Abril-Junio 2007, Nueva época Núm.102
Xalapa • Veracruz • México
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Casi dos ciclos de labor editorial

José Luis Rivas 1

La tarea de una editorial universitaria es conservar el pensamiento de los hombres eminentes que han creado el arte, la ciencia, la cultura y la técnica
Cada cosa halla su explicación retrotrayéndola a sus orígenes, y en el inicio de toda empresa humana hay una especie de recepción de una estafeta de signo especial. Refiramos el paso de una de ellas, pues –como señalaba Eugenio D’Ors– los inexhaustos manantiales de la cultura humana "pasan perpetuamente por canales de tradiciones, las cuales dan cuenta de beneficios trasmitidos de generación en generación, de una continuidad en el tiempo, de una solidaridad a despecho del tiempo".

En un discurso pronunciado en l956, siendo rector de la Universidad Veracruzana (UV), don Fernando Salmerón señaló los objetivos que una universidad debía cumplir: No se trata –dijo entonces, palabras más palabras menos– de que la institución solucione problemas prácticos del entorno, sino que reflexione. La universidad está basada en el supuesto de que en algún lugar del Estado debe existir una organización cuyo propósito sea meditar a fondo sobre los problemas intelectuales más importantes. Su finalidad debe ser contribuir a aclarar las grandes cuestiones que se plantean los pensadores y los hombres de acción. No basta con trasmitir, más o menos fielmente, las experiencias pasadas.

Estas palabras recuerdan otras que, sin duda, las complementan. En su ensayo "Misión de la Universidad", publicado en 1930, el ilustre filósofo José Ortega y Gasset, fundador de la extraordinaria Revista de Occidente, al analizar la situación en que se hallaba la universidad de esos tiempos, recalcaba que en ella se privilegiaba el profesionalismo y la investigación, y se dejaba como aspecto secundario lo que se ha llamado la cultura general. Grave relegación que dio lugar a una sonora protesta de Ortega, quien consideraba que antes de preparar a los estudiantes para ejercer una profesión y para investigar en el campo científico, se debía dar una preparación para la vida, en la que la cultura fuera el eje fundamental. "Cultura –escribió– es lo que salva del naufragio vital (...) es lo que permite al hombre vivir sin que su vida sea una tragedia sin sentido o un envilecimiento radical". Y agregó: "Al deslindarse la enseñanza de la cultura, privilegiando el profesionalismo y la investigación científica, se ha creado el nuevo bárbaro, retrasado con respecto a su época, arcaico y primitivo en comparación con la terrible actualidad. Este nuevo bárbaro es principalmente el profesional, más sabio que nunca, pero más inculto también: el ingeniero, el médico, el abogado, el científico". La conclusión extraída por don José es la siguiente: "Es ineludible crear de nuevo en la universidad la enseñanza de la cultura o sistema de ideas vivas que el tiempo posee. Ésa es la tarea universitaria radical. Eso tiene que ser, antes y más que ninguna otra cosa, la Universidad."

En la actualidad, gracias a la privilegiada perspectiva que abre el tiempo transcurrido, podemos apreciar la hondura con que calaron esas palabras de Ortega en don Fernando, uno de los principales ideólogos de la política cultural que ha promovido y sustentado la Universidad Veracruzana a lo largo de los años.
Salmerón, discípulo cercano de Ortega, contribuyó a levantar los cimientos de nuestra casa de estudios, que se ha constituido en la gran sustentadora del espíritu en el estado de Veracruz y que ha proyectado al mundo la literatura, las artes y las ciencias, en gran medida a través de su formidable empresa editorial. Y es que la universidad tiene, en efecto, también la misión de buscar la verdad en la comunidad de docentes, investigadores, creadores y discípulos, porque en ella
–como escribió Karl Jaspers– "se realiza el querer saber originario, que en primer término no tiene otro fin que el llegar a saber qué es lo que es posible conocer y qué es lo que por medio del conocimiento resulta de nosotros. El goce de saber halla su cumplimiento en el ver, en la metódica del pensamiento, en la autocrítica como educación para la objetividad. Pero, a la vez, también se hace la experiencia de los límites, del no-saber propiamente dicho, así como de todo aquello que espiritualmente hay que soportar en la aventura del conocer".

