Animalia: 41 fenómenos faunísticos en pulpa vegetal
“El hombre no me entendía y quería descifrar el enigma de mi ser.”
Informe para una academia, Franz Kafka
Mucho más que libros, los bestiarios son gabinetes de curiosidades por los que deambulan animales de extraordinaria naturaleza en forma de letras y otras líneas y trazos descriptivos.
Como género libresco —o pórtico borgiano—, estos compendios tienen una larga historia, autores de diversas latitudes y una ambición similar: clasificar y describir a todas aquellas criaturas de existencia indiscutible, ya sea porque fueron avistadas al vuelo, traídas desde lejanos confines, o halladas en algún lugar de la imaginación.
Durante la Edad Media europea, este tipo de catálogos tomaron forma de robustos volúmenes de Historia Natural o misceláneas dedicadas a los animales de distintos lugares del orbe que se describían e ilustraban con visos de precisión anatómica, descripción técnica y deleite visual. Como bien aclara el filósofo Renzo Ragghianti (1952), la reflexión medieval se nutría del conocimiento antiguo, recabado en las páginas de la Naturalis historia de Plinio el Viejo (23-79 d. C.), de los Collectanea rerum mirabilium de Caio Giulio Solino del siglo iii, de las Etymologiae de Isidoro de Sevilla, del siglo vii, o el Physiologus. Este texto anónimo escrito entre los siglos ii y iii de nuestra era se considera el primer bestiario occidental, producto de aquel ambiente alejandrino en el que cultos helénicos orientales se mezclaban con la doctrina cristiana, y en el que se planteaba el interrogante sobre “los significados morales y teológicos susceptibles de atribuirse a las diversas especies del mundo”. En efecto, los hombres del medioevo consideraban a los animales como moralmente perfectibles e imputables por sus actos.
En Oriente, los cuadernos de dibujo del artista japonés Hokusai (1760-1849) muestran sin discriminar entre naturalismo y fantasía al Kaiba, caballo marino oriental, al Suisai, rinoceronte acuático, y al Kirin, compuesto por partes iguales de dragón (la cabeza), tortuga y vaca. De país del sol naciente cabe destacar también la maestría técnica de los trazos de animales y —otros— seres fantásticos de Hiroshige (1797-1858) y la obra de Utamaro (1753-1806) a quien, de manera iconoclasta, Hokusai se rehusaba a seguir en el trazo de las aves.
En América Latina, la tradición del bestiario revela sospechosas correspondencias entre México y Argentina. Julio Cortázar (1914-1984), no en su Bestiario, pero sí en su libro Final del juego, deja en claro su curiosidad por Las Ménades, pero también por los Axolótl: “Que eran mexicanos lo sabía ya por ellos mismos, por sus pequeños rostros rosados aztecas y el cartel en lo alto del acuario”, escribe. Los ajolotes figuran también en el Bestiario de Juan José Arreola (1918-2001), y en Ambystoma Tigrinum de Salvador Elizondo (1932-2006), dos autores mexicanos con quienes Jorge Luis Borges se encontró en la Ciudad de México en más de una ocasión. En su texto sobre las salamandras tigre (mexicanas), apunta Elizondo a “…la evidentísima sensación de que los ajolotes ilustran una teoría radical, inquietante, garrafal, acerca de la naturaleza de la vida, es lo que origina un sinnúmero de posibles mitologías sobre ellos”. Dichas mitologías podrían acercarse a Xul Solar (1887-1963) quien, a apenas unas cuantas cuadras de aquí, en la calle de Laprida, pintó a esos extraños seres esotéricos y a la vez naif que fueron visitados por su amigo Jorge Luis Borges (1899-1986) unos años antes de que éste escribiera en 1957, el Manual de Zoología Fantástica… obra que extraña y coincidentemente fuera ilustrada en 1985 por el pintor de origen oaxaqueño Francisco Toledo (1940) que también se vincula a Franz Kafka (1883-1924), por su bestiario y las ilustraciones realizadas para el relato citado en el epígrafe.
