Abril-Junio 2007, Nueva época Núm.102
Xalapa • Veracruz • México
Publicación Mensual



 Ventana Abierta

 Mar de Fondo

 Ser Académico

 Quemar Las Naves

 Perfiles

 Pie a Tierra

 Reglamentos


 Números Anteriores


 Créditos

 

August Johan Strindberg: Variaciones infinitas de unos cuantos temas axiales

I parte

Maurice Gravier
r

 

August Johan Strindberg nació y murió en Estocolmo; respectivamente: el 22 de enero de 1849 y el 14 de mayo de 1912. Vio la luz en una vieja residencia de Riddarholmen, en la parte más antigua de la ciudad. Su padre, de nombre Oskar, era un comerciante pobre, aunque de familia burguesa. Su madre había sido sirvienta antes de convertirse en ama de llaves, luego en amante y, por último, en esposa de Oskar; de aquí el título que más tarde dará Strindberg a su gran narración autobiográfica: El hijo de la sierva. Poco después de su matrimonio, Oskar se hundió en la bancarrota. Según sus propias confesiones, la infancia de August fue triste. Muy pronto tomó conciencia del contraste imperante entre las clases superiores y las inferiores. Su padre volvió a casarse tras la muerte de su primera mujer. El joven Strindberg no supo entenderse con su madrastra, y soportó de mala gana la seve-ra autoridad del padre. La adolescencia del futuro escritor, menos triste quizás, estuvo marcada por varias crisis morales y religiosas. Strindberg fue pietista en una época, luego leyó con pasión los folletos de un predicador unitario: Parker. La confirmación de la iglesia luterana lo decepcionó, al no aportarle los arrebatos místicos esperados. Frente a su profesor de religión, hizo también el papel de un rebelde.

En 1867 comenzó sus estudios superiores en Upsala, pero se adaptó muy mal al ambiente universitario; pasó por graves apremios financieros y no pudo sobrellevar sus estudios con normalidad. Se abre aquí un pe-ríodo de búsquedas, no sabe por qué profesión inclinarse: se gana la vida como docente y participa muy modes-tamente como actor en el Teatro Real, sueña con convertirse en médico. Una sola vocación se afirma en él: la de autor dramático. Desde fines de 1869 se entrega a la escritura de una tragedia en verso: El fin de la Héla-de, premiada por la Academia sueca. Ese mismo año recibe una pequeña herencia que le permite seguir sus estudios en Upsala. Funda la asociación Runa, consagrada al culto del ideal y el pasado nórdicos. Lee con pa-sión a Byron y se impregna del pensamiento de Kierkegaard. Si literalmente su estancia en Upsala es fecunda —Strindberg escribe tres dramas: El librepensador, En Roma y El proscrito-—, el joven autor no goza de esta-bilidad psicológica. Se pelea con su familia. No lleva a buen puerto sus estudios, abandona Upsala sin haber obtenido título universitario alguno. Se hace periodista y se instala en Estocolmo en 1872, resuelto ganarse así la vida. Pero frecuenta sobre todo a los artistas y comparte su existencia irregular. Él mismo se revela como un talentoso paisajista, dueño de gran vigor y originalidad. Y sus primeras obras maestras comienzan a ma-durar: Mäster Olof y El cuarto rojo. En 1874 entra como adjunto en la Biblioteca Real, donde se entrega a pes-quisas eruditas que no van en desmedro de sus actividades como publicista y escritor.