Ahora bien, si de lo anterior se infiere que la verdadera tarea de la universidad es hacer y difundir cultura, y pensar, generar e irradiar conocimiento, la tarea de una editorial universitaria digna de ese nombre es conservar para las generaciones posteriores el pensamiento de los hombres eminentes que han creado el arte, la ciencia, la cultura y la técnica.

Este año, en que celebramos el primer medio siglo de vida de nuestra casa editora, cabe subrayar que el extenso catálogo de publicaciones de la UV
–alimentado poderosamente por selectas corrientes externas, pero fundado sustancialmente en el trabajo fecundo de los académicos de las diversas facultades e institutos de nuestra alma máter y, específicamente, en revistas del talante de La Palabra y el Hombre, La Ciencia y el Hombre, Texto Crítico y Tramoya, por mencionar las emblemáticas– ha venido cumpliendo entre nosotros con una de las funciones apuntadas por los magníficos ideales de Salmerón y de Ortega
y Gasset.

Fernando Salmerón, uno de los principales ideólogos de la política cultural que ha promovido la UV.
(Foto: Acervo de la Fototeca de la UV)
A ese gran catálogo y fuente de conocimiento hay que agregar que la Universidad tiene el privilegio de contar, como integrante de su claustro, con una persona que, aparte de ser el autor de una gran obra literaria, encarna el prototipo del hombre de gran cultura: el maestro Sergio Pitol, en quien la avidez de conocimiento, la reflexión y el despliegue de las capacidades creadoras constituyen propiamente una segunda naturaleza. Ni qué decir de la presencia de otro Sergio, el de apellido Galindo, el cual ha poseído un relieve muy singular, pues, además de su copiosa y valiosa producción literaria, que lo lista entre los narradores hispanoamericanos más sobresalientes, desarrolló también una importante labor como editor y promotor de la cultura. Su espléndido desempeño al frente de nuestra editorial hizo posible la proyección de una clara visión humanística que puso muy pronto al alcance del público lector descollantes manifestaciones del pensamiento y de la literatura hispanoamericana y de muchos otros ámbitos.

Las causas de ese fenómeno han sido formuladas, con su precisión habitual, por Agustín del Moral: "En la pequeña universidad de provincia que en los lejanos años cincuenta del siglo XX era la Universidad Veracruzana, en el México empeñado en la búsqueda de una identidad nacional y, por ello mismo, en imbuir todas sus iniciativas y todos sus proyectos de un espíritu nacionalista, Galindo fundó una editorial de alientos y alcances universales. Superando las tentaciones del regionalismo y el nacionalismo, apostó por una editorial abierta al pensamiento universal. En este sentido, Sergio Galindo fue algo más que el fundador y director de la Editorial de la Universidad Veracruzana.(...) Para ponerlo en otros términos, si estuvo en condiciones de fundar y dirigir una editorial que hoy en día es una institución nacional fue porque la asentó sobre bases universales."

Sobra decir que dicha labor, señera en nuestro país en el ámbito universitario de provincia, disfruta también de un significativo reconocimiento fuera de nuestro país, y que ese aprecio puede considerarse una consecuencia natural, pues a su singular vocación como difusor de la cultura, el maestro Galindo aunó en todo momento el ejercicio de una penetrante visión crítica, bajo el signo de un resuelto y único compromiso con la inteligencia.

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En adelante, voy a referirme al trabajo realizado durante el amplio lapso –un poco más de 13 años– en el que tuve la oportunidad de intentar prolongar la estupenda labor desarrollada por Sergio Galindo y por quienes condujeron, después de él, la labor editorial de la Universidad Veracruzana, entre ellos Sergio Pitol, Juan Vicente Melo, Luis Arturo Ramos, César Rodríguez Chicharro, Rosa María Phillips y Jaime Augusto Shelley.

Como antes apunté, históricamente la Editorial de la UV ha difundido las obras más significativas de las tareas docentes y de investigación de nuestra casa de estudios, acción desplegada a lo largo del tiempo –salvo durante algunas siempre sensibles interrupciones– y que le ha conferido una palpable consolidación concreta. Así que, desde el inicio de mi desempeño como editor, busqué que la nueva época en ciernes de la editorial, cuya guía me había sido confiada, entroncara con la noble y robusta tradición editorial y de difusión de la cultura que la antecedía. De esta manera, llevar adelante las huellas del referido proyecto –seguir dando acogida en nuestro catálogo a las obras más representativas de la esfera del conocimiento y la cultura– fue desde un principio el objetivo que el equipo de la Dirección Editorial tuvo a la vista en todo momento.

