Cultura

En Mesoamérica nos une el culto al sol: Alicia Luján

  • Desde hace más de cuatro décadas coordina el montaje del altar de muertos en la Facultad de Antropología 

Alicia Luján, encargada del Taller de Análisis Documental de la Facultad de Antropología

“Si morían de manera natural, iban a dar al Mictlán; los ahogados, al Tlalocan; las mujeres muertas en el parto, al Cihuatlalpan, y todos los que morían en la piedra de sacrificio iban hacia donde nace el sol. Nosotros en la Facultad vemos parte de esa historia, entonces hay que seguirla” 

Karina de la Paz Reyes Díaz 

01/11/2019, Xalapa, Ver.- En la década de 1960, Eraclio Zepeda y Silvia Rendón propusieron la celebración del Día del Antropólogo en la Universidad Veracruzana (UV) y eligieron el 2 de noviembre para hacerlo. En aquel entonces, se puso como patrón de la Facultad de Antropología al Mictlantecuhtli, que hasta la fecha continúa, y también se coronaba a la Nonantzin, rememoró la académica Alicia Luján. 

“La primera Nonantzin fue Rosita Ramírez Jara, la segunda –que son de las que tengo memoria– fue Beatriz Lagarriga. De ahí, año con año se lleva a cabo en la celebración del 2 de noviembre la coronación de la Nonantzin, la presentación de la ofrenda. Eso fue a partir de 1963, más o menos”, narró la encargada del Taller de Análisis Documental de esa Facultad. 

Fueron alrededor de dos años que se dejó de poner altar, pero a partir de 1978 Alicia Luján retomó la tradición y hasta la fecha continúa; salvo en una ocasión que el académico David López Cardeña presentó el de Miahuatlán, Veracruz; y en otras dos, José Javier Bonilla Palmeros hizo lo propio. 

“Hoy solamente queda la puesta del altar y la ofrenda. Recordamos siempre a los maestros que nos han dejado; en esta ocasión se le dedicará a Bethi Rodríguez, José Manuel Hernández Loeza y Mirna Arroyo. Eso hacemos año con año, recordar a nuestros compañeros”, precisó. 

 

De la costa del Golfo al tapanco yoreme 

Alicia Luján siempre ha mostrado interés en conocer y representar las ofrendas de las estribaciones de la sierra de Chiconquiaco, que abarcan Naolinco, San Marcos Atexquilapan, Tonayán, San Pablo Coapan y Jilotepec. Incluso ha puesto altares como los acostumbran en Tlacolulan. 

Sin embargo, luego de leer la tesis Conformación del Museo Regional del Mayo: cronología de un esfuerzo compartido”, de la egresada de Arqueología Alexia Ríos Ibarra, decidió que en esta ocasión elaborarían un tapanco yoreme. 

“Dije ‘siempre ponemos de la costa del Golfo, ¿por qué no dar a conocer los de otros lugares?’. Basándome en la descripción que Alexia Ríos hace, pondremos un tapanco yoreme del sur de Sonora”, expresó con satisfacción. 

Lo decidió así porque le llamó mucho la atención la descripción del tapanco, toda vez que cambia un poco la visión que se tiene de la muerte, aunque está implícito el recordar a los seres queridos. 

“Ellos hacen un tapanco. No es propiamente el altar que conocemos nosotros, sino que son cuatro horcones y arriba está la ofrenda; pero ese tapanco debe estar orientado hacia el norte. Quiere decir que son grupos que todavía en su memoria conservan ese culto al sol.” 

Se trata de un pueblo con notoria influencia católica; no obstante, la cruz la colocan al occidente, “al lugar a donde van a recibir los muertos”. 

La entrevistada subrayó que en Mesoamérica el occidente es el Cihuatlalpan, el lugar de las mujeres que dieron su vida en el parto, y “son mujeres que acompañan al sol desde el zenit hasta que él se oculta e inicia su viaje por el inframundo”. 

Lo anterior es simbología de suma importancia para la académica. Es más, para ella se trata de “encontrar que en todos los lugares de Mesoamérica siempre hay algo que nos une: El culto al sol”. 

Remarcó que la orientación y el culto al sol son muy importantes para los pueblos originarios, y 500 años de influencia española mediante el catolicismo no fueron suficientes para borrar costumbres ancestrales. 

En el caso del tapanco yoreme, aclaró que hicieron un esfuerzo por apegarse a la tradición, pues sus elementos son propios de aquella región, principalmente la flora, que no es cempasúchil, sino mezquite, biznaga, nopal, magueyes, tunas, entre otros. 

Además, allá la costumbre es ponerlo en el patio de la casa, cuya ofrenda consiste en maíz, trigo, frijol, elotes hervidos y guisados como el huacabaque (una suerte del chileatole de acá, que en el pasado se guisaba con carne de venado). 

 

La evangelización no borró la cultura ancestral 

A más 40 años de mantener viva la tradición del Día de Muertos en la Facultad de Antropología, Alicia Luján remarcó su importancia: “El culto a los muertos forma parte de nuestras raíces. Esto trasciende y después de 500 años este culto sigue viviendo en nuestros pueblos mexicanos. En todos siempre recordamos a nuestros seres queridos, que es muy diferente a la religión que nos trajeron los españoles”. 

Mientras en la Iglesia católica consideran que quien muere va al cielo o el infierno –al primero llegan quienes obraron bien y al segundo los que hicieron lo contrario– los pueblos mesoamericanos se guiaban por la forma en que la persona moría. 

“Si morían de manera natural, iban a dar al Mictlán; los ahogados, al Tlalocan; las mujeres muertas en el parto, al Cihuatlalpan, y todos los que morían en la piedra de sacrificio iban hacia donde nace el sol. Nosotros en la Facultad vemos parte de esa historia, entonces hay que seguirla.” 

Cabe citar que, por tradición de la Facultad, la elaboración del altar forma parte del Foro Anual de Docencia, Investigación, Difusión, Extensión y Vinculación, que en esta XXVI edición la temática es “500 años, lengua, cultura, patrimonio y artefactos”. En el caso del tapanco yoreme, se erigió el jueves 31 de noviembre. 

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