Hombre, mito, camino y vida: Hiroyuki Okumura
Le style c’est l’homme même
Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon
En esta muestra de Hiroyuki Okumura puede advertirse una vez más el efecto de su empatía, es decir ese sentimiento de participación afectiva que se manifiesta cuando en virtud de la intensidad de sus acciones altera la realidad formal de la piedra, expresando su próspera y natural capacidad de percibir, compartir y comprender íntegramente la naturaleza de ella.
La piedra es material sólido y consistente, un mineral, pero para este artista es también una suerte de lengua materna, sobre todo si pensamos en aquella definición de la conciencia lingüística de Dubois en que se refiere al sentimiento que el hablante de una lengua materna posee de los valores y funciones de los elementos de su lengua, lo que le permite dictaminar sobre la propiedad o la incongruencia en el empleo de tales elementos. Hablamos de dominios conceptuales y técnicos, del conocimiento profundo de una idiomática material y expresiva, diríamos espiritual, que “conecta” la lógica del material con la lógica y la intención del autor, ciertamente de una forma carismática, atrayente, magnética.
Pero Hiroyuki también deconstruye. Parafraseando al filósofo argelino-francés Jacques Derrida, diríamos que las diferentes significaciones de un objeto pueden ser descubiertas descomponiendo la estructura del lenguaje dentro del cual está hecho y, exactamente así, mediante operaciones paradójicas, Hiroyuki arma y desarma, construye y deconstruye, fragmenta y une, defragmenta y separa y al final halla o crea la unidad, la cual de lado refiere a los mitos de origen (la función profunda del mito es facilitar la experiencia trascendental de tender a la unidad, diría Mircea Eliade) y aporta elementos que bien pueden contribuir a la “metafísica de la presencia”, por cierto un factor clave en la filosofía de la deconstrucción.
Con relación al mito, a los mitos, las obras parecen instalarse en un tiempo más allá del tiempo y constituir declaraciones de principios y comportarse como símbolos para estimular y sacudir la mente a fin de provocar diversas indagaciones, entre otras sobre el sentido de la existencia y la identificación de los procesos para sumirse en el universo y superar la insignificancia y hacernos perdurables (¿qué más perdurable que la piedra?). Se trata de metáforas, parábolas y símbolos, de instauración de precedentes, de construcción de conocimiento, todo ello como una especie de ejercicio en torno a la idea de religar al hombre con lo suyo, con lo propio, con la fundación o el cimiento (¿qué mejor referente de lo arcaico que la piedra?). En este sentido, la obra es vehículo de trascendencia, producto de una suma inusual de sensibilidad, reflexión, espíritu de investigación –tan ponderada como tan poco practicada hoy día– y, como diría el propio Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon, de “poseer a la vez ingenio, alma y gusto”. Por cierto, hablando de gustos, de preferencias individuales, de juicios subjetivos, en el orden de las predilecciones pondríamos en primerísimo lugar aquellas piezas en las que menos es más.