Cabe señalar que, si bien tuvieron lugar algunas iniciativas y muestras de calidad en el plano de las publicaciones antes del axial año de l957 –en especial, la aparición de los libros Lascas, de Salvador Díaz Mirón, y Caracteres de la Literatura Italiana, que fueron dados a la estampa gracias a los buenos oficios del maestro Librado Basilio dentro de la incipiente colección Biblioteca Universitaria–, el hecho capital en el ámbito editorial, que asienta un punto culminante en la historia de nuestra casa de estudios, se produjo durante la sesión del Consejo Universitario del 20 de febrero de l957, en cuyo seno se tomó el acuerdo para constituir el Departamento Editorial, y cuyo mando fue confiado al talentoso escritor Sergio Galindo.

Así, la instauración del Departamento Editorial, por parte de los directores de la política cultural de nuestra universidad, satisfacía plenamente la necesidad de dotar a la institución de un órgano que la potenciara en los diversos dominios de su hacer, dándole la forma palpable de libros y de publicaciones periódicas a una parte considerable de la producción interna de los autores de la Universidad, así como a múltiples expresiones de importancia del ámbito cultural de ese momento, ya generadas dentro o fuera de nuestro territorio nacional. Porque la gran empresa editorial de la Universidad Veracruzana alcanza, desde un principio, gran robustez gracias a la amplia concepción de la cultura de Sergio Galindo y de su mentor Fernando Salmerón: una concepción que podríamos llamar osmótica, es decir, de penetración e influencia recíproca. Ellos supieron con gran lucidez que al dar cabida en el catálogo de la UV a las obras más relevantes de la cultura de la época estaban configurando un acervo de excelencia que promovía de modo natural, entre los miembros de la comunidad universitaria del país, la más legítima de las aspiraciones: componer obras que estuviesen a la altura de las que ostentaban el sello editorial de nuestra casa editora.

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El que presento en estas líneas es un balance somero de los resultados obtenidos a lo largo de los l3 años y medio en que estuve al frente de la Dirección Editorial (septiembre de 1992-abril de 2006), un avance del trabajo desarrollado durante el último año del lapso referido, la mención de algunas propuestas suplementarias y de algunos documentos presentados ante el Consejo Editorial en sus dos últimas sesiones del año 2005.

La Editorial, entre 1957 y l992, publicó mil 34 títulos, cantidad que arroja un promedio de 29.5 libros por año. Entre l993 y 2005, editó 855 títulos, con una media anual de 65. En otras palabras, atendiendo al promedio anual, en los últimos l3 años se publicó más del doble de libros que en los primeros 35 años, aunque cabe hacer notar que en este último periodo hubo algunos años en que, por decisión de algunos rectores, se suspendieron las actividades editoriales.


A lo largo de 13 años, José Luis Rivas prolongó la estupenda labor desarrollada por Sergio Galindo y por quienes lo sucedieron.
(Foto: Manuel González)
A este respecto, dignas de aplauso son las gestiones de Roberto Bravo Garzón, un rector a quien debe mucho la Universidad en cuanto al fomento y a la reanudación, cuando han sido suspendidas, de las actividades editoriales.

La labor editorial de la UV durante el periodo de mi desempeño estuvo sustentada en cuatro colecciones básicas (tres de ellas ya existentes, pero que fueron adquiriendo una nueva fisonomía en el plano del diseño editorial): Ficción, Biblioteca, Textos Universitarios y la Serie Especial. Se procuró, en todo momento, que los 65 títulos anuales que en promedio se publicaron en ese lapso fueran el reflejo de la vida interna de nuestra casa de estudios y de su necesaria proyección más allá de los muros que la delimitan. En ese sentido se buscó continuar la histórica labor de la colección Ficción: difundir textos de creación literaria, lo mismo de autores noveles que consagrados, atendiendo exclusivamente a su calidad, certificada por eficientes evaluadores. Esta difusión no se limitó, desde luego, a los autores de nuestro idioma, pues cuando fue el caso se realizaron cuidadosas traducciones.

