Reportaje

Salvador Cruzado Romero, una vida dedicada al color

  • Pilar de la plástica mexicana

 

Karina de la Paz Reyes Díaz

 

Salvador Cruzado Romero fue un amante de la naturaleza, los animales, la música, la cocina. Un preocupado y ocupado en informarse desde distintas perspectivas, generoso al compartir su conocimiento, también un bohemio, en ocasiones incluso irreverente, pero sobre todo fue un artista que dedicó su vida al color. Así describen amigos, compañeros de trabajo y alumnos a uno de los pilares de la plástica mexicana.

Salvador Cruzado nació en 1933 y murió en febrero de este año. El obituario del Instituto de Artes Plásticas (IAP) de la Universidad Veracruzana (UV), al que se integró en 1981, destacó: “…y el color se pintó de luto”. Añadió que se trató de un “prolífico y destacado artista, académico comprometido, incansable promotor de la cultura y el pensamiento reflexivo, y para quien saber ver siempre fue un arte”.

“El color es más instinto que otra cosa”: Salvador Cruzado Romero

“El color es más instinto que otra cosa”: Salvador Cruzado Romero

Su obra ingresó a la Sala Permanente del Museo de Arte Moderno en 1989, uno de los mayores acervos de arte mexicano del siglo XX; recibió el Premio al Decano de la UV en 2014; su creación se encuentra en colecciones particulares de Estados Unidos, Alemania, Rusia, España, Japón y Suecia.

“Nació en Málaga, España, en 1933 y con la dictadura franquista su familia buscó refugio. Alguna vez nos platicó en su casa que llegó a México entre los dos o cuatro años de edad”, comentó el director del IAP, Xavier Cózar Angulo.

“A los 14 años salió de su casa por una cuestión de rebeldía: ya no le aportaba más nada y tenía deseos de saber. Tomó camino y se fue a Guerrero, convivió con gente de las comunidades, por eso aprendió náhuatl y empezó a generar otro tipo de experiencias, de cómo valorar la cultura. Era un profundo conocedor del simbolismo mexicano. Criticaba y se le veía tristeza, frustración y desilusión al decir que el México que le tocó conocer ya no existe”, añadió.

Recibió el Premio al Decano en 2014

Recibió el Premio al Decano en 2014

En una entrevista que Salvador Cruzado concedió a Tele UV en 2010 para la serie Semblanzas (http://bit.ly/1Tu8RaU) comentó que en 1971 ingresó a Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda, antes hizo estudios durante cuatro años de Dibujo Comercial en la Escuela Libre de Arte y Publicidad.

En esa entrevista rememoró su época de estudio en La Esmeralda: “Siempre procuraba ponerme problemas a mí mismo. De hecho me los pongo ahora. Siempre estoy experimentando. Es mi función: me pruebo a mí mismo todos los días. Tengo que probarme, si no, la vida no tiene chiste para mí”.

Precisamente, posterior a recibir el Premio al Decano 2014 comentó en una entrevista para Universo (http://bit.ly/1XvGUxE): “Supuestamente soy pintor, llevo más de 45 años pintando y apenas estoy empezando a saber qué es. Esto es muy serio, es cosa de nunca acabar. Ahora estoy brincando de la expresión gráfica (pintura, monotipos, collage) a esculturas. Ahora que mi capacidad física va aminorando, es cuando necesito trabajar con figuras grandes y echarle mucho músculo, pero poco a poco, esto es interminable”.

El artista en su taller

El artista en su taller

Para el Director del IAP, Salvador Cruzado “es de los últimos, al menos de lo que se ve en la plástica local, que verdaderamente tenía una pasión por lo que hacía y quería contagiarla. De alguna manera también cuestionaba el status quo, cómo romper esta situación y a través del arte contribuir a que la gente sea mejor”.

Una característica que lo distinguió fue su marcado interés en mostrar su pintura a la luz del sol y Cózar Angulo lo explicó así: “Decía que la mitad del tiempo de la producción de la obra estaba intramuros y la otra extramuros, porque de alguna manera tenía una especie de vínculo muy especial con la luz natural y siempre tenía esta fijación. Su obra tenía que verse a plena luz del día, no filtrada por ventanas, ni techos ni nada. Y verdaderamente el color sí cambia”.

