Abril-Junio 2007, Nueva época Núm.102
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El pelícano

August Strindber

 

Personajes

LA MADRE
MARGARET
EL HIJO
EL YERNO
LA HIJA

La acción se desarrolla en Suecia, en una pequeña ciudad de provincia, a principios del siglo XX.

Primer Acto

(La escena representa el salón de una casa burguesa. Al fondo, una puerta que comunica con el comedor. Pocos muebles: un escritorio grande, otro pequeño, mesitas, dos sillas, una mesa grande, un diván y una mecedora. Al alzarse el telón, La MADRE está sentada cerca de la mesa. Viste de negro. Se escucha la Fantasía Improntu de Chopin. Entra MARGARET, la cocinera.)

LA MADRE: Por favor, cierra la puerta…
MARGARET: ¿Está usted sola?
LA MADRE: Por favor, cierra la puerta. ¿Quién está tocando el piano?
MARGARET: Hace un tiempo horrible esta noche, hay viento… y llueve… Hace mucho frío…
LA MADRE: ¡Cierra esa puerta, por favor! No puedo soportar ese olor a flores y a muerte…
MARGARET: Me cansé de decirle que se lo llevasen de aquí…
LA MADRE: Los chicos se empeñaron en celebrar aquí la ceremonia…
MARGARET: ¿Por qué no se va usted de aquí?
LA MADRE: Después de lo que ha pasado, no creo que la dueña de la casa nos deje marchar por ahora… No podemos movernos de aquí. ¿Dónde has puesto la funda del diván?
MARGARET: La he mandado lavar… Como el señor murió ahí… Ya podía usted disponer que se lo llevasen de aquí…
LA MADRE: No puedo tocar ni una silla antes de que terminen de hacer el inventario… Sí, sí…, estoy como prisionera en mi propia casa… Además, no deseo cambiar los muebles del salón, porque éste es el único lu-gar de la casa donde me siento a gusto… No puedo soportar las otras habitaciones…
MARGARET: ¿Qué le pasa?
LA MADRE: ¡Los recuerdos…, todos esos horribles recuerdos… y ese olor! (Pausa.) ¿Es Frederic el que toca?
MARGARET (nerviosa): ¡Sí, sí, es Frederic! ¿Quién va a ser sino él? Parece que hoy no se siente bien. Me ha di-cho que tiene hambre… Le veo muy nervioso… Creo que no se encuentra bien en esta casa… Siempre está protestando: que si el frío, que si la comida, que si los recuerdos… Me ha dicho hace un momento que des-pués de comer nunca se siente satisfecho…
LA MADRE: No me extraña, desde pequeño ha sido muy enfermizo.
MARGARET: Usted sabe mejor que yo que una persona débil necesita buena comida.
LA MADRE: ¿Les ha faltado algo a mis hijos?
MARGARET: No, claro que no… (Pausa.) ¡Pero mira que mandar un niño al colegio con el estómago vacío…!
LA MADRE: Mis hijos nunca se han quejado de la comida que les doy.
MARGARET: Nunca delante de usted, naturalmente… Creo que no se hubieran atrevido… Pero sepa que desde que son mayorcitos vienen a la cocina a quejarse de lo que les damos…
LA MADRE: Nuestra situación no ha sido muy brillante que digamos…
MARGARET: Las malas lenguas dicen más bien lo contrario… Entre otras cosas cotillean que el señor pagaba impuestos como los ricos y ¡que si las rentas y los buenos negocios y la compra de muebles caros!… Ayer, en el mercado, le oí decir a la criada del doctor Matta que su patrona había leído en el periódico que el señor pagaba impuestos como si ganase quince mil coronas al año.
LA MADRE: Para vivir hace falta mucho dinero…
MARGARET: Sí, claro…, ¡pero así están los chicos de enclenques y enfermizos…! La señorita Greta, quiero decir la señora Greta, no se ha desarrollado lo suficiente para su edad… A los veinte años…, yo…
LA MADRE: Otra vez chocheando…
MARGARET: Sí, sí, chocheando… Está haciendo mucho frío. ¿Le puedo poner leña a la estufa?
LA MADRE: No, gracias. No somos tan ricos como para quemar nuestro dinero en la estufa…
MARGARET: Frederic se pasa el día entero tiritando… ¿Sabe lo que hace para calentarse? Se va a la calle, a un café…, cuando tiene dinero…, o si no se pone a tocar el piano…
LA MADRE: Es como su padre, que tampoco soportaba el frío…
MARGARET: ¿Puedo saber por qué?
LA MADRE: Mucho cuidado con lo que vas a decir… Creo que hay alguien en el comedor…
MARGARET: En el comedor no hay nadie…
LA MADRE: ¿Crees que le tengo miedo a los fantasmas?
MARGARET: Yo de eso no sé nada ni me interesa saberlo… Lo único que sé es que no estaré mucho tiempo en esta casa… Ahora que la señorita Greta se ha casado, creo haber cumplido con mis obligaciones… La hora de mi libertad se acerca…
LA MADRE: No comprendo nada de lo que dices. Todo el mundo sabe de qué forma me he sacrificado por mis hijos y por esta casa…, levantada con mis sacrificios y privaciones… Nadie en el pueblo, excepto tú, ignora cómo he cumplido con mis deberes de madre y de esposa… Eres la única que se ha atrevido a reprocharme al-go…, pero no te figures que vas a molestarme… Puedes marcharte cuando lo desees… (Pausa.) Ah, con las preocupaciones de estos últimos días olvidé decirte que cuando Greta y Axel vengan a vivir aquí no necesita-remos más de tus servicios…
