Abril-Junio 2007, Nueva época Núm.102
Xalapa • Veracruz • México
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La Palabra y el Hombre: breve semblanza histórica

Luis Heredia 1

La revista cuenta con una trayectoria de 50 años que, salvo el caso de la Universidad Nacional de México, no tiene precedente entre las instituciones académicas de nuestro país

Casi 13 años después de Haber sido fundada la Universidad Veracruzana (UV), en septiembre de 1944, y teniendo como antecedentes a la revista Uni-Ver (publicada entre enero de 1948 y enero de 1951), la revista Universidad Veracruzana (de enero de 1952 a diciembre de 1955) y el Boletín Universitario (órgano de información de la UV), apareció el primer número de La Palabra y el Hombre (enero-marzo de 1957), cuando un grupo de intelectuales y creadores (Sergio Galindo, Fernando Salmerón, José Pascual Buxó, Alfonso Medellín Zenil, Ramón Rodríguez, Dagoberto Guillaumin, Xavier Tavera Alfaro, Adolfo García Díaz y Luis Ximénez Caballero), presididos por el rector Gonzalo Aguirre Beltrán, emprendieron la noble tarea de dar los primeros pasos firmes para consolidar una empresa editorial universitaria, iniciando así una trayectoria que, salvo el caso de la Universidad Nacional de México, no tiene precedente entre las instituciones académicas de nuestro país.

La revista (con un periodo trimestral que se ha mantenido durante toda su vida) fue dirigida por Sergio Galindo de 1957 a 1964, un lapso de ocho años (números del uno al 32) que dieron como resultado una fuerte presencia de nuestra casa editorial en el país y en el mundo. Y es que durante el tiempo en que Galindo estuvo al frente de La Palabra…, ésta llegó, sin exagerar, a todo el mundo: de Canadá a Chile y de España a China.

A partir de 1965, y hasta el último trimestre de 1966, la publicación quedó en manos de César Rodríguez Chicharro (números del 33 al 40), quien continuó, de alguna manera, los derroteros andados por Sergio Galindo. Luego, en 1967, entró como director Sergio Pitol (mismo que estaría al frente durante los cuatro números del año: 41 al 44), y en esta época La Palabra y el Hombre no sólo se vio apuntalada, sino que también ganó prestigio y reconocimiento nacional e internacional.

En 1968, sustituyó a Sergio Pitol, Rosa María Phillips, quien sólo pudo coordinar tres números (del 45 al 47), pues el del último trimestre fue cancelado al profundizarse los brotes de descontento estudiantil ante la cerrazón de un Estado autoritario. Por ello, teniendo como director interino a Roberto Bravo Garzón, apareció en 1970 el número 48 de La Palabra y el Hombre, correspondiente al último trimestre de 1968.

La Palabra y el Hombre fue fundada por Sergio Galindo, quien la dirigió de 1957 a 1964.
(Foto: Archivo de la familia Galindo)
Después del obligado retiro de tres años debido a las circunstancias políticas estudiantiles del 68, las cuales fracturaron las relaciones entre Estado y sociedad civil, en 1972 reapareció La Palabra… nuevamente bajo la tutela de Sergio Galindo, con un nuevo formato y prestándole una mayor atención al diseño visual (se comenzó con el número uno de la llamada nueva época). En este primer número, Fernando Salmerón rescató lo dicho en el primer número de la revista de aquel 1957:

Del hecho de que este cuaderno se presente como órgano de la Universidad se derivan ciertas consecuencias para su contenido y para sus intenciones. Puesta sobre las mismas bases que todo el trabajo universitario, la revista es, en primer lugar, un órgano de investigaciones libres en el que todas las opiniones tienen cabida –sin más limitación que la calidad de los trabajos– y cada artículo no compromete más que a su autor; pero, a la vez, quiere prestar servicios de información y de crítica, y orientar al lector sobre una gran variedad de temas vivos para la inteligencia mexicana. No se trata, por tanto, de una revista literaria en el sentido habitual, destinada a satisfacer una curiosidad simplemente estética, ni tampoco se trata de una revista exclusivamente científica o política, especializada en un determinado grupo de problemas, sino de un repertorio abierto que pretende, con la mayor amplitud y universalidad, contribuir al desarrollo de la cultura... Por esta intención, vale decir que se trata de una empresa educativa, de una tarea al servicio de la educación del hombre.

