Núm. 7 Tercera Época
 
   
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ENTRE LIBROS

Antonio Ferres, El caballo y el hombre,
Gadir, Madrid, 2008
165 pp .

Eugenio Suárez-Galbán Guerra*

* Crítico, novelista, poeta y editor español. Doctor por
la Universidad de Nueva York y por la Universidad de Leiden.
Ha enseñado y dirigido seminarios en universidades de Estados
Unidos y Europa.

 

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Desde que ganara el Premio Sésamo de cuentos en 1954 y en 1959 publicara La piqueta, novela que cambió el rumbo de la literatura española, introduciendo definitivamente el Realismo crítico, Antonio Ferres no ha cesado de escribir, publicar e incorporar a su narrativa todas las tendencias que han ido surgiendo en los últimos sesenta años aproximadamente. Es de justicia que este trabajo dedicado a su último libro, El caballo y el hombre y otros relatos (Gadir, Madrid, 2008), aparezca en México y en una publicación de la Uni- versidad Veracruzana. Pues fue ahí donde Ferres pasó dos años de su exilio de la dictadura franquista como profesor de Teoría Literaria, Introducción a la Literatura y director de seminarios sobre Lorca, Machado y otros autores peninsulares. Y fue ahí, en México y en Veracruz, donde dos de los cuentos que aparecen en esta colección se publicaron por vez primera, a saber, los titulados “E.T.A.” y “La luna del comienzo del mundo”. Y ahí, según recuerda este escritor aún activo a los ochenta y cuatro años (otra novela suya aparecerá pronto en Madrid), quedó parte de su corazón, si se nos permite expresión tan trillada, pero no por eso menos válida ahora.

Buena muestra y prueba de lo que acabamos de afirmar respecto a la variedad cuentística de Ferres es este último libro suyo. Algo no ha variado, sin embargo, en la escritura de Ferres, desde sus comienzos hasta hoy, y también estos cuentos lo vuelven a corroborar: nunca, incluso en su época de Realismo crítico, sacrificó Ferres la estética a la ética. Incluso en los más comprometidos y reivindicativos cuentos se intuye –y nunca se impone, pues– la ideología, o valores éticos, que no la política, y mucho menos la politiquería. Otra constante será la fuerza lírica que desde sus comienzos caracteriza la escritura de Ferres. El mismo título de su última novela, publicada también en Gadir, Crónica de amor de un fabricante de perfumes (2006), revela ya por su resonancia lírica la permanencia del poeta dentro del novelista. Es el claro caso de “El baile de los perros atados”, “Cañas dulces” o “La esposa”. Los dos últimos se remontan a los cincuenta del siglo pasado, mientras que el primero pertenece a la actualidad literaria del autor. Se diría, incluso, que esa vena lírica, si algo, se ha perfeccionado, pues rara vez se ha cavado tan hondamente como en “El baile de los perros atados” en la memoria, la juventud pasada, la libre asociación entre presente y pasado que dejan al lector con la misma sensación de haber sentido toda la fuerza lírica de un gran poema. Nada sorprende, pues, que este autor, tradicionalmente conocido como novelista, haya en la madurez cultivado la poesía, granjeando, de hecho, el premio “Villa de Madrid” por su La inmensa llanura no creada.

Las vibraciones de una cuerda agitada que continúa sonando sería una buena comparación para describir el efecto general de la lectura de estos cuentos.

En algunos casos, la vibración es de carácter líricosensorial, auditivo, mientras que en otros el cuento impone un enigma o interrogante cuya vibración ahora resuena de inquietud intelectual, misterio, perplejidad. Ése, sin ir más lejos, es el caso del primer cuento “El caballo y el hombre”, escasamente dos páginas que cuajan en una alegoría de la vida, la guerra, el ansia, la búsqueda del refugio definitivo. En otros relatos –“Cine de barrio” (el que ganó el Premio Sésamo de 1954), “El camino”, vienen a la mente– se crea una tensión que parece preludiar un final de fuerte catarsis que se torna falso augurio: la sorpresa es precisamente la ausencia de sorpresa, la cual ha sido sustituida por esa reflexión a lo Chéjov, a lo Joyce, que a su vez sustituye la acción física, visible, externa con una revelación de carácter interno, psicológico, filosófico, intelectual.

Como estamos viendo, la variedad de cuentos responde a la búsqueda de originalidad que ya hemos dicho caracteriza a Ferres como escritor y que se refleja a las claras en la evolución de su cuentística a lo largo de los años. Hay cuentos parabólicos y fabulísticos, por cuanto encierran una trascendencia mayor, universal, deliberada y más allá, pues, del valor añadido que todo gran cuento arrastra naturalmente a la hora de reflexionar sobre su materia y mensaje. Es el caso, otra vez, del ya mencionado “El caballo y el hombre”, pero también de “La luna del comienzo del mundo”, el cual encajaría asimismo dentro de otra categoría, la de lo fantástico rayando en la ciencia ficción a ratos, si no por su temática estrictamente, entonces por la atmósfera e imaginación de mundos desconocidos, aunque imaginables en manos diestras, tales como “El color amaranto” o “El eclipse” también. De más está añadir que las diferentes temáticas, tramas y tendencias ocasionan otra variedad –la estilística– que de nuevo nos permite apreciar a este nivel ahora esa evolución cuentística a manera de resumen de las estéticas que triunfaron en diferentes momentos de la larga trayectoria de Ferres, quien siempre supo mantenerse alerto y a la altura de los cambios sin caer en la simple moda.

 
 
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