MARGARET: ¿La señora cree que se acostumbrará a vivir con ellos? Los hijos son ingratos de nacimiento, y ya sabe usted que a las suegras casi nunca las quieren, sobre todo a las que no tienen dinero…
LA MADRE : Por eso no te preocupes, porque pagaré mis gastos como si viviera en una pensión…, y además haré algunos trabajitos… Aquí todo va a ser diferente; ya sabes que mi yerno no es como los demás…
MARGARET: ¿De veras?
LA MADRE: Así como lo oyes… ¿Qué, te molesta? Estoy absolutamen-te convencida de que me tratará como una hermana, por no decir como a una amiga, porque eso te escandalizaría, ¿no?… Sí, sé lo que estás pensando en este momento, pero no me importa en absoluto… En esto no te equivocas… Sabes, como todo el mundo, que le tengo mucho cariño a Axel y que nunca lo he mirado como yerno… A mi pobre marido le resultaba muy antipático y creo que hasta le envidiaba… ¡El pobre! A veces creí que tenía celos de él, y no sabes el honor que me hacía…, a mi edad…, porque ya no soy joven, ¿no? ¿Decías algo?
MARGARET: No he dicho ni esta boca es mía… Creo que alguien viene hacia acá. Siento toser, debe ser Frederic… ¿Le pongo leña a la estufa?
LA MADRE: No, no insistas…
MARGARET: Quisiera decirle algo antes de que Frederic entre…
LA MADRE: Habla, siempre has dicho lo que se te antoja…
MARGARET: ¡En esta casa he pasado hambre y frío y casi me he muerto de cansancio y de tristeza!… ¡Déjeme terminar! Podría seguir soportando todo si al menos me diese una cama decente, una verdadera cama, donde pueda des-cansar a gusto… Soy muy vie-ja y empiezo a sentir que me faltan las fuerzas. No puedo más…
LA MADRE: ¡Pero qué bien, qué oportunamente me pides una cama nueva para dejarla vacía al día siguiente! ¿No piensas marcharte pronto?
MARGARET: Ah, sí, me olvidaba que me marcharé mañana… He visto pasar por aquí a más de cincuenta cria-das…
LA MADRE: Eran unas perdidas, como todas vosotras…
MARGARET: Muy amable de su parte, pero ya le llegará a usted su hora…
LA MADRE: ¡Qué mejor hora que cuando me vea libre de ti!
MARGARET: ¡Que sonará muy pronto…, y esta vez sí que se lo digo en serio!
(Sale. Entra El Hijo con un libro. Tose y tartamudea ligera-mente.)
LA MADRE: Cierra la puerta.
EL HIJO: ¿Por qué?
LA MADRE: ¿Es ésa una contestación? ¿Deseas algo?
EL HIJO: Me gustaría quedarme un rato aquí estudiando… En mi cuarto hace mucho frío…
LA MADRE: Siempre estás tiritando…
EL HIJO: Aquí lo siento menos… (Pausa. Finge leer.) ¿Han terminado ya de hacer el inventario?
LA MADRE: ¿A qué viene esa pregunta? Tenemos que esperar a que pase el luto. ¿Es que no has sentido la muerte de tu padre?
EL HIJO: Claro que sí, claro… Al menos a él le irán las cosas un poco mejor… Esa paz de que ahora disfruta no se la ha pedido ni robado a nadie… Te lo preguntaba porque quisiera saber cuál es mi situación y si podré o no pasar los exámenes sin tener que pedir dinero prestado…
LA MADRE: Tu padre no dejó nada, excepto deudas…
EL HIJO: ¿Pero el almacén valdría algo, no?
LA MADRE: No hay almacén que valga cuando no existen ni compradores ni mercancías. ¿Comprendes?
EL HIJO: ¡Pero la firma, el nombre, los clientes!
LA MADRE: Los clientes no se venden…
(Pausa.)
EL HIJO: Me parece que lo que dicen por ahí es verdad…
LA MADRE: Por ahí es el casino, ¿no es cierto? ¿Es que has estado allí con el cuerpo aún caliente de tu padre?
EL HIJO: No, no he estado allí… Se lo oí decir a un amigo en clase… ¿Sabes dónde están ahora Greta y Axel?
LA MADRE: Regresaron esta mañana, pero como era muy temprano, han ido a hacer algunas compras, y des-pués iban a comer al restaurante…
EL HIJO: Por lo menos comerán bien…
LA MADRE: Ya empezamos otra vez con la comida… ¿No te gusta la que te doy?
EL HIJO: No, al contrario…, me gusta mucho…
(Pausa.)
LA MADRE: ¿Te habló alguna vez tu padre de sus negocios, es decir, después que Greta y yo nos marchamos?…
EL HIJO: Hablábamos de muchas cosas, pero de eso creo que nunca…
LA MADRE: ¿Entonces, cómo te explicas que no haya dejado ni un céntimo, cuando la gente anda murmurando que durante estos últimos años ganaba más de quince mil coronas al año?
EL HIJO: Nunca me tuvo al corriente de sus asuntos de negocios… A veces me decía que gastaba mucho dinero en la casa… Creo que compró algunos muebles que le costaron bastante caros… En fin…
LA MADRE: Ah, te decía eso… ¿Sabes si tenía deudas?…
