Abril-Junio 2007, Nueva época Núm.102
Xalapa • Veracruz • México
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Entrevista a José de la Colina
Sergio Galindo es una de las personas a las que no les perdono que se hayan ido

Juan Carlos Plata

Sergio es una de las personas que me hacen falta en la vida, de aquellas a las que lo único que no les perdono es que se hayan ido. La nuestra fue una relación de gran amistad, de muchos cafés, de interminables conversaciones de literatura o de cosas
de la vida
Sobre José de la Colina, Octavio Paz dijo que es "un autor singular: su prosa es una de las mejores de México" y que, en política y arte, es un libertario; él simplemente dice que es anarquista que paga sus impuestos y respeta los semáforos.

Junto con Juan García Ponce, Carlos Fuentes, Jorge Ibargüengoitia, Alejandro Rossi, Juan Vicente Melo, Salvador Elizondo, Sergio Pitol, Vicente Leñero y Fernando del Paso (todos nacidos entre 1928 y 1935), De la Colina forma parte de una brillante generación de narradores mexicanos, una auténtica Edad de Oro de la prosa de la imaginación que, por tan cercana, pasa en ocasiones inadvertida.
Pero aun entre esos nombres gigantescos, De la Colina destaca por la alta calidad de su escritura. La suya –de acuerdo con Alejandro Rossi– "es una prosa libre y a la vez un oído perfecto, carente de jergas muertas, con mucha serpentina y muy rica en miradas laterales".

Nacido en Santander, España, en 1934, a los siete años –gracias a una atenta invitación del general Francisco Franco, como según él mismo asegura– emigró junto con su familia a Francia, Bélgica, Santo Domingo, Cuba y, finalmente, México, en donde vive desde 1940.

Cuentista, novelista, crítico y guionista de cine, ensayista y periodista cultural –labor que lo hizo merecedor del Premio Nacional de Periodismo en 1989 y en 2005 del Homenaje de Periodismo Cultural "Fernando Benítez" de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara–, De la Colina ha estado presente en casi todo el espectro de actividades culturales.

Este autor sostiene haber sido cautivado por la prosa y las extensas narraciones del fondo del mar, que parecían poemas, del libro 20 mil leguas de viaje submarino, maravillado con El Quijote, y que su libro favorito es En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. "Todos llevamos dentro un escritor en potencia que sale cuando tenemos que poner un pretexto. Ahí ya contamos una historia, un cuento, una mentira", asegura.

Con el pretexto, no menor, del 50 aniversario de la Editorial de la Universidad Veracruzana (en donde José de la Colina ha publicado los libros Ven caballo gris, La lucha con la pantera, La tumba india y Personerío), conversamos con el escritor sobre su relación con la Editorial, su amistad con Sergio Galindo y un poco acerca de la literatura y los libros.
Galindo era un hombre cuya grande y elegante discreción no lograba velar su talento, su inteligencia, su buen sentido crítico, su enorme aunque tímida bondad. Ahora que se han publicado sus cartas de viaje por Europa, me emocionó ver la espontaneidad, la agudeza y al mismo tiempo la elegancia de su visión de las cosas ya desde entonces
Este año se cumplen 50 años de la fundación de la Editorial de la Universidad Veracruzana (UV). Usted ha publicado varios libros en esta casa, por lo tanto, es parte de esta historia y parte de la celebración. ¿Cómo es, cómo ha sido su relación con la Editorial de la UV?
Mi primer libro publicado apareció en 1955, a mis 21 años de edad, en la colección Los Presentes, fundada, sostenida y dirigida por Juan José Arreola, lo cual considero un gran honor, pero no era un buen libro, era una serie de cuentos ingenuos en asuntos y estilo, y por ello para mí fue un mal debut o, más bien, un libro inexistente.

El segundo de mis libros –al que considero como el primero– fue Ven caballo gris, publicado en la Universidad Veracruzana, en la colección Ficción, en 1959. También editaron La lucha con la pantera, en 1962, y la Tumba india, en 1984, en Ficción, una colección pionera y valiente, una extraordinaria, bien pensada y bien llevada aventura de un excelente escritor como era Sergio Galindo. Y digo aventura porque en aquella época era una audacia que una editorial apostara por nuevos y jóvenes autores.

A varios años de distancia, es impresionante ver el catálogo de la colección. En ella están incluidas las obras de autores desconocidos en ese entonces o que empezaban a ser reconocidos: Álvaro Mutis, Gabriel García Márquez, Sergio Galindo, Jorge López Páez, Tomás Segovia, Elena Garro, Blanca Varela y otros; también José Revueltas, gran cuentista al que ya se le consideraba literariamente desahuciado, quien en Ficción publicó un libro de cuentos, Dormir en tierra, que creo que es el mejor de sus libros. También la colección reveló el gran talento de Juan Vicente Melo a través de Los muros enemigos. En lo que a mí respecta, debo decir que yo además acabo de publicar en esa colección –que sigue muy bien ya sin Sergio– un libro de retratos escritos: Personerío. Allí, por cierto, incluyo una semblanza de Sergio Galindo.

