Universidad Veracruzana

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DESAPARICIONES EN EL PAÍSAJE

El romanticismo en los paisajes del Wuero Ramos.

 

 

Comprender la obra de un artista nunca es una empresa fácil, pues hay que conocer, no sólo la obra del presente, la que tiene uno enfrente, sino también la del pasado que actuó de puente para llegar a ésta, y la del futuro, que aunque todavía no aparece, ya guía e imanta las preocupaciones del pintor hacia ella.  Yo conozco al Wuero Ramos desde que pintaba en una covacha oscura, pero solitaria, en un taller de pintura de la antigua ENAP, ahora Facultad de Arte y Diseño de la UNAM. Atestiguo que desde ese tiempo pintaba paisajes donde la naturaleza irrefrenable chocaba con la crudeza de una urbe desbocada e imparable.  Eso eran sus jugadores de frontón; seres marginados por una urbe monstruosa  que devora a sus hijos y los excreta a los suburbios. La periferia es el litoral donde la tecnología del hombre y  la fuerza generadora de la naturaleza se enfrentan; su encuentro produce una fantasmagórica escenografía de creación y destrucción, geometrías y desechos, concreto y grafiti; flora y basura conviviendo como antaño lo hacían las ruinas romanas o góticas  en un paisaje romántico.

 

Los paisajes del Wuero son románticos en un sentido muy especial; no como se entiende hoy comúnmente el término romántico: como un recubrimiento cosmético  de sentimentalismo nostálgico. Sin embargo, sí  son románticos, y se les reconoce como tal sin ningún problema, pero en el sentido original de lo que era el romanticismo: la fascinación por lo oscuro y lo monstruoso, la noche, el atardecer y la muerte, la destrucción y la enfermedad, lo grotesco (un invento romántico!) y lo feo, la belleza y su proximidad con el mal. Todos estos son temas románticos y todos están en los cuadros del Wuero. Sólo hay que acercarse un poquito, ver los detalles que pueblan sus grandes paisajes. Asomarse adentro de la corona de flores rojas para notar que lo que sucede atrás, en un paraje junto al rio, es una ejecución. Que uno de los paisajes más idílicos, posiblemente de Veracruz, tiene una tumba en la esquina del primer plano; que la marina de colores pastel y mar embravecido tiene al fondo  la presencia de la tecnología más destructiva que hay en la actualidad, representada por  una plataforma petrolera.

 

Y bueno, qué decir de su principal metáfora: la torre de Babel como símbolo de la presencia del hombre sobre esta tierra. Mientras que la naturaleza se manifiesta horizontalmente, cubriéndolo todo con un manto vegetal de vida, la presencia del hombre se planta verticalmente por sobre ésta, con aspiraciones anti-naturales: Prometeo, Sísifo, Ícaro, todos buscan lo imposible, lo que la naturaleza les negó, pero que el hombre siente suyo. Así somos, padres e hijos de lo artificial: destruimos para construir, matamos para crear, encerramos para liberar. Somos contradictorios, conflictivos, en fin, grotescos. La llamarada que genera este choque entre naturaleza y artificio alumbra con su luz amarilla y naranja, extiende un fulgor crepuscular sobre estos  paisajes que pudiéramos confundir con un romanticismo apacible. No, es el romanticismo terrible el que predomina, el enamorado de la oscuridad y la muerte, pero también de la luz y la belleza; esa es la llave para leer estos paisajes del Wuero Ramos. Y finalmente, el resultado de estos enfrentamientos es el disfrute malicioso, culposo, picante que comunican estos cuadros, de un pintor que ha llegado a su madurez y accedido a su fuerza pictórica. El futuro del Wuero esta en sus manos, y en nosotros esta disfrutar sus visiones.

 

Luis Argudín

San Miguel Xicalco

29 de Mayo, 2018

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