EL HIJO: No sé…, no sé… (Pausa.) Sí, algunas…, pero creo que las pagó…
LA MADRE: ¿Entonces, adónde ha ido a parar todo su dinero? (Pausa.) ¿Sabes si hizo testamento?… He pensado que debió hacerlo, porque varias veces me amenazó con dejarme en la calle…, con dejarnos en la calle… A lo me-jor lo hizo y lo escondió quién sabe dónde…
EL HIJO: No lo sé… No…, no…, es imposible…
LA MADRE: Creo que hay alguien en el comedor…
EL HIJO: En el comedor no hay nadie…
LA MADRE: No puedo más con estos nervios… Todo se me viene encima, el entierro, la ceremonia y ahora esas historias que se cuentan por ahí… No puedo más… (Pausa.) Greta y Axel vendrán a vivir conmigo.
EL HIJO: Lo sé.
LA MADRE: Tendrás que buscarte una habitación en la ciudad, porque aquí no habrá sitio para ti… (Pausa.) ¿Qué te parece tu cuñado?
EL HIJO: No me hace la menor gracia.
LA MADRE: Es una pena que no te guste, porque es un chico muy simpático y bastante inteligente… Merece que le quieras…
EL HIJO: Yo tampoco soy santo de su devoción… (Pausa.) Creo que no se portó bien con papá…
LA MADRE : ¿Y de quién fue la culpa?
EL HIJO: Papá era incapaz de hacerle daño a nadie.
LA MADRE: ¿Incapaz?
(Larga pausa.)
EL HIJO: ¡Creo que tienes razón…, oigo pasos en el comedor!
LA MADRE: Enciende la lámpara. (El Hijo lo hace.) ¿Por qué no pones en tu cuarto el retrato de tu padre?
EL HIJO: ¿Por qué?
LA MADRE: No me gusta verle aquí mirándome con esa expresión maligna en los ojos.
EL HIJO: A mí me parece todo lo contrario…
LA MADRE: Entonces, con más razón para que lo tengas contigo.
EL HIJO: Muy bien. (Descuelga el retrato de la pared.) Me acompa-ñará en mi nueva habitación… No estaré tan solo… No me gustaría dejar esta casa…
LA MADRE: Greta y Axel estarán al llegar. ¿Vas a quedarte a recibirlos?
EL HIJO: No me apetece verles ahora… Prefiero estar en mi habitación cuando lleguen… ¿Le puedo echar leña a la estufa?
LA MADRE: ¡No somos tan ricos como para quemar nues…
(El Hijo la interrumpe.)
EL HIJO: (Casi gritando) ¡Otra vez con la misma frasecita: “No somos tan ricos, etc., etc., etc.” ¡Para eso somos unos miserables, estoy de acuerdo! ¿Pero qué éramos cuando se trataba de dar aquellos ridículos viajes a París o de ir a comer a los restaurantes de lujo? ¡Sí, sí, París es maravilloso y con cuánto placer se paga una cuenta de cien coronas en el restaurante! ¡Cien coronas por una comida, cien coronas! Con ese dinero ten-dríamos suficiente para comprar leña para todo el invierno!
LA MADRE: Habladurías de la gente, que no tiene otra cosa que hacer que meterse en la vida de los demás…
EL HIJO: En esta casa algo no marchaba como debía, pero de ahora en adelante todo va a cambiar, porque ha llegado la hora de ajustar las cuentas…
LA MADRE: ¿Qué quieres decir?
EL HIJO: Quiero decir… el inventario… y las otras cosas…
LA MADRE: ¿Las otras cosas?
EL HIJO: Sí, las deudas y los asuntos pendientes…
LA MADRE: Ah, sí…
(Pausa.)
EL HIJO: Necesito comprarme ropa…
LA MADRE: ¡Cómo se te ocurre pensar eso en estos momentos! Sería mejor que pensaras en trabajar y ganar dinero.
EL HIJO: Después de los exámenes buscaré trabajo.
LA MADRE: Si vas a trabajar, pide dinero prestado, como todo el mundo…
EL HIJO: ¿Crees que alguien me lo dará?
LA MADRE: Los amigos de tu padre…
EL HIJO: Papá no tenía amigos… Un hombre excepcional como él no podía tenerlos… La amistad es un inter-cambio de hipocresías recíprocas…
LA MADRE: ¡Cuánta sabiduría! ¿Fue tu padre quien te enseñó a decir frases tan hermosas?
EL HIJO: A pesar de que cometía algunas locuras, papá era un hombre muy inteligente…
LA MADRE: Después de que encuentres trabajo, te casarás, ¿no?
EL HIJO: ¿Casarme? No, no, muchas gracias… Mantener una mujer y pagarle además las cuentas del sombre-rero y del modista para que encima de todo sea la diversión de los señoritos del pueblo. ¡No, merci! No ten-go ganas de convertirme en el fiador legal de una prostituta… ¡Te agradezco tus buenas intenciones!
LA MADRE: Lo único que me faltaba por oírte… Vete a tu cuarto. Estoy segura que has bebido otra vez…
EL HIJO: ¿Es que se me nota?
LA MADRE: ¿Has bebido?
EL HIJO: Sí, he bebido. Necesito beber para calmar la tos y para olvidar que tengo hambre… Además, me gus-ta y con eso no le hago daño a nadie…
LA MADRE: ¡Otra vez con lo del hambre! ¿Pero la comida no es mala, no?
EL HIJO: No, mala precisamente, no, pero sí muy ligera, tan ligera como el aire…
LA MADRE: Te he dicho que te vayas, ya has desvariado bastante…
EL HIJO: Y cuando no es poca, te la sazonan con tanta pimienta, que en lugar de aplacarte el hambre, te sirve sola-mente de aperitivo…