Como parte de este 50 aniversario, también se llevará a cabo un homenaje a Sergio Galindo, quien fue justamente el fundador de la Editorial de la UV. ¿Cómo lo recuerda?, ¿cómo fue su relación con él?
Es una de las personas que me hacen falta en la vida, de aquellas a las que lo único que no les perdono es que se hayan ido. La nuestra fue una relación de gran amistad, de muchos cafés, de interminables conversaciones de literatura o de cosas de la vida. La primera vez que fui a Xalapa, él, Ángela y Mónica (entonces una niña) me acogieron en su casa, una hermosa vieja casona con un patio de tipo andaluz, y allí tuve la musical experiencia, en la cama y en la alta noche, de oír un sinfónico aguacero xalapeño.

Cuando nos veíamos en México, mientras caminábamos por las calles, hablábamos de literatura desde el comienzo de la noche hasta la madrugada: Conrad, Joyce, Virginia Woolf, Galdós, Leopoldo Alas, Borges, la última revelación literaria, etcétera.


Entre otros libros, José de la Colina publicó en la Editorial de la UV La Tumba India
Era un hombre cuya grande y elegante discreción no lograba velar su talento, su inteligencia, su buen sentido crítico, su enorme aunque tímida bondad. Ahora que se han publicado sus cartas de viaje por Europa, cartas de juventud dirigidas a su padre, me emocionó ver la espontaneidad, la agudeza y al mismo tiempo la elegancia de su visión de las cosas ya desde entonces. Y La justicia de enero, El Bordo y Otilia Rauda son excelentes novelas, muy distintas entre las tres, que esperan aún ser bien leídas, bien comentadas, puestas en el alto lugar que merecen.

Se dice que la labor de las editoriales se encuentra prácticamente varada porque no tienen canales de distribución. Se escribe, se imprime, pero no se distribuye. Usted, como escritor, ¿cómo cree que podrían superarse estos problemas y acercar más los libros al lector promedio?
Sí, la distribución es un gran problema, sobre todo porque están desapareciendo las librerías, y los libros que llaman la atención son los best sellers, los que venden en sus vistosos escaparates y estantes los establecimientos como Sanborn’s y los grandes almacenes, y ésos muchas veces tienen escasa relación con la calidad literaria.

La desaparición de las librerías y de los libreros, es decir, de los hombres que amaban al libro y lo conocían, que lo entendían como algo más que un mero objeto de comercio, es un problema grave para el destino del libro en México. Esto ya empieza a tener proporciones de catástrofe en la cultura y el espíritu, y en una dimensión nacional. Las pequeñas editoriales, las que suelen presentar a los nuevos valores, están amenazadas de muerte. Creo, al igual que Gabriel Zaid, que si el Estado comprase para cada biblioteca pública uno o dos ejemplares de cada libro que se edita en México, las editoriales grandes y pequeñas podrían salir adelante.

Usted ha trabajado en varios de los más importantes suplementos culturales que se han hecho en el país; ha recibido el Premio Nacional de Periodismo en 1989, luego el Mazatlán de Literatura en 2002 y el Homenaje de Periodismo Cultural "Fernando Benítez" en 2005. ¿Ese tipo de periodismo ha cumplido su misión de coadyuvar a la promoción de la cultura y la lectura?
Espero que sí, porque en un país en que se publican, distribuyen y se leen pocos libros ocurre que, mal que bien, los suplementos y las revistas culturales van llenando los hoyos negros causados en la cultura del país por el pobre consumo y el triste destino de los libros. Pero éstos son insustituibles, deben seguir existiendo, y son menos pasajeros que las revistas y los suplementos.

El segundo de mis libros
–al que considero como el primero– fue Ven caballo gris, publicado en 1959, en Ficción, una colección pionera y valiente, una extraordinaria, bien pensada y bien llevada aventura de un excelente escritor como era Galindo. Y digo aventura porque en aquella época era una audacia que una editorial apostara por nuevos y jóvenes autores
Usted ha dicho que no le encuentra mucho sentido a lo profundo sin gracia y sin humor. ¿Cree que el medio literario mexicano actual se ha podido librar de ese encanto por "lo profundo"?
Creo que "lo profundo", cuando se supone que está dado por temas a priori importantes, los llamados "grandes temas", y sólo en eso se apoya, suele ser muy aburrido y en realidad hueco. Me gustan mucho ciertos libros dizque "menores", como La marcha Radetzki, de Joseph Roth, o El desierto de los tartaros, de Dino Buzzati, que no parecen gran cosa comparados con los novelones aclamados del siglo XX y que quizá, al cabo de unas décadas, hayan pasado a ser verdaderos y vivos clásicos.

En diversos medios y espacios usted ha sido calificado como cuentista, ensayista, comentarista de cine. Usted, personalmente, ¿qué denominación u oficio prefiere?

El oficio y el goce de escribir, escribir, escribir, en el género que sea. Me he aventurado a decir en mi libro Tren de historias que en literatura todo es relato. Platón relata ideas, San Juan de la Cruz relata su aventura hacia Dios, un crítico de cine o de literatura o de pintura relata sus impresiones e ideas ante una película, un libro, un cuadro, etcétera. A su vez, un cuentista o un novelista ensaya y critica historias, personajes, ambientes.

Para José de la Colina, Galindo era un hombre cuya discreción no lograba velar su talento, su inteligencia, su buen sentido crítico.
(Foto: Archivo de la familia Galindo)
Alguna vez Octavio Paz dijo de usted que, en política y arte, era un libertario. ¿Qué opinión le merece este calificativo?
Bueno, sí, soy un anarquista, pero un anarquista que paga los impuestos y respeta los semáforos.