En 1876 conoce a la baronesa Wrangel —de soltera: Siri von Essen— y a su marido, un funcionario del go-bierno. Siri admira a Strindberg por su condición de dramaturgo, y sueña con subir a las tablas. Strindberg se enamora de la baronesa, quien, luego de divorciarse, se casa con él el 30 de diciembre de 1877, tras una larga serie de episodios extraños, que los relatos autobiográficos del escritor, en especial el Alegato de un loco, han fielmente conservado para nosotros. Los primeros años de matrimonio, al parecer, fueron dichosos. Hacia 1880, el horizonte comienza a nublarse un poco debido a las desavenencias de la pareja, cuyos ecos se reflejan en el drama La mujer de Sire Bengt. Ya entonces Strindberg toma posición ante las tesis de Visen, muy favo-rables a la causa del feminismo. Strindberg inicia en esa época la publicación de relatos históricos que reme-mo-ran el pasado nacional del pueblo sueco. Para él, la historia de Suecia se confunde con la de la gente humilde, cuyo sufrimiento y sacrificio jamás deben ser olvidados. Strindberg pone muy pronto en peligro la popularidad que le deparan esos excelentes relatos. Publica, en efecto, El nuevo reino, novela satírica que ridi-culiza a la sociedad sueca y a las instituciones parlamentarias recién instauradas, pero que encierra además desagradables (y transparentes) alusiones personales.

El equilibrio nervioso del poeta se muestra inestable a partir de 1883. Su susceptibilidad enfermiza le lleva a alejarse de Suecia llevándose consigo a su familia. Reside primero en Gretz, cerca de Fontainebleau, en el seno de una pequeña colonia de artistas escandinavos, luego en Passy, y por último en Neuilly. Hace serios esfuerzos para comprender la vida espiritual de Francia y para asimilar muy a fondo el francés. Escribe en diversas revistas parisienses. Luego se traslada a la Suiza de lengua francesa, a Ouchy, luego a Chexbres. Publica en 1884 una recopilación de novelas cortas, Casados, que habría de provocar tempestades; en efecto, en uno de esos relatos Strindberg habla irreverentemente de la cena luterana. Citado ante un tribunal en Estocolmo, Strindberg comparece y se defiende muy bien, quedando absuelto. Sin embargo su actitud antife-minista, más acusada aún en una segunda recopilación de narraciones (Casados, II, 1885), inquieta lo mismo a Bonnier, su editor, que a los escritores de tendencia radical o naturalista de la “joven Suecia”. Hasta ese momento, pensador de tendencia humanitaria, respetuoso de Cristo y de sus enseñanzas, si se excluyen algu-nas estridencias, creyente en dios, Strindberg evoluciona de modo rápido y desconcertante durante esos años de prueba; así, primero es radical, aproximándose a los hermanos Brandes (los pontífices del radicalismo da-nés y escandinavo), pregonando su ateísmo, proclamando su fe en la ciencia, deseoso de componer una obra positiva más bien que de brillar por su imaginación (muy rápidamente, en las inmediaciones de los años no-venta, se inclinará por un aristocratismo intelectual, alejándose entonces del socialismo). Para manifestar su fervor positivista, redacta sus Confesiones (sólo conoce verdaderamente a un ser humano, él mismo, además admira profundamente a Rousseau); 1886 es el año en que aparecen La hija de la sierva y Fermentación, se-guidas de El cuarto rojo y de El escritor (redactadas ese mismo año pero publicadas en 1887 y 1907, respecti-vamente); emprende en 1886 también un viaje de estudios a Francia, buscando compenetrarse con los trabaja-dores del campo. Ca-da vez más inestable, el poeta cambia a menudo de residencia; es a orillas del lago Cons-tanza donde, presa de nostalgia por el archipiélago de Estocolmo, escribe una de sus mejores novelas: Los habitantes de Hemsö; también allí compone El padre, y obliga a su mujer e hijos a compartir su vida errante e incierta. La armonía ha dejado progresivamente de reinar en el seno de una familia tras haber conocido cerca de siete años de dicha.