LA MADRE: Vete ya, estás comple-tamente borracho…
EL HIJO: Muy bien, me voy… Me quedan algunas cosas que decirte, pero creo que por hoy ha sido suficiente.
(Sale. La Madre camina nerviosamente por la habitación. Busca apresuradamente en los cajones del escri-torio. Entra El Yerno.)
LA MADRE: ¡Axel, al fin has vuelto! ¿Y Greta?
EL YERNO: Se ha quedado conver-sando con el doctor Matta… Ya sabes cuánto le gusta hablar de enfermeda-des y medicamentos… (Pausa.) ¿Alguna novedad?
LA MADRE: Ven, siéntate, siéntate… Quiero hacerte algunas pre-guntitas… ¿Me lo permitirás?… No nos ve-mos desde el día de la boda…, ¿no es cierto?… ¿Por qué habéis regresado tan pronto? He pensado mucho en nuestra separación y en los días que faltaban para vuestro regreso… ¿Qué os ha pasado?… Si solamente lleváis cuatro días casados…
EL YERNO: No, nada de particular… Es que el tiempo se nos hacía muy pesado… En los primeros tres días nos dijimos todo… La soledad comenzaba a resultarme insoportable… Y además, te echábamos de menos…
LA MADRE: ¿De veras?… Pero sí, sí, te creo, porque a mí me ha pasado lo mismo que a vosotros… Nos hemos acostumbrado a estar siempre juntos, que cuando nos separamos, no sé qué hacer ni a dónde ir… En fin…, ahora sé que de verdad os he ayudado… ¿Y Greta, qué te decía?
EL YERNO: No sé qué pensar de ella; a veces se comporta como si fuese una niña y hace cosas que me dan la impresión de que ignora mucho de la vida… No me explico por qué se aferra a unos prejuicios que me pare-cen incomprensibles…
LA MADRE: ¿Y qué te pareció la boda? Os marchasteis tan de prisa, que no tuve tiempo de preguntártelo…
EL YERNO: Un verdadero aconteci-miento. ¿Y a ti mi poema?
LA MADRE: Maravilloso, maravillo-so… Estoy segura que hasta ese momento a ninguna madre le habían hecho un homenaje parecido el día de las bodas de su hija… “Como el pelícano, que da su sangre para alimentar a sus pequeñuelos”. Ya viste cómo lloré al oírlo…
EL YERNO: ¡Sí, muchas lágrimas, pero después mucho que te divertiste! Creo que Greta estaba un poquito celosa…
LA MADRE: ¿Crees que debo obedecer a mis hijos?
EL YERNO: Claro que no. (Pausa.) Imagínate que se pone hecha una fiera cada vez que me sorprende mirando a una mujer…, aunque sea por el rabillo del ojo…
LA MADRE: ¿Es celosa?… ¿Pero sois felices, no?
EL YERNO: ¿Felices?… No sé lo que significa esa palabra…
LA MADRE: ¿Ya habéis reñido?
EL YERNO: Desde el mismo día que se anunció nuestro compromiso no hacemos otra cosa que discutir y enfa-darnos… Las cosas han ido de mal en peor, sobre todo después que me obligaron a presentar la dimisión… Se diría que desde que soy nada más que un simple teniente en reserva, se interesa menos por mí… Creo que estaba enamorada solamente del uniforme…
LA MADRE: Pues póntelo de nuevo y ya está todo arreglado… No, no bromeo… Pero aquí, entre nosotros, sin él pareces otro hombre…, estás desconocido…
EL YERNO: No tengo derecho a llevarlo más que en servicio y en los desfiles…
LA MADRE: ¿Derecho?
EL YERNO: Sí, sí, lo ordena el regla-mento.
LA MADRE: ¡Pobrecita mi niña: se prometió a un apuesto militar y ha terminado casada con un contable!…
EL YERNO: ¿Qué quieres que haga?… ¿De alguna manera hay que vivir, no? (Pausa. Cambiando bruscamente de tono.) ¿Puedo saber cómo van tus asuntos?
LA MADRE: Por ahora todo sigue igual que antes; en concreto, no sé nada, aunque tengo la sospecha de que Frederic sabe algo.
EL YERNO: ¿Qué ha pasado?
LA MADRE: Hemos estado hablando antes de que llegases, y me ha dicho algunas cosas extrañísimas… Parecía hablar en clave…
EL YERNO: ¡Qué puede saber ese tonto!
LA MADRE: Fíate de los tontos… A voces resultan más zorros de lo que te figuras… No me extrañaría que tuviese escondido el dinero de su padre o el testamento…
EL YERNO: ¿Has buscado bien?
LA MADRE: Claro que sí, no me queda un solo cajón en donde revolver…
EL YERNO: ¿Has mirado en el cuarto de Frederic?
LA MADRE: Cada vez que sale a la calle, pero hasta ahora lo único que he encontrado han sido pedazos de pa-pel y cartas, cartas sin terminar… Se pasa el día escribiendo…
EL YERNO: ¿Y en el escritorio del viejo?
LA MADRE: Desde luego…
EL YERNO: ¿A fondo, con método, pacientemente? ¿En todos los cajones?
LA MADRE: En todos los cajones…
EL YERNO: Esa clase de escritorios suelen tener eso que llaman “departamentos secretos”.
LA MADRE: Tienes razón; no había pensado en ello…
EL YERNO: Miraremos ahora…
LA MADRE: Hay que tener mucho cuidado, porque los del inventario han sellado todas las cerraduras…
EL YERNO: No importa, ya nos arreglaremos…
LA MADRE: No, no, lo haremos otro día… Greta puede llegar de un momento a otro, y creo que Frederic y Margaret están en casa…
