Núm. 7 Tercera Época
 
   
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portada La antropología indigenista, en última instancia, planteó la supresión de las diferencias culturales, tesis contraria al postulado universal del pensamiento antropológico orientado a defender la diversidad humana. En ese sentido, la obra de Aguirre Beltrán ha sido el centro de múltiples críticas que cuestionan, con razón, la antropología indigenista integrativa. Las ciencias sociales (y en particular nuestra antropología) se enriquecieron con los acalorados debates suscitados por él en un espacio de 30 años que, en buena medida, siguen hoy vigentes. En ese palenque don Gonzalo fue siempre un polemista que sumó a su erudición, la fina ironía y la elegancia de su prosa, provista de giros insospechados. Un aspecto poco atendido de esos textos tiene que ver con la crítica que formulara a las políticas indigenistas, reflexiones diversas que dan cuenta de su honestidad intelectual y de su pensamiento en permanente revisión.

Su legado

En La imaginación sociológica –libro con el que C. Wright Mills sacudió las burocracias académicas– se explica cómo en las sociedades modernas ciertos políticos tienen el poder de actuar con importantes consecuencias estructurales y conocen bien los resultados de estas acciones; otros tienen ese poder, pero desconocen su alcance efectivo; finalmente, existen otros más que no pueden trascender sus ambientes cotidianos mediante la comprensión de su entorno, ni efectúan cambios estructurales por ninguno de los medios de acción a su disposición. La tarea política del científico social en toda sociedad que sustente su quehacer en los imperativos de la razón, la justicia social y la democracia como estilo de vida, tiene que orientarse a estos tres tipos de dirigentes en términos de la relación entre el poder y el pensamiento. De acuerdo con el argumento de Wright Mills, a los depositarios del poder que saben sus alcances, el científico social debe recordarles los grados y las consecuencias de su responsabilidad; en tanto que a aquellos cuyas acciones tienen repercusiones estructurales pero que parecen no saberlo, el investigador debe mostrarles todo lo que ha descubierto acerca de ellas, en una definida y clara tarea educativa que conlleva responsabilidades. Finalmente, a las personas que carecen de poder y cuyo reconocimiento se limita al medio social cotidiano, el estudioso de la sociedad debe revelarles con su trabajo la dirección de las tendencias y decisiones estructurales en relación con dicho ambiente, así como las formas en que las inquietudes personales se articulan con los problemas públicos. 9

Analizados en conjunto, el pensamiento y la acción de Gonzalo Aguirre Beltrán cumplen en grado sobresaliente las tres tareas planteadas por Wright Mills. Más allá de las opiniones vertidas por sus detractores (o planteadas por autores que han leído de manera superficial sus estudios), con sentido crítico y responsabilidad intelectual tradujo las necesidades e injusticias sociales enfrentadas por los pueblos indígenas en problemas públicos, estableciendo el importante rango que éstos tienen en la configuración y dimensión nacional. Esta observación no implica, desde luego, acuerdo con sus tesis respecto a los procesos de integración nacional. 10 Aquí es pertinente puntualizar que para estudiar el pensamiento de Aguirre Beltrán debe trascenderse el ámbito de la tarea indigenista, ahondando necesariamente en sus estudios referidos a la población negra, las prácticas de la medicina y la magia durante la Colonia, los programas de salud en la situación intercultural, sus análisis etnohistóricos sobre las luchas agrarias, las acciones educativas en las regiones indígenas, sus reflexiones en el campo de la antropología política, sin olvidar sus numerosos abordajes en torno a los constructores del pensamiento antropológico y político en México.

Sustentado en un sólido quehacer antropológico e historiográfico, Aguirre Beltrán trascendió el estricto campo intelectual imbricando en su acción los planos de la política y la ciencia social. Esta circunstancia no le impidió cuestionar críticamente los excesos del poder. Claro ejemplo de tal actitud es el comentario que escribiera en torno al movimiento estudiantil:

El año trágico del 68 está teñido por la sangrienta represión al movimiento anarco-estudiantil, or- denada por el presidente Gustavo Díaz Ordaz. Nada hay que justifique la masacre que yugula bárbaramente el pronunciamiento democrático. Tal año señala el fin del discurso revolucionario y el principio de la crisis económica que empobrece al país. 11

En este orden de ideas su actividad intelectual no puede reducirse a su obra escrita considerada de manera aislada. El análisis debe visualizarla como el conjunto de sus manifestaciones personales y sociales; la suma del carácter del hombre modelado por las instituciones, las vertientes ideológicas y las circunstancias históricas, superando el dualismo analítico que opone lo externo y lo interno en el quehacer social. Se precisa, entonces, de un ensayo biográfico que, sin alejarse del perfil de la personalidad, enfatice la importancia que en ésta ejercieron los contextos. Ante todo, no debe olvidarse que Aguirre Beltrán construyó ideas antropológicas desde la política, y acciones políticas desde la antropología. Complejo concierto donde imaginación y realidad se anudaron mediante el primado de la praxis.

 

 

 

 

 

9 C. Wright Mills, La imaginación sociológica, FCE, México, 1974, pp.196-197.
10 Véase F. Báez-Jorge, “Claves de un diálogo entre la antropología y la política” (estudio introductorio), en Obra antropológica, G. Aguirre Beltrán, vol. XV, FCE/INI/UV/Gobierno del Estado de Veracruz, México, 1990, pp. 7-42.
11 Véase Aguirre Beltrán, El pensar y el quehacer antropológico, op. cit.

 

 
 
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