Después de dos años y ocho números (del 1 al 8, nueva época), en 1974 Jaime Augusto Shelley entró en relevo de Galindo, quien por entonces ya tenía arraigada una trayectoria como escritor (con sus obras Polvos de arroz, La justicia de enero, La comparsa y Nudo) y fue nombrado director general del Departamento de Coordinación del Instituto Nacional de Bellas Artes. Shelley coordinó cuatro números (del 9 al 12, nueva época), más uno extraordinario con motivo de la conmemoración de los 30 años de vida de la Universidad Veracruzana).

En 1975 (número 13, enero-marzo, nueva época), fue designado como director Mario Muñoz, quien encabezó la revista hasta el número 22 (abril-junio, 1977) y se convirtió, sin duda, en uno de sus principales promotores, dándole nuevos aires y empujes, trasponiendo nuevas fronteras y convirtiéndola durante dos años en un órgano imprescindible de la cultura en México y en varios países del mundo.

De 1977 a 1979 (del número 23, julio-septiembre, 1977, al 29, enero-marzo, 1979, nueva época), Juan Vicente Melo estuvo al frente de la publicación, y durante su gestión se continuó la generosa tradición de buscar nuevos talentos, estableciendo el concurso de cuento y poesía La Palabra y el Hombre, mismo que duraría hasta 1982. Esto permitió recibir colaboraciones de varios países como Costa Rica, Panamá, Nicaragua, Ecuador, Perú, Bolivia, Argentina, Uruguay y Cuba, lo cual inyectó de nueva vitalidad e ideas diversas las páginas de la revista.

En 1979 llegó el joven escritor (en ese entonces de 32 años) Luis Arturo Ramos, quien dirigió la revista hasta 1986 (del número 30, abril-junio, 1979, al 58, abril-junio, 1986, nueva época).

Posteriormente, de 1986 a finales de 1995, quedó como director Raúl Hernández Viveros, y estos nueve años (números del 59-60, julio-diciembre de 1986, al 96, octubre-diciembre de 1995) fueron controvertidos, pues en esa época dejaron de pagarse las colaboraciones y, para muchos, la revista quedó restringida a temas academicistas. Además, a partir del número 69 (enero-marzo de 1989), La Palabra… cambió de formato y se eliminó la leyenda "Nueva época", y adoptó el formato medio oficio que mantuvo hasta finales de 2006.

De 1996 (número 97, enero-marzo) a 1999 (número 109, enero-marzo), la revista estuvo a cargo de Guillermo Villar, quien fue sucedido por Jorge Brash, el cual se desempeñó como director del número 110 (abril-junio, 1999) hasta el 140 (octubre-diciembre del 2006). Durante estos dos periodos, el tiraje de la publicación se redujo a la mitad, por lo que en lugar mil ejemplares se imprimían 500; el precio se incrementó de 50 a 75 pesos, y la revista circulaba sólo en pequeños ámbitos académicos. A pesar de estos avatares, en 1997, durante la Feria Internacional del Libro en Guadalajara, se hizo acreedora al V Premio Arnaldo Orfila Reynal a la edición universitaria, en la categoría de Revista de Difusión, un reconocimiento merecido a un órgano que ha sumado una larga historia de 50 años, 13 directores, 189 números –incluido uno extraordinario sin numeración, publicado a finales de 1974–, y más de cuatro mil colaboraciones, entre ensayos académicos especializados, artículos de difusión de las ciencias sociales, trabajos de investigación, crónicas, reseñas, entrevistas, fragmentos de novela, poesía, cuentos, teatro, fotografía, dibujos, viñetas e, incluso, discursos políticos y algunos planes de estudios.

Después del obligado retiro de tres años, reapareció en 1972, con nuevo formato, La Palabra… nuevamente bajo la tutela de Galindo.
Es indudable que La Palabra y el Hombre ha albergado un sinnúmero de manifestaciones y expresiones de las diversas áreas del arte y de las ciencias humanísticas, y ha logrado consolidarse como un medio de comunicación para investigadores y artistas reconocidos y en ciernes. Y a pesar de percances y contratiempos –económicos sobre todo, debido al desdén o desconocimiento de algunas autoridades administrativas, pero también de una merma en el propio entusiasmo de algunos que han tenido a su cargo los destinos de la revsita–, su presencia sigue siendo referencia obligada tanto en ámbitos académicos como literarios. La prueba de ello es que, aunque mucho se habla de los buenos viejos tiempos ya idos o de la inminente muerte en vida de la revista, a ésta siguen llegando colaboraciones del país y del extranjero de universitarios y académicos de prestigio, así como de jóvenes creadores que andan por la libre (quienes anhelan adherirse a esa selecta lista que se ha mencionado) y de artistas reconocidos que por puro cariño entrañable y ánimo generoso comparten su trabajo sin pedir a cambio remuneración alguna, salvo sus tres correspondientes ejemplares por derechos de autor.

