Universidad Veracruzana

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El diario de una madre mutilada

Ester Hernández Palacios demuestra gráficamente su pérdida

El diario de una madre mutilada

Por Viridiana Villegas Hernández

XALAPA, Ver.— En México 2010: diario de una madre mutilada (Ficticia Editorial), la autora [quien desde esta publicación firma su nombre sin h para demostrar gráficamente la pérdida que sufrió] Ester Hernández Palacios nos adentra en sus pensamientos más hondos tras el violento asesinato del que fue víctima su hija Irene y su yerno el 8 de junio de hace ya casi tres años; lamentable hecho ligado a la crisis de seguridad generalizada en todo el país. A través de la escritura de este diario llevado durante un mes de infinito dolor, es posible comprobar que otra de las generosas bondades de la literatura y, sobre todo la poesía, es convertirse en bálsamo curativo para el alma cuando más es necesario.

En 2011 Ester Hernández Palacios (Xalapa, Veracruz, 1952) recibió el Premio Bellas Artes de Testimonio Carlos Montemayor por el título bibliográfico que nos ocupa en esta entrevista, reconocimiento gracias al cual logró editar su relato personal: —Cuando puse punto final a la narración —comenta la también catedrática de la Universidad Veracruzana— varios amigos escritores me dijeron que lo plasmado no era para mí o sólo para la gente que me rodeaba, sino debía publicarlo porque se trataba de una historia verídica muy valiosa que tal vez dentro de muchos años le permitiría a México recordar de otra manera el periodo horrible que vivió. Uno de estos entrañables compañeros me informó sobre la convocatoria del Instituto Nacional de Bellas Artes, así que envié mi material y gané; si bien jamás me propuse recibir nada por este trabajo me alegra que haya sido así, pues publicar creación literaria no es fácil.

—¿Cómo es que en las letras encontró una especie de remedio para sobrellevar su dolor?

—Por necesidad, (como estudiosa y docente de literatura, sabía de manera teórica las capacidades de alivio que ofrecen. Hasta entonces eso trataba de enseñarles a mis alumnos; sin embargo, nunca pensé que lo comprobaría en carne propia. Por otra parte, debo señalar que vivo inmersa en la poesía y por ello debía partir de ahí: 27 años estuve casada con un poeta, mi padre se dedicó a ella y ahora también una de mis hijas. Mi casa está inundada de libros poéticos. Tanto mi tesis de licenciatura como de doctorado son acerca de la lírica, y desde hace 33 años doy cátedra de poesía mexicana en la Universidad Veracruzana. Asimismo, me sé infinidad de poemas de memoria, los cuales me acompañaron en aquellos momentos de horror. Es curioso: siempre les he dicho a mis alumnos que más allá de hacernos pasar espléndidos ratos libres, la literatura, y sobre todo la poesía, es la columna vertebral de la cultura, pues lo que hemos construido a lo largo de nuestra historia está registrado y concentrado en ella… Si eso es lo que pienso y enseño, supongo que en este sentido fui congruente con esa parte de mí.

—Ante el lamentable hecho, ¿no ha pensado que el peor lugar para esconderse en la escritura?

 —Claro: no es un espacio para ocultarse, sino para encontrarse. Si bien un sinnúmero de personas considera su quehacer en las letras como la posibilidad de colocarse una máscara para disertar sobre diversos temas desde un yo construido como autor, mi libro es diferente porque desde el testimonio ofrece una visión real y en ningún momento fue construido a partir de la ficción; es decir, el contenido absoluto del volumen pertenece a la realidad, de modo que no hice sino plasmar en el papel lo que estaba ocurriendo.

—¿Tiempo atrás usted había cultivado el acto de llevar un diario?

—En realidad nunca había concretado este hábito con rigor ni durante un extenso periodo. El día que Irene murió le pedí a una de mis amigas una libreta y una pluma de gel para disponerme a escribir a mano. Fue una experiencia no planeada, no cavilada; «En ningún momento mi libro fue construido a partir de la ficción.., pero se me convirtió en una cuestión de supervivencia, con el fin de mantener la cordura en la medida de lo posible al sentir que había perdido el suelo. Escucharme a mí misma a través de la escritura nació de un impulso nervioso y no de una profunda reflexión. Es evidente que mi libro tuvo un empuje inicial distinto a todo lo que había hecho, pues hasta entonces estuve entregada a la crítica literaria y a la narrativa infantil: proyectos racionales y planeados que me ocupaban unas horas del día al terminar mi carga laboral en la Universidad Veracruzana, o a los que me dedicaba los fines de semana, o durante las vacaciones.

—Es inevitable recordar que, a diferencia de Javier Sicilia, usted sí decidió escribir tras el hecho violento en el que su hija feneció…

—Él decidió acallar su poesía y actuar como militante. Yo sentí la imperiosa necesidad de escribir, de abrir el cauce de creación que de alguna manera dentro de mí permanecía anquilosado. Una vez que Sicilia levantó la voz, me uní a él: desde mayo de 2011, en Xalapa, soy miembro activo del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad.

—Si bien es claro cuándo decidió comenzar su diario, ¿en qué momento optó por ya no dotar de más palabras su testimonio?

—Varios días después de haberlo iniciado noté que estaba escribiendo literatura y que si le daba un cuerpo legible podría llevar el texto más allá de una experiencia personal curativa, al tiempo que me di cuenta tener que ponerle fin para alguna fecha concreta, pues mi intención no era eternizar el relato.

Articulo completo en: El Financiero 15/feb/2013

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