EL YERNO: No te preocupes…, lo haré sin tocar los sellos… Basta alzar la tabla del fondo… No haré ruido… Los cajones secretos siempre los colocan atrás.
LA MADRE: Pero necesitaremos algunas herramientas…
EL YERNO: No, no me harán falta… No perdamos tiempo…
LA MADRE: Si lo haces, será con la condición de que Greta no sepa nada…
EL YERNO: Sí, sí, te lo prometo…
LA MADRE: (Va hacia la puerta.) Ce-rraré la puerta para estar más seguros…
EL YERNO: ¡Pero qué bien, alguien ya ha husmeado por aquí…! Mira…, la tabla está despren-dida… Fíjate, puedo meter la mano…
LA MADRE: Estoy segura que ha sido Frederic… ¡Date prisa, creo que viene alguien!… Vamos, date prisa… Ya ves que tenía razón en sospechar de él…
EL YERNO: Creo que hay algunos papeles…
LA MADRE: Basta, basta… Que viene alguien…
EL YERNO: ¡Un sobre!
LA MADRE: ¡Dámelo! (Llaman a la puerta.) Creo que es Greta…
EL YERNO: ¿Cómo se te ocurrió pasar el cerrojo? ¡Qué locura!
LA MADRE: ¡Cállate!
EL YERNO: ¿Abres o no? ¡Déjame pasar! (Abre la puerta.)
GRETA: (Entrando.) ¿Por qué habéis cerrado?
LA MADRE: ¿No das los buenos días a tu madre, pequeña? Si no me equivoco, no nos vemos desde el día de la boda. ¿No es cierto, Axel? ¿Qué tal el viaje? Vamos, cuéntame y no me mires más con esa cara…
GRETA: ¿Por qué os habéis encerrado?
LA MADRE: La puerta se abre sola, y cada vez que alguien entra hay que cerrarla varias veces… Ya estaba cansada de decir siempre lo mismo… (Pausa.) ¿Qué os parece si charlamos un poco de vuestra instalación? ¿Seguís pensando en venir a vivir aquí, no?
GRETA: A mí me es igual… ¿Y a ti, Axel?
EL YERNO: Me parece que podríamos vivir perfectamente los tres juntos…
GRETA: ¿Y mamá, adónde va a dormir?
LA MADRE: Aquí, en el salón, con traer una cama…
EL YERNO: ¿Una cama aquí?… ¿Hablas en serio, chérie?
GRETA: ¿A quién hablas?
EL YERNO: Quise decir mamá… En fin…. veremos cómo nos arreglamos… Cada cual pondrá algo de su parte para que las cosas marchen bien, y con el dinero que mamá nos dé, viviremos de lo mejor…
GRETA: Sí, sí, tienes razón… ¿Mamá, me ayudarás a llevar la casa? Me encontré a Margaret al salir de la far-macia y me dijo que se marchaba hoy mismo… y que ya había cumplido con su deber…
LA MADRE: Naturalmente, chérie… Haré todo lo que hacía Margaret, menos lavar los platos… Mis manos son sagradas…
GRETA: ¡Los platos!… ¿Quién ha pensado en eso? (Pausa.) Lo único que deseo es tener tranquilidad y mi mari-do para mí sola. Pobre de aquella que intente quitármelo.
LA MADRE: ¿Y qué os parece si empezamos arreglando las habitaciones? ¿Axel, tu despacho en la de Frederic, como habías dicho, no?
EL YERNO: Sí, comenzaremos por mis cosas… Tú me ayudarás… Greta se quedará aquí…
GRETA: No, no quiero quedarme sola… Hasta que no estemos instalados no me sentiré tranquila…
EL YERNO: Como quieras…
(Salen los tres. El escenario queda vacío por algunos segundos. Entra La Madre leyendo un papel. El Yerno la sigue.)
EL YERNO: ¿Qué había en el sobre? ¿Qué, una carta? Déjame leerla… ¿Es el testamento?…
LA MADRE: Cierra la puerta, por favor… (Lee. Larga pausa.) No, no es el testamento… Es una carta que le escribió a Frederic tres días antes de su muerte… Es la voz de un moribundo que me acusa…
EL YERNO: Déjame leerla… A lo mejor dice algo del testamento…
LA MADRE: No, no vale la pena que la leas… Te sentará mal… Hemos tenido suerte de que Frederic no la haya encontrado… En el estado en que está, sería capaz de cometer cualquier locura… Es mejor hacerla desapa-recer… (Rompe la carta y tira los pedazos en la estufa. Pausa.) Mientras la leía, lo imaginaba tratando de salir de su tumba para venir a acusarnos… No, no ha muerto todavía… Dice que causamos su muerte. ¡No, no es verdad!… Es otra de sus mentiras… No dice más que mentiras… Que lo abandoné, que le robaba el dinero… Calumnias… Mentiras… No podré seguir viviendo en esta casa… No puedo más… No puedo más… Axel, prométeme que nos marcharemos de aquí. Creo que la mecedora se mueve…
EL YERNO: Se mueve porque hay corriente…
LA MADRE: ¡Vámonos de aquí, por favor…! ¡Prométemelo!
EL YERNO: Tienes que comprender que por ahora es imposible… Tengo que saber a qué atenerme con vuestra herencia… Sí, con vuestra famosa herencia, que no ha resultado otra cosa que una carnada… Sabes muy bien que si no hubiese sido por ella no me habría casado. Ahora hay que mirar las cosas de frente, sin en-gaño, como son en la realidad. (Pausa.) ¡De momento, he dejado de ser el guapo teniente que conviene como marido a la rica heredera, para convertirme en lo que realmente soy y seré ante tus ojos: un marido decep-cionado y arruinado… Sí, decepcionado… Si queremos sobrevivir, deberemos entendernos. Hay que empe-zar por esta casa. De ahora en adelante, hay que ahorrar. Tienes que ayudarme. No más criadas ni más restaurantes…