Por todo ello, podemos decir que la simple existencia y la permanencia prolongada de una revista literaria, humanística, como La Palabra y el Hombre, se ha debido más que nada a la tenacidad de un sueño colectivo que nació hace 50 años y que, por fortuna, ha sido compartido con pasión por una buena parte de la comunidad universitaria, lo que ha permitido que un espacio como éste sobreviva aun en medio de la creciente crisis económica y del permanente bombardeo mediático que satura nuestros sentidos y nuestra capacidad de análisis y reflexión.

Sin embargo, debe decirse también que La Palabra y el Hombre, atendiendo a su propia tradición de discusión, ruptura y cambio, busca ahora ampliar nuevos caminos, nuevas fronteras y nuevas propuestas. Ojalá que estos 50 años de vida representen una bocanada de aire que nos empuje hacia horizontes ignotos. Hay que retomar el ejemplo de Galindo y del grupo que lo acompañó, buscando y apostando por nuevos talentos, tal como lo hizo aquél –dejando claro su papel generoso como editor, ajeno a envidias y egoísmos propios de la mediocridad– por gente de la talla de María Zambrano, Álvaro Mutis, Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar, Elena Garro y Gabriel García Márquez, entre otros escritores que, en ese entonces, comenzaban a labrar su camino.

Y es que en estos tiempos que nos ha tocado vivir en medio de un ambiente político corrupto y degradado, en los que el ruido y la contaminación visual se han apoderado de nuestros sentidos, aturdiéndolos a tal grado que han convertido a una gran mayoría de personas en meras consumidoras pasivas de basura mediática, no deberíamos echar en saco roto aquello que dijera alguna vez el poeta ruso Joseph Brodsky a propósito del papel de la literatura y sus lectores: "No debe olvidarse que en cualquier cultura la literatura constituye la forma suprema de elocución humana. Dejando de leer o de escuchar a sus escritores, a sus poetas [y a sus investigadores, en este caso], la sociedad se condena a formas inferiores de expresión: la de los políticos, la de los vendedores, la de los charlatanes".

Así, la pretensión de La Palabra y el Hombre, una revista que abre sus páginas a la literatura, al análisis crítico de la sociedad y el Estado, al ensayo, a la reflexión artística y humanística, es la de poder servir como punto de referencia, como isla de encuentro entre escritores, académicos y estudiantes de la propia Universidad y de otras entidades académicas del país y del extranjero, con la idea de construir un diálogo democrático e inteligente. No por nada se ha afirmado hasta el cansancio que "la democracia sin ilustración es, en el mejor de los casos, una jungla con orden público, y el objetivo de una democracia, de una real y auténtica democracia, es la ilustración".

En resumen, habría de volver a plantearse, con aquel asombro radical, propio de un niño que descubre las infinitas posibilidades del juego, el hecho de que, a fin de cuentas, la literatura y el lenguaje hablado y escrito son los verdaderos misterios que definen al hombre y a lo que es, pues su identidad y su presencia histórica se hacen explícitas de manera única a través de la palabra. Como sentencia George Steiner en su libro Lenguaje y silencio: "El lenguaje es el que arranca al hombre de los códigos de señales deterministas, de lo inarticulado, de los silencios que habitan la mayor parte del ser. Si el silencio hubiera de retornar a una civilización destruida, sería un silencio doble, clamoroso y desesperado por el recuerdo de la Palabra".

En este año, La Palabra y el Hombre celebra también su 50 aniversario y comienza una nueva época.

Por ello, y pensando que la literatura no hace otra cosa sino hablar de la vida misma, en verdad creo, como estoy seguro que lo hacen muchos otros, en la importancia de realizar un esfuerzo, individual y colectivo, para lograr transformarnos en una auténtica comunidad interesada por leer y discutir lo que escritores, investigadores, filósofos y académicos de otras latitudes y de nuestro país publican, para lograr convertirnos en una comunidad que lee y que discute sus proyectos de investigación y sus propuestas literarias, es decir, una comunidad que lee y discute sus proyectos de vida.

1 Editor de la Editorial de la UV.