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Psicoanálisis
y vida cotidiana
Las metamorfosis de la pubertad
Ricardo Ortega Lagunes / miembro fundador de
la Red Analítica Lacaniana |
En
2005 se cumplen 100 años de la aparición de uno de los
trabajos de Freud más populares: Tres Ensayos de Teoría
Sexual. La estructuración del mismo se presenta así:
1) Las aberraciones sexuales, 2) La sexualidad infantil y 3) Las metamorfosis
de la pubertad. Sin lugar a dudas estos tres ensayos constituyen para
el psicoanálisis un corpus teórico fundamental. Se dice
que éstos y La Interpretación de los Sueños
son de los trabajos más conocidos y difundidos.
Polémicos pero al mismo tiempo con un rigor científico
inexcusable.
En dos colaboraciones anteriores se han comentado los dos primeros
ensayos. En esta ocasión señalaremos algunas ideas expuestas
en el tercero. Para 1905, a contracorriente, Freud señaló
que el niño poseía vida sexual, que además tenía
una disposición bisexual y que era un perverso polimorfo. La
sexualidad humana así propuesta, entonces, dejaba de ser monopolio
de los adultos. Para este tiempo, Freud establece muy claramente que
la sexualidad no se reduce a la genitalidad y no es instintiva como
ocurre en los animales; por lo tanto, la sexualidad no puede ser explicada
ni entendida desde la biología.
A 100 años de esa ruptura, aún nos cuesta trabajo reconocer
que hay vida sexual en el niño. Freud nos observa que ésta
florece de múltiples maneras. El cuerpo del niño está
en condiciones para recibir excitación, satisfacción
y placer en las llamadas zonas erógenas; geografía perfecta
del cuerpo que por intermediación de la demanda y deseo del
“otro” se constituyen en marcas imborrables. Pueden actuar
en calidad de tales, todo lugar de la piel y cualquier órgano
de los sentidos; no obstante, existen ciertas zonas erógenas
privilegiadas cuya excitación estaría asegurada desde
el comienzo por ciertos dispositivos orgánicos El organismo
fundado en la necesidad y el instinto es la sede de los intercambios
pulsionales con el “otro”, en primerísimo lugar,
con la madre. La suma de carne, huesos, pelos, sangre vienen a conformar
un cuerpo tangenciado por el deseo y por el lenguaje.
En 1905 Freud propone maneras generales por las cuales el niño
accede a su sexualidad, a saber: tres “etapas” y un “periodo”,
al que llama “periodo de latencia”. Una etapa oral (cuyo
modelo corporal es la relación del sujeto con el seno materno),
una etapa anal (la relación narcisista del sujeto infantil
con sus propios excrementos) y una etapa genital, la que sigue al
periodo de latencia, y en la que la estructura del sujeto queda acogida
en los moldes de la masculinidad o la feminidad.
Pero la práctica sexual del niño no se desarrolla al
mismo paso que sus otras funciones, sino que, tras un breve periodo
de florecimiento entre los dos y los cinco años, ingresa en
el periodo de latencia. En éste, la producción de excitación
sexual en modo alguno se suspende, sino que perdura y ofrece un acopio
de energía que en su mayor parte se emplea para otros fines,
distintos de los sexuales, a saber: por un lado, para aportar los
componentes sexuales de ciertos sentimientos sociales, y por el otro
(mediante la represión y la formación reactiva), para
edificar las ulteriores barreras sexuales.
En este tercer ensayo, Freud nos ofrece las bases de su teoría
de la líbido, un desarrollo de la excitación sexual,
del objeto y de la meta sexual, del origen de la angustia humana y
del placer. La novedad de este trabajo es que ahora inscribe la sexualidad
en un nuevo tiempo, en un territorio. Todo lo sexual de la infancia,
las fantasías, la erogeneización, la seducción,
etcétera, vienen ahora a resignificarse a partir de la entrada
del niño en la adolescencia.
La pubertad o adolescencia significará un cambio en su conformación
sexual definitiva. Las pulsiones sexuales parciales que en el niño
son preponderantemente autoeróticas, ahora tendrán un
giro hacia el objeto sexual definitivo. El placer del niño
orientado de manera dispersa conocerá una nueva meta, “...para
alcanzarla, todas las pulsiones parciales cooperan, al par que las
zonas erógenas se subordinan al primado de la zona genital”.
El cuerpo del infante metamorfoseado en puber experimenta cambios
físicos, los genitales que, primero durante el periodo de la
niñez y luego de latencia, habían mostrado una relativa
inhibición, ahora interna y externamente se encuentran en un
punto que pueden recibir u ofrecer “productos genésicos”,
es decir, los genitales se vuelcan al servicio de la reproducción.
El funcionamiento del aparato depende de estímulos externos,
internos y anímicos que provocan un estado de «excitación
sexual». Los genitales están ahora preparados para el
acto sexual. Las consecuencias son inevitables: Paralelamente a los
cambios experimentados en el cuerpo del niño-adolescente, se
consuma uno de los logros psíquicos más importantes,
pero también más dolorosos de la pubertad, el desistimiento
respecto de la autoridad de los progenitores, el único que
crea la oposición tan importante para el progreso de la cultura
entre la nueva y la antigua generación.
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