El antifeminismo y el ateísmo de Strindberg chocan con Siri. Lamenta que su marido le haya impedido seguir una carrera como actriz, en la que ella fundaba sus mayores esperanzas. Strindberg quien, en esa época, según las opiniones de algunos psiquiatras, atravesaba por una crisis de tipo paranoico, detestaba a varias personas cercanas a su mujer, sobre todo a Marie David, quien, según él, encarnaba el fe-minismo en lo que éste tiene de más funesto, y que sirvió de modelo para el personaje de Abel en Las camara-das, pues sospechaba que Siri lo engañaba. Es en esa atmósfera de sospecha y de conflicto en que son concebi-das y compuestas las obras maestras dramáticas de la época naturalista: El padre, La señorita Julia, Acreedo-res y toda una serie de piezas en un acto, en particular Bandet y La más fuerte.

La lectura de El padre había suscitado en Émile Zola más inquietud que admiración sincera. En cambio, Nietzsche, con quien Strindberg había entrado en contacto gracias a Georg Brandes, apreciaba bastante ese drama, y los dos hombres entablaron una correspondencia a la que sólo puso fin el colapso del filósofo en 1888. Strindberg descubrió en las teorías de Nietzsche (especialmente en la noción de “superhombre”), una justifica-ción de su propia filosofía, que se inspiraba además en los resultados procedentes de la psicología y de la psi-quiatría de esa época. Strindberg funda su concepción de las relaciones humanas en la noción de desigualdad psíquica entre los individuos y en la importancia de la sugestión en la vida social; toda vida social es lucha, según él, y en “la lucha de cerebros”, es siempre el ser psíquicamente más fuerte el que se impone; la lucha, muy ruda, puede culminar en “una muerte psíquica” (así en sus ensayos titulados Vivisecciones). Pero Strind-berg, obsedido por esas ideas altivas, presa por otra parte de celos y temores, imponía a los suyos una vida cada vez más penosa.

Había a menudo que cambiar de domicilio. Del otoño de 1887 a la primavera de 1889, Strindberg habitó en Copenhague, o en sus afueras. Volvió allí para tratar de crear un teatro experimental escandinavo en la capital danesa, luego retornó a Suecia para instalarse en el archipiélago de Estocolmo, don-de cambió varias veces de isla. Siri trató de preservar lo más posible la existencia hogareña, pero Strindberg se volvió cada vez más receloso y ofensivo; la miseria iba en aumento, pues los editores y los directores teatra-les de Suecia no mostraban ninguna premura por aceptar las obras de ese poeta de reputación inquietante. Finalmente, Strindberg se separó de su mujer y abandonó, no sin un terrible desgarramiento, a sus hijos, con quienes estaba muy enlazado. El divorcio fue pronunciado en 1891.

Strindberg se fue a vivir entonces a Bre-visk, consolándose de sus miserias con la lectura de Balzac, a quien admiraba, y que con Serafita le reveló la grandeza de Swedenborg. Pero el aislamiento le pesaba; esta atmósfera rodea a su novela En alta mar (1890). No esperando ya nada de sus compatriotas ni de los daneses, Strindberg tenía la impresión de que estaba con-denado a abandonar de nuevo Escandinavia. Deseaba volver a Francia, pero Antoine, quien debía montar La señorita Julia, le daba largas. Strindberg prestó oídos entonces al llamado de su amigo, el poeta escandinavo Ols Hansson, quien le hizo saber del aprecio que le tenía el público alemán y, un poco de mala gana, partió hacia Berlín.

En esa ciudad Strindberg habría podido sacar provecho del éxito que no tardó en aparecer (Los acreedores fue representada setenta veces en el Residenz-Theater), pero sus nervios colapsados le jugaron trastadas muy rudas; se peleó con todos aquellos que le querían bien. Su vida privada era agitada. Aparentaba desdeñar el naturalismo (honrado aún en Alemania, el naturalismo parecía ya superado en Suecia, donde Verner von Heindenstam había dado a la literatura una nueva orientación). Strindberg se consideraba entonces más bien un sabio que deseaba consagrar lo mejor de su tiempo a la “hiperquimia”.


Traducción
de José Luis Rivas