Núm. 5 Tercera Época
 
   
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MISCELÁNEA

Dylan a la sexta
Luis Tovar*

* Periodista, editor, crítico de cine. Escribió Diccionario del mar,
de publicación en la UV, 2008.

 

     
    Portada de la película  
       

En 1962 apareció en las vitrinas de las disquerías estadunidenses un álbum titulado simplemente Bob Dylan, mismo que posiblemente no signifi có gran cosa ni siquiera para quienes gustaban de la música folk, habida cuenta de que el acetato aquel solamente ofrecía las versiones que el intérprete grabó en homenaje a un puñado de piezas clásicas del género, más un par de composiciones originales.

Apenas un año más tarde, es decir desde 1963 a la fecha, esa intrascendencia vuelta disco fonográfico de treinta y tres revoluciones por minuto terminaría siendo obviada por los muchos, incontables seguidores, fanáticos, biógrafos e incluso hagiógrafos de Robert Allen Zimmerman, ya que éste presentó su segundo álbum, bajo el nombre The Freewheelin’ Bob Dylan, e incluyó ahí al menos un trío de canciones cuya trascendencia, de dominio común, sería ridículo explicar en estas líneas: “Blowin’ in the Wind”, “Masters of War” y “A Hard Rain’s a-Gonna Fall”.

A raíz de ello, el compositor y cantante que cambiara su apellido en honor del poeta Dylan Thomas se convirtió en el referente musical, mediático, cultural e inclusive político que todo mundo conoce y que, al igual que las piezas arriba citadas, no requiere mayores disertaciones; al respecto, baste mencionar que con el paso de los años Dylan y su obra no sólo han sido pasto frecuente de los espacios que uno sabe naturales para un cantautor, sino también han sido materia de estudio en universidades, así como centro de una diatriba, no exenta de bizantinismo, en torno a la plausibilidad o la sinrazón de considerar poeta a Dylan y poemas las letras de sus canciones.

Por todo lo anterior, y siendo como siempre ha sido cierto cine una especie de máquina-de-tragar-celebridades, resulta más bien atípico que debieran transcurrir cuarenta y cinco años –casi medio siglo–, para que dicho cierto cine produjera un largometraje de ficción que tuviera a Bob Dylan en calidad de tema, motivo central, signo y símbolo absolutos. Unos más conocidos que otros, unos más incompletos, parciales o apresurados documentales los ha habido prácticamente desde que Dylan se convirtió en celebridad. Asimismo, las incursiones del propio poetante –valga el neologismo para zanjar, por el momento, la cuestión de si se trata de un cantante o un poeta– en el cine rebasan la participación, muchas veces circunstancial, descoyuntada o definitivamente arbitraria, de su música en este o aquel filme.

Lo que no había sucedido hasta ahora –la insistencia se debe a que en esto radica algo que parece una franca contradicción–, es que en el seno mismo de esa industria cinematográfi ca que tiene al subgénero del biopic como uno de sus pilares más sólidos, se concibiera, precisamente, no sólo un biopic en toda regla, sino uno en cuya factura pudieran advertirse los atributos de cantidad y calidad que hicieran de él una totalidad en términos cinematográficos.

El título original de ese filme es I’m not There –“no estoy ahí”, tomado de la letra de una de las canciones de Dylan–, aunque en México se le haya sobreimpueisto, mala y poco creativamente, Mi historia sin mí. Todd Haynes, el director, escribió con Oren Moverman un guión que, en el papel, debe tener los rasgos inequívocos de un desafío tremendo, si se considera lo siguiente: tómese la biografía de Dylan, desmóntese, divídase no en sentido cronológico sino separando uno de otro los que deben considerarse momentos vitales –profesionales, ideológicos, religiosos, personales– tan señeros como insoslayables, y luego aplíquese dicha compartimentación al desarrollo histriónico, pero no bajo la perspectiva común de someterlo todo a un personaje que deberá, o debería, llamarse Bob Dylan, sino a seis personajes-personalidades que sin serlo serán Dylan, poniendo así en práctica cinematográfi ca el postulado aquel de que el todo es mayor a la suma de sus partes.

 
 
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