Se consolidó también la función de la colección Biblioteca: albergar trabajos de naturaleza ensayística sobre múltiples temas. Además, se afianzó el alcance de la colección Textos Universitarios, específicamente destinada a apoyar la labor docente de nuestros académicos.

Un ejemplo del equilibrio alcanzado en esta tarea es el balance que arroja la producción editorial del año 2005: del total de autores que participaron en la edición de los 66 títulos (o sea, libros y publicaciones periódicas), un 16.6 por ciento fue de autores externos a la Universidad y el 83.4 por ciento restante de académicos de nuestra casa de estudios. Si consideramos el número de autores que colaboraron en compilaciones y publicaciones periódicas, podemos destacar que 240 académicos de la UV publicaron alguna obra (libro, ensayo o artículo) en el año referido. Mientras que, de los 855 títulos publicados en los últimos l3 años, el 78.6 por ciento correspondió a académicos de nuestra institución.

En el curso de esos l3 años, se impulsó la creación de una nueva colección, la Serie Especial –destinada a acoger en su seno libros de arte o sujetos a un tratamiento singular– así como el surgimiento de las colecciones Ficción Breve y Biblioteca Breve, hijas gemelas, pero en formato menor, de las que les dieron origen. Entre los libros de la serie especial merecen destacarse: Tlacotalpan, de Mariana Yampolsky, con presentación de Elena Poniatowska; Sol de plata, del gran fotógrafo veracruzano Joaquín Santamaría; la versión española de La isla de Bali, de Miguel Covarrubias; el guión cinematográfico de El coronel no tiene quien le escriba, escrito por Paz Alicia Garcíadiego y llevado a la pantalla por Arturo Ripstein; Ensayos sobre la cultura de Veracruz, obra coordinada por Félix Báez-Jorge y José Velasco Toro, y Veracruz-La Habana / La Habana-Veracruz, coordinado por Bernardo García Díaz.

En junio de 1994, durante el rectorado de Emilio Gidi se conformó el Consejo Editorial de la UV. El primero en presidirlo fue Luis Arturo Ramos.

Aunque en sentido estricto también de trata de una nueva serie, la colección Carlos Fuentes ocupa, sin embargo, un lugar aparte dentro del marco de nuestra producción editorial: en primer lugar, porque está estrechamente vinculada al gran escritor mexicano, cuyo nombre honrosamente lleva, y en segundo lugar, porque los títulos que la componen son escogidos directamente por el autor de Aura, en una decisión que ha permitido incorporar a nuestro catálogo a grandes escritores universales de todos los tiempos: Miguel de Cervantes Saavedra (El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, prologado por el propio Carlos Fuentes), Gabriel García Márquez (Cien años de soledad, presentado por Carlos Fuentes), Julio Cortázar (Bestiario), Juan Rulfo (El llano en llamas), Robert Louis Stevenson (La isla del tesoro, con prólogo de Fernando Savater), Alejandro Dumas (Los tres mosqueteros), Nikolai V. Mogol (Cuentos de San Petersburgo), Mark Twain (Las aventuras de Huckleberry Finn), Bram Stoker (Drácula) y Julio Verne (Viaje al centro de la tierra).

También hay que destacar la reedición de obras representativas de nuestro catálogo. Así, vieron la luz nuevamente con el sello de la UV obras como Magia de la risa, de Octavio Paz y Alfonso Medellín Zenil; Los tepehuas, de Roberto Williams (ambas obras con un diseño editorial apegado al de su primera aparición); Infierno de todos, de Sergio Pitol (con un nuevo diseño de portada de Leticia Tarragó); Cruce de caminos, de Juan García Ponce; Ese puerto existe, de Blanca Varela (obra prologada por Octavio Paz), y El lugar donde crece la hierba, de Luisa Josefina Hernández. Se incorporaron, asimismo, nuevos títulos de esta última autora, así como del gran dramaturgo veracruzano Emilio Carballido, de José de la Colina (Personerío), de Álvaro Mutis (Reseña de los hospitales de ultramar y otros poemas), de Fernando Savater (Apóstatas razonables y A decir verdad), de Alberto Manguel (El libro de los elogios, prologado por Enrique Vila Matas), de Augusto Monterroso (Antología), de Saúl Yurkievich (Retener sin detener) y de Vicente Leñero (¿Te acuerdas de Rulfo, Juan José Arreola?).

