas en 1944
y 1947 en Inglaterra, establecieron la obligatoriedad del gobierno
para determinar un catálogo con aquellos edificios que pudieran
considerarse de especial interés histórico o arquitectónico.
Un texto particularmente completo en este sentido es la aportación
de Elaine Harwood (2000): England: a guide to post-war listed
buildings, quien comenta que aunque en sus inicios se dio prioridad
a la delimitación de zonas urbanas o asentamientos a pequeña
escala, progresivamente estas funciones se fueron concentrado en otras
categorías de análisis, tales como edificios con alto
riesgo de ser demolidos, fábricas, cines o conjuntos de viviendas.
En Inglaterra se utilizan tres niveles para la catalogación.
La categoría más alta es el grado I, que se otorga a
los edificios considerados con nivel internacional, seguida del grado
II* para aquellos edificios considerados sobresalientes, y el resto
corresponde al grado III, sea por su interés especial o por
su relevancia nacional. Para determinar la edad de un edificio en
materia de catalogación, se utiliza la fecha en la que se iniciaron
los trabajos de cimentación. Cuando un edificio es catalogado
por English Heritage, este puede incluso ser modificado, siempre y
cuando las alteraciones o adiciones sean respetuosas, no constituyan
un detrimento de la esencia original de su diseño o modifiquen
radicalmente su carácter especial.
En todo ello ha sido fundamental el activismo de colectivos profesionales
y el desarrollo de una conciencia sobre la identidad que tales edificios
constituyen para barrios, comunidades o áreas con valores culturales
importantes. Y ello ha obligado a una conciencia amplia e incluyente,
estableciendo marcos legales operativos para la opinión y la
consulta pública, resultado de un sistema democrático
avanzado que implica el respeto a lo que es socialmente relevante
para una comunidad, asistida por el trabajo de investigación
y asesoría de los expertos, y con la participación de
medios que informan de la evolución de las decisiones de los
distintos agentes interesados en la problemática.
La catalogación de edificios del periodo moderno ha generado
beneficios para sus propietarios, ha enriquecido la identidad comunitaria,
ha mejorado la inversión y la economía local y, sobre
todo, ha incorporado la herencia reciente a una visión patrimonial
de orgullo para la ciudadanía en general, no sólo para
los conocedores o expertos. Adicionalmente a ello, entidades gubernamentales
y privadas han aportado fondos para mantener en movimiento esta dinámica
social. |
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