Es —sospechamos— por obra del mismo designio, como llega hasta aquí este animalario conducido visualmente por el artista gráfico veracruzano Édgar Cano (1977), conocedor de los volúmenes y hendiduras que dejan sus instrumentos de grabadista en los materiales, y su coterráneo Rafael Toriz (1982) radicado en Buenos Aires desde hace más de un lustro, y autor de las cuarenta y un aproximaciones metafísicas —dignos ejemplares de la literatura fantástica. Su obra en conjunto, Animalia, inserta en esta tradición, ahora panamericana, a cada uno de estos seres, entre los cuales el Axolótl encuentra una urgente necesidad de volver a emerger, al igual que otras criaturas del México profundo, como la Iguana, el Jaguar, el Cacomixtle, la Mariposa de obsidiana, el Tlaconete, el Tlacuache, el Alebrije, el Xoloescuintle y el Ahuizótl.
Entre las entidades de cepa o corte clásico se representan la Rara avis, el Cronotopo, la Oropéndola, la Metáfora, la Anfisbena, el Cratilo, el Rinoceronte, que en Occidente resuena a Durero (1471-1528), el Celecanto, la Jirafa, las Ménades, el Pinacóptero, el Elefante —siempre con reminiscencias a Plinio el Viejo y sus dragones y también a la extraña imagen pintada por Hokusai— el Merovingio o el Ragnarok, esa hecatombe tan bien conocida por el Otro, Borges.
Sobra decir que esta distinción geográfica es no sólo irrelevante, sino desechable. Ni más ni menos, por cierto, que aquella que recuerda el propio Borges en “El idioma analítico de John Wilkins”, donde “el doctor Franz Kuhn atribuye a cierta enciclopedia china que se titula Emporio celestial de conocimientos benévolos”, la división de los animales en: “(a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (l) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas ”, como una de las aves aquí incluidas, pasando por el metamórfico Kafka, cuyo apellido en checo significa pájaro.
Rodrigo (Somormujo) Fernández de Gortari / Editor de Vanilla planifolia
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toy town
toy town, es una selección de entre las cientos de fotografías que he tomado durante los recientes meses en mis frecuentes visitas al Parque Natura y el Santuario del Bosque de Niebla, dos áreas protegidas pertenecientes a Xalapa, zonas destinadas a preservar la vida silvestre y que se encuentran en las inmediaciones de la ciudad. Ahí transcurre una gran actividad de estos seres antiquísimos que continúan la cadena evolutiva desarrollando sus rutinas después de millones de años.
Estas plantas, animales y demás organismos viven una compleja y a la vez simple existencia, los árboles, arbustos, flores, hongos, helechos, sirven en su aparente inmóvil actuación, de soporte para la muy agitada actividad de mariposas, arañas, moscas, libélulas, toda clase de insectos y una buena cantidad de mamíferos, reptiles, aves, etc que se mueven por entre este húmedo y recargado ambiente lleno de sabores, olores, texturas, sonidos, colores, que ellos se encargan de percibir a fin de orientarse en su cotidianidad.
La biología, botánica, entomología y otras disciplinas científicas se han encargado de estudiar, clasificar, poner nombre, a toda esta fantástica riqueza, que así como el universo mismo es y seguirá siendo motivo de nuestra admiración y sorpresa.
Aquí trato de mostrar instantes de lo que sucede en esta gran fiesta de armonía y equilibrio, donde cada cosa tiene su lugar preciso y funciona perfectamente dentro de un juego de misteriosa simetría. Con una cámara de formato digital me he sumergido en largas sesiones por este inagotable mundo de graciosos aleteos que animan, fascinan y avivan la imaginación.
Estas imágenes han sido eventualmente empleadas como postales que envío por correo, gracias a la facilidad que proporcionan los medios electrónicos, a familiares y amigos, con el fin de saludarlos y compartir el resultado de mi labor, derivado de este ejercicio surge esta exposición.
toy town, es ahora un fantástico escenario con diminutos actores de una realidad cercana y a veces insospechada.
Mayo del 2015
Miguel Ángel Acosta