Nuestro catálogo se enriqueció, además, con grandes autores de la literatura contemporánea: Galway Kinnell (El libro de las pesadillas), Jay Wright (Boleros) y Randall Watson (Las delaciones del sueño), por ejemplo; y con grandes títulos de la literatura mundial: Los negros, de Jean Genet; El jardín de los cerezos, de Antón Chéjov; El viaje de invierno, de George Perec; El triunfo de la belleza, de Joseph Roth; El tormento de los saquitos de cuero, de Heimito von Doderer; Las montañas que están toda la vida, de Tomaz Salamun; Loxandra, de Maria Iordaniy, y las biografías de Bouffon y de Kafka, de mano de Pierre Gascar y Claude David, respectivamente.

Pródiga como es, la producción de grandes autores veracruzanos se vio representada por obras como Otilia Rauda, de Sergio Galindo; La rueca de Onfalia, de Juan Vicente Melo; Lolita toca ese vals, de Jorge López Páez; Intramuros y Este era un gato, de Luis Arturo Ramos, y la Antología personal, de Beatriz Espejo. Respecto a los jóvenes autores de Veracruz, caber señalar que sus primeras obras de creación están listadas en nuestro catálogo: Nuestra alma melancólica en conserva y Alberto Onofre: un crack mexicano, de Agustín del Moral Tejeda; La isla de madera, de Rafael Antúnez; La casa de la pereza, de Juan Joaquín Pérez Tejada; Vista envés de un cuerpo, de José Homero, y El arrebato de las certezas, de Víctor Hugo Vázquez Rentería.

Por otra parte, se publicaron libros sobre grandes exponentes del pensamiento y la literatura: Edgar Morin, visto por los participantes del coloquio del Centre Culturel International de Cerisy-La-Salle (En torno a Edgar Morin. Argumentos para un método); Michel Foucault (Estudios sobre Foucault, de Oscar Martiarena); José Gaos (Estancias y visiones de un transterrado, de Octavio Castro López); Romano Guardini (un libro acerca de la vida y obra de este personaje, que escribió Robert Krieg), y Gonzalo Aguirre Beltrán (Homenaje nacional). A ellos hay que sumar Los puentes de la traducción. Octavio paz y la poesía francesa, de Fabienne Bradu, y La Babilonia de Hierro, un volumen sobre José Juan Tablada y cuya autora es Esther Hernández Palacios.

Mención aparte merecen dos grandes obras: El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, y Las puertas del paraíso, de Jerzy Andrzejewzky, traducidas admirablemente por Sergio Pitol. Asimismo, se cuidó la labor de coedición: sellos como los de la UNAM, El Colegio de México, Smithsonian Institute, Porrúa, Trilce, Aldus, Océano y Fondo de Cultura Económica, entre otros, sumaron sus esfuerzos con los nuestros para dar a luz numerosos títulos.

Esta labor tan amplia y diversa estuvo acompañada por un espacio de difusión propio que dio cuenta, desde el verano de 2001, de nuestra producción editorial, de nuestros autores y de algunos aspectos del mundo editorial, me refiero al boletín Corre, lee y dile, publicación trimestral que en el verano de 2005 alcanzó sus números l5 y 16.

Como parte de la proyección extramuros de su labor, la Editorial asumió la organización de la Feria del Libro Universitario, que conoció siete ediciones nacionales (1994-2000) y que cuenta ya con seis internacionales (2001-2006), con resultados que la han situado muy bien en el contexto nacional e internacional de su especialidad. Dignos de nota son su foro académico, que se desarrolla alrededor de un eje temático, así como la entrega de la Medalla al Mérito Universidad Veracruzana y del Premio al Estudiante Universitario.

Finalmente, conviene destacar también el proceso de conformación, en junio de 1994, del Consejo Editorial y su importante labor de sostén de nuestras tareas. Este órgano colegiado, integrado por l8 académicos de las diversas disciplinas, normó nuestra política editorial y estableció criterios y disposiciones para el correcto desarrollo de las tareas editoriales.

1. Miembro del Instituto de Investigaciones Lingüístico Literarias de la UV y ex director de la Editorial de la UV.