Año 3 • No. 101 • mayo 12 de 2003 Xalapa • Veracruz • México
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El gigante detrás del Sputnik 1
Alfredo Magaña Jattar (Facultad de Física)


Serguei Pávlovich Korolev.
En cierta ocasión, Sir Isaac Newton escribió: “A la hermosa hada que me ha llevado de la mano a reencontrar tantas imágenes en el hechizo de estas tierras altas. Si he visto más lejos que otros, ha sido por estar parado sobre hombros de gigantes”.

Sin duda, el Sputnik debió estar parado en los hombros de un gigante.

Y no podemos sólo pensar en el inmenso cohete que lo llevó, junto con los sueños de una gran parte de la humanidad, a la antesala de la exploración de un universo de extensión prácticamente infinita. Sino también en el genio creador que hizo el sueño realidad.

Serguei Pávlovich Korolev nació el 12 de enero de 1907 en la ciudad de Zhitomir, Ucrania. Desde joven mostró
interés en la aeronáutica y la exploración espacial. En 1922 ingresó al instituto tecnológico de Kiev. Dos años después se unió al Instituto Superior de Tecnología Bauman de Moscú, el símil ruso del renombrado Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), de donde se graduó en 1929. En adelante, fue director de diversos grupos de investigación e hizo numerosas contribuciones diseñando y construyendo los primeros aviones propulsados por motores a reacción, así como los primeros motores cohete de combustible líquido.

Korolev y su equipo de jóvenes ingenieros estaban a la vanguardia en el desarrollo de la tecnología de cohetes. Desgraciadamente, toda esta innovación pareció sospechosa al gobierno soviético. Stalin ordenó el encarcelamiento de Korolev y de gran parte de su equipo en 1938 bajo el cargo de “sabotaje”.

Al término de la Segunda Guerra Mundial, el avance alemán mostrado en los cohetes V2 hizo que Korolev fuera liberado. El gobierno le comisionó el estudio de los cohetes alemanes. Más tarde, con el advenimiento de la era nuclear, su misión fue desarrollar un cohete capaz de transportar la nueva bomba hasta Estados Unidos.

En 1957, el poderoso cohete, denominado R7, estaba listo. Pero Korolev nunca perdió de vista su verdadero objetivo. En 1956 había conseguido el permiso del gobierno soviético para llevar adelante su programa de satélites artificiales. Fue entonces cuando encomendó a su equipo de ingenieros la construcción del primer satélite artificial, llamado en código Objeto D.

Este satélite pesaría entre mil y mil 500 kg., iría cargado con cerca de 300 kg. de equipo científico y debería estar terminado para lanzarse durante el año geofísico internacional (1957-1958).

Sin embargo, Objeto D era un artefacto extremadamente complejo y su construcción avanzaba más lentamente de lo previsto. Ante esto, Korolev decidió construir un satélite más simple en cuanto a la instrumentación que llevaría a bordo, pero que de igual forma lograría ser puesto en órbita.
El nacimiento del Sputnik 1
Sputnik se diseñó con forma esférica. Tenía 58 centímetros de diámetro, era de aluminio de dos milímetros de espesor y pesaba 58 kg. Poseía cuatro antenas que medían entre 2.4 y 2.9 metros. En su interior se alojaba un transmisor de radio que emitía una característica sucesión de pulsos de 0.4 segundos de duración y que al ser captados por un radio receptor producían un intermitente bip. El transmisor no sólo emitía los históricos pulsos, sino que además transmitía datos sobre la densidad de la atmósfera superior, así como de
la propagación de las ondas de radio en la ionosfera terrestre. Las señales podían ser captadas en las frecuencias de 20 y 40 megahertz.

El satélite estaba lleno de nitrógeno a una presión mayor que la del medio que lo rodeaba. Un sensor tomaba entonces lecturas constantes sobre la temperatura en su interior. En caso de que el satélite fuera golpeado y perforado por meteoritos pequeños, se podría observar, ante la repentina pérdida de presión, un cambio en la lectura del termómetro. Este fue, de hecho, el primer detector de micrometeoritos.

El 4 de octubre de 1957, el mundo supo la sorprendente noticia: el Sputnik, primer satélite artificial de la humanidad, estaba en órbita. Pasó sobre las principales ciudades del mundo y su distintivo bip fue escuchado por cualquier persona que poseyera un radio.

El pequeño satélite funcionaba con baterías por lo que su vida fue corta. Transmitió durante tres semanas y cayó de nuevo a la atmósfera terrestre después de haber permanecido 92 días en órbita y dado mil 400 vueltas alrededor del planeta.

Después del éxito del Sputnik, el comité del premio Nobel quiso otorgarle el distintivo al hombre que estaba detrás de tan grandiosa y maravillosa hazaña. Sin embargo, la guerra fría hizo imposible que Korolev recibiera su tan merecido reconocimiento. La inteligencia soviética tenía conocimiento de los planes de la cia de asesinar al hombre encargado del programa espacial soviético, por lo que su identidad se mantuvo en secreto.

Tristemente, el mundo nunca conoció su rostro ni su nombre hasta su muerte en 1966.

A Korolev y su brillante equipo de ingenieros también se les debe la puesta en órbita del primer ser vivo, la perrita Laika, y del primer ser humano, Yuri A. Gagarin. La llegada de las primeras sondas espaciales a la Luna, Venus y Marte, así como la creación del cohete que ha demostrado ser el más confiable y seguro del mundo: el R7.

Sirva este artículo de mínimo homenaje póstumo a tan insigne científico ucraniano. svezda@hotmail.com.