El campus Rancho Viejo

Ya en Veracruz, Salvador Cruzado vivió en Xico y posteriormente se trasladó a Rancho Viejo, situado en el municipio de Emiliano Zapata. Su casa, describen quienes gustaban de visitarlo, así como alumnos, parecía un zoológico: tenía chivos, perros, patos, gallinas, pollos, tordos, cabras, como buen “amante de la naturaleza”.

Además, la naturaleza en sí rodeaba su hogar, incluido el paso de un río. Allá se trasladaban los alumnos de la Facultad de Artes Plásticas para tomar su clase y no faltó quien comentara que se trataba de la “Universidad Veracruzana, campus Rancho Viejo”.

Micrografía V de Salvador Cruzado. La obra se encuentra en el IAP

Micrografía V de Salvador Cruzado. La obra se encuentra en el IAP

Rodrigo Álvarez Blázquez, estudiante de Artes Visuales en la Facultad de Artes Plásticas (FAP), previamente cursó Diseño de la Comunicación Visual y en los últimos semestres tomó la clase de Teoría y Aplicación del Color con Salvador Cruzado.

Compartió que muchos le rehuían a esa clase, pues implicaba trasladarse a Rancho Viejo, pero otros tantos con gusto buscaban cursarla. “Fue un maestro muy importante dentro de la Facultad por todo lo que hizo en México, era una figura dentro del arte mexicano y muchos tomaban eso en cuenta”.

Rodrigo admitió que en su caso, al principio fue muy apática la manera de tomar dicha clase, “pero pesó más quién la impartía, una persona tan importante”.

Cartel de la última exposición en que participó el maestro, autoría de Gerardo Vargas Frías

Cartel de la última exposición en que participó el maestro, autoría de Gerardo Vargas Frías

No obstante, desde la primera ocasión que asistió quedó fascinado: “Me gustó mucho su forma de enseñar y el lugar”. Añadió: “No sólo era la clase, sino todo él, era como una vida dedicada al color. Siempre hablaba mucho del color en general, daba datos curiosos e insistía en que el color no era como lo veíamos a veces”.

En aquella entrevista a Tele UV, Salvador Cruzado muestra una de sus obras y dice: “Éstos son trabajos que están fundamentados en tres colores, nada más. Son monotipos. Realmente el ojo es el que mezcla los colores. Es experimentación, nada más”.

Y más adelante, comenta: “Después de revisar pintura de aquí y en otras partes del mundo, he llegado a unas conclusiones. Lo que voy a decir le va parecer una barbaridad a casi todo el mundo: después de revisar toda la pintura renacentista, que eran unos dibujantes impresionantes, no sabían del color, a pesar de que dicen que Tiziano (Vecellio) era un fabuloso colorista.

”Incluso hay pocos impresionistas que hayan sido realmente coloristas: (Camille) Pissarro… por más que busco, usaba el negro. El negro es la negación del color. El negro no existe; incluso ni en el espacio, qué curioso.”

Y subraya que su gran eslogan en la vida es: “El color es más instinto que otra cosa”.

En tanto, Rodrigo complementó que Salvador Cruzado le dejó una visión diferente del color. “Uno va a una clase con un maestro que ya es viejo y piensas que te va a pedir que le pongas el color como tal, realista; en cambio, en los ejercicios siempre pedía exactamente lo contrario, nos decía ‘aunque tú estés viendo un azul, si te nace poner un rojo, ponlo’ ”.

Es más, el joven universitario dijo sin ambages: “Creo que tenía la mente llena de colores”.

También relató que a él le tocó tomar clases con Salvador Cruzado cuando ya estaba avanzado en edad y necesitaba los tanques de oxígeno, lo cual no impidió espléndidas sesiones de cinco horas consecutivas, acompañadas de sugerencias de vida, aparentemente desvinculadas de la clase: “Siempre insistía en que estuviéramos informados de nuestras actualidad. Nos compartía libros o nos leía de uno que le gustara. Era su forma de complementar la teoría con la práctica, aunque no tuviera que ver, pero de cierta manera ayudaba”.

