Núm. 9 Tercera Época
 
   
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Leticia Mora: Xalapa en retratos de Héctor Vicario

Una ciudad se conoce por sus edificios, sus calles, sus sitios pintorescos, sus esquinas, sus parques. A veces por sus tradiciones particulares y sus rutinas. Otras por el tinte de su vida social o cultural. Héctor Vicario nos presenta a la ciudad de Xalapa a través de sus personajes. Y decir personaje es evocar una figura y una particular tesitura de carácter: es hablar en retratos. El retrato es, quizá, uno de los géneros fotográficos más antiguos y más perdurables.

Cuando sólo existía la pintura, el retrato apareció unido a la semejanza pero también al símbolo: el cetro, la corona, la mitra, hacían alusión al estatus social. La fotografía, por otra parte, democratizó los retratos y apareció el tipo como ejemplo de una clase o un oficio; luego vino el hombre común y la posibilidad de configurarse a sí mismo ante la cámara. En este sentido, la reconocida fotógrafa argentina Sara Facio apunta: “Es curioso observar cómo, a partir de Nadar, los retratos valorados por historiadores y críticos son aquellos que se emparentan con la visión frontal, detallada, sin efectos artificiales. Los que trasmiten una observación psicológica del modelo y donde quien toma la foto está al servicio de la personalidad del fotografiado” (Leyendo fotos, 103). En efecto, generalmente pensamos que una buena fotografía, por ejemplo la de Rafael Villar rodeado de sus queridas herramientas de trabajo, captura a la persona en su esencia, pues atrapa no sólo un rostro sino algo de su subjetividad y por ello crea un personaje. Pero la operación no es tan mecánica como nos gustaría pensar en tanto que atrás de la cámara está un sujeto que toma varias decisiones.

Así, imaginemos por un momento lo contrario, y resaltemos lo no evidente: si tomar un retrato como práctica cultural bordea la toma improvisada de las instantáneas y la rigidez del estudio formal, es evidente la puesta en escena de un duelo poco común, de poder y resistencia entre el retratado y el retratista; se abre así una lucha de carácter contra caracterización, pues uno querrá proyectarse como imagina ser y otro tomará la decisión de eternizar un gesto o una acción en el fulgurar de una situación que defina al otro. El resultado, intuyo, no será siempre satisfactorio para todas las partes; pero cuando esto llega a suceder resulta un objeto distinto, producto de la buena colaboración no siempre reconocida entre sujeto y fotógrafo, de los juegos que se llevan a cabo en los entretelones que anteceden a la imagen tanto como al trabajo de cuarto oscuro.

Esta feliz ocurrencia se observa en las obras fotográficas que hoy presentamos de Héctor Vicario, resultado de la amistad y de la buena comunicación entre ambas partes, así como del azar y del dominio del medio fotográfico. El taladro óptico de Vicario es agudo, frontal y lleno de sutilezas de rango tonal en sus blancos y negros. Cada matiz de sus composiciones ha sido moldeado con base en una seductora imagen de toma directa, sin artificio aparente y que, por esto, insisto, hace que nos olvidemos del rigor y conocimiento del oficio que Vicario posee para lograr sus imágenes.

Fotografías icónicas como las de Juan Vicente Melo y Luis Arturo Ramos revelan hoy su autoría. Otras imágenes revelan facetas poco conocidas, casi íntimas, de queridas figuras públicas, por ejemplo la de Sergio Galindo. En algunas otras es el compromiso social, presente en la mayoría de las carpetas de trabajo de Vicario, el que se asoma con el carácter de crónica visual de compañeros de oficio, de fotógrafos. En otros casos se hace evidente la amistad, como en la magnífica foto de Jaime Turrent, donde es evidente la confianza y lo inteligente del enfoque en una pose clásica pero no engolada. Todas eternizan una época, pero algunas ya son también memento mori, recordatorio de una vida truncada, como la del joven fotógrafo Alberto Contreras. Todas nos dicen algo de la leyenda de Xalapa como centro cultural y nos invitan a tejer historias de nuestras errancias de paseante por sus rostros, como si recorriéramos la intimidad de las esquinas de una ciudad. Estas fotografías nos invitan, también, a constatar su resolución formal de la misma manera como admiramos la solidez de un edificio. Sólo lamento que, en esta selección, no nos acompañen los rostros de mujeres por esas calles empinadas.

 
 
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