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Psicoanálisis
y Vida cotidiana
Sobre la decepción
Alejandra Márquez Ramírez
(Miembro Fundador de la Red Analítica Lacaniana) |
Decepción:
Pesar causado por un desengaño. Es decir que para sentirnos
decepcionados, primero es preciso haber sido engañados y el
engaño es efecto de una mentira. El que engaña miente,
es mentiroso, pero ¿quién no ha dicho alguna vez una
mentira?, el que esté libre de pecado que lance la primera
piedra.
Las formas y los propósitos de la mentira son muchos. Bajo
la forma de la seducción alabando al otro, mostrando o diciendo
lo que ese otro quiere ver u oír.
Fingiendo valores o sentimientos contrarios a los que verdaderamente
se tienen (hipocresía), actuando de mala fe para obtener ventajas
(fraude), para proteger a otro o a uno mismo (falso testimonio), induciendo
al otro al error con afirmaciones falsas pero verosímiles (engaño),
formulando vanas promesas.
Mentimos por una amenaza sentida sobre la propia imagen si el otro
llega a descubrir lo que se pretende ocultar. Usamos la mentira para
protegernos de la invasión del otro, por no poder aceptarnos
como somos, para mostrarnos fuertes, sin defectos, para no perder
el amor, para agradar al otro. Mentimos por temor a que se revele
una verdad, para evitar la angustia.
El que miente debe tener buena memoria, redoblar el esfuerzo para
sostener la mentira y con ella el engaño. Una vez dicha, ninguno
de los dos (el que engaña y el que es engañado) es el
mismo.
El que miente pretende que se le crea; si no ¿para que mentiría?
Y el que cree la mentira, ¿querría ser engañado?
¿Podríamos pensar que hay una necesidad en el ser humano
de engañar y ser engañado? ¿Así es como
se hace más tolerable la existencia?
La otra dimensión del engaño es la del autoengaño,
mentirse a sí mismo sobre sí mismo o atribuirle al otro
lo que no es o suponer lo que no tiene.
En el amor, el engaño se convierte en verdad. La embriagante
sensación de satisfacción, aquella de no necesitar de
nadie más que del ser amado, nos coloca en un camino lleno
de tropiezos vestidos de decepción por las promesas incumplidas
de algo que está mas allá de lo que se puede dar, sin
que por ello se deje de ofrecer.
Nuestros propios recuerdos podrían ser engañosos. Ya
lo dijo Gabriel García Márquez en su autobiografía:
«La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda
y cómo la recuerda para contarla». Así que nos
hemos inventado muchas historias para llenar el hueco del olvido.
Si la verdad resulta intolerable, si es dolorosa, entonces preferimos
engañarnos, jugamos el juego de las verdades a medias, le hacemos
al ciego y al sordo. Evitamos la decepción hasta el límite,
cuando esto ya no es posible viene la tragedia, el dolor por la promesa
no cumplida, de amor, de fidelidad, de lealtad, de solidaridad, de
felicidad etcétera.
Así los padres se sientes decepcionados si sus hijos no cumplen
sus expectativas, sino responden a sus deseos, pero los hijos también
se decepcionan de los padres, al igual que nos decepcionan los amigos,
la pareja, los políticos, (¿hay alguien que les crea?,
pues sí, aunque usted no lo crea). Suponer que el otro dice
la verdad es un acto de fe.
No se trata de volverse escépticos o desconfiados, pues es
la palabra la que guía nuestros actos, tal vez sea un acto
de prudencia tomar un lugar distinto frente a la verdad.
Lacan dijo alguna vez que la verdad no puede decirse toda porque uno
no la sabe, y porque faltan las palabras para poder pronunciarla,
entonces lo que se dice, todo es simple apariencia de verdad: verosimilitud,
apelación a la confianza del otro. En este sentido, también
dijo que: «La verdad tiene estructura de ficción»,
paradoja que habla de lo único verdadero que cabe decir sobre
la verdad.
Muchas veces la angustia o el dolor por el desengaño resultan
intolerables pues nos confrontan con una verdad para la cual no estamos
preparados, nuestros sistemas de creencias y valores entran en crisis,
surgen las preguntas ¿quién soy?, ¿qué
quiero?, ¿quién me quiere? Estas preguntas por lo que
somos es lo que fundamenta la práctica del psicoanálisis.
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