LA MADRE: Con otras palabras, que ya me ves convertida en la criada de mi propia casa… ¡Pues te equivocas, querido mío, porque eso no pienso hacerlo!
EL YERNO: ¡Cuando no hay más remedio!
LA MADRE: ¡Sinvergüenza!
EL YERNO: ¡Basta!
LA MADRE: ¡Pero qué bien, yo sirviendo a los intrusos!…
EL YERNO: Ya aprenderás. Uno se acostumbra a todo… A lo mejor y a lo más desagradable… Eso lo aprendí en el ejército…
LA MADRE: No tengo nada que ver con el ejército…
EL YERNO: Me refiero a la disci-plina…
LA MADRE: Ah, y también clases de disciplina… Estoy soñando… A mí, que he levantado esta casa con el aho-rro y el orden…
EL YERNO: ¿A costa de quién?… Ya aprenderás las labores propias de tu sexo…
LA MADRE: No tendré necesidad… Tengo bastante con mi renta y me marcharé de aquí…
EL YERNO: Una renta que te alcan-zará para alquilar una buhardilla miserable y nada más… Pero como Greta y yo seremos razonables, te será suficiente para cubrir tus gastos en nuestra casa… Si os oponéis…, con irme de aquí…
LA MADRE: ¿No te importaría dejar a tu mujer tan pronto? ¿Es que no la amas?
EL YERNO: Eso lo sabes mejor que yo… Deja de hacer la comedia… Greta no ocupa ningún lugar en mi vida… Me importa solamente cuando está en la cama, convertida en un cuerpo que me desea y nada más… Sé muy bien que el día que tengamos un hijo se lo quitarás… Ella aún no sabe nada, ni comprende lo que pasa a su alrededor… Pero sé que algún día se despertará de ese sueño que la ha convertido en una sonámbu-la…, y ¡ay! del día en que sus ojos se abran…
LA MADRE: Axel, por favor, debemos llegar a un acuerdo… Sería absurdo que nos separásemos. Te lo ruego… Mira… No podría vivir sola… Te prometo que lo aceptaré todo menos dormir en ese diván…
EL YERNO: Hazlo por estos días… Será provisional…
LA MADRE: ¿Por qué no me dáis la habitación de Frederic?
EL YERNO: ¿No estaba convenido que iba a instalar allí mi despacho? Y no sé por qué te quejas tanto si tendrás para ti lo mejor de la casa…
LA MADRE: ¿Lo mejor?
EL YERNO: ¿Qué, ya no te gusta? Pero si tanto te desagrada, ya sabes lo que tienes que hacer: la buhardilla…, la soledad…, el asilo… Además, te repito que todo será transitorio…
LA MADRE: En fin, te creo…
EL YERNO: Has hecho bien en aceptar…
(Larga pausa.)
LA MADRE: Dice que yo lo maté…
EL YERNO: Hay muchas formas de matar a la gente que escapan a la ley… Afortunadamente, la tuya es una de ellas…
LA MADRE: ¿La mía? ¿No sería mejor decir la nuestra, no crees? No sé cuál de los dos le enfurecía y desespera-ba más.
EL YERNO: Se atravesó en mi camino y no tuve más remedio que empujarle…
LA MADRE: Lo único que te reprocho fue que me obligases a dejar la casa… Nunca olvidaré la primera noche que pasamos juntos en tu casa… ¿Te acuerdas? Estábamos ya sentados a la mesa como dispuestos a cele-brar un gran acontecimiento, y de pronto, oí aquellos gritos horribles que parecían salir del manicomio o de la cárcel… ¿Los recuerdas? Era él, que corría por el campo, solo, bajo la lluvia, gritando de dolor y llamando a su mujer y a su hija…
EL YERNO: ¿Por qué hablar ahora de eso?
LA MADRE: Se lo dice a Frederic en la carta…
EL YERNO: ¿Y qué? Además, él tampoco era un angelito…
LA MADRE: Claro que no…, pero al menos tenía sentimientos humanitarios… Sí, sí, más que tú…
EL YERNO: Se diría que tus buenos sentimientos han cambiado súbitamente de objeto…
LA MADRE: No te enfades otra vez, te lo ruego… Es necesario que aquí reine la paz…
EL YERNO: Sí, es necesario… Esta-mos condenados…
(Se escuchan gritos.)
LA MADRE: ¿Has oído?… Será Frederic… Mira qué le sucede…
EL YERNO: Frederic, ¿qué te pasa? (Sale y vuelve a los pocos segundos.) Estará otra vez borracho…
LA MADRE: ¿Estás seguro de que era Frederic? Me parecía que… (A-bra-za al Yerno.) ¡No puedo más!
EL YERNO: Sí, era Frederic… (Pausa.) Me voy…
LA MADRE: ¿Tienes algo que hacer ahora? ¿No te quedarás a cenar?
EL YERNO: No, muchas gracias, no me gustan las sobras… Tengo una cena de negocios…
LA MADRE: ¿Dónde?
EL YERNO: ¿Es que vas a tomar en serio tu papel de suegra?
LA MADRE: ¿Dejas sola a Greta la primera noche que vais a pasar juntos en vuestra nueva casa?
EL YERNO: Eso a ti no te importa. De ahora en adelante, en esta casa mandaré yo. Ya lo sabes. Buenas noches.
LA MADRE: Ya sé lo que nos espera a mis hijos y a mí… ¿Ha llegado la hora de quitarse la careta?
EL YERNO: Sí, ha llegado la hora.