Hay un elemento más que distinguió al maestro del color: la música que les acompañaba en cada clase. “Llegaba y lo primero que hacía era preguntar si alguien quería escuchar alguna música en especial, normalmente nadie contestaba nada y ponía totonaca, tolteca, sones, salsa, ponía de todo”, describió Rodrigo. Incluso, conforme avanzaba el curso era necesario salir del taller para sentarse unas cinco o seis horas junto al río y ahí observar o dibujar árboles, pero la música no dejaba de sonar al interior de aquél.

Algo en lo que coincidieron los entrevistados es que siempre se esforzó en conseguir música de todo tipo, especialmente mexicana, y sobre todo la no comercial.

Rodrigo confesó que tiene muy presente a Cruzado al ver colores de todo tipo. “Siempre que hay uso de colores (en una obra) me recuerdan a él, puede que (los autores) hayan sido sus alumnos o no, pero en general el uso de colores atrevidos siempre me lo recuerdan”, expresó gustoso.

“Ahí hay más de mil verdes”

Sebastián Fund, cofundador del Taller de Gráfica Médula Negra, relató que el primer acercamiento que tuvo con Salvado Cruzado fue cuando entró como oyente a la UV, hace alrededor de siete años.

“Fue alguien que me marcó no sólo como maestro, sino como persona. En un principio me dio la oportunidad de ser oyente, entrar a su espacio de cátedra. Eso para mí fue muy significativo, porque no todos los maestros tienen esa actitud.

”Lo que él me mostró es el color. Lo recuerdo como mi mentor en el área. Marcó una pauta muy clara sobre el entendimiento del color. Algo muy interesante fue entenderlo como algo desapegado a los objetos, por ejemplo, como un individuo, como un ser vivo”, compartió.

“A veces me decía ‘¡mira! ahí hay más de mil verdes, hay que saber observar’. Era un tipo que observaba mucho y por lo tanto cuestionaba mucho. No se quedaba callado”, añadió.

De las últimas ocasiones que lo visitó, Salvador Cruzado le remarcó que precisamente las nuevas generaciones de artistas plásticos son las que deben asumir la responsabilidad de cambiar, de tener más conciencia.

“Yo lo respeté hasta el final, y lo seguiré respetando. Por otro lado, la trascendencia está en su técnica, no sólo en el trabajo que hizo, sino en la técnica que heredó. Por eso ésta es tan importante, porque es una forma de mantener vivas a las personas.

“Puedes tener una obra de Salvador Cruzado en tu casa, como algo hecho por una persona de la que admiras su trabajo, pero cuando tú eres un creador y mantienes viva una técnica, un conocimiento, es una forma de retribución hacia la persona. A mí eso es lo que me interesa.”

Sebastián Fund remarcó que Salvador Cruzado no fue un maestro típico que ponía ejercicios y había que hacerlos al pie de la letra, más bien su cátedra tendía a la libertad. “Yo tengo pocos maestros y él es uno de ellos. Mientras siga produciendo, una parte de él estará viva porque está en mi producción, es una forma de agradecimiento y de cultivar, seguir dándole espacio a esa semilla, regándola, dejándola que florezca”.

Echó por tierra el prejuicio en torno al artista

Para Sergio Domínguez, también integrante del IAP, la principal preocupación de Salvador Cruzado fue el color. “Más allá de la forma, hay una búsqueda obsesiva por el color”, subrayó.

Añadió: “De lo poco que lo conocí, rescato que queda muy poca gente con ese nivel de pasión por las cosas. Cuando uno se plantaba a platicar con él sobre imágenes, siempre había un punto de vista muy argumentado sobre por qué las cosas funcionaban, sobre todo en términos de color y estructura. Más allá del tema y el discurso, era una preocupación el argumentar, el exigirle más al trabajo propio y de otros en función de esta óptica del color”.

Asimismo, complementó lo dicho por Rodrigo y Sebastián: “Como docente fue un maestro muy poco ortodoxo. De pronto tenía un carácter muy estricto y de repente daba volteretas a un trato más cercano al mundo de los estudiantes o les pedía ejercicios (locuras, debrayes) que hacían que el estudiante viviera esa perspectiva desde afuera de un recinto escolar –porque él casi siempre dio la clase en Rancho Viejo o en Xico, fuera de las aulas”.

Para él, Salvador Cruzado fue un expresionista de hueso colorado y un artista que pregonaba a sus estudiantes: “La luz no la vas a ver a través de una fotografía ni de una imagen ya hecha, tienes que darte cuenta y descubrirla por ti mismo”.

Sergio Domínguez también destacó su erudición, pues hablaba de una infinidad de temas y lo hacía a profundidad: “En general, consideramos que los artistas carecen de cultura general o de un bagaje y creo que Salvador Cruzado echó por tierra este prejuicio en torno al artista”.

Sin embargo, lamentó que no haya dejado memorias de su proceso creativo, de sus cambios, por ello “el único instrumento que tenemos para acercarnos al pensamiento de Cruzado es su obra”.

“Maestro, usted ya chingó”

Gerardo Vargas Frías, académico del IAP, compartió que pese a ser egresado de la FAP, nunca tomó una clase formal con Salvador Cruzado; no obstante, su nombre no pasó desapercibido y “tenía idea de que decía que el negro no existía y cosas así”.

Lo conoció realmente hace alrededor de tres años, cuando ingresó al IAP: “Estaba dibujando en el patio, se acercó a curiosear y me empezó a halagar y regañar. Soy muy obsesivo con el tipo de dibujo que hago y él intentó influirme para que cambiara de estilo a algo más libre, gestual, en lo que el color importara más. No lo logró”.

Posteriormente, Gerardo lo empezó a visitar, junto con su hijo que en ese entonces tenía un año de edad. Así fue como entablaron una relación.

“Aunque no hayan sido muchas las pláticas que entablé con él, fueron reflexiones que afectaron para bien en mi persona y lo que hago. Me gustaba mucho su personalidad, su manera de ser. Lo considero un personaje muy irreverente, con un humor muy negro, rayando en la grosería. Se divertía mucho de molestar a los demás, lo que comúnmente llamamos una persona muy castrosa”, relató.

“Recuerdo las pláticas de Salvador como si estuviera con un cuate, no con un señor de 83 años; yo creo que por eso hicimos química. Me considero una persona que tiende al humor negro, al sarcasmo y molestar de una manera distinta, no tan frontalmente; creo que con mi trabajo, las imágenes, puedo pretender hacer eso, entonces creo que por ahí también hicimos química”, añadió.

Gerardo Vargas coincidió con el resto de los entrevistados al decir que Salvador Cruzado fue una persona con una inteligencia muy aguda, estudiada, con un amplio espectro de conocimiento. “Él te podía hablar de historia prehispánica, arqueología, máscaras, de todo. Siempre estaba hablando de algo fascinante”.

Son varias las anécdotas que Vargas Frías tiene respecto a Salvador Cruzado, una de ellas concierne precisamente a la música que éste gustaba no sólo de disfrutar, sino de compartir con sus estudiantes.

“Para mí es un honor haberle compartido música que le resultó interesante. Tengo una pequeña colección de elepés y se acrecentó porque un personaje muy importante de la literatura mexicana (Carlos Montemayor) fue amigo de mi papá y me legó parte de su colección.

”Tuve en mis manos música española de hace dos siglos, de son jarocho muy rara, grabaciones de acordeón, de compositores mexicanos muy antiguos de los años treinta. Cuando le platiqué de esto a Salvador le interesó mucho.”

Para Vargas, es importante darle un lugar destacado al pintor y no pasar desapercibida su ausencia física, se trata de “un pilar muy importante en la formación de mucha gente, de una manera profunda y que no necesariamente fue en el aula de la Facultad o en las instalaciones del Instituto. Él enseñó a sentir el campo, los colores, no a copiarlos, sino a sentir cómo vibran en la naturaleza misma, no en un libro ni en una gama de colores, sino en el entorno”.

Salvador Cruzado fue “muy pesimista”, incluso “apocalíptico” sobre la educación y la vida en general del país. Hablaba de que el mundo se estaba acabando y en una ocasión la respuesta de Gerardo fue: “Maestro, usted ya chingó, ya vivió 83 años, a nosotros nos toca quedarnos con todo el marranero”, la contestación le causó gracia y dijo “¡Sí! Mal por ustedes”. Fue el último diálogo que tuvieron en el IAP.

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