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Diario
de Cataluña
Las pieles del paisaje
Harmida Rubio Gutiérrez |
Hay
cosas que no hablan, sólo contestan; por eso es muy importante
saber interrogarlas
Esto nos explicó el profesor de la materia Criterios de proyectación
urbana, queriendo que entendiéramos cómo es la relación
entre el lugar y el proyectista.
Entonces me puse a pensar en las interpretaciones del paisaje que
frecuentemente hacemos y pensé que podríamos ver el
paisaje natural como la piel, compuesta de todas sus capas: dermis,
epidermis. Es decir, traduciendo: el suelo, el agua, los mantos freáticos,
la capa vegetal, etcétera.
Y dentro de este contexto después me pregunté: ¿qué
es la ciudad? ¿Qué es esa masa artificial que colocamos
por encima de la piel de la tierra? ¿Será la ropa? ¿Será
un tratamiento de construcción, reconstrucción o degeneración
para esta piel?
Y una cuestión más: ¿Esta piel de quién
es? ¿Por qué está cubierta de tal o cual forma?
Así, me puse a pensar: entonces, el tratamiento de esta piel
o su degradación, depende de los ojos que la ven, de otras
micropieles que la tocan, es decir, de nosotros, los humanos.
Los paisajes de la fe son esos que por sí mismos están
incompletos. Esta es una cita del profesor de una nueva y apasionante
asignatura: El paisaje contemporáneo. Él nos decía
que, por ejemplo, en el desierto de Estados Unidos, una tribu autóctona
asigna, a las montañas que separan el filo de la tierra y el
cielo, allá en el horizonte, una lectura muy directa y unos
signos totalmente involucrados con el cosmos. Es decir, ellos no comprenderían
de la misma manera el firmamento sin esas montañas del desierto.
Los paisajes de la fe entonces son los que necesitan la traducción
de aquel que los hace suyos. Por eso están incompletos por
sí mismos.
Así, pues, hay de pieles a pieles, por eso cuando se interviene
en el paisaje natural, además de tomar en cuenta las afectaciones
al medio físico hay que saltar también a otras dos escalas:
la emocional y la semántica.
Por estas dos cuestiones hay que tener cuidado cuando se tocan las
pieles de la tierra, porque podemos estar interviniendo en su identidad;
por eso tenemos que contar con los símbolos que nos da el entorno,
y con las percepciones de nosotros mismos y de aquellos que son los
propietarios (no los de las escrituras, sino los de las vivencias)
de estos paisajes.
Este mismo profesor apuntaba que hay tres elementos que han estado
siempre presentes en todas las interpretaciones del paisaje en muchísimas
culturas: la muerte, el tiempo y el agua. Y de nuevo aparecen los
símbolos. Estos dos elementos intangibles pero evidentemente
directores de nuestra vida (muerte y tiempo), y el elemento físico
que nos pega y nos despega de la tierra: el agua.
Estos tres elementos dirigidos a leer un paisaje quizás nos
darían más para una poesía que para algún
proyecto urbanístico o paisajista pero, de nueva cuenta, afirmo
que muchas veces hay que poner a nuestra visión el cristal
de la poesía, para entender mejor las cosas, para no hacer
llagas en las pieles de la tierra, para sanearlas de las heridas que
ya tienen, para poder conversar con el paisaje y lograr que nos conteste,
cuando preguntamos y escuchamos nuestro eco, después de entender
la poesía que esa piel tiene en sus huesos. Comentarios y sugerencias:
harmida_rubio@hotmail.com |
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