TELÓN

Fin del primer cuadro


Segundo Cuadro

Greta está sentada frente al escritorio. Largo silencio.

EL HIJO: (entrando): ¿Estás sola?
GRETA: Sí, mamá está en la cocina…
EL HIJO: ¿Y tu marido?
GRETA: Ha ido a una reunión de negocios… No, no te vayas, siéntate y hazme compañía… Vamos a hablar un poco…
EL HIJO (después de una larga pausa): Es muy curioso, pero de pronto me he dado cuenta que tú y yo nunca hemos tenido una verdadera conversación… Tengo la impresión de que nos hemos evitado siempre el uno al otro, por falta de interés, quizá…, o qué sé yo…
GRETA: Sería porque como siempre defendías a papá y yo a mamá…
EL HIJO: En esta casa todo va a cambiar. ¿Conociste bien a papá?
GRETA: ¡Qué pregunta!… (Pausa.) No te puedo contestar… Lo veía siempre con los ojos de mamá…
EL HIJO: ¡Pero al menos te dabas cuenta de que te quería! ¿No?
GRETA: Y si me quería, ¿por qué trató de impedir que me comprometiera con Axel?
EL HIJO: Pensaba que ese hombre no te amaba y que no sería capaz de ayudarte ni de mantenerte…
GRETA: Debió de sufrir mucho cuando mamá y yo lo abandonamos…
EL HIJO: ¿Fue Axel el que le aconsejó que se marchara de aquí?
GRETA: Yo también, los dos… Como quería que nos separásemos, quisimos enseñarle lo que era una separa-ción…
EL HIJO: Bien lo aprendió, créeme… (Pausa.) Después que os marchasteis se transformó en otro hombre…, pero a pesar de lo que sufría, no deseaba otra cosa que tu felicidad…
GRETA: ¿Qué te decía? Cuéntame… ¿Le afectó mucho que nos fuésemos de casa?
EL HIJO: No puedes imaginar lo que sufrió.
GRETA: ¡Pobre papá!… ¿Te hablaba de ella?
EL HIJO: Nunca… (Pausa.) Después de lo que he visto en esta casa, creo que no me casaré jamás… (Pausa.) ¿Eres feliz, Greta?
GRETA: ¡Claro que sí! ¿No ves que me he casado con el hombre que amaba?
EL HIJO: ¿Y por qué te deja sola la primera noche que pasáis aquí?
GRETA: Fue a una cita con el señor Ober para hablar de unos asuntos de la oficina…
EL HIJO: ¿En el casino?
GRETA: ¿Qué has dicho? (Llora.)
EL HIJO: Creí que lo sabías…
GRETA: No, no puede ser… No puede ser.
EL HIJO: Perdóname… No he querido molestarte…
GRETA: Sí, te creo… Ya sabes cómo es él…
EL HIJO: ¿Por qué no os quedasteis más tiempo en Estocolmo?
GRETA: Axel estaba muy preocupado por la marcha de la oficina, y además echaba de menos a mamá… Parece que no puede prescindir de ella ni un solo día…
EL HIJO: ¿De veras?… ¿Lo habéis pasado bien durante el viaje?
GRETA: ¡Estupendamente!… Fuimos dos veces al teatro y comíamos casi todos los días en un restaurante des-de donde se veía el mar…
EL HIJO: Silencio… Más bajo… Quizá mamá esté escuchando detrás de la puerta… Se escandalizaría si te oyese…
GRETA: Siempre piensas mal de ella…
EL HIJO: Y tú bien, y no comprendo por qué. Sabes perfectamente cómo es ella.
GRETA: No, no quiero saberlo.
EL HIJO: ¡Ah!, eso es otra cosa…
GRETA: ¡Cállate, Frederic, por favor! Sé que vivo como una sonámbu-la… Sí, lo sé, pero no quiero que nadie me despierte… Creo que luego no podría seguir viviendo…
EL HIJO: ¿Sabes, Greta? A veces pienso que todos vivimos rodeados por una especie de penumbra, muy com-pacta y luminosa, que podemos tocar casi a ciegas mientras caminamos como sonámbulos en una noche que no tiene fin… No, no eres la única que vives así… (Pausa.) ¿Te acuerdas cuando acompañaba a papá a los tribunales?… Mientras él andaba por los pasillos o esperaba al abogado, yo me iba a los archivos a leer las actas de algunos procesos que me interesaban… Y supe que había muchos criminales que no podían expli-car claramente cómo sucedieron los hechos… Casi todos creían haber actuado bien hasta el momento en que, sorprendidos, se despertaban bruscamente… Deduje que obraban en un estado parecido al sueño…
GRETA: Déjame soñar, Frederic. Algún día me despertaré, pero quisiera que fuese lo más tarde posible… Hay muchas cosas que desconozco, pero las presiento… Según la gente, se es malo cuando se dice la verdad… “Qué mala eres”, me decían cuando sostenía que algo feo era feo o que una buena persona era buena…
EL HIJO: Es difícil saberse comportar bien, pero a veces debemos decir lo que pensamos…
GRETA: Basta, basta…
EL HIJO: Muy bien, me callaré…
(Larga pausa.)
GRETA: No, no, sigue hablando, pero de otra cosa… En este silencio me pareció escuchar tu voz, que me decía lo que estabas pensando, como en un sueño… Hay que hablar, aunque sólo sea para aturdirse, como hace la gente cuando se reúne y trata de disimular hablando y hablando hasta cansarse…
EL HIJO: Mi pequeña…
GRETA: ¿Sabes lo que me produce mayor tristeza, Frederic?… (Pausa.) Ver lo inútil que puede ser la felicidad
EL HIJO: La felicidad…
GRETA: Tengo mucho frío… ¿Por qué no enciendes la estufa?…
EL HIJO: ¿También eres friolenta?
GRETA: He sentido siempre hambre y frío.
EL HIJO: Es curioso todo lo que pasa aquí… Ahora mismo, si traigo un poco de leña, tendremos tragedia du-rante una semana.
GRETA: Mira a ver en la estufa. A veces mamá pone ahí algunos leños para disimular…
EL HIJO: (Abre la estufa) Sí, tienes razón, hay dos o tres trozos… Ah, y un trozo de papel… Parece una carta… Incluso me servirá para encender el fuego…
GRETA: No, no la enciendas… Será peor. Vamos a seguir hablando… ¿Por qué papá odiaba tanto a Axel?
EL HIJO: Sufría mucho cuando tu Axel venía aquí en plan de dueño y señor a disfrutar de la compañía de voso-tras, mientras él se quedaba cada día más solo… Cuando os encerrabais en el comedor a jugar a las cartas, papá se convertía en un extraño, un intruso en su propia casa… Fue por eso que pasaba tanto tiempo en el café… Allí leía los periódicos y sus novelas… Me lo encontré en el café muchas veces. Me hablaba siempre del sol de media noche de Estocolmo, y de París… Por él me aficioné a los jardincillos de París… ¿Te acuer-das de aquel que estaba detrás del hotel donde vivimos la última vez?… ¡Qué hermosos y libres eran los go-rriones!… A papá le gustaban mucho…
GRETA: ¡Pero si ni siquiera nos dábamos cuenta de lo que hacíamos!… ¡Pobre papá!… Me acuerdo cuando cele-braron sus bodas de plata… ¡Cuántos discursos y homenajes!… Es hermoso realmente tener unos padres que todos elogian por su buena reputación…
EL HIJO: Cómo no voy a acordarme de aquella mascarada. Me parecía grotesco verles tan elogiados, como si formaran un matrimonio ejemplar, mientras aquí la vida era un infierno…
GRETA: ¡Frederic!
EL HIJO: ¡Sabes perfectamente cómo se llevaban!
GRETA: ¡Cállate!
EL HIJO: En el café, papá tenía a veces el aspecto de alguien que quiere confesarse, pero que las palabras no le salen de la boca… Se le quedaban en los ojos. A veces sueño con él…
GRETA: Yo también sueño con él, pero siempre le veo cuando tenía treinta años, y me mira y trata de decirme algo. Mamá, a veces, está a su lado, pero él sigue con la mirada buena… Porque él la ama a pesar de todo… Ahora pasean por el jardín cogidos de la mano, y él la mira con amor… A ella se le cae la sombrilla y él coge de un árbol un enorme ramo de flores azules… Caminan lentamente, como si estuviesen dormidos… Hay neblina… y papá desaparece. Vuelve el sol, pero él ya no está allí… Vamos a buscarle… ¡Oh, pero qué frío está haciendo! Nos vamos a helar…
EL HIJO: Encenderé la estufa, cueste lo que cueste. (Coge distraídamente los pedazos de papel y comienza a extenderlos sobre la mesa.) ¿Qué es esto? “A mi hijo”… ¡Pero si es letra de papá!
GRETA: ¿Qué es?
EL HIJO: Algo terrible…
(Pausa. Lee.)
GRETA: ¡Dime lo que es, por favor!
EL HIJO: ¡No, no, es demasiado!… (A Greta.) Es una carta de papá… Me la escribió cuatro días antes de su muerte… Empiezo a despertarme…
GRETA: ¿Qué te pasa, Frederic? ¿Te sientes mal?… ¡Dime qué te sucede!
EL HIJO: No podré seguir viviendo…
GRETA: ¡Pero habla!…
EL HIJO: No puedo, no puedo; es algo horrible… lo que dice de ella…
GRETA: Quizá no ha sido él quien la escribió…
EL HIJO: Fue él, es su letra…
GRETA: Tienes que desconfiar…
EL HIJO: Esta vez no podía mentir… Son las palabras de un muerto las que están escritas aquí…
GRETA: Acuérdate que en los últimos tiempos estaba muy nervioso y decía cosas extrañas…
EL HIJO: A pesar de todo, la amaba… (Pausa.) Me dice que mamá robaba el dinero de la casa, que falsificaba las cuentas…
GRETA: Sí, sabes cómo es para el dinero…
EL HIJO: Dice que gastaba veinte coronas y ponía cuarenta y que nos daba de comer mal porque quería aho-rrar y ahorrar, a costa de ti y de él y de las criadas… Él le llamó la atención para que no lo hiciese más, pe-ro no le hizo ningún caso y siguió ahorrando… ¿Pero ahorrando para qué? ¿Lo sabes tú?
GRETA: ¡Cállate, Frederic, no me atormentes más contándome cosas que son verdaderas, pero que no quiero oírlas decir!… Cuando recibamos la herencia haremos un viaje juntos… a París…, para recordar allí a nuestro padre…
EL HIJO: Dice que Axel no te ha amado nunca y que pidió tu mano cuando él descubrió que le debía mucho dinero a mamá… ¡Ese canalla!… Los dos han hecho una comedia.
GRETA: Frederic, déjame seguir soñando. Yo sé, sé muchas cosas… (Llora.)
EL HIJO: ¿Qué podría hacer para liberarte de tanta miseria?
GRETA: Nos iremos lejos de aquí… Pero hay que esperar un poco…
EL HIJO: ¿A dónde?
GRETA: Viajaremos mucho… Iremos a París…
EL HIJO: Sí, será mejor esperar para ver qué va a ocurrir entre ellos…
GRETA: Las madres son sagradas. Un hijo no puede luchar contra ellas, Frederic… (Pausa.) Nuestra madre quizá no tenga la culpa de ser como es…
EL HIJO: Estoy seguro que ese sinvergüenza os pondrá a las dos en la calle… Ella también es una víctima…
GRETA: Pero existe el amor…
EL HIJO: No tenemos a quien respetar; nada a lo cual elevar la mirada, Greta… Han destrozado nues-tras vidas… Viviré únicamente para rehabilitar la memoria de nuestro padre…
GRETA: Hay que hacerle justicia.
EL HIJO: No he hablado de justicia, sino de venganza. (Se oyen pasos.) ¡Cuidado, creo que viene Axel!
(Entra El Yerno.)
GRETA: Buenas noches… ¿Qué tal lo pasaste en la reunión?
EL YERNO: La aplazaron para ma-ñana… (Pausa.)
GRETA: Me ha dicho mamá que te ocuparás de todo… Me parece muy bien.
EL YERNO: ¿Qué ha pasado para que estés tan alegre?… Ah, se me olvidaba que Frederic es un conversador muy entretenido y simpático…
GRETA: Hemos jugado a las adivinanzas.
EL YERNO: Es un juego bastante peligroso.
EL HIJO: En ese caso, jugaremos mañana a la “vendetta”.
EL YERNO: ¿A qué viene todo este misterio?… Es que tenéis secretillos en común…
GRETA: Claro que sí. Tú también compartirás los tuyos con alguien…, si es que los tienes…
EL YERNO: ¿Qué es lo que os pasa? ¿Ha venido alguien a visitaros?…
EL HIJO: Un fantasma… Greta y yo nos hemos convertido al espiritismo…
EL YERNO: Dejáos ya de decir tonterías… (Pausa.) Aunque un poco de alegría no te sentaría mal, mi peque-ña… Siempre estás tan triste… (Trata de acariciar la mejilla de Greta, que lo rechaza.) ¿Me tienes miedo? Ah, porque soy de carne y hueso… ¡Ja!…
GRETA: No, en absoluto.
EL HIJO: Ahí viene nuestra madre para anunciar la sopilla.
LA MADRE (entrando): ¿Queréis venir a la mesa?
EL YERNO: No, muchas gracias; no me gusta la sopa.
LA MADRE: Como somos pobres, tenemos que hacer economías…
EL YERNO: Nadie es pobre con veinte mil coronas al año…
EL HIJO: Sí, cuando se prestan a los gorrones…
EL YERNO: ¿Qué dices? ¿Te has vuelto loco?
EL HIJO: He estado loco…, quizá…
LA MADRE: ¿Venís o no?
GRETA: Ánimo, señores. Vuestro valor será premiado con un filete.
LA MADRE: ¿Ahora?
GRETA: Sí, lo dispongo yo…, en mi propia casa. Caballeros, tened la amabilidad…
EL YERNO: (a La Madre) ¿Qué pasa aquí?
LA MADRE: Lo sabremos pronto.
(Sale.)
GRETA: Gentiles señores, por favor, pasad.

TELÓN

Fin del segundo cuadro